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Asómate a la ventana y mira, escucha, habla...y comparte conmigo tus impresiones.

"Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho..."

Un gran Santo, el más pobre en lo material, pero el más rico en lo espiritual dijo en su lecho de muerte: "Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho...". Ese gran Santo era Francisco, y si él dijo no haber hecho nada, ¿que hemos hecho nosotros? Empecemos a hacer algo para cambiar el mundo, ¿no os parece?

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domingo, 16 de agosto de 2020

Querido seminarista...

.. puede que un día seas ordenado sacerdote. Pues bien, si Dios quiere que ese día llegue finalmente, tendrás a tu cargo una comunidad, o dos, o incluso más. Puede que te pongan al frente de una o varias parroquias, que te ocupes de alguna delegación de la Diócesis, que ostentes un cargo en el obispado, que seas consiliario de algún movimiento o grupo de oración, o incluso formador del Seminario. Pues bien, el día que eso ocurra, si es que Dios así lo quiere, no olvides nunca algo fundamental: que tienes a tu cargo personas, con nombres y apellidos, no miembros de un colectivo, no números, sino personas con un pasado y un presente, con sentimientos y esperanzas. Por eso, no hagas de sus vidas una Cuaresma sin Pascua, no seas para ellos un mal recuerdo en el futuro. Y no olvides nunca que, un día, tú mismo fuiste alumno y seminarista.  

No pretendas estar siempre a la cabeza del rebaño. Has de ir delante para dirigir, detrás para vigilar y en medio para acompañar. Por eso, deja de lado el dedo acusador, de modo que tu predicación no sean siempre palabras en segunda persona. Antes bien, inclúyete a ti mismo en ella, habla más de «nosotros» que de «tú» o «vosotros» para que tu predicación sea constructiva, no destructiva, y para hacer sentir a los demás que te sientes parte del grupo, no superior a él. Porque se corrige más con cariño que con amenazas.

No te creas mejor que nadie, porque no lo eres. Elogia a tus oyentes, y dedícales buenas palabras. Luego, corrígelos si es necesario, pero desde la caridad, cara a cara, en privado y situándote a su mismo nivel, no en un plano de superioridad moral. Y, sobre todo, huye de la enseñanza a base de castigos. Porque a los ojos de Dios, no existen rangos ni clases.

No idolatres aspectos secundarios en la vida del creyente, como es el caso de la obediencia. Porque la obediencia ni es santa ni es objeto de culto. Es una virtud importante, sí, pero no la más importante, ni siquiera de las principales. Antes que ella están el amor, la veracidad, el culto a Dios, la limosna, la entrega, la solidaridad, la amistad, la generosidad, la santidad, la alegría de saberse cristiano, el servicio, la humildad, la oración, la laboriosidad, la esperanza, la justicia, la compasión, el compartir, la misericordia, la fidelidad a la vocación, el respeto a los demás y tantas y tantas cosas… Y antes incluso que todo esto está Cristo. Por eso, pon cada cosa en su lugar, por su orden de importancia. Inculca los aspectos principales en la vida del creyente y, cuando lo hagas, sigue con los secundarios. Porque, cuando las cosas principales ocupan el puesto que les corresponde, las secundarias vienen solas, sin necesidad de imponerlas por la fuerza. Porque la obediencia, cuando se idolatra, cuando se aplica a golpe de martillo, se convierte en tiranía que aleja de Dios. Por eso, si tienes que excederte en algo, que sea en misericordia, caridad y, por supuesto, buen humor. Todo lo demás vendrá por añadidura. Y, por supuesto, no obligues jamás a la obediencia sobre aspectos del fuero interno de las personas, pues te estarás entrometiendo en lo más sagrado de ellas. No tienes derecho a hacer tal cosa, porque el fuero interno de cada persona es para ti un espacio vetado. 

Recuerda siempre que tu misión es ser guía espiritual, no encauzar pensamientos ni dirigirlos hacia fines corporales o ideológicos. Cuida de las almas del rebaño que se te ha encomendado, pero deja que sea el rebaño quien cuide de su propia corporalidad e ideología. Porque tu función no ha de ser doblegar voluntades, sino conducir corazones, enseñar y mostrar a quien no lo conoce el camino del Evangelio

No tomes decisiones a golpe de venganza, ni mucho menos de amenaza, pues estas no sirven para educar, sino que son herramientas destructivas que no solo destruirán a tu pupilo, sino también a ti. La mano dura y los castigos pueriles pertenecen a épocas ya caducas; la disciplina férrea también. Precisamente esas épocas pasadas son las que más facturas se han cobrado en lo que se refiere a la fama, los abandonos, la falta de vocaciones y muchas críticas fundadas vertidas sobre la Iglesia. Recuerda siempre que para mandar con eficacia, no basta solo con el poder. Hace falta aplicarlo con caridad y respeto, pero, sobre todo, hay que aplicarlo con autoridad, no con autoritarismo. Esta es la gran diferencia entre la jerarquía en la Iglesia y la del mundo secular. Porque todo gobernante que no respeta sus propias leyes y órdenes, creyendo que por su autoridad puede permitirse el lujo de no cumplirlas, termina por hacerlas injustas, corrompiendo así su propia autoridad. La verdadera autoridad hace crecer, mientras que el autoritarismo y el sometimiento no. Y es que las leyes y órdenes injustas en el seno de la Iglesia no son ya propiamente leyes ni órdenes, pues no están ungidas por la caridad, que es nuestra norma suprema. Es por ello que estas leyes y órdenes injustas no obligan de por sí en conciencia. No quitemos nunca al cristiano su derecho a rebelarse ante las leyes injustas.      

Si algún día tienes un cargo de responsabilidad y poder en la Iglesia, recuerda que no todo en la vida es obligatorio o está prohibido, que hay colores grises entre el blanco y el negro. Aprende a escuchar y cuenta con la opinión de los demás. La diferencia entre el ejército y la Iglesia está en que en ésta deben prevalecer siempre la caridad y la misericordia que emanan del Evangelio. Por eso, que tu mandato no sea rígido, sino flexible. Y la flexibilidad en la escala jerárquica subyace en la comprensión, en tener en cuenta la opinión de los demás, en saberse poner en el lugar del otro y, sobre todo, en mantener el justo equilibrio entre disciplina y caridad.     

No conviertas jamás la Eucaristía celebrada en plataforma desde la que dirigirte para reñir a tus oyentes, pues para esto hay muchos otros espacios y momentos. Porque la Eucaristía no está para ser utilizada a tu conveniencia. Por eso, si tienes que interponer la Eucaristía entre tú y tus oyentes, que no sea para utilizarla como arma arrojadiza, sino para para aumentar en ellos las ganas de mejorar. Porque lo correcto siempre es adular en público y corregir en privado, no uses la Eucaristía como plataforma para quedarte a gusto ante un público que solo puede escuchar y no opinar. Porque eso no es conversación, no es diálogo, sino un triste monólogo vacío de sentido, pues su fin no es edificante. Mucho menos interpongas a Jesús Eucaristía entre tú y el pueblo para enviarles mensajes ocultos y subliminales, porque en ese caso estarás utilizando al Señor con fines oscuros poco adecuados a tu estado de consagrado. Sé directo cuando tienes que serlo y calla todo aquello que pueda ser malinterpretado o que pueda no ser captado por la persona a la que se lo diriges. No seas nunca ambiguo, sino claro y directo. Quien actúa así no puede estar habitado por el Espíritu Santo, porque el Espíritu Santo es siempre cristalino, transparente y no se deleita con las palabras hirientes. Es otro espíritu el que obra así…

Trata a todos por igual, no hagas acepción de personas. Recuerda que un día te enseñaron que, en la Iglesia, cuanto mayor es el rango que se ostenta, mayor es el servicio que se ha de prestar, la humildad con la que hay que actuar, el ejemplo que hay que dar y la caridad que hay que practicar. Recuerda siempre que Jesús, siendo Dios, lavó los pies de sus discípulos. Por eso, trata de hacer de la disciplina un espacio para vivir el cielo en la tierra, no para hacer de la vida de tus pupilos un infierno. Procura hacerles más fácil el ya difícil camino de seguimiento de Cristo, de modo que no se convierta en un camino tortuoso que invite a abandonar. Enséñales a sortear obstáculos apoyándose en la oración y en la fe, pero no te conviertas tú en una prueba de fe para sus vidas, porque las pruebas ya vendrán solas en la vida de cada uno. Por eso, no añadas dolor al dolor, sino procura siempre dar las herramientas para soportarlo mejor. Ese, y no otro, es tu trabajo.     

Haz del ejemplo tu bandera y no corrijas severamente ni aplicando el «rodillo» apisonador que te confiere tu posición jerárquica, sino la corrección fraterna y la misericordia. No olvides nunca que vives en el siglo XXI, por lo que, ni debes enseñar a tus pupilos con palabras preconciliares ni puedes ser motivo de escándalo por predicar una cosa mientras tú haces la contraria. Recuerda siempre que muchos no leerán más Evangelio que el de tu propia vida, por lo que tu propia vida debe estar en consonancia con tu predicación. Hoy la sociedad necesita, más que nunca, de testigos creíbles, testigos que no solo prediquen palabras bonitas, sino que se las crean y las practiquen. Por eso, no lleves al cielo a tus oyentes con tus palabras para luego dejarlos caer desde las alturas con tus ejemplos. Sé siempre un hombre íntegro, practica el Evangelio y demuéstralo con tus actos, no con tus palabras y golpes de pecho. Ten presente que todos somos pecadores y que, aunque para corregir no es necesario ser perfecto, para reprender no hay que tener vicios.

Para ser verdadera levadura que fermenta la masa en nuestra sociedad has de ser capaz de contextualizar tu propia vida en los tiempos y circunstancias actuales, no exigir de los demás que vuelvan atrás en el tiempo para ajustarse a ideologías pasadas y modos de vivir la religión que repelen más que atraen. Renuévate por dentro constantemente, deja al Espíritu Santo entrar en ti, porque solo Él sana los corazones duros, la rigidez, el rigorismo religioso y los escrúpulos enfermizos. Ojalá tengas esto siempre bien presente, ya que tu vida sacerdotal dependerá en buena medida de ello, porque de los corazones duros no salen palabras de aliento y consuelo, sino siempre correcciones y regañinas. Como dice el papa Francisco, la rigidez de corazón no solo nos quita la libertad que nos proporciona la gratuidad de sabernos salvados por Cristo, sino que no deja que el Espíritu Santo habite en nosotros. Por eso, en tus manos está acercarte a los jóvenes desde la frescura de un Evangelio que renueva o desde preceptos y mandatos de una ley que obliga.   

Recuerda siempre que eres un constructor de paz, por lo que tus palabras no deben sembrar jamás división ni odio en el corazón de tus oyentes. Ten en cuenta que la Palabra de Dios ha de ser siempre herramienta para la conversión de los corazones, no arma para destrozarlos. No utilices nunca la Palabra de Dios a tu conveniencia, ni siquiera para consolidar o dar fuerza a tus argumentos, porque la Palabra de Dios no se funda en tus pensamientos, sino que son tus pensamientos los que han de fundarse en la Palabra de Dios.  

No pretendas estar al frente de todo y abarcar mucho, porque apretarás poco y te quedará muy poco tiempo para preparar tu corazón, convirtiéndote así en un funcionario de la Iglesia con una constante agenda que cumplir. Por eso, no te perpetúes en tus cargos y pide el traslado cuando veas que la comodidad se ha instalado en tu corazón. Sé Iglesia en salida, pero de la de verdad, no de la que se queda en las palabras. No hables de ser esa Iglesia en salida si tú te perpetúas en tus cargos porque estás muy cómodo en ellos, porque te barren, te friegan, te lavan, te planchan... Deja que entre el aire fresco en tu vida de vez en cuando, pero, sobre todo, deja que ese aire fresco entre en la vida de los demás, de quienes tienes por debajo de ti, cosa que no ocurrirá si pretendes ocupar eternamente los puestos más privilegiados.  

Actúa siempre aspirando a que tus pupilos no puedan decir nunca que han prosperado en la vida a pesar de ti, sino gracias a ti, de modo que te recuerden con cariño porque practicaste con ellos el Evangelio, y no con rencor o como un obstáculo en sus vidas.

Recuerda también que a Jesús no se le encuentra en los primeros puestos, sino que siempre está en el último. Por eso, no te engrías, no presumas, no te enorgullezcas y no exijas lo que tú mismo no eres capaz de cumplir, sino solo aquello en lo que tú mismo seas una persona modélica. Aprende a escuchar, pero sobre todo, a interpretar los signos de tu entorno y de tu tiempo. ¿Quieres formar? Pues fórmate tú primero, porque un ciego no podrá jamás ser guía de otro ciego.

No trates de fabricar copias tuyas cuando ostentes un cargo de responsabilidad, poniéndote tú a la vista de los demás como modelo. Cada vocación es distinta porque así lo ha querido Dios. Antes bien, aprende a descubrir las capacidades y dones de cada uno de tus pupilos para fomentarlas y ayudarles a desarrollarlas para mayor gloria de Dios. Ten siempre presente un principio fundamental en el trato con ellos: que tan injusto es tratar de modo diferente a dos personas iguales, como lo es tratar igual a dos personas diferentes. Porque al final de la vida no te van a preguntar cuántas copias tuyas has realizado, cuántas mentes has cambiado, cuántas vidas has modelado y cuantas voluntades doblegado, sino que al final de la vida nos examinarán a todos del amor. 

Que tu vida sacerdotal no sea una pretensión de escalar posiciones y que tu máximo interés no sea llegar a ser Obispo. No olvides nunca de que, si llegaste hasta donde has llegado, fue gracias a alguien que se quedó abajo para verte o ayudarte a subir. Ni olvides tampoco que los cargos no se consiguen, sino que llegan; que no se buscan, sino que se encuentran. Así, cuando un cargo recaiga en otro, no te roerá la envidia ni tu alma sufrirá, porque lo esperabas para ti. Ni tampoco creas que los cargos son premios. Al contrario, debes saber desde el principio que los cargos son cargas, y que el mejor servicio que puedes hacer a la Iglesia es desempeñarlos lo mejor posible y para el bien de los demás,no para el tuyo propio. 

No saques conclusiones precipitadas y, antes de juzgar, siempre piénsalo dos veces. Recuerda que tendrás poder, por eso debes ser cauteloso y aplicarlo con sabiduría. Por eso decía san Ignacio de Loyola: «en tiempos de crisis no hagas mudanza», sabio consejo que más de una vez, si hacemos caso de él, nos ayudará a seguir adelante, a no tirar la toalla.

Ten siempre bien presente que, aunque el respeto es algo que todos merecemos, hay que ganarlo, no exigirlo. Por eso, si tu obrar se sustenta en el derecho y en la jerarquía, por mucha razón que tengas, no habrás entendido nada. Parafraseando a Miguel de Unamuno, vencerás, porque tienes de tu lado el poder, pero no convencerás, porque no lo usas con justicia. Por eso, si un día tienes que expulsar a alguien de tu entorno, recuerda siempre que la expulsión no es un fracaso del pupilo, sino del maestro, que no supo inculcarle lo que le después le iba a pedir. Y, por supuesto, no concentres todo el poder en tu persona, sino repártelo con tus compañeros, déjate aconsejar por un Director Espiritual y no niegues nunca a nadie su derecho a la legítima defensa cuando tengas que adoptar posturas tajantes o impartir justicia. Porque si le niegas ese derecho fundamental, más que un formador serás un dictador. 

¿Quieres predicar la puntualidad? No llegues tarde. ¿Quieres predicar la organización de vida? No te pases tu vida improvisando y corriendo de acá para allá. ¿Quieres predicar la humildad? Practícala tú primero. ¿Quieres predicar sobre la importancia de la oración? No la fuerces, no hagas de ella algo obligatorio. Si tu predicación no va a construir, mejor cállate, porque el Evangelio no está para reprender, sino para enseñar, no está para obligar, sino para exhortar. ¿Quieres construir Iglesia? Deja de lado el rigorismo y los escrúpulos. ¿Quieres formar comunidad? Deja que la comunidad tenga algo que decir al respecto y que participe en su propia construcción, respeta su opinión y no coartes jamás su libertad. 

Pues bien, queridos seminaristas. Os animo a seguir vuestro camino de seguimiento y configuración con Cristo y a que no tiréis nunca la toalla en vuestro seguimiento a Cristo, ya que no hay nada más importante en la vida. Si Dios quiere que un día seáis sacerdotes, no habrá obstáculo en el mundo capaz de impedirlo. Recordad siempre que, afortunadamente, en la Iglesia no todo es mal ejemplo e incoherencia, sino que la tónica dominante, a nivel general, es bien distinta. Por eso, quédate con los buenos ejemplos de los grandes santos que nos rodean cada día que pasa y que inundan a raudales nuestras diócesis. Localiza y evita siempre los malos comportamientos y errores de aquellos que, por una u otra razón, se han apartado de los caminos que conducen al Señor. Y, antes que guardarles rencor, reza siempre por ellos y por su conversión, pues ellos mismos son las verdaderas víctimas de sus errores. De lo contrario, tú también serás una víctima de ellos. Sea como sea, saca siempre lo mejor de todos los ejemplos que veas para que, un día, tú seas ejemplo para los demás y ofrezcas siempre al mundo la mejor versión de ti mismo


Martín Bermejo

lunes, 11 de mayo de 2020

La Eucaristía y el Covid-19: una mezcla peligrosa


En este mes de mayo comienzan a celebrarse las tan solicitadas como esperadas misas diarias en nuestras parroquias. La medidas de la Conferencia Episcopal se han sumado a las del gobierno, complemetándolas y animando a los fieles a celebrar el Sacramento de la Eucaristía bajo la observancia de una serie de requisitos mínimos a cumplir por los fieles.
Diversas cuestiones se suscitan a tenor de esta decisión: ¿es acertado abrir los templos al público cuando aún no está erradicada la pandemia?, ¿no es arriesgado, sobre todo si tenemos en cuenta que la práctica totalidad del aforo que suele nutrir nuestros templos es personal de riesgo por su elevada edad media?, ¿merece la pena abrir los templos teniendo que tomar tantas medidas de seguridad?, ¿tiene más valor la misa cuando se celebra en el templo?, ¿no debería la Iglesia desmarcarse de lo que proponga el gobierno y actuar con más cautela que éste?, ¿debe la Conferencia Episcopal ceder ante las presiones de muchas personas que quieren «Eucaristía ya»?
Lo que está claro es que la decisión de reabrir los templos al público, cuanto menos, será polémica, por muchas medidas higiénicas y de control que se tomen. Precisamente el simple hecho de tener que tomarse tantas medidas restrictivas, higiénicas, de control y de seguridad de todo tipo es óbice para, por lo menos, plantearse si de verdad merece la pena correr el riesgo de ser participes en la que, Dios no lo quiera, podría ser una nueva propagación del virus por toda España.
Si se abren los templos al público sin eliminar la prórroga de la dispensa del precepto dominical será porque la Conferencia Episcopal sabe perfectamente que muchas personas seguirán sin salir de casa por miedo. Entonces, si se reabren los templos, ¿por qué no se elimina esta dispensa? Porque la propia Conferencia ha propuesto «aumentar el número de celebraciones cuando haya mayor afluencia de fieles» para evitar aglomeraciones. ¿Por qué, entonces, no suprimir la dispensa dominical? ¿No será porque se sabe que la seguridad no está plenamente garantizada? Y si no está plenamente garantizada, ¿es responsable abrir los templos? ¿De verdad creemos que por el simple hecho de limitar el aforo o por usar mascarillas y gel vamos a evitar el contagio en todas y cada una de las personas que asistan a misa? Porque una sola persona que se contagie, una sola, puede volver a desencadenar la tragedia. Recordemos que hay países que han tenido un «paciente cero», esto es, una persona que, ella sola, ha terminado contagiando al país entero. Si esto ocurre, puede que después nos tachen de irresponsables, porque, la Iglesia debería decantarse siempre por opciones más prudentes aún que aquellas a las que el gobierno nos insta, aunque solo sea por aquello de dar ejemplo.   
Uso de mascarillas, pilas de agua bendita vacías, puertas abiertas para que no haya que tocarlas, colocación especial de los fieles, filas de comunión distanciadas, geles desinfectantes por aquí y por allá, evitar los coros y las hojas informativas y con cantos, que la cesta de la colecta esté aparte y no pase entre los bancos, que los objetos litúrgicos se cubran con paños y palias, que el sacerdote se desinfecte las manos, que se evite decir «el Cuerpo de Cristo» y la respuesta «Amén» de manera individualizada, etc., son algunas de las normas que habremos de cumplir si asistimos a la Eucaristía en el templo. Cabe preguntarse: ¿de verdad merece la pena ser tan escrupuloso cuando la verdadera medida que evitaría todo contagio sería la que ya venimos haciendo, que no es otra que celebrar la Eucaristía por televisión y comulgar sacramentalmente? Porque ambas cosas legítimas y totalmente válidas.
Porque, reconozcámoslo, en todas estas medidas tan calculadas hay muchas fallas. Por ejemplo, ¿de qué vale tapar los vasos sagrados con una palia si esa palia la usan varios sacerdotes y uno puede contagiar a otro al tocarla?, ¿cambiaremos también los corporales a diario y usará cada sacerdote el suyo, o se compartirán?, ¿los sacerdotes tendrán sus propias casullas, albas y estolas, o las compartirán?, ¿el mantel del altar se cambiará y desinfectará cada día?, ¿el Misal que el sacerdote maneja manualmente será compartido o cada sacerdote tendrá el suyo?, ¿los objetos de la sacristía se van a desinfectar individualmente en sacristías compartidas por varios sacerdotes? Y así surgen mil preguntas. Pero la que más sorprende es que, a pesar de tantas medidas de seguridad, a pesar de no querer ser foco de contagio y transmisión del Covid-19, resulta que sobre la comunión en la mano o en la boca, la Conferencia Episcopal no dice absolutamente nada. Parece increíble que el aspecto más controvertido, el que de verdad importa a la gente, ni siquiera es tratado. Y uno no puede más que quedarse perplejo al comprobar que pareciera que nuestra jerarquía prefiere no "mojarse" en un tema tan controvertido, ya que son muchas las personas que se niegan a comulgar en la mano porque lo consideran indigno (como si la boca lo fuera más). Así que, en el estado actual de cosas, puedes ir a misa, entrar sin tocar la puerta, sentarte a más de dos metros del fiel más cercano, no tener contacto con nada ni con nadie, desinfectarte las manos, usar mascarilla, recibir la comunión por parte de un sacerdote que se desinfecta las manos y que protege las Sagradas Formas hasta la Comunión, pero resulta que luego vas a comulgar y te infectas porque el sacerdote tiene que dar la comunión en la boca a los numerosos fieles que, ni siquiera en tiempos de coronavirus, pueden dejar de creer que comulgar en la mano es un sacrilegio.
Es increíble, sobre todo cuando comprobamos que otros sectores sociales, estamentos e instituciones laicos nos dan ejemplo y deciden abrir sus puertas cuando el riesgo de contagio sea nulo. Así se lucha contra la pandemia. Nosotros, en cambio, seremos unos cristianos buenísimos porque al fin celebramos la ansiada Eucaristía, que es lo que nos importa. Y queremos ser ejemplo... Alabamos a Dos y le rendimos culto, aun a riesgo de nuestras propias vidas y de las demás. ¡Eso es creer! ¡Eso es practicar! 


miércoles, 8 de abril de 2020

VIA CRUCIS DEL CORONAVIRUS


VIA CRUCIS DEL CORONAVIRUS


Por la señal de la Santa Cruz...

Señor mío Jesucristo...

Monición inicial: Con la celebración del Vía Crucis, los cristianos no recordamos simplemente el camino que recorrió Jesús hasta el lugar del suplicio. Además de eso, creemos que cada uno de sus pasos, gestos y palabras, así como los de aquellos que formaron parte de este drama, nos hablan continua y directamente al corazón, de modo que la Pasión, muerte y resurrección de Jesús nos revelan no solo la verdad sobre Dios, sino también el sentido de nuestra vida.
Reflexionemos con particular intensidad sobre el contenido de aquellos acontecimientos para que nos hablen a la mente y al corazón en el día de hoy, haciéndonos conscientes de nuestra responsabilidad en estos momentos tan especiales de crisis sanitaria que el mundo entero está atravesando y siendo partícipes del cambio que este mundo necesita mediante nuestra entrega, ejemplo y oración. Y porque nuestro «participar» significa tener y tomar parte en la Cruz de Cristo, aprendamos también nosotros a cargar nuestras propias cruces, especialmente ahora, en las circunstancias actuales de dolor que nos ha tocado vivir. Caminemos en esta peregrinación que es la vida, imitando a aquel que «soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios» (Hb 12, 2).

Silencio y oración (de san Juan Pablo II)

Señor Jesús, te pedimos que inundes nuestros corazones con la luz de tu Santo Espíritu para que, siguiéndote en tu último camino hacia el Calvario, seamos conscientes de cuál es el precio de nuestra redención y dignos de participar en los frutos de tu pasión, muerte y resurrección. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.


Primera Estación: JESÚS ES CONDENADO A MUERTE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

«¡Reo es de muerte!», dijeron los miembros del Sanedrín. Y como no tenían poder para ejecutar a nadie, lo llevaron de la casa de Caifás al Pretorio. Pilato no encontraba razones para condenar a Jesús, e incluso trató de liberarlo, pero ante la presión amenazante del pueblo e instigado por sus jefes, que gritaban: «¡Crucifícalo, crucifícalo! ¡Si sueltas a ése, no eres amigo del César!», pronunció la sentencia que le reclamaban y les entregó a Jesús, después de azotarlo, para que fuera crucificado.

El evangelista san Juan nos dice que María estaba junto a Jesús, al pie de la cruz. Y hemos de suponer que también estuvo muy cerca de su Hijo a lo largo de todo el Vía Crucis. La cercanía de una madre es la muestra de amor más clara que los hombres podemos percibir con nuestros sentidos. Una cercanía que no tiene fin, que dura lo que dura la vida y que es una analogía evidente del amor que Dios tiene por sus hijos, aunque a veces nos cueste notarlo, como en estos momentos en los que la enfermedad azota al planeta entero.

Que el Señor nos conceda que nuestra confianza no decaiga y seamos conscientes de que, como María al pie de la cruz, Dios permanece junto a cada uno de nosotros y no nos abandona jamás, sino que se hace presente en el personal sanitario, en los que están en «primera línea de batalla», desde el policía que vela por nuestra seguridad en las calles hasta el repartidor o el basurero que hacen que nuestra vida sea más fácil.  

Padrenuestro.
Señor, pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto: Caminaré en presencia del Señor (2 veces)


Segunda Estación: JESÚS CARGA CON LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Condenado a muerte, Jesús quedó en manos de los soldados del procurador, que lo llevaron consigo al Pretorio y, reunida la tropa, hicieron mofa de él. Llegada la hora, le quitaron el manto púrpura con que lo habían vestido para la burla, le pusieron de nuevo sus ropas, le cargaron la cruz en que había de morir y salieron camino del Calvario para crucificarlo.

El peso de la cruz es excesivo para las mermadas fuerzas de Jesús, el cual se ve reducido a una simple marioneta para el disfrute de la plebe y de sus enemigos. Sin embargo, Jesús se abraza con fuerza a la cruz para cumplir hasta el final la voluntad del Padre. Se convierte así en un ejemplo de incalculable valor para nosotros, en modelo de humildad y entrega, en espejo en el que mirarnos cuando, ante los azotes de la vida, nos doblamos como juncos. Pero Él nos dice constantemente: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada día, y sígame». Y con estas palabras nos anima a seguirle e imitarle, nos da fuerza en los momentos de debilidad y nos conforta en la tribulación.

Que el Señor nos ilumine para que, en estos momentos de crisis sanitaria, miremos a la cruz de Cristo para encontrar en ella nuestra fuerza y nuestro consuelo, pidiendo al crucificado que sea también fuerza y consuelo para aquellos a quienes la crisis del coronavirus ha azotado con más fuerza: los fallecidos, los enfermos y sus familias. 

Padrenuestro.
Señor, pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto: Perdona a tu pueblo Señor, perdona a tu pueblo, perdónale Señor.


Tercera Estación: JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Nuestro Salvador y Señor Jesucristo, agotadas ya las fuerzas por la sangre perdida en la flagelación, debilitado por la crueldad de los sufrimientos físicos y morales que le infligieron aquella noche, en ayunas y sin haber dormido, apenas pudo dar algunos pasos y pronto cayó bajo el peso de la cruz. A la caída se sucedieron golpes e imprecaciones de los soldados, así como risas y expectación por parte del público. Jesús, con toda la fuerza de su voluntad y mucho esfuerzo, logró levantarse para seguir su camino.

Isaías había profetizado de Jesús: «Eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba». El peso de la cruz nos hace tomar conciencia del peso de nuestros pecados e infidelidades. ¿Cuántas de estas ingratitudes mías están figuradas en ese madero? Cuando vivimos la vida de espaldas al pueblo que sufre, cuando apartamos nuestra vista del pobre y del enfermo, cuando preferimos satisfacer nuestros propios deseos y comodidades a sabiendas de que muchos no tienen ni tendrán jamás las cosas que nosotros poseemos y las oportunidades de las que nosotros gozamos, ¿no estamos cargando más y más de peso la cruz de Jesús? Sin embargo, ¡es tan poco lo que Él nos pide!: simplemente un poquito de nuestro tiempo para orar por los enfermos, por los que sufren y por los que no tienen la dicha de conocerle.

Que el Señor nos conceda el don de la oración, una oración sincera que, en estos momentos tan difíciles, se vuelque totalmente hacia aquellos que, como Jesús camino del Calvario, están soportando todo el peso de la crisis sanitaria que nos asola, para que el Señor les conceda la fortaleza y la templanza necesarias para llevar los pasos de nuestra sociedad hacia buen término.

Padrenuestro.
Señor, pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto: Cristo te necesita para amar, para amar.
Cristo te necesita para amar  (2 veces) 


Cuarta Estación: JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

En su camino hacia el Calvario, Jesús va envuelto por una multitud de soldados, jefes judíos y pueblo en general, entre los que, sin duda, se encontraba también gente de buenos sentimientos. Y entre todos ellos está María, que no aparta la vista de su Hijo, quien, a su vez, la ha visto entre la muchedumbre. Y sus miradas se encuentran: la de la Madre, que ve a su Hijo destrozado; la de Jesús que ve a su Madre triste y afligida. Y en cada uno de ellos el dolor se hace mayor al contemplar el dolor del otro, a la vez que ambos se sienten consolados y confortados por el amor que se transmiten.

Nos es fácil adivinar lo que padecerían Jesús y María en semejantes circunstancias. Esta es, sin duda, una de las escenas más emotivas del Vía Crucis, porque aquí se añaden al cúmulo de dolores ya presentes el dolor compartido por una madre que ve sufrir a su hijo y un hijo que palpa el dolor de su madre, sin que ambos puedan hacer nada para aliviar ese sufrimiento. Sabiendo que el amor de una madre no tiene límites y que sería capaz de cualquier cosa con tal de aliviar el sufrimiento de su hijo, comprendemos mejor la misión corredentora de María, misión que va asumiendo en el acompañamiento a Jesús en su sacrificio. Y podemos imaginar el olvido de sí de Jesús en ese momento en que se entrecruza su mirada con la de su madre. A buen seguro entenderemos cómo el dolor de las múltiples laceraciones, golpes y magulladuras que se habían posado sobre su maltrecho cuerpo pasarían desapercibidas en el instante que duró esa mirada, instante en el que debió de parecer que el mundo entero se paraba.
Que el Señor nos conceda tener sentimientos de compasión y de dolor compartido frente al drama del hermano que sufre a causa de la epidemia del coronavirus, sobre todo de aquellos a quienes, además, esta sociedad hiere con dureza por ser pobres. Ellos nos miran como esperando de nosotros que les devolvamos una mirada cómplice en la que les digamos: aquí estoy. Que nuestra oración sirva de consuelo para esos hermanos heridos de muerte.  

Padrenuestro.
Señor, pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto: Mientras recorres la vida, tú nunca solo estás.
Contigo por el camino, Santa María va.
Ven con nosotros a caminar, Santa María ven.
Ven con nosotros a caminar, Santa María ven.

Quinta Estación: JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRENEO

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Tras la primera caída de Jesús, se puso de manifiesto su agotamiento. Temerosos de que la víctima sucumbiese antes de hora, los soldados pensaron en buscarle un sustituto. Entonces, un centurión obligó a uno que pasaba por allí, un tal Simón de Cirene, a que tomara la cruz sobre sus hombros y siguiera a Jesús. Tal vez Simón tomó la cruz de mala gana y a la fuerza, pero luego, movido por el ejemplo de Cristo y tocado por la gracia, la abrazó con resignación y amor, siendo para él y sus hijos el origen de su conversión.

El Cireneo es el primer imitador de Cristo, pues toma sobre sus hombros la cruz y, sintiendo su peso, le sigue. ¡Qué gran imagen cuando se contempla con los ojos despiertos! El ejemplo de Simón nos invita a ser también nosotros portadores de nuestras propias cargas, y no solo de las nuestras, sino también las de los más débiles, las de quienes sufren. Porque en los que más sufren se manifiesta con más claridad Jesús que, cargado con la cruz, precisa de nuestra ayuda.

Que el Señor nos conceda la gracia de no pasar por alto la voz del que clama, para que lo veamos siempre reflejado en el rostro de los que más sufren, especialmente en todos los afectados por la epidemia del coronavirus, para que nuestra oración sea más y más abundante, de modo que se convierta en nuestra mejor arma para participar en la lucha desde la retaguardia y sirva de aliento y sustento espiritual para toda esa buena gente que está soportando tan valientemente el peso de esta batalla en primera línea.    

Padrenuestro.
Señor, pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto: Mi alma espera en el Señor. Mi alma espera en su Palabra.
Mi alma aguarda al Señor, porque en Él está la salvación.


Sexta Estación: LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Dice el profeta Isaías: «No tenía apariencia ni presencia. Desecho de hombres, varón de dolores, como uno ante quien se oculta el rostro y despreciable, no lo tuvimos en cuenta». ¿No es, acaso, la descripción profética de Jesús camino del Calvario? Pero una mujer del pueblo, llamada Verónica, se abrió paso entre la muchedumbre llevando un lienzo con el que limpió el rostro de Jesús. El Señor, como respuesta de gratitud, dejó grabada en él su Santa Faz.

A poco que seamos observadores, podremos descubrir el rostro de Cristo grabado a fuego, no en un paño de lino, sino en tantos hermanos que nos rodean y que comparten la Pasión del Señor, cada uno a su modo. Las mujeres, una vez más, nos dan siempre las mejores muestras de piedad. Nadie como una mujer para darse cuenta de qué hace falta en cada momento. Jesús tiene la cara cubierta de sangre, sudor y lágrimas que le dificultan la visión. El sabor salado de su propio sudor va entrando por la comisura de sus labios, mezclado con el agrio de su propia sangre. Ese extraño sabor, desconocido hasta entonces, le hace entender gravemente que su fin está cerca, que el fin de su vida terrena está a punto de llegar.

Que el Señor nos dé la gracia de estar siempre atentos al dolor del hermano, de modo que nunca pase desapercibido ante nosotros. Que nos conceda la dicha de no ser tardos en prestar ayuda al necesitado, aunque los escrúpulos a veces nos impidan acercarnos al que suda o sangra. Eso es lo que están haciendo miles y miles de médicos y sanitarios de todo el mundo ante las cantidades ingentes de enfermos que les llegan en masa, aun a pesar de ser focos de contagio de esta enfermedad del coronavirus. Que, como la Verónica, no dudemos en prestar nuestra atención y de ofrecer nuestra oración sin pararnos a pensar en las consecuencias que ello nos pueda traer. 

Padrenuestro.
Señor, pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto: Danos un corazón grande para amar.
Danos un corazón fuerte para luchar

  
Séptima Estación: JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Tomando de nuevo la cruz, Jesús la llevó a cuestas por una calle que daba a una de las puertas de la ciudad. Pero extenuado, ya sin fuerzas, cayó por segunda vez bajo el peso de la cruz. Faltaba poco para llegar al sitio en que tenía que ser crucificado. Sin embargo, empeñado en llevar a cabo hasta el final los planes de Dios, logró reunir fuerzas, levantarse y proseguir su camino.

Nada tiene de extraño que Jesús cayera de nuevo, pues su estado era terrible. Pero, a pesar de lo frágil de la condición humana, no han de desmoralizarnos las flaquezas ni las caídas cuando seguimos a Cristo, por pesada que sea nuestra cruz. Jesús, por los suelos una vez más, ni se rinde ni abandona sin llevar hasta las últimas consecuencias su cometido. Nos está diciendo así que, para Él, lo verdaderamente grave no es el caer, sino el no levantarse.
Que el Señor nos ayude a reparar en cuántas son las personas que se sienten derrotadas y sin ánimo para reemprender el seguimiento de Cristo, para que nuestra actitud ante los problemas de los demás sea la de tender una mano amiga que ayude a salir de la postración. Esas personas son las que están atravesando ahora mismo la enfermedad del coronavirus, así como sus familiares, muchos de los cuales se sienten agotados, sin ganas ni fuerzas de continuar porque ni siquiera pueden estar ahí para tender la mano a su propia familia por el grave peligro de contagio. Que nos ayude también a levantarnos cuando seamos nosotros esas personas sin ánimo ni fuerzas que no desean continuar cargando la propia cruz porque creen que ya nada merece la pena. 

Padrenuestro.
Señor, pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto: Sí, me levantaré. Volveré junto a mi Padre (2 veces)


Octava Estación: JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Dice san Lucas que a Jesús, camino del Calvario, lo seguía una gran multitud y que unas mujeres se lamentaban por Él. Jesús, volviéndose a ellas les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos». Añadió después que, si la ira de Dios se ensañaba con el Justo, ya podían imaginarse cómo lo haría con los que de verdad eran culpables.

Como en la vida misma, mientras muchos espectadores se divierten con lo tétrico de la escena y lanzan insultos contra Jesús, algunas mujeres, desafiando las leyes que lo prohibían, tienen el valor de protestar y lamentar la suerte del condenado. ¡Cómo no! Una vez más son las mujeres, esas mismas que no cuentan para nada porque están en el escalón más bajo de la sociedad, las que tienen la delicadeza y el detalle de descubrir esa verdad que, para la mayoría de los hombres, permanece siempre velada. Jesús, sin duda, agradeció los buenos sentimientos de aquellas mujeres. Por eso, movido de amor hacia ellas, quiso orientar sus corazones hacia su conversión y la de sus hijos, pues eso es lo que de verdad importa.

Que el Señor nos conceda ser conscientes de que, en nuestra escala de valores, lo prioritario es siempre Jesús. Y que esa primacía de su divina Persona nos haga ser partícipes mediante nuestra entrega en la construcción de un mundo mejor, tal y como están haciendo numerosas personas para sacar adelante nuestros países, nuestra economía y hasta nuestra propia subsistencia. Repartidores, transportistas, basureros, personal de limpieza, cocineros, cuidadores y un sinfín de oficios que normalmente pasan desapercibidos o nos parecen incluso indignos, son ahora las tablas de salvación a las que se suben los que están en los puestos más altos de la sociedad. Que esto nos sirva como ejemplo para darnos cuenta de quién depende de quién y de la importancia de la comunión entre personas para que, verdaderamente, la vida sea ese proyecto de amor querido por Dios.  
Padrenuestro.
Señor, pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto: Solo Él, mi Dios, que me dio la libertad.
Solo Él, mi Dios, me guiará.


Novena Estación: JESÚS CAE POR TERCERA VEZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Una vez llegado al Calvario, cerca del lugar en que iba a ser crucificado, Jesús cayó por tercera vez, exhausto y sin las más mínimas fuerzas ya para levantarse. Las condiciones en que venía y la cuesta por la que había tenido que subir cargando la cruz habían acabado con su aliento. Sin embargo, había cumplido con su firme decisión de llevar adelante el plan de Dios, alcanzando a llegar así, aunque a costa del total agotamiento, al altar en que había de ser inmolado.

Jesús se gasta por completo, agota la totalidad de sus facultades, tanto físicas como psíquicas, en el cumplimiento de la voluntad del Padre. Nos enseña así que hemos de seguirle con nuestra cruz a cuestas, por más caídas que se produzcan, por empinado que sea el camino, hasta entregarnos en las manos del Padre, vacíos de nosotros mismos y dispuestos a beber de su mismo cáliz, que un día también nosotros habremos de beber.

Que el Señor nos infunda la capacidad de recapacitar sobre el peso del pecado y sus consecuencias, ya que en la base de todo pecado está ese mismo sentimiento de impiedad que llevó al más justo de los hombres hasta la muerte ignominiosa de la cruz. Y que nos dé la capacidad de no huir del que nos necesita, sino más bien de poner todas nuestras fuerzas en el empeño para acercarnos a él, aunque a veces pueda costarnos incluso la propia vida. Ejemplo de ello son los numerosos enfermeros y enfermeras que están siendo contagiados por la enfermedad del coronavirus por cumplir con decisión y valentía, incluso hasta el final de sus propias fuerzas, su firme propósito de sacar adelante una situación más fuerte que ellos en solitario, pero completamente vencible cuando de la comunión brota la unidad y la armonía.

Padrenuestro.
Señor, pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto: A ti levanto mis ojos. A ti, que habitas en el cielo.
A ti levanto mis ojos porque espero tu misericordia.


Décima Estación: JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Ya en el Calvario, antes de ser crucificado, le dieron a beber vino mezclado con mirra. Era esta una piadosa costumbre judía para aminorar la sensibilidad del que iba a ser ajusticiado. Pero Jesús no quiso beberlo, sino que prefería mantenerse lúcido y consciente en los momentos supremos de su sacrificio. Por otra parte, los soldados le despojaron de sus ropas sin delicadeza alguna, incluso las que estaban pegadas a la carne viva, para repartírselas.

Debió ser muy doloroso para Jesús ser despojado de sus propios vestidos, no tanto por estar pegado a las heridas de su espalda como por comprobar la falta de humanidad a la que es capaz de llegar el hombre, pudiendo incluso disfrutar con el dolor ajeno. Pero más doloroso debió ser para su madre, María, que estaba presente y que, al escarnio propio de la cruel procesión que terminaría con el ajusticiamiento de su hijo, hubo todavía de añadir el presenciar la burla indecente de quienes lo desnudaban para mofa de los presentes. ¡Con cuánto amor habría ella querido conservar esas prendas, tal vez tejidas por sus propias manos, para guardar un recuerdo de su Hijo querido!

Que el Señor nos ilumine para ser nosotros luz para los demás, porque para abrasar, antes hay que arder. Y para abrasar este mundo, que tanto necesita del calor de Dios, es necesario que estemos siempre atentos al dolor de los demás. Porque, como María, son muchas las familias que no han podido guardar un recuerdo, un último recuerdo de sus seres queridos, que han muerto solos, abandonados, lejos de sus familiares más cercanos. Que seamos conscientes de lo afortunados que somos los que no hemos tenido que pasar por ese trance y que no nos olvidemos jamás en nuestra oración de tantas y tantas familias que, como María, han tenido que presenciar la muerte de un ser querido desde lejos y sufriendo la impotencia del que nada puede hacer.

Padrenuestro.
Señor, pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto: Al atardecer de la vida me examinarán del amor (2 veces)


Undécima Estación: JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Por fin llegó el momento de la crucifixión. Jesús fue fijado a la cruz con recios clavos de hierro oxidado que taladraban las plantas de sus manos y pies. Y levantando la cruz, su cuerpo quedó suspendido para pasar sus últimos momentos de vergüenza pública, siendo contemplado por todos como si de un vil asesino se tratase, siendo que era el más justo de los hombres. Sobre su cabeza, el título y la causa de su condena: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». Y con Él, crucificaron a dos ladrones.

La muerte en cruz era la más cruel e infame de todas las posibles, reservada únicamente para los más crueles y sanguinarios criminales. No es necesario explicar lo doloroso de este tormento. Esta muerte, además de duradera, era terriblemente dolorosa, tanto que ni siquiera podemos hacernos una idea. Una derrota en toda regla para el ajusticiado, que, impotente, ve desde lo alto las burlas de sus ejecutores, quedando como última impresión en su retina esa burla entremezclada con los ojos llorosos de quienes, movidos por la compasión, no entienden que el ser humano pueda llegar a alcanzar esas cotas de crueldad.

Que el Señor nos anime a caminar por este valle de lágrimas, siendo conscientes de que nuestra vida es un peregrinar hacia la casa del Padre. Que no se nos olvide nunca que la muerte nos espera a todos, que esta vida, con sus dolores y alegrías, será pasajera, y que la vida eterna nos espera gracias, precisamente, a la Cruz de Cristo, que ha obrado para nosotros la redención. Por ello, que nuestra esperanza no decaiga, que confiemos en la Palabra de Dios, que no caduca, que es veraz, que nos dice, una y otra vez, que la muerte no es el final. Por eso, roguemos para que los familiares de los fallecidos por la epidemia del coronavirus se sientan confortados, pues aunque no hayan podido despedirse de sus seres queridos en esta vida, les aguarda una vida eterna para disfrutar de ellos y del Padre.

Padrenuestro.
Señor, pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto: Tu Palabra me da vida, confío en ti Señor.
Tu Palabra es eterna, en ella esperaré.


Duodécima Estación: JESÚS MUERE EN LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Tres horas tardó en morir Jesús. Tres horas de agonía colgado del madero, y tres horas de espectáculo público, dantesco espectáculo, para su madre y sus amigos. Sin embargo, hay quien, ni siquiera ante tal escenario, se siente movido a la compasión. Autoridades religiosas, soldados romanos y multitud de personas presentes proferían insultos y ultrajes. Sin embargo, de quien menos se esperaba, de uno de los ladrones que crucificaron junto a Él, surgió un halo de bondad. Y Jesús, reconociendo en sus palabras su amor y arrepentimiento, le dijo: «En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso». Y viendo después a su madre y a Juan con ella, les dijo: «Mujer, ahí tienes a tu hijo, y tú, ahí tienes a tu madre». Y viendo que ya todo estaba cumplido, dijo: «Tengo sed». Le dieron vinagre en lugar de agua, y añadió: «Todo está cumplido», para expirar justo después y entregar el espíritu.

La agonía de Jesús nos deja sin palabras. No podemos comprender hasta dónde es capaz de llegar el hombre, movido por el mal. La contemplación de Cristo sangrante y agonizante ha quedado fijada en nuestras mentes y en el recuerdo del pueblo cristiano que, siglo tras siglo, recuerda tan vil acontecimiento, percibiendo en él no ya el dolor ni la desesperación, sino el agradecimiento a Jesús por haber bebido su cáliz sin arredrarse y la dicha de haber recibido nosotros, por los méritos de su muerte, la salvación eterna.

Que el Señor nos dé una dosis de fe, siquiera como un granito de mostaza, para comprender y descubrir que la muerte no es el final, sino más bien el principio de una vida dichosa para quienes creen en el nombre de Jesús y en su misión redentora. Que la contemplación de los misterios dolorosos de nuestro Señor Jesucristo nos sirvan para ofrecer nuestros dolores y mirar siempre hacia abajo, en lugar de hacia arriba, para darnos cuenta de que nuestra situación siempre es privilegiada con respecto a la de muchos que nos siguen en padecimientos. Y que los enfermos de coronavirus y sus familiares tengan la fe firme y las fuerzas suficientes para llevar adelante esta situación, sabiendo que el Señor nos precedió en este camino que lleva al Padre, pues Él mismo fue quien lo abrió.

Padrenuestro.
Señor, pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto: ¡Victoria, tú reinarás. Oh, cruz, tú nos salvarás!

Decimotercera Estación: JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ Y PUESTO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Los judíos rogaron a Pilato que quebrara las piernas a los crucificados para que no se adentrase el sábado. Los soldados quebraron las piernas de los dos ladrones, pero a Jesús, que ya había muerto, le atravesaron el costado con una lanza. José de Arimatea y Nicodemo pidieron permiso para desclavarlo de la cruz y descolgarlo. Concedido el permiso, así lo hicieron. Junto a la cruz estaba María, quien recibió desconsolada el cuerpo inerte de su hijo entre sus brazos.

La imagen de María sosteniendo a su hijo en brazos es también una escena conmovedora. Se nos parte el alma por el simple hecho de pensar en que una madre tenga que sostener en sus brazos a un hijo ajusticiado, sea de la forma que sea, más aún si lo ha sido injustamente. Es la expresión de piedad y ternura de una madre que ha servido de inspiración a Miguel Ángel para ofrecer al mundo una representación digna de ser contemplada, para ponernos frente a ella y preguntarse a uno mismo: ¿Y todo esto por mí? Tremenda respuesta la que Jesús dio a tal pregunta.

Que el Señor nos anime para ser evangelizadores con obras y palabras, para atraer a más y más hombres necesitados de Dios a la fuente de la vida, que es Cristo. Que el Señor nos dé las fuerzas para que, el día que podamos volver a las calles, seamos sal y luz para un mundo que se ha quedado mudo ante esta epidemia de coronavirus que ha descargado su furia sobre el hombre. Que salgamos firmes y decididos a proclamar a los cuatro vientos que no tenemos miedo a la muerte, porque ha sido vencida por Cristo; y que los fallecidos en esta crisis sanitaria, en el fondo, han sido unos afortunados, porque están, sin duda alguna, gozando ya de la vida eterna.

Padrenuestro.
Señor, pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto: Hacia ti, morada santa.
Hacia ti, tierra del Salvador.
Peregrinos, caminantes, vamos hacia ti.


Decimocuarta Estación: JESÚS ES SEPULTADO

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Después, José de Arimatea y Nicodemo tomaron el cuerpo de Jesús de los brazos de María y lo envolvieron en una sábana. José era dueño de un sepulcro cercano. Y mientras sepultaban a Cristo, las mujeres permanecían sentadas frente al sepulcro, observando dónde y cómo quedaba colocado el cuerpo. Después, rodaron una gran piedra, sellando el sepulcro y volvieron a Jerusalén.

Podemos imaginar que, al rodar la piedra, el interior del sepulcro quedó en la más absoluta de las tinieblas. Esas mismas tinieblas eran las que pesaban sobre el corazón de María, abatida por la tristeza y la soledad. ¡Si al menos hubiera contado con la compañía de su querido esposo José! Sin embargo, aún entre esas tinieblas que cubrían su corazón, habría de haber hueco en él para un brillo de esperanza: la esperanza de que su hijo resucitaría. De alguna manera, ella sabía que con la muerte no había acabado todo. Como siempre había hecho desde que su hijo era pequeño, guardó esto en su corazón pacientemente, a sabiendas de que algo estaba a punto de suceder.

Que el Señor nos dé grandes dosis de esperanza en que esta situación acabará pronto, que la victoria será nuestra y que la sociedad y el mundo entero tendrá necesariamente que dejar de seguir mirando hacia lo accesorio de la vida para centrarse en lo esencial, que es el amor, representado por la entrega suprema de Jesús en la cruz. Que se sirva de nosotros, los cristianos, como artífices de un cambio radical del mundo, para transformar esta humanidad que sufre, de modo que ponga sus ojos en el crucificado y entienda que sólo desde la entrega más absoluta se puede alcanzar la felicidad plena. Esa misma entrega que han comprobado los Sanitarios, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, los transportistas, suministradores, agricultores y tantos y tantos gremios que no han parado su actividad, aun a riesgo de sus vidas, para que el ritmo del mundo se mantenga en unos mínimos que hagan posible la vida, la salud y la seguridad.

Padrenuestro.
Señor, pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto: Ubi caritas, et amor. Ubi caritas, Deus ibi est


Decimoquinta Estación: JESÚS RESUCITA DE ENTRE LOS MUERTOS

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Pasado el sábado, María Magdalena y otras mujeres fueron al sepulcro. Al llegar, observaron que la piedra de la entrada estaba corrida. Entraron, pero no vieron el cuerpo de Jesús. Entonces, un ángel les dijo: «ha resucitado, no está aquí». Avisados de lo ocurrido, llegaron Pedro y Juan para comprobarlo. Y comenzaron las apariciones del resucitado. La primera, sin duda, fue a su Madre; luego a la Magdalena, a Pedro, a los discípulos de Emaús y a los apóstoles, y así durante cuarenta días. Nadie presenció la resurrección, pero fueron muchos los testigos de su muerte que lo vieron resucitado.

La resurrección de Jesús es el culmen de la historia de la salvación. El plan salvífico no tenía como meta la muerte, sino su derrota: la vida eterna. Cristo ha regado el mundo con su sangre, redimiendo el pecado de cuantos han vivido, viven y vivirán sobre la faz de la tierra, resucitándolos en el último día. Él es el fundamento y el fundador de la Iglesia, su cuerpo místico y nuestra madre, que nos guía con ternura para ayudarnos en la peregrinación de una vida no siempre fácil, pero cargada de sentido cuando tenemos presente que nuestro Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos.

Que el Señor resucite en el último día a todos los fallecidos por coronavirus, gracias al poder que Cristo ha conferido a su Iglesia y al papa Francisco, que ha abierto las puertas del cielo a todos los que han perdido su vida por causa de esta enfermedad. Que aumente en nosotros la fe, la esperanza y el amor, para que seamos dignos heraldos del Evangelio allá donde vayamos, siendo fermento en una masa social que tanto necesita de levadura evangélica.

Padrenuestro.
Señor, pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto: Un mandamiento nuevo nos dio el Señor:
que nos amáramos todos, como Él nos amó,
que nos amáramos todos, como Él nos amó.



ORACIÓN FINAL

Oremos: Señor Jesús, que nos has concedido la gracia de acompañarte junto a María durante los misterios de tu pasión y muerte, permítenos que lo hagamos también en tu resurrección, de modo que nuestros caminos ásperos de la vida se conviertan en sendas de amor y paz a nuestro paso. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.


Martín Bermejo Dominguez
Semiario de Coria-Cáceres
Semana Santa 2020