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"Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho..."

Un gran Santo, el más pobre en lo material, pero el más rico en lo espiritual dijo en su lecho de muerte: "Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho...". Ese gran Santo era Francisco, y si él dijo no haber hecho nada, ¿que hemos hecho nosotros? Empecemos a hacer algo para cambiar el mundo, ¿no os parece?

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lunes, 11 de mayo de 2020

La Eucaristía y el Covid-19: una mezcla peligrosa


En este mes de mayo comienzan a celebrarse las tan solicitadas como esperadas misas diarias en nuestras parroquias. La medidas de la Conferencia Episcopal se han sumado a las del gobierno, complemetándolas y animando a los fieles a celebrar el Sacramento de la Eucaristía bajo la observancia de una serie de requisitos mínimos a cumplir por los fieles.
Diversas cuestiones se suscitan a tenor de esta decisión: ¿es acertado abrir los templos al público cuando aún no está erradicada la pandemia?, ¿no es arriesgado, sobre todo si tenemos en cuenta que la práctica totalidad del aforo que suele nutrir nuestros templos es personal de riesgo por su elevada edad media?, ¿merece la pena abrir los templos teniendo que tomar tantas medidas de seguridad?, ¿tiene más valor la misa cuando se celebra en el templo?, ¿no debería la Iglesia desmarcarse de lo que proponga el gobierno y actuar con más cautela que éste?, ¿debe la Conferencia Episcopal ceder ante las presiones de muchas personas que quieren «Eucaristía ya»?
Lo que está claro es que la decisión de reabrir los templos al público, cuanto menos, será polémica, por muchas medidas higiénicas y de control que se tomen. Precisamente el simple hecho de tener que tomarse tantas medidas restrictivas, higiénicas, de control y de seguridad de todo tipo es óbice para, por lo menos, plantearse si de verdad merece la pena correr el riesgo de ser participes en la que, Dios no lo quiera, podría ser una nueva propagación del virus por toda España.
Si se abren los templos al público sin eliminar la prórroga de la dispensa del precepto dominical será porque la Conferencia Episcopal sabe perfectamente que muchas personas seguirán sin salir de casa por miedo. Entonces, si se reabren los templos, ¿por qué no se elimina esta dispensa? Porque la propia Conferencia ha propuesto «aumentar el número de celebraciones cuando haya mayor afluencia de fieles» para evitar aglomeraciones. ¿Por qué, entonces, no suprimir la dispensa dominical? ¿No será porque se sabe que la seguridad no está plenamente garantizada? Y si no está plenamente garantizada, ¿es responsable abrir los templos? ¿De verdad creemos que por el simple hecho de limitar el aforo o por usar mascarillas y gel vamos a evitar el contagio en todas y cada una de las personas que asistan a misa? Porque una sola persona que se contagie, una sola, puede volver a desencadenar la tragedia. Recordemos que hay países que han tenido un «paciente cero», esto es, una persona que, ella sola, ha terminado contagiando al país entero. Si esto ocurre, puede que después nos tachen de irresponsables, porque, la Iglesia debería decantarse siempre por opciones más prudentes aún que aquellas a las que el gobierno nos insta, aunque solo sea por aquello de dar ejemplo.   
Uso de mascarillas, pilas de agua bendita vacías, puertas abiertas para que no haya que tocarlas, colocación especial de los fieles, filas de comunión distanciadas, geles desinfectantes por aquí y por allá, evitar los coros y las hojas informativas y con cantos, que la cesta de la colecta esté aparte y no pase entre los bancos, que los objetos litúrgicos se cubran con paños y palias, que el sacerdote se desinfecte las manos, que se evite decir «el Cuerpo de Cristo» y la respuesta «Amén» de manera individualizada, etc., son algunas de las normas que habremos de cumplir si asistimos a la Eucaristía en el templo. Cabe preguntarse: ¿de verdad merece la pena ser tan escrupuloso cuando la verdadera medida que evitaría todo contagio sería la que ya venimos haciendo, que no es otra que celebrar la Eucaristía por televisión y comulgar sacramentalmente? Porque ambas cosas legítimas y totalmente válidas.
Porque, reconozcámoslo, en todas estas medidas tan calculadas hay muchas fallas. Por ejemplo, ¿de qué vale tapar los vasos sagrados con una palia si esa palia la usan varios sacerdotes y uno puede contagiar a otro al tocarla?, ¿cambiaremos también los corporales a diario y usará cada sacerdote el suyo, o se compartirán?, ¿los sacerdotes tendrán sus propias casullas, albas y estolas, o las compartirán?, ¿el mantel del altar se cambiará y desinfectará cada día?, ¿el Misal que el sacerdote maneja manualmente será compartido o cada sacerdote tendrá el suyo?, ¿los objetos de la sacristía se van a desinfectar individualmente en sacristías compartidas por varios sacerdotes? Y así surgen mil preguntas. Pero la que más sorprende es que, a pesar de tantas medidas de seguridad, a pesar de no querer ser foco de contagio y transmisión del Covid-19, resulta que sobre la comunión en la mano o en la boca, la Conferencia Episcopal no dice absolutamente nada. Parece increíble que el aspecto más controvertido, el que de verdad importa a la gente, ni siquiera es tratado. Y uno no puede más que quedarse perplejo al comprobar que pareciera que nuestra jerarquía prefiere no "mojarse" en un tema tan controvertido, ya que son muchas las personas que se niegan a comulgar en la mano porque lo consideran indigno (como si la boca lo fuera más). Así que, en el estado actual de cosas, puedes ir a misa, entrar sin tocar la puerta, sentarte a más de dos metros del fiel más cercano, no tener contacto con nada ni con nadie, desinfectarte las manos, usar mascarilla, recibir la comunión por parte de un sacerdote que se desinfecta las manos y que protege las Sagradas Formas hasta la Comunión, pero resulta que luego vas a comulgar y te infectas porque el sacerdote tiene que dar la comunión en la boca a los numerosos fieles que, ni siquiera en tiempos de coronavirus, pueden dejar de creer que comulgar en la mano es un sacrilegio.
Es increíble, sobre todo cuando comprobamos que otros sectores sociales, estamentos e instituciones laicos nos dan ejemplo y deciden abrir sus puertas cuando el riesgo de contagio sea nulo. Así se lucha contra la pandemia. Nosotros, en cambio, seremos unos cristianos buenísimos porque al fin celebramos la ansiada Eucaristía, que es lo que nos importa. Y queremos ser ejemplo... Alabamos a Dos y le rendimos culto, aun a riesgo de nuestras propias vidas y de las demás. ¡Eso es creer! ¡Eso es practicar!