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"Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho..."

Un gran Santo, el más pobre en lo material, pero el más rico en lo espiritual dijo en su lecho de muerte: "Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho...". Ese gran Santo era Francisco, y si él dijo no haber hecho nada, ¿que hemos hecho nosotros? Empecemos a hacer algo para cambiar el mundo, ¿no os parece?

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miércoles, 13 de febrero de 2013

Capítulo 20. Un largo fin de semana. Antsirabe y Carnaval.

           Ya hace unos días que no escribo nada, porque este fin de semana teníamos previsto visitar Antsirabé, una ciudad al sur de Antananarivo, más pequeñita y con muy buena fama para los turistas.

         Como llevo tanto sin escribir, y hoy es martes, me da a mí que este capítulo va a ser algo más largo. Quiero contaros todo acerca del viaje y también de ayer, lunes, ya que no pude contaros nada.

         Siéntate porque el capítulo de hoy merece la pena:

         Ya el jueves por la tarde nos acostamos un poco tarde, sabiendo que salíamos a las 5:30 de la mañana del viernes. No solo eso, sino que ni siquiera tuvimos la precaución de hacer los petates antes. Eso se tradujo en muchas prisas por la mañana y también en salir algo tarde. El taxista nos esperaba en la puerta del Centro Salesiano desde las 5:30, aunque llegamos con quince minutos de retraso.

         Yo preparé poca cosa, lo justo para un fin de semana... un par de mudas, un pantalón de repuesto y otro corto, las chanclas para la ducha y alguna camiseta. Karima iba algo más preparada, pero Remy se llevó las chanclas playeras para todo el viaje, lo que le costaría llevarlas en todo momento, con lo incómodo que puede resultar a veces, sobre todo si hay que salir corriendo... Así somos, poco precavidos, pero muy ilusionados con el viaje.

         La verdad es que, en principio, yo no tenía muchas ganas de ir, y así se lo hice ver a mis amigos. No quería salir varios días, dejar la casa y el trabajo sin terminar que tengo, pero es cierto lo que me dijeron: uno no está en Madagascar todos los días, y además, llevo ya tres semanas aquí y solo he visitado la cárcel y el Centro. Me lo pienso mejor y me mentalizo para conocer cosas nuevas, y vaya si las conocí...

         Por las mañanas el tráfico es más fluido, siempre que sea antes de las 7:00 h, porque después es un caos. Nosotros íbamos con algo de retraso, pero no eran ni las 6:00 cuando ya estábamos saliendo de Ivato. Pocos coches y poca luz todavía. El silencio dentro del coche mirando la ventana mientras ves cómo termina de amanecer sobre los arrozales ya merece la pena. Eso hasta que nos metemos dentro del caos de Tana. Allí hay un bullicio de gente dispuesta a ganarse la vida de las formas más insospechadas... Unos van corriendo junto al taxi para que subas al taxi-bus que ellos te busquen... te van preguntando a dónde vas para decirte en cual tienes que subir, y así ganarse la propina. Luego te quieren quitar la mochila para llevarla ellos y ganarse otra propina más... incluso vimos cómo algunos se peleaban por los equipajes de los pasajeros. Otros abren las ventanas del taxi-bus para venderte todo tipo de artículos, comestibles y no comestibles.

Una de las miles de vendedoras
         Así llegamos a la parada de autobuses donde nos esperaba el nuestro. Llegamos casi media hora antes de la cuenta, y lo mejor en estos casos es no andar por entre tanta gente donde hay tantos robos al descuido. Nos metemos dentro del vehículo, al fondo, y esperamos a que salga. Aquí los transportes no salen a una hora prefijada, aunque se fije, sino que se esperan a que estén llenos, y si falta alguna plaza por cubrir, siempre ofrecen a los que más prisa tienen que paguen por ella y así podemos partir. Si nadie paga el asiento que falta, todos esperamos a que venga alguien dispuesto a ocuparlo.

Como sardinas en lata...
         Las primeras experiencias incómodas estaban por llegar. Sentados atrás, esperando a que se llenase el taxi-bus, llegó una linda señorita que ocupó el asiento anterior al nuestro. Su finura y vestimenta hacían suponer que era extranjera, aunque era oriunda. Con una bonita y blanca sonrisa nos saluda mientras, agachada, avanzaba hacia nosotros por entre los asientos. Cuando llegó a su sitio, se giró para sentarse, poniendo sus posaderas frente a nuestras caras, y entonces, sin previo aviso y sin parecer importarle lo más mínimo: raaaaasssss!!!!... Se tiró un buen pedo...

Karima intentando no perder el conocimiento...
         No dábamos crédito a lo que estaba pasando, porque parecía tan dulce que daban ganas de darle un abrazo, y sin embargo después, daban ganas de estrangularla con las dos manos, del mismo modo que Homer Simpsom lo hace con Bart. Peor lo peor no fue eso, sino lo que vino después. ¿Conoces el dicho ese de que los que suenan un huelen?... pues bien, es mentira. En un momento dado, con algunos segundos de retraso, era imposible estar ahí. Yo necesitaba una máscara anti-gas, queríamos salir y era mejor estar expuesto ante todos los carteristas que pasar un solo segundo más ahí metido... era horrible. Pero no podíamos porque los asientos delanteros estaban ocupados y no había salida. Las ventanas se abren muy poco y no cabemos, así que no nos queda más remedio que aguantar como jabatos. Uno puede prepararse contra la lluvia, contra el frío, el calor o los mosquitos, pero cosas como estas son imprevisibles, y nos la tenemos que tragar de lleno. Lo único que podíamos hacer era tapar nuestras narices con nuestra camiseta.

         Pasados un par de interminables minutos, aquello se fue despejando y dejó de ser un infierno. Otro par de minutos después, cuando recobramos el conocimiento, Karima quiere quitarse el mal sabor y decide comprar una bolsita con algo comestible dentro. Viene otra chiquita muy tierna, con un pequeño expositor colgando del cuello. Dice que las bolsitas de frutos secos fritos que lleva cuestan 3.000 Ar., así que Karima pide una. Como no tiene cambio, saca un billete de 10.000 Ar. La cosa fue así:

         Karima:                           ¿Cuánto cuesta?

         Dulce vendedora:            3.000 Ariarys.

Karima:                           ¿Tienes cambio de 10.000?
        
         Dulce vendedora:            Pues no, pero me hago de él.

         Karima:                           Ok, toma (y le da el billete)

         Dulce vendedora:            Enseguida vuelvo.

         Karima:                           Gracias!

         Karima (5 min después):         Parece que tarda...

         Karima (10 min):              ¿A que me quedo sin la vuelta?                 

         Karima (15 min):              ¡¡¡Será....!!!
        
La dulce ladronzuela
         Y efectivamente, se quedó sin cambio. Vamos, que la bolsita le costó 10.000 Ariarys, así que ya podía disfrutarla bien. Menos mal que estamos hablando de poco más de 3 euros... Así que la dulce vendedora pasó de ser dulce a ser calificada con otros apelativos que mejor no os cuento. A la vuelta de Antsirabe quizás nos encontremos con ella de nuevo...

         Llega el momento de salir, y así lo hacemos. El conductor maneja como puede entre la marabunta de gente agolpada y entre los que meten las manos por las ventanas para ver qué pueden vender o robar en última instancia... y así nos vamos. Al chófer no parece importarle si atropella a alguien, y es que al parecer, la gente es la que tiene que tener cuidado, y no el conductor. El va acelerando y ya se va apartando la gente, por lo que les conviene.

         La salida es larga, pero finalmente nos enfilamos en una carreterilla asfaltada por la que se viaja medianamente bien. El problema es que nosotros somos más grandes que los asientos que ocupamos, y nuestras piernas más largas que el espacio que tenemos. Cuando nos acoplamos bien y nos hacemos a la idea de que esa postura será la de las próximas cuatro horas, podemos echar una cabezadita. Mi cabezada fue más bien un cabezón, porque solo me desperté para un descanso intermedio y al final del viaje. Vamos, que no me enteré de nada. De lo único que me enteré es de la tortícolis que tenía cuando hicimos el descanso.

         Al bajar a echar un cigarrito y estirar las piernas, vi porqué Remy no pudo pegar ojo en todo el viaje. Yo oía un ¡cuaaaa!, ¡cuaaaa! Interminable desde que salimos, y Remy que iba junto a la ventana lo escuchaba más. A mí no me quitó el sueño, pero así fue todo el viaje. En la parada de descanso descubrimos qué era lo que hacía ese ruido, que parecía más de un fallo mecánico que de lo que era en verdad. ¡¡Un pato!!... Más bien una oca. Estaba atada a la baca del coche, metida dentro de un esportón de esparto y con el cuello fuera... Así viajó el animalito, y así le dio el viaje también a Remy.

Vaya viaje que se pegó la oca
         Nos montamos de nuevo y partimos, yo me quedo dormido a los tres segundos y despierto en Antsirabé. La ciudad parece bonita, y se ven montones de push-push, que son esos carros que se ven por la India y que son tirados por personas.

         No puedo creer la cantidad de ellos que hay. La ciudad es más limpia que Tana, y la contaminación es mucho menor. Apenas hay coches y la gente se desplaza fundamentalmente en push-push o en bicicleta.

         Cuando salimos del taxi-bus, como no sabemos ir al hotel, ya nos están esperando los hombres mula para llevarnos. Si te descuidas, ni siquiera pisas el suelo, porque entre ellos luchan encarnizadamente para cazar al turista. Los blancos suelen dar más dinero aquí y no pueden dejar escapar esta oportunidad.
En mi medio de transporte
Los dos viajeros
         Vamos en dos push-push, en uno Karima, que para eso es la dama, y en el otro Remy y yo. El chico que tira parece que no está muy conforme, pero finalmente acepta. El push-push es de dos plazas y nosotros vamos dos. Por más que insistimos no aceptó que viajáramos en otro, así que nos montamos y nos vamos al hotel. Luego se arrepentiría. Remy pesa 90 kilos, y yo algo más de 80, así que la carga, con mochilas incluidas, rondaba los 200 kilos. Sin embargo parecía no importarle. Eso al principio, porque ya en el hotel casi tenemos que cogerle en brazos... esto último es broma, porque esta gente está muy acostumbrada a esto.
Con nuestro "taxista"
         Mi experiencia con el push-push es algo extraña. Tengo que sufrir una transformación a lo largo del fin de semana para darme cuenta de algo que al principio no me gustaba.

         Cuando sales del hotel solo les falta darse de guantazos por llevarte, aunque sea a la vuelta de la esquina. Ni siquiera guardan un turno o un orden, sino que todos te rodean y pronuncian su nombre, te agarran del brazo y pareces una presa de carne entre leones. Finalmente tienes que decidirte por uno, y cuando lo haces, el resto se aparte y con una sonrisa en la boca te despiden. No se enfadan porque no les hayas elegido, sino que prefieren ser cordiales para la próxima ocasión.

         Después que monté en uno, no pude evitar sentirme mal. Nunca me ha gustado que me sirvan, y menos de esta manera. No me siento bien estando montado cómodamente en este aparato mientras un señor escuálido y descalzo va delante igual que las mulas van delante de las carrozas. La experiencia al principio es más que desagradable, hasta el punto de que me quiero bajar y caminar. Por más que intento hacerme a la idea de que es su trabajo, no consigo sentirme bien, así que mis compañeros me tienen que ayudar y convencerme, y finalmente lo hacen.

         Es cierto que uno montado en un push-push puede sentirse superior a la persona que lo empuja, y no es agradable, pero también lo es que este es el medio de vida de estas personas, no tienen otro. Y es una forma digna y honrada de ganarse la vida.

         Ellos dependen del viajero, y sin él no ganan para vivir, así que cambio el chip y empiezo a mirarlo desde este punto de vista. Así y todo me cuesta, sobre todo porque a veces se tarde menos en ir a los sitios andando que en este medio, sin embargo, es una forma de dar trabajo a unas personas que dependen de él.

         A partir del segundo día, los push-push son para mí algo normal y una forma de colaborar con esta pobre gente, así que no tenemos reparo en viajar en ellos, incluso ya vamos en tres, así se reparten gastos y trabajan menos.

         Bueno, una vez en el hotel, nos instalamos. El hotel se llama “Chez Billy” y está bastante bien. Le llamo hotel, aunque para nuestro pensamiento europeo debería llamarlo “hostal” o “pensión”. El caso es que aquí es un hotel.
Reponiendo fuerzas en el "Chez Billy"
         Tiene tres plantas incluyendo la baja. Nosotros ocupamos la primera, una habitación con tres camas. Dos de ellas son enormes, y hace tanto que no duermo en una que me la pido. Karima ocupa la otra y Remy, el más grande de todos, la más pequeña. El dice que no le importa ocupar la pequeña, así que gracias a él, puedo dormir a pierna suelta... nunca mejor dicho. La decoración es preciosa, toda de cuadros africanos muy bonitos, mirad:

Este es el preferido de Karima




en la habitación
El dormitorio

         Ya instalados y descansados un poco, bajamos a ver a nuestros particulares taxistas, que nos van a llevar a ver un “museo” artesanal de artículos hechos con cuernos de cebú, y luego a otro con artículos hechos en madera de palisandro. Nos subimos y nos llevan al primero. Entramos y ahí está un hombrecito muy gracioso (del cual dicen Karima y Remy que su acento francés es más gracioso aún) que nos muestra el proceso de trabajo que tiene el cuerno del cebú. Lo primero es calentarlo al fuego para sacar el hueso interior y dejar la cáscara del cuerno. Luego se sigue calentando para darle forma y cortándolo con una sierra. Finalmente nos hace ante nuestras narices un pájaro con el cuerno. Después nos muestra todos los artículos que tiene hechos: pulseras, colgantes, cucharas, peinetas, pájaros, y mil cosas más.

El hombre cuerno
         Dejamos al hombre-cuerno y nos vamos a ver al de las tallas de madera, que nos espera para hacernos una demostración que resulta que no demuestra nada. Se sienta ante un trozo de madera, le da dos golpes con un formón y después nos muestra el producto terminado... y nos tenemos que creer que él es quien los hace. Después nos muestra sus artículos para vender, pero son caros hasta para un europeo. Nos vamos con la promesa de que volveremos “no sabemos cuándo”...



Las obras de arte que se pueden hacer con el cuerno de un cebú
Y aquí todo el catálogo de productos
y los productos de madera...
     Regresamos al hotel y entonces tenemos el primer conflicto con los push-push... Bueno, más bien con los tiradores. Cuando reciben más dinero de lo que nos costó el viaje a Antsirabe, resulta que no están contentos. Karima se los conoce bien, ya estuvo aquí antes. Ella sabe que nunca están contentos por si acaso cuela que les des más, pero nosotros sabemos que está muy bien pagado, eso sí, estos no volverán a llevarnos a ningún lado...

Un bonito regalo
         Ya por la noche nos quedamos en el “Chez Billy” y cenamos. Después de la cena tenemos una velada musical con los hijos de Billy, que están aprendiendo a tocar el djembé. Tiene tres hijos con una chica francesa que vino por estas tierras y se quedó para siempre. Son muy simpáticos y muy traviesos, y para ellos los extranjeros son como un juego más, así que toda la noche están con nosotros tocando el djembé o jugando a las chapas.
Acompañado del pequeño percusionista
Lo mejor de todo...
         Después de la cena tenemos un buen rato de sobremesa, sobre todo con una pareja francesa que habla bien el español. Ella estuvo viviendo en Valladolid de donde procede su abuelo. Él vivió cuatro años en Andalucía, y ahora recorren Madagascar y viven en la isla de Reunión de la venta de productos artesanales que compran en Antananarivo. Esa noche están ahí porque van a comprar al mercado de Tana. Hablamos un buen rato, tomamos una cerveza y, después de la cena, un chupito de ron al que nos invita Billy. Después nos vamos a dormir porque el sábado queremos aprovecharlo bien. Antes nos damos una ducha en los baños comunes, con agua fría. Pensaba que sería así siempre, aunque más tarde descubriría que hay un termo eléctrico y los primeros en ducharse lo hacen con agua caliente. Mañana habrá que estar más avispado...

         En la cama, de metro y medio, se duerme de escándalo... así da gusto. Nos dormimos enseguida, eso sí, después de jugar al “uno” que llevó Karima.

         El sábado por la mañana, después de asearnos en el baño comunitario, salimos rumbo a ninguna parte... queremos conocer todo lo que nos de tiempo. Lo primero que hacemos es montar, obligadamente, en los push-push que están esperándonos. Han pasado la noche, como siempre, en la calle. Les importa poco si llueve o si hace calor. Ellos quieren estar en primer lugar cuando alguien salga del hotel. Montamos y nos vamos a un mercado artesanal donde hay de todo. Existen muchos puestos, aunque es extraño, porque todos tienen exactamente los mismos productos. Lo único que cambia es el precio y el dueño. El producto estrella es la piedra malgache, en diversas formas y colores, así como los fósiles. También tienen recuerdos de Madagascar muy bonitos. Hacemos algunas comprillas y volvemos a los push-push, rumbo al hotel. Queremos hacer tiempo porque queremos ver algo típico, aunque no me hace mucha gracia la idea: vamos a ver peleas de gallos.

Piedras de todo tipo, tamaño y color
Fósiles
         A las 11:00 comienzan, así que cuando llega el momento, nos montamos de nuevo en los push-push y nos dirigimos hacia una especie de campamento en las afueras, donde se juega a todo por dinero. Los más jóvenes juegan al futbolín mientras otros recogen el dinero de las apuestas. En otro lado se juega a la petanca, apostando también. Y luego llega la apuesta gorda, las peleas de gallos. Al principio no entendemos muy bien el funcionamiento, pues ponen a los gallos en el cuadrilátero y luego los quitan, les echan agua, y hacen una especie de rito que no comprendo. Llegado un momento dado, comienzan las peleas. Son muy desagradables, porque los pobres animales satisfacen los apetitos del aburrimiento y económicos de los malgaches, a los que parece importarles poco si los animales sufren o no. Yo os aseguro que sufren mucho.
La petanca, ese gran deporte...

Jugando al futbolín y apostando    
     Cuando hemos visto lo suficiente nos ponemos rumbo al hotel de nuevo, y de camino, al pasar por un lugar muy difícil para los tiradores por ser un camino de tierra con muchos baches y cuestas, nos bajamos hasta que llegamos a la carretera. Ellos lo agradecen, pero están asombrados de que alguien tenga ese detalle con ellos. Ya en la carretera nos montamos de nuevo y nos vamos a casa.
tomando una copa con los apostantes
         Vemos a una niña que está llorando desconsoladamente, no sabemos porqué, y Karima se dirige a ella, caramelo en mano, a convertir el llanto en sonrisa... y vaya si es efectivo el método. Parece increíble el efecto que hace en un niño el sentirse querido y regalado. Este momento bien vale por todos los buenos momentos del día...

         Por la tarde tenemos una velada tranquila en el hotel. Después de comer vamos a descansar un rato, y luego salimos a ver otro mercado, el de los pobres. En ese momento me acuerdo lo que otras veces os he contado acerca del “turismo rural”... ¿lo recuerdas?. Te refresco la memoria:

         El turismo rural, término que yo mismo he inventado, es el que uno hace en los lugares a los que va, pero no siguiendo las rutas que las autoridades o los guías te marcan, sino las tuyas propias. Este tipo de turismo huye de las cosas marcadas para dirigirse a otro tipo de rutas, las que nadie toma. Cuando uno va a Estados Unidos y visita la estatua de la libertad, o el edificio Chrisler, o el Empire Estate, está viendo lo que todos los americanos desean que veas. Sin embargo, cuando visitas el Bronx, o las callejuelas donde se cuece la vida real americana, la cosa cambia. Y es ahí donde uno ve la realidad de la vida de los habitantes del lugar. Bien, pues aquí es lo mismo. Madagascar tiene paraísos naturales, muchos, pero también cosas que no son tan agradables de ver... y esas cosas son Madagascar. Los paraísos también, pero otro distinto... y yo quiero meterme en la realidad malgache, así que la mejor manera es mezclarme con su gente.

         Nos metemos de lleno en un mercado que da un poco de respeto, donde los niños se mezclan con los mayores, donde da un poco de miedo ir solo por las tardes, cuando empieza a anochecer. Sin embargo, Antsirabe no es para nada un lugar peligroso, y la gente está cómoda con el turista blanco. Caramelos por aquí, más caramelos por allá, y terminamos la ronda. Vemos mercados muy pintorescos, donde la gente real hace sus compras reales, donde los niños reales juegan a juegos tradicionales muy reales también. Donde la luz eléctrica todavía no ha llegado y la gente vive feliz sin ella.

         En el hotel nos espera la cena. Yo me pido una “omelette” de queso, pensando que es un filete de carne, aunque luego resulta ser una tortilla. Me la como y punto... y después, Karima se siente mal. Está enferma por algo que le ha dado reacción alérgica y no puede ni cenar, así que nos vamos a acostar. Eso sí, el “uno” está por encima de cualquier enfermedad y antes de dormir echamos unas partiditas. Luego nos acostamos, que el domingo será el último día.

         A la mañana siguiente queremos ir a misa de 6:00, pero estamos tan cansados que ni siquiera escuchamos el despertador. Nos levantamos a las 8:00, así que nos quedamos sin misa. Creo que en mucho tiempo no me he perdido una misa en domingo, pero qué le vamos a hacer... desayunamos y salimos a dar una vuelta. Pasamos por la catedral, son las 9:05 y vemos que hay bullicio... y pronto nos damos cuenta de lo que hablamos acerca de la providencia. El Señor está presto a decirnos: “Venga, entrad a mi casa”.

         Resulta que hay misa a las 9:00 y está empezando. Nosotros teníamos pensado dar un paseo, y mira por donde, finalmente escuchamos misa. Más bien oímos, porque al no entender nada de malgache es difícil escuchar. Tampoco tengo mi Biblia, con lo que no sé de qué habla el Evangelio de hoy, pero eso no importa. Muchos de los que lean esto pensarán que hay que estar muy loco para sacar algo de tajada de una misa en otro idioma. Podrían pensar que no merece la pena ir si no entiendes nada... eso es porque todavía no han experimentado el valor de una misa. Dice el padre Jorge Loring: “si me dieran a elegir entre mil millones de pesetas o una misa, lo tengo claro, elijo la misa” ... y bien que elige. Son muchas las cosas buenas que se podrían hacer con ese dinero, pero ninguna de ellas llegaría nunca a tener la importancia de una sola misa ofrecida... Es difícil entenderlo, lo sé. A mí me pasaba lo mismo, hasta que el Señor me concedió la apertura de miras para poder hablar así. No creas que estoy loco... o sí. También un tal Francisco lo estaba y no parecía importarle.

Un pequeño mendigo a las puertas de la catedral
         Acabada la misa de dos horas, salimos a disfrutar de lo que queda de domingo, pero antes os tengo que comentar algunas cosas curiosas que se ven en las misas malgaches. Existen personas encargadas de velar por el buen funcionamiento del rito, y visten distinto, con trajes con una banda como las “mises”. Ellas dirigen a la gente cuando hay que salir a comulgar o a dar el estipendio. Van banco por banco dando el turno. Lo más curioso es que a la hora de comulgar, una de ellas se pone en la cada fila y vigila que, efectivamente, el que va a comulgar, lo haga. En Europa esto no se controla, aunque somos muchos los que sabemos qué hacen algunos luego con la Sagrada Forma. Aquí se controla este detalle al máximo y es algo digno de admirar.

         Bueno, acabada la misa, damos un paseo y después vamos a comer pizza. Está buenísima, una de queso y otra de carne. Y después nos vamos concienciando de que debemos irnos.

         No tengo más que palabras de agradecimiento para Remy y Karima. Ellos saben porqué. Si no fuera por ellos, la estancia aquí sería muy distinta, especialmente en los momentos de dificultad que estamos viviendo. Hasta aquí puedo leer, diría una tal Mayra... Lo que sí que sé es que ha sido un fin de semana fantástico, lleno de experiencias y que me ha servido para desconectar del trabajo hecho en Tana... lo necesitaba. Quien me iba a decir que, al principio, no estaba convencido de ir de viaje. Sin embargo, de momento es lo mejor que me ha pasado en Madagascar.

         En fin, acabada la comida nos despedimos de Billy y compañía y partimos rumbo a la estación de autobuses, en push-push, claro... Allí nos esperan los buscavidas que quieren llevarnos el equipaje y que montemos en tal o cual bus. Nosotros ya sabemos cómo funciona esto y vamos donde queremos y cuando queremos. Nos montamos en uno, en las plazas traseras, y esperamos, como de costumbre, a que el bus se llene. La fila de atrás tiene cuatro asientos, pero el conductor siempre mete a cinco personas y nos dice que en el asiento que sobra deben entrar dos personas más, así que nos hace ver que tenemos que ir pensando en apretarnos. Nosotros nos ponemos de acuerdo con él y le convencemos (mediante un viejo truco) de que las cinco plazas son para nosotros tres. Como no puede ser de otra manera, acepta, así que el viaje es muy cómodo.

         Antes de salir pasamos un buen rato con unos pobres chicos que están reunidos en torno a una bolsa de arroz cocido. Es muy tiste verlos repartirse el botín, descalzos, con ropas andrajosas pero, aparentemente, felices. Más aún lo son cuando nos acercamos y hacemos nuestro particular desembolso azucarado con ellos. Caramelos por aquí, caramelos por allá y las caras se vuelven alegres como pocas veces. Karima tiene la feliz idea de comprar un queso a una señora que se gana la vida vendiéndoselos a los viajeros. Así colabora con la señora, y además, con los niños, a los que se les salen los ojos de las órbitas cuando ven que el queso es para ellos. Es tremendo ver cómo un niño puede ser feliz con un pequeño queso... a veces, incluso yo me sigo sorprendiendo.

         Como nota cómica, tengo que deciros que apareció una señora con un bebé que parecía monísimo, con un gorrito al estilo peruano, con su borla y todo. Tendría meses, y la señora (poco agraciada en lo referente a belleza) lo cuidaba con esmero. En un momento dado, la señora se dio la vuelta y nos mostró el rostro del niño... ¡Dios mío!... ¡¡no puede ser!!. La primera impresión es impactante. Está mal que yo lo diga, pero es que tenéis que ver la foto para entenderme. Me recuerda al niño unicejo que sale en un capítulo de “los Simpsoms”, no sé si lo has visto... ese niño con cara de malote que desde el cochecito de su madre hace de las suyas. Pues bien, este niño es clavado. Dicen que todas las madres piensan que sus hijos son los más bonitos del mundo... bien, pues yo lo dudo mucho. No toméis este comentario como algo malo, sino como algo cómico... os repito que después de ver la foto me entenderéis. Simplemente quiero compartir con vosotros mis pensamientos, y ya os dije hace días que si me callara algunas cosas no estaría siendo del todo sincero... muchos me dijisteis que hablara tal y como pensaba. Bien, pues así lo hago. El caso es que este niñito es hijo de Dios, y su madre lo quiere sí o sí, que es lo que importa... Uff!... espero que esta señora no vea nunca este comentario, y si lo ve, espero que tenga sentido del humor y no me condene por ello. Desde aquí le mando un abrazo.

Sin comentarios...
         La vuelta no es como la ida. No nos dormimos, así que disfrutamos del viaje, hablamos y reímos mucho. Remy, el pobre, tiene que hacer el doble papel de interlocutor y de traductor, cosa que a veces le juega una mala pasada y me habla en francés, o a Karima en español.

         Hacemos otra parada en el camino para reponer fuerzas con una mazorca de maíz, y volvemos al bus. Al final llegamos a Tana sanos y salvos... cuando llegamos intentamos buscar a la tierna ladrona, pero no la encontramos, así que tomamos un taxi y nos dirigimos rumbo a casa.

         Ya en casa dejamos los petates y cenamos algo, comentamos el fin de semana y nos vamos a acostar, porque es tarde y al día siguiente es lunes.

         Lunes por la mañana:

         Nos levantamos tarde, como no podía se de otra forma. Menos mal que los lunes no hay misa en el Centro Salesiano. Aprovechamos para descansar, aunque pronto Karima y Remy salen a la prisión de Antanimora mientras yo me quedo haciendo los planos del Centro de reeducación. Cada vez me queda menos, y pronto dejaré de trabajar en casa.

         Toda la mañana después, vienen los dos y queremos hacer algo de comer, pero la nevera está tan blanca por dentro como por fuera, así que tenemos que ir a comer a un pequeño restaurante cercano. Remy y yo nos clavamos unas buenas hamburguesas con patatas fritas, algo raro de ver por aquí. Karima prefiere unas brochetas de no sé qué... como deja dos, no debe estar muy bueno, aunque ella dice que sí. Remy se encarga de liquidar los restos, mientras me explican que anoche, no sé cómo, perdí una apuesta que yo no reconocía. Resulta que el frutero que nos compró David tenía una pegatina en el fondo que es imposible de quitar. Habría que quitarla con una radial de albañil de lo pegada que está. La dejé en agua para que más adelante estuviera más blanda, pero ni con esas... bien, pues al parecer, no sé cómo, me dijeron al día siguiente que había perdido una apuesta porque yo había dicho que la iba a quitar antes de que se levantaran... yo no tengo constancia de ello, y lo achaco a las traducciones simultáneas (ya sabéis: traduttore tradittore...). La apuesta consiste en que me tengo que afeitar... pero yo me resisto porque nunca aposté nada... el caso es que me dicen que no tengo palabra, con lo que tendré que pensar en pagar una apuesta de la que no tengo consciencia... sería mi primera vez, pero siempre hay una primera vez para todo. Je, je... ya veremos...

         Bueno, los planes después de la comida eran ir a Tana a visitar a unas personas de una asociación (gret.org) que van a ver la posibilidad de ayudar con la financiación de los proyectos. Esperábamos noticias de David, y a la una del mediodía nos dice que tenemos que estar en Tana a las dos... hay pocas misiones tan imposibles como esta, ya que solo en llegar se tarda hora y media y, además, estábamos esperando la comida que acabábamos de pedir en el restaurante. Les decimos que no podrá ser, así que llegaremos tarde.

         Al final llegamos a eso de las cuatro de la tarde. Allí nos espera una representante de la ong que tiene los planos que le envié por e-mail. Estudiamos el proyecto y el presupuesto, y no sé muy bien en qué acaba la cosa porque hablan en francés y no me entero de nada. Lo único que sé es que me llamarán con las noticias que sean, así que esperaré.

         Volvemos a casa después, y se pone a llover en un lugar donde no tenemos cobijo ninguno. Tengo miedo porque llevo el ordenador encima y si se moja y se estropea se acabó la comunicación con España... lo protejo como si se tratara de un bebé, pero pronto llega un taxista que está dispuesto a llevarnos a casa. Subimos al taxi, un viejo Renault 5 un poco cascado, pero que es mucho mejor que cualquier paseo bajo la lluvia. El taxista es muy majo. Casi dan ganas de comérselo de lo tierno que es. Se llama Rudolf y precisamente ese día cumple 55 años. Le felicitamos todos y le regalamos un caramelo. El sabe algo en español. Pronuncia muy bien la frase “te quiero mucho”. No sé dónde habrá escuchado esa frase, pero espero que sea en una película... El caso es que es un pobre hombre que lleva trabajando toda la vida y cuida de su coche como si fuera su hijo porque es su medio de vida en una ciudad muy cruel.

         Pasando por el supermercado le decimos que nos pare para hacer la compra porque nos acordamos del color del interior del frigorífico, y hacemos acopio para varios días. El pobre Rudolf nos espera pacientemente mientras yo pienso qué pasará por su cabeza. ¿Se pensará que nos vamos a ir y a dejarle colgado en el aparcamiento del super?. Volvemos y se le ve más aliviado. Nos cuenta un poco de su vida porque en hora y media da tiempo para mucho, y nosotros le contamos también acerca de qué hacemos en Madagascar. Al despedirnos de él en el Centro Salesiano, hago una cosa que estaba esperando hacer, recordando a mi querida M. S., que me dejó una cooperación para ayudar en lo que yo crea más conveniente... y así lo hice. Le hice a Rudolf mi especial regalo de cumpleaños... al igual que en Perú, misión cumplida, pero aún me quedan más.

         En casa, lo primero es hacer una cena con la nueva comida. Hasta el frigorífico se alegró de poder enfriar algo más que a las rejillas de dentro. La cena corrió a cargo de Karima, que nos hizo un delicioso “no sé qué” tunecino que estaba de muerte. Yo hice la ensalada, como siempre, original.
Ya en casa, lo celebramos con una cena
         Nos vamos a la cama porque el martes también hay que trabajar, aunque yo ya sé que me espera una mañana monótona: seguir con mis dibujos.

         Martes por la mañana:

         Es martes de carnaval, aunque no lo sabíamos. Todavía estoy impactado con la noticia que nos ha dado el amigo Ratzinger... Dios sabrá qué hacer, así que hay que estar tranquilos porque ni un pelo de nuestras cabezas aterriza en el suelo sin que Él así lo disponga.

         La mañana, como os conté, relajada y monótona. Lo único que cambia la monotonía es ir a la casa antigua a poner dos lavadoras con la ropa de Remy, de Karima y mía. También tengo que poner las sábanas de mi cama, pues ayer cuando llegué a casa, me dejé la ventana abierta y por la ventana entró tanta agua que la casa estaba casi inundada, y mi cama, justo debajo, era una esponja empapada. Menos mal que Remy se acercó a la antigua casa a por sábanas nuevas y pude dormir seco.

         Una vez de vuelta, hago la comida para Karima y para mí: unas salchichas con vino blanco y sofrito de cebolla que ni te menees... Lo acompaño con una buena tortillita de queso. Después de relamernos los dedos, nos acostamos un rato. Bueno, me acuesto yo porque Karima aprovecha para darle un meneo a la casa y dejarla como los chorros de oro.

         Por la tarde queremos ir a publicar nuestros respectivos blogs, pero llegamos tarde a la cafetería y solo podemos leer algunos correos y subir cuatro fotos al facebook. Luego llegamos a casa a celebrar nuestro particular carnaval. Hemos decidido hacer un concurso de disfraces. El que más feo esté es el ganador y decidirá qué hacen los demás... me da miedo que gane Karima porque la he visto hacer sus “puniciones” a Remy y son de lo más variopintas.

         Nos vestimos como cada uno quiere. Tenemos diez minutos para pensar como nos vestimos y vestirnos. Acabados los diez minutos nos echaremos unas fotos y las subiremos al facebook para que la gente vote quien es el más feo... ya os diré quien gana...







         Cuando terminamos las fotos pensamos que no sirve de nada disfrazarse si no te ve nadie, así que salimos a la calle con la excusa de comprar una coca-cola, y los que están dentro de un pequeño comercio-bar se quedan atónitos al vernos de esta guisa.... creo que nunca antes vieron algo igual. Si ya es raro en Europa, imaginaos en Madagascar... Desde luego, nuestros vecinos ya van sabiendo que no somos precisamente “normales”.

         Y después de todo esto, se acabó el día y el comentario... y el largo capítulo de hoy... Espero que te hayas divertido. Yo lo hice... Dicen que al mal tiempo buena cara. Nosotros ponemos nuestra mejor cara porque para pasarlo mal siempre hay tiempo. Además, mientras uno está ocupado en estas cosas está despreocupado de otras.

         No quiero despedirme sin hacer alusión a lo más importante de mi viaje, porque no quiero que este fin de semana se quede en un solo viaje aventurero... Más bien le doy gracias a Dios por permitirme, una vez más, disfrutar de buenos momentos, con buena gente y con alegría franciscana.

         Me acuerdo mucho de mis amigos y familia... del Centro Juvenil y del convento de Almendralejo, y tengo siempre un recuerdo para ellos, disfrazado o sin disfrazar, ¿ok?... Espero que no se os olvide.

         Mañana es miércoles y ya tengo planeado el día.. espero poder publicar esta entrada. Ya alguno me ha mandado un e-mail para preguntarme si estoy bien porque hace días que no publico, pero la situación aquí ha cambiado y no puedo conectarme cada vez que quiero.

         Un abrazo y me voy a acostar, porque ya me duele la cabeza de tanto escribir.






Y lo mejor de todo: ¡¡Por fín tengo fregona!!
¡¡Hasta mañana!!

2 comentarios:

  1. Buenas tardes Martín,enterito enterito que nos lo hemos leído, jo qué descanso te habrá entrado al terminar de escribirlo.

    Es cierto que a tan lejos de allí las cabezas rulan un poco y nunca se sabe cómo lo estaréis pasando. Nos lo ponéis "bonito" y esperamos que sea así.

    Un fin de semana diferente; lo mejor es que muchas veces las cosas que no se piensan son las que salen y sí son para bien pues mejor que mejor. Te ha servido para desconectar un poco y al retomar pues hacerlo con otro aire.

    Nos muestras en tu blog una realidad tan palpable que parece que no existan cosas bonitas allí, seguro que las habrá y muchas; danos algún día el lujazo de ver algún reportaje fotográfico de esos paisajes para que podamos compartirlo contigo.

    Algún día nos contarás la importancia de la misa, qué te lo ha hecho ver, en fin esas pequeñas cosas que son más que anécdotas y que quizás algunos tengamos casi perdido;me apunto a ello con algún paquete de palomitas jeje.

    No se pierde el espíritu carnavalero ni a miles de kilómetros de distancia, me encanta. Siempre hay que darle una sonrisa al día a día, es una carta de presentación que sin hablar hace casi el mismo efecto que un caramelo.

    Me alegra Martín que hayáis disfrutado estos días que como bien te han dicho tus compañeros, todos los días no se está en Madagascar.

    Un abrazo fuerte.

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  2. Hola amiga "anónima"!!

    Un fin de semana muy diferente, el cambio es para mejor porque pasamos de la miseria de la cárcel y del centro a un lugar más turístico, aunque no lo turístico que resulta el norte del país...

    En el norte hay paisajes maravillosos, pero dudo que pueda visitarlos, así que no creo que pueda mostrarte fotos de esas... ojalá!. En cualquier caso, Antsirabe es muy bonito, pero no en paisajes, sino en ese turismo rural que tanto me gusta... yo lo prefiero, te lo aseguro. En España me pasa lo mismo, siempre he preferido visitar pueblos perdidos en sitios perdidos antes que ir a las playas o las grandes ciudades. Por eso creo que este fin de semana me gustó tanto. Estoy seguro de que muchas personas dirían que no es para tanto, y lo entiendo.

    La realidad es la que es. Te aseguro que no me ahorro nada, ni tampoco he encontrado algo (aún) que pueda alegrar vuestras retinas. Pero lo que no se puede plasmar en el blog es la alegría de esta gente, algo que no concuerda con las imágenes. Aunque no lo creas, esta gente es feliz. No conocen nada mejor y solo el hecho de que pisen un suelo seco en lugar de mojado es para ellos un cambio para bien en su bienestar, y lo celebran... son esas cosas que nosotros nunca entenderemos porque nosotros (me refiero al europeo medio) necesitamos tener buenas veladas nocturnas, fiestas o grandes cenas con los amigos para experimentar ese mismo placer. Es una escala de valores tan distinta que ni podría explicarla ni, aunque la explicara, podría entenderse. Fíjate que un niño puede estar medio desnudo, llorando y metido hasta las rodillas en un charco y con un simple caramelo empieza a pegar brincos de alegría, agarra tu mano y te acompaña a casa. Como seguramente es la primera vez en su vida que alguien le da un caramelo, para él es un fiestón que no se le olvidará. Como comparación te digo que en Europa, la equivalencia sería esta: caramelo = Videojuego

    En cualquier caso, quien no tiene dinero no se preocupa por llegar a fin de mes, ni por hipoteca ni por letras de coche, etc... Nosotros creemos que estamos por encima de ellos porque tenemos de todo, sin embargo, ¿cuántas veces nos quita el sueño saber que estamos atados a un banco por años?... ¿No es culpa nuestra tener más de lo que necesitamos?... Aquí tenemos la prueba de que se puede vivir sin tanto. Sé que muchos pensarán que son países distintos, culturas distintas, etc. Pero yo no digo que la gente vaya en taparrabos por las calles, sino que se puede prescindir de muchas cosas a las que estamos atados... y yo me aplico el cuento también, no sea...

    Bueno, lo de la importancia de la misa me lo reservo para decírtelo en persona... también tengo un podcast que podrá ayudarte a comprenderlo. Pero pasará algo parecido a lo que te decía antes. Es algo que no sé si sabré explicar, porque es algo interno... creo que es un don, no lo sé, que yo nunca tuve y que ahora el Señor me ha dado.

    Con respecto al carnaval no me haces comentario... esperaba que me dijeras lo feo que estoy, pero tú siempre tan correcta... jeje...
    Un besote y seguimos en contacto...

    Es un placer contestarte, casi como pisar suelo seco aquí... y me alegra haber tenido libre la mañana para poder hacerlo.

    Un abrazo!!

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