Asómate al mundo exterior...Y VERÁS TODO LO BUENO QUE TIENE!

Asómate al mundo exterior...Y VERÁS TODO LO BUENO QUE TIENE!
Asómate a la ventana y mira, escucha, habla...y comparte conmigo tus impresiones.

"Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho..."

Un gran Santo, el más pobre en lo material, pero el más rico en lo espiritual dijo en su lecho de muerte: "Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho...". Ese gran Santo era Francisco, y si él dijo no haber hecho nada, ¿que hemos hecho nosotros? Empecemos a hacer algo para cambiar el mundo, ¿no os parece?

Eres el visitante número:

Busca aquí lo que quieras

lunes, 25 de mayo de 2015

La Adoración Eucarística, sus "peligros" y la oración.

Como verás, el título habla de algo fundamental como es la Adoración Eucarística y la oración, pero señala también ciertos “peligros” que se ponen entre comillas porque, en realidad, no existe ningún peligro real en la Adoración. Ten paciencia porque veremos en un momento el por qué de esos “peligros” que, sin ser tales, sí existen.


Para empezar no puedo más que reconocer que en la Adoración Eucarística todo es bueno, sin excepciones. Es tan buena que es fundamental para la vida del hombre. No puede ni debe concebirse una vida de espaldas a Dios y es imprescindible reconocerle, adorarle, darle gracias y sentirnos parte de su proyecto de creación. La adoración es, por tanto, un necesario reconocimiento de la grandeza y la gloria de Dios, así como también reconocernos nosotros como criaturas suyas y alabarlo como merece.

En determinadas ciudades de España, afortunadamente cada vez más, se lleva a cabo la Adoración Eucarística Perpetua, es decir, la exposición del Santísimo Sacramento durante las 24 horas del día, 365 días del año. Es una forma ininterrumpida de abrir las capillas de adoración a los ciudadanos, sin distinción alguna y sin límites de tiempo.

Existen muchas más capillas abiertas a la Adoración Eucarística en otros horarios: las hay de mañana, de tarde o incluso adoración nocturna. Es decir, que cada vez más, son mayores las oportunidades que tenemos de estar un ratito ante el Señor, cara a cara. La oferta es amplia si tenemos en cuenta también que los sagrarios de los templos son también accesibles para cuantos quieren acercarse y orar ante el Señor.


Pero, sin lugar a dudas, las capillas de Adoración Perpetua son obra de la gracia de Dios, ya que se mantienen abiertas gracias al sacrificio de muchas personas que se han comprometido a asumir un turno de adoración. Especial sacrificio es el de las personas que asumen horas de madrugada. Nunca están las capillas vacías y siempre hay como mínimo una persona. Y no solo eso, sino que se está apreciando, allí donde existe la Adoración Eucarística Perpetua, un aumento de vocaciones, de gracias concedidas, de personas que han experimentado un cambio en su vida, incluso de conversión. Algo está pasando allí donde el Señor está expuesto. Pero esto sólo lo saben quienes acuden a su llamada.

Los que asistimos a la Adoración con regularidad podemos hablar de los beneficios de la oración ante el Santísimo. Jamás encontrarás a alguien que asista con asiduidad a la Adoración Eucarística y te diga que se encuentra peor que al principio, ni siquiera igual. Es una pena que haya tanta gente por las calles que, sin saberlo, tienen junto a su casa o en su barrio una capilla abierta donde poder encontrarse con el único que es camino, verdad y vida, con el único que tiene las respuestas a todas sus preguntas, con el único que puede hacer que una vida caótica y triste pueda llegar a convertirse en una vida ordenada y llena de felicidad, pero no de una felicidad temporal o pasajera como la que nos dan ciertos placeres del mundo, que hoy nos hacen felices y mañana olvidamos, sino una felicidad sin límites, como jamás habría nadie podido imaginar.

Las capillas de Adoración están repletas de personas normales y corrientes, con problemas normales, con situaciones difíciles como cualquier otro, pero con una diferencia: ellos han comprendido que los problemas y las cargas no son lo mismo si se ponen a los pies de Cristo. Ellos han experimentado que la vida no tiene el mismo sentido si se deja a Cristo formar parte de ella. No son superhéroes, ni siquiera personas más fuertes que el resto, sino que han elegido el mejor de los consuelos, la mejor de las ayudas. Saben que cuentan con el mejor consejero y que tienen una mano amiga siempre dispuesta a ayudar en la difícil tarea de soportar las cargas cotidianas que todos llevamos a cuestas. Y lo mejor de todo, a cualquier hora del día o de la noche y de forma totalmente gratuita.

Es una pena que muchas personas no quieran participar de ello, ni siquiera probar su eficacia por el simple hecho de considerar que son cosas de la Iglesia o de unos pocos beatos que han perdido el juicio o que no tiene sentido desde el punto de vista racionalista. Al final del todo, lo único racional, la única razón, es que ellos se están perdiendo una fuente inagotable de gracia y un descanso en el Espíritu. Mientras siguen con sus vidas, creyendo que son dueños de ellas, viviendo y pensando sólo para ellos, siguen perdiéndose la mejor parte de la vida: la oración y la alabanza.

Los índices de visitas a consultas psicológicas siguen disparados, las visitas al tarotista o videntes sigue subiendo, las llamadas telefónicas a precios desorbitados a pitonisos de televisión que se ganan la vida a base de los problemas ajenos, están cada vez más en boga y el número de personas supersticiosas o que creen en fetichismos, energías y fuerzas ocultas de la naturaleza siguen aumentando. Es fácil encontrar cada vez más gente que cree que puede llegar a tener una sintonía con la naturaleza prescindiendo de quien la creó. Es fácil encontrar personas que, en grupo o aislados, pretenden vivir una vida apartada de Dios mientras buscan respuestas a temas trascendentales de la vida en aspectos equivocados, tales como el yoga, el reiki, la meditación y los ritos naturistas o las experiencias sensoriales, chakras y demás. Mientras siguen encontrando una paz temporal, se olvidan de que la paz verdadera tiene una definición inabarcable para nosotros porque la única armonía posible del hombre es la armonía con su Creador. 


Por tanto, la meditación ante el Santísimo Sacramento es superior, por mucho, al conjunto de todas las meditaciones posibles existentes en el mundo. El descanso ante Él es superior a todos los descansos que puedan conseguirse en el mundo. Y la conexión, el reencuentro y la armonía del hombre con Dios supera a todos los chakras, mantras y ritos existentes, incluyendo los pasados y los futuros que están por inventarse aún. Y el motivo es evidente y claro, y es que, mientras la Adoración es algo natural e intrínseco en el hombre y que llega a alcanzar su plenitud y conseguir la felicidad en plenitud, el resto de aspectos que buscan la felicidad se pasan la vida en búsqueda, sin llegar a encontrar más que una felicidad aparente y temporal que se diluye con el tiempo y que cae como un castillo de naipes ante la primera sacudida que produce una experiencia de dolor en la vida.

Nosotros no queremos una felicidad temporal, ni tampoco una felicidad débil que enmascare nuestros problemas, que los oculte. Al contrario, vivimos con nuestros problemas, siendo conscientes de que los tenemos y que debemos sobrellevarlos con la ayuda de Dios. No vivimos engañados ni pretendemos ocultar lo negativo de la vida ni sus cargas. Sólo desde la aceptación de uno mismo, con sus circunstancias y problemática de vida, puede uno llegar a conseguir esa felicidad que permanecerá para siempre. Y sólo caminando con nuestro problema a cuestas podremos aceptarnos tal y como somos. El resto de opciones nos ocultan el problema, lo enmascaran, pero un buen día, pasado el tiempo, nos damos cuenta de que nuestro problema sigue ahí y que incluso ha crecido con el tiempo. Es por ello que el tiempo pone a cada uno en su lugar, y mientras ese humilde artesano de Nazaret ha pasado por el mundo casi sin hacer ruido, pero tronando al mismo tiempo dentro del corazón del hombre, ha ido enterrando todos y cada uno de los nuevos inventos que durante siglos han ido apareciendo para engañar al hombre y apartarle de Él. 

Al final todo pasa: tronos, dominaciones y potestades. Pero el humilde artesano de Nazaret no sólo sigue presente siglo tras siglo, sino que se hace más patente cada día. Él no precisa de grandes y multitudinarios acontecimientos, sino que prefiere actuar directamente en los corazones de quienes quieren acercarse a Él. Él no te cobra sus servicios, sino que te los ofrece en total gratuidad, no pone una línea telefónica que cuesta 2 euros/minuto, ni cobra consultas, clases o demás. Sus métodos son distintos de los nuestros, sus caminos rectos aún llenos de curvas, sus Palabras dan la vida y su sola presencia en el Santísimo Sacramento del Altar es atronadora, directa, impactante y cautivadora. No existe ni existirá felicidad fuera de Él, por ello nosotros debemos insistir con nuestra oración para que sean cada vez más las personas que terminen por descubrirle.

La fe, en definitiva, es un don. Esto quiere decir que, como cualquier otro don, no lo tienen todos, sino que se reparte según los designios misteriosos e inexcrutables de Dios. No podemos averiguar sus métodos ni sus formas. Unos tienen el don de la pintura, otros música, otros el de la escultura. Y así podríamos enumerar un sinfín de dones que el Señor reparte sin nosotros ser conscientes de ello, tales como la escritura, la ejecución de algún tipo de deporte, la paciencia, el liderazgo, el arte, etc. Podría decirse que los dones aparecen instintivamente con el trascurrir de los años y uno mismo termina por descubrir (aunque no siempre) cual es el suyo. Sólo quien pasa por la vida sin terminar por descubrir cuál es su don puede llegar a sentirse insatisfecho, puede pensar que a su vida le falta algo. Es importante, por ello, discernir e investigar qué don destaca en nosotros, y ponerlo al servicio de Dios después. No hay nada más gratificante que descubrir que tienes un don extraordinario y lo pones al servicio de los demás para ayudarles, hacerles felices o simplemente acompañarles y divertirles. Pero ojo, porque son muchas las personas que usan sus dones únicamente para fines propios, vendiendo los trabajos que sus dones les permiten hacer y usándolos de forma egoísta. Lo que gratis recibió, caro lo vende para el lucro propio. 

Un buen pintor descubre su don el día que se pone con un pincel en la mano y concluye que lo que hace tiene sentido, orden y una corrección fuera de lo común. Pero cuando era niño nada podía intuir de ese don que ya tenía desde el alumbramiento. Lo mismo ocurre con ese tenor de ópera que tiene un chorro de voz admirable y que desconocía en aquellos años en los que aprendía a leer y escribir. 

Pues bien. Exactamente lo mismo ocurre con el don de la fe. Sin embargo, mientras nadie duda de que el pintor, el cantante, el músico, el escritor o el escultor tienen un don admirable, sí ocurre eso mismo con el don de la fe. ¿Cómo se puede dudar de un don mientras se reconoce el resto? Nadie puede decir que Miguel Ángel tenía un don, sin embargo son muchos los que piensan que Santa Teresa alucinaba. A nadie se le ocurre decir que Michael Jackson era un cantante o bailarín cualquiera, pero son muchos los que opinan que el Padre Pío era una víctima de su propia mentalidad mística y que se dejaba llevar por ella. Esto tiene una explicación lógica, claro está. Y es que, mientras Michael Jackson no interpela a nuestro "yo" interior ni lo cuestiona, Dios sí lo hace. Dios nos hace reflexionar sobre lo trascendente, sobre un ideal de vida distinto al que ofrece el mundo. Precisamente de eso es de lo que huye la gente, de las cosas trascendentales. Todo lo que les haga reflexionar sobre el más allá y sobre las cuestiones más trascendentales de la vida, les repele. Y les repele porque prefieren la comodidad que ofrece el mundo antes que la vida sacrificada de quien se compromete con Cristo. Es más fácil hacer oídos sordos que seguirle, pero es miles de millones de veces más gratificante seguirle que cualquier otra cosa que el mundo pueda ofrecer. Al final se trata de una elección: elegir la comodidad y los placeres del mundo o la providencia siempre "insegura e incierta" de Dios. Lógicamente el mundo parece tenerlo claro, porque no tiene fe. 

Si alguien le hubiese dicho a Pavarotti que no sabe cantar, él podría haberse sentido molesto, pero bastaría con que contestase dando un “Do de pecho” y pedir al acusador que repita lo mismo, dejándole en ridículo. Es decir, que mientras unos dones pueden demostrarse empíricamente (esto es, de forma experimental), otros no. Es por ello que la fe no es algo que entre en la cabeza de muchos, ya que no puede medirse ni comprobarse por método empírico alguno. Y tal es la ceguera de muchos que ni siquiera los milagros de Santa Teresa o del Padre Pío les hacen cambiar de opinión. Por lo tanto, no te esfuerces en demostrar tu fe a nadie, porque no podrás. Tampoco trates de convencer a nadie de que tienes fe, porque no podrá entenderte si no está en la misma onda que tú. Es algo que sólo tú sabes que tienes y con lo que tendrás que vivir. Pide por quienes no tienen fe para que el Señor se la dé o se la aumente, pero no te engrías con aquellos que te digan que eres víctima de la autosugestión o de un pensamiento irracional. Nada más racional que la fe, por mucho que muchos se empeñen en desmentir.

Y en las visitas al Santísimo, nuestra fe empieza a dar frutos en nosotros. Es delante del Señor y de su magnífica presencia donde nuestro “yo” interior aflora y se reconoce criatura. Por ello, es ante el Santísimo donde, con frecuencia, experimentamos que nuestra oración y nuestro descanso es mayor y mejor.

Sin embargo, y ahora voy a hablar de los “peligros” de la Adoración, no debemos caer en la trampa de pensar que Dios está sólo presente en las capillas de adoración. Los que visitamos con frecuencia el Santísimo corremos el “peligro” de sentirnos tan bien ante él que las horas se nos hagan minutos. Y, si bien esto no es un peligro como tal (como decía al principio), sí puede ocurrir que nos acostumbremos a establecer un contacto con el Señor sólo en la capilla, y no en nuestro día a día. Es tanto el fervor que se vive en la Adoración Perpetua que podemos pasar horas allí, pero cuando salimos a la calle, puede parecer que nos falta algo. He hablado con muchas personas que han llegado a decirme que ya no pueden orar fuera de la capilla de la Adoración, así que van a ella a menudo para poder orar. Y cuando uno prueba lo mejor del mundo, difícilmente puede llenarse con nada más. Por eso, al sentarnos ante el Sagrario de una Iglesia cualquiera, podemos llegar a sentir que no estamos igual de recogidos que en nuestra capilla habitual. Existen personas que han dejado de rezar el rosario en su parroquia o mientras pasean, y van a hacerlo a la capilla de Adoración Perpetua. Y es ahí donde podemos cometer el error de pensar que sólo en la capilla está el Señor, o que sólo en ella podemos llegar a tener un encuentro con Él en plenitud.

No podemos dejarnos llevar por el “efecto ambiente”, que no es otra cosa que acostumbrarnos a un sitio y una hora concreta para poder llegar a hacer una oración efectiva y que nos haga vibrar. Cierto es que debemos visitar el Santísimo, pero más cierto aún es que en la calle, en casa, de paseo o cuando estamos de viaje, no podemos dejar de buscar el sentir esa presencia de Dios. Porque Dios está con nosotros, independientemente de dónde nos encontremos. Hay que cuidar esto para no dejarnos influenciar por ese “efecto ambiente”, ya que podríamos caer en la cuenta de que nos hemos acostumbrado a orar, cuando lo que debemos sentir en nuestro interior no es una costumbre, sino una necesidad.

Notamos que las pilas se cargan cuando estamos ante el Señor. Es más, yo mismo he comprobado en mí que cuando falto a la adoración o a la Eucaristía por cierto tiempo, las cosas no me van igual de bien. Siento que me falta algo, algo más importante que el sueño o el hambre. Y si me falta es porque es para mí una necesidad, como lo son las necesidades básicas de dormir y comer. La necesidad de Dios es inherente al don de la fe. 

Y si bien la fe no puede medirse, sí que te propongo una escala de medición alternativa para que controles tu fe y en qué estado se encuentra en cada momento. La regla es sencilla: ¿Sientes necesidad de Dios a todas horas y piensas constantemente en Él? Entonces tienes mucha fe. ¿Sientes que necesitas a Dios pero crees que tienes tantas cosas que hacer que la oración puede esperar? Entonces tienes fe, pero puede mejorar. ¿Sientes que debes ir a misa y orar pero no encuentras el momento, o cuando lo encuentras no te apetece, o lo haces porque sientes que es una obligación tuya como cristiano? Entonces tienes fe, pero poca. Debes pedir al Señor que te la aumente y mejorar tu oración.

Como ves, la fe sí que se puede medir, lo que ocurre es que yo sólo puedo medir la mía, no la de los demás. Es un trabajo personal y un reto el lograr un nivel de fe elevado. Sabemos que la fe no depende de nosotros, sino que es una gracia, pero sabemos también que el Señor puede aumentarnos la fe, y que nosotros se lo podemos pedir en nuestra oración. 

LA ORACIÓN. MÉTODO DE ORACIÓN. 


Para orar, un buen método, si no el mejor, es la visita al Santísimo, lo cual nos exigirá un compromiso. Por ello te recomiendo que empieces tú mismo marcando una cita con el Señor en tu agenda. Si no eres de muchas visitas al Santísimo, puedes comenzar con quince minutos al día, por ejemplo, aunque puedes marcarte tú mismo las pautas. Según vaya pasando el tiempo, ve aumentando el tiempo de cada visita. Procura no faltar. Recuerda que, igual que un trabajador que se levanta a diario a las 7:00 de la mañana durante años, llega un día en que no es necesario el despertador, sino que se despierta instintivamente, sin darse cuenta, antes de que suene. Pues lo mismo ocurre con la oración: cuanto más oras, más quieres orar. Cuanto menos oras, más árida y seca es tu oración y menos te apetecerá repetirla. No existen métodos prácticos para crear ganas de orar. Existen métodos de oración, pero no métodos para que la oración sea una necesidad para ti. La oración será necesidad para ti en la medida en que cuides la asiduidad, la paciencia y la constancia en tu oración.

Y para que te vayas entrenando, te dejo un método sencillo, pero muy práctico para que tu oración ante el Señor vaya siendo cada vez más fructífera, porque es muy común que (sobre todo en los inicios) se nos vaya el tiempo pensando en un sinfín de cosas que nada tienen que ver con Dios, o que no seamos capaces de conectar con Él porque no somos capaces de apagar el ruido interior de nuestra mente.

El método tiene cuatro tiempos: Gracias, perdón, petición y alabanza.

No obstante, habría un primer momento al que llamaré “tiempo 0”, que no es más que un momento de acomodarnos, saludar al Señor, sentir que estamos en su presencia y prepararnos para el encuentro con Él.

Tiempo 0. Como he dicho ya, sería un “romper el hielo” con el Señor. Es decir, llegar, dejar nuestras cosas a un lado, tanto las materiales que llevemos encima como las interiores que llevamos dentro de nuestra mente. Es un “ser consciente” de dónde estamos y para qué hemos venido. Consiste en ponernos de rodillas un momento, hacer la señal de la cruz, decirle unas palabras a modo de saludo y prepararnos para comenzar nuestra oración. 

Después de esto, conviene sentarse y mirarle. En este momento comienza nuestra oración. Es importante hacer un ejercicio de dos o tres minutos en los que nos sintamos conscientes de nosotros mismos, de relajarnos, de vaciar nuestra mente y de intentar dejar todo pensamiento fuera de nuestra cabeza. Hay quien cierra un momento los ojos y vacía la mente. Es necesario buscar una postura cómoda que nos sirva para todo el momento en cuatro actos de la oración, sin tener que movernos, por lo que se recomienda no cruzar las piernas ni los brazos, sino sentarse como en una silla, con la espalda recta y las palmas de las manos hacia arriba sobre las piernas. Una vez hayamos sido capaces de vaciar la mente, comenzamos. Pero cuidado, porque si llegan a tu mente recuerdos, pensamientos o preocupaciones exteriores, no estarás dispuesto para la oración. Por ello te aconsejo un truco que a mí me resulta: mira el reloj y, sin dejar de mirarlo, sigue la aguja del segundero (o los números si es digital) desde el 0 hasta el 60 sin pensar en nada más que en la aguja. Si lo consigues, puedes pasar a orar, si te aparecen pensamientos de cualquier otra cosa, vuelve a intentarlo. O bien, si lo prefieres, con los ojos cerrados, calcula un minuto y trata de no pensar en nada. Aunque no lo creas, no es tan fácil. Sólo si eres capaz de estar un minuto entero (más o menos, no es una regla) sin pensar en absolutamente nada, podrás avanzar. Ya ves que un minuto no es mucho, pero te darás cuenta de lo eterno que se hace si uno trata de no pensar en nada. Y cuando lo consigas, prosigue con los cuatro siguientes pasos:

Tiempo 1. Gracias: Es una acción de gracias a Dios por todo cuanto tienes o vives. Dar gracias a Dios siempre es bueno, porque de Él procede todo y a Él le debemos dar gracias por todas las cosas buenas que tenemos en la vida: familia, hijos, trabajo, educación, felicidad, fe, salud, etc. Ve dando un repaso a tu vida, ejercita tu mente en buscar todo lo bueno que tienes, desde tu infancia hasta hoy, y agradece al Señor. A mí me ayuda comparar la vida que tengo actualmente con la que habría tenido si hubiera nacido en otra familia y en otro país, como por ejemplo Somalia. Entonces me vienen a la mente tantos niños que no tienen tanta suerte y que no cuentan con cosas tan básicas que nosotros hemos pasado a olvidar y que las sentimos como derechos que tenemos sin más, tales como educación, sanidad, libertad, comida, etc.


Tiempo 2. Perdón: Una vez damos gracias a Dios por todo lo bueno de nuestras vidas, pedimos perdón al Señor por todo aquello en lo que hemos fallado. No sólo por las cosas de ahora, sino que podemos echar la vista atrás y hacer un nuevo ejercicio siendo críticos con nosotros mismos. Teniendo en cuenta que nadie nos escucha, sino que sólo nos escucha Dios, tenemos plena libertad para no ocultarnos nada a nosotros mismos. Sería absurdo pasar por alto deliberadamente algún defecto propio, ya que no estamos engañando a nadie, sino que sólo nos engañamos a nosotros mismos. Vemos esos aspectos menos agradables de nuestra vida por los que tenemos que pedir perdón. A mí me ayuda mucho en esta fase pensar qué habría hecho Jesús en cada aspecto de mi vida para saber si yo he actuado como lo habría hecho Él. Conviene para ello pensar en la lectura evangélica del día, por ejemplo, y pensar qué habríamos hecho nosotros ante las mismas circunstancias a las que Él se enfrentó, o pensar si a Jesús le gustarían mis contestaciones, mi humor, mis modos de hacer las cosas o mis sentimientos más íntimos.


Tiempo 3. Petición: Se deja este momento en tercer lugar. Es bueno hacerlo así, porque ante el Señor lo primero de todo sería dar gracias y pedir perdón. Hay personas que sólo se acercan a pedir y pedir cosas y gracias. Piden por un hijo, por un familiar, por el trabajo o por uno mismo, pero se olvidan de una relación personal directa y sincera de gratitud y perdón. No se puede “utilizar” a Dios a nuestro antojo, sino que debemos ser coherentes con nuestra oración. Igual que uno no va al grano cuando necesita algo de alguien, sino que va preparando poco a poco su petición para no parecer un aprovechado, con Jesús deberíamos hacer lo mismo. Es bueno que entendamos que Jesús no sólo está para pedirle cosas, aunque Él nos dijo: “Pedid y se os dará”. Es más bien un gesto por nuestra parte no acercarnos con la mano abierta para pedir sin antes haberle saludado, haberle dado gracias y haberle pedido perdón, igual que lo haríamos con alguien a quien le pedimos dinero después de no tener relación con él después de mucho tiempo. ¿Te imaginas no tener relación con un amigo durante un año y, de repente, llamarle para pedirle dinero? ¿Qué crees que pensaría de nosotros? Pues estate tranquilo, porque Jesús no piensa como ese amigo, así que no tienes que preocuparte por ello. Se trata más bien de una opción personal de coherencia que de un sentimiento de que desagradamos a Dios, pero creo que es bueno empezar nuestra relación con Él desde la gratitud y el perdón antes que entrar de lleno en lo que queremos de Él. 

Entonces, una vez nos hemos adentrado en la oración, después de habernos centrado, vaciado nuestra mente, haberle dado gracias y pedido perdón, podemos entrar de lleno a pedirle cuantas cosas necesitamos. Conviene, a mi juicio, pedirle cosas concretas, pero sin olvidarnos de hacerle saber que queremos que se cumplan en nosotros siempre que sean para nuestro bien espiritual. Es lógico pensar que Jesús no está para concedernos que nos toque la lotería o que gane nuestro equipo, sino para otras cosas más trascendentales para nuestra persona. Siempre pienso que, si en un partido de tenis, ambos jugadores se encomiendan a Dios para ganar, ¿a quién de los dos hará caso? Lo primero de todo es discernir si lo que queremos pedirle tiene una justificación que sustente la petición por sí misma. No debemos dejar de recordar que, a veces, Dios nos concede las cosas de un modo extraño, es decir, que no lo hace por los medios y caminos que nosotros le proponemos, sino por otros muy distintos. Es por ello que muchas personas se pueden llegar incluso a enfadar con Él por no concederle lo que piden, sin darse cuenta de que lo que pedían no era beneficioso para ellos. Generalmente solemos darnos cuenta de estas cosas cuando miramos atrás desde la lejanía del tiempo. Es entonces cuando terminamos por comprender que se nos concedió aquello que pedíamos, aunque no como nosotros lo pedimos. 

También es necesario saber que, cuando pedimos algo, solemos querer que se cumpla rápido y por los caminos que proponemos, por lo que es bueno que dejemos de decirle al Señor qué hacer y cómo hacerlo. Él no está para eso, no es nuestro fetiche ni nuestra bola de cristal. Lo importante es no dejar de pedir aquello que necesitamos, pero discernir antes si nos conviene pedirlo. Y, como a veces nosotros no sabemos si nos conviene lo que pedimos, yo suelo terminar las peticiones con la frase “…si es que crees que me conviene”, o bien “…si es tu voluntad”. Es decir, proponer al Señor mi necesidad, pero dejarle claro que antes que mi necesidad está su voluntad

Por supuesto, cuando sentimos que el Señor nos escucha y que nos concede lo que le pedimos, debemos volver a Él para hacerle saber que somos como aquél leproso que se dio la vuelta para agradecer a Jesús la curación, mientras los otros nueve siguieron su camino. Es decir, volver al tiempo 1: la gratitud. Y en este caso, no aproveches la oración para otra cosa que no sea darle gracias por el bien recibido. No te importe saltarte este método y, simplemente, darle gracias una y otra vez por ello. 

Y como sabemos que la Iglesia no es un “yo”, sino que es  un “nosotros”, y que por lo tanto a Jesús le agrada sobremanera que te preocupes por el prójimo, también puedes aprovechar este momento para pedir aquella gracia para aquella persona que sientes que necesita de la ayuda de Dios, bien sea por enfermedad, por soledad, por un problema personal o una situación difícil. A Jesús, el Rey de la Misericordia, le encanta que te preocupes por tus hermanos en la fe, especialmente de aquellos que no te caen especialmente bien, o incluso mal. ¿Has pedido alguna vez por alguien a quien no soportas? ¿Has pedido a Dios que ilumine a ese político contrario a tu ideología? Pues de eso trata la oración, de eso habla la Iglesia y eso quiere Jesús, el cual es un buen ejemplo para llegar a comprender esto, especialmente si interiorizas aquella frase que dice: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. ¿Quién de nosotros pediría al Señor algo así para quienes nos están haciendo daño? Esa es la dificultad del cristianismo, pero pídele al Señor que te ayude a comprenderlo y lo hará. Procura no pensar sólo en ti a la hora de pedir. Acuérdate de los que sufren persecución, violencia, maltrato o falta de libertad, así como de aquellos que pasan hambre, frío o que sufren pobreza, marginación o enfermedad. Pide por la paz del mundo, y pide también por ti, pero sin olvidarte de los demás.

Tiempo 4. Alabanza: Y por fin llega el momento final de la oración. Si te fijas, el momento al que he dedicado más letras es el de la petición. Tiene su justificación porque me parece fundamental que comprendamos que Dios es padre nuestro y no padre mío. Y también porque nos solemos acercar a Dios más para pedir que para otras cosas, por lo que he pretendido dejar claro que no debe ser así, así como no debemos centrarnos en una oración egoísta que solo pida cosas para nosotros. 

Pues bien, en el tiempo de alabanza tenemos la oportunidad para realizar el acto que debíamos estar haciendo cada día y a cada hora, con nuestros gestos, con nuestra boca, con nuestra alma: alabar a Dios. Pero no de cualquier forma, sino sobre todas las cosas, haciéndole saber que le reconocemos como sumo creador, superior en todo a todo y a todos, incluso a los siglos y a los astros del cielo

Podemos aquí derrochar un sinfín de palabras de alabanza: A ti la gloria, a ti la alabanza, a ti el poder. Gloria a ti, Señor. A ti la gloria, la alabanza y el poder. Bendito seas, Señor. Bendito y alabado seas, Señor. Bendito y alabado y glorificado seas, Señor. Y así un largo etcétera de bendiciones, alabanzas y aleluyas que se te ocurran. Hazlo con la majestad que merece, como se lo dirías a un rey de reyes que tuviera un poder absoluto sobre ti. Hazlo desde dentro, desde el corazón. Siente mientras lo haces cómo es la creación, el mundo, los mares y peces, las montañas y valles, el hombre, la luna y las estrellas, el cielo y los astros, el universo entero. Piensa en la magnitud insondable de nuestra inteligencia y del sistema y universo al cual pertenecemos y alaba al Señor con todas tus fuerzas, con todo el corazón, con toda el alma. Por mucho que lo hagas, no llegarás nunca a alabar y adorar al Señor como merece, pero eso debe darte igual. Lo importante es que lo hagas sin pensar en nada más que en Él y su infinitud. Se me ocurre que el cántico de Daniel (Dn 3, 56-88) o el cántico de las criaturas de San Francisco pueden ser muy útiles para la alabanza al principio. Y cuando sientas que has alabado al Señor como merece, puedes volver a recogerte, hacer un pequeño ejercicio de condensación de todo lo que acabas de vivir y despedirte de Él hasta la próxima cita.

Recuerda que las citas, para que te vayas metiendo en materia y acostumbrándote a ello, debes ponerlas con una regularidad que tú mismo marques. Es importante que lo hagas a diario, pues a diario comes, a diario duermes y a diario ves televisión o te relacionas con la gente. No te importe empezar por 15 minutos si no dispones de una hora, pero cumple con esos 15 minutos. No lo dejes, porque en la constancia está el éxito. Ve aumentando los minutos a medida que vayas sintiendo que lo necesitas, pero si no has hecho nunca una oración de una hora, no te metas de lleno a tratar de hacerla, pues en ese caso ya te advierto que el éxito no está garantizado. Déjale a Él actuar en ti. Tú sólo disponte a orar y cumple con tu compromiso, que lo demás se te dará por añadidura.

Este es un método de oración, pero puede haber otros muchos. Incluso puede que tú tengas el tuyo propio. Si lo deseas, puedes decírmelo y te haré saber algún método más que uso para que las oraciones de una hora o más tiempo no sean un simple pasar minutos en los que nos sintamos aburridos o sin saber qué hacer o decir. En cualquier caso, el simple hecho de estar delante del Señor, aún sin decir nada, es otra forma de orar. Es lo que se llama “la oración del carbonero”. Ya explicaré otro día qué es eso. Y también publicaré otros métodos que quizás puedan serviros de ayuda.


Que disfrutes de tu oración en plenitud. Ojalá me puedas un día dejar un comentario con tus experiencias de oración ante el Santísimo. 


martes, 12 de mayo de 2015

El peregrino mangurrino en Menorca

En la vida se presentan, a veces, oportunidades únicas de esas que no puedes dejar escapar. Oportunidades que vienen en el momento justo en que uno las necesita. Eso es lo que me pasó a mí por una de esas casualidades de la vida.

En plena campaña de presentación de mi primer libro he tenido la ocasión de visitar una de esas islas de ensueño de la comunidad Balear, uno de esos parajes que tenemos apuntados en esa imaginaria lista de deseos que cumplir antes de morir. Me refiero a la isla de Menorca. Lo primero era buscar una villa en alquiler. Afortunadamente recurrí al líder en este campo, http://www.mnkvillas.com/, lo que resultó un acierto, pues dentro de su amplia gama de villas encontré rápido la que buscaba, si bien cualquiera de ellas sería una magnífica opción.

Ha sido un viaje rápido, unos pocos días, por lo que dejo sin tachar la futura visita de la isla en mi lista de “cosas pendientes”, esperando tacharla un día después de haber visitado a conciencia tan maravilloso paraje.


Ciertamente, Menorca es el lugar apropiado para todo tipo de salidas, para las fugaces de un fin de semana y para las más holgadas. La isla ofrece un sinfín de aventuras, paseos exóticos, aire fresco, tranquilidad y buena y acogedora gente que siempre tiene los brazos abiertos.

He de decir que en lugares así descansan cuerpo y mente como en ningún otro. El mediterráneo no se siente tan plácido y relajante como cuando te rodea por los cuatro costados. Las brisas parecieran perfumadas y el sol rebosa en el cielo, como queriendo acaparar toda tu atención. Las horas pasan como minutos. Los días son inolvidables, las noches indescriptibles.

Kayak, windsurf, vela, paseos en barco o submarinismo son algunas de las alternativas obligadas por mar. Senderismo, cicloturismo, ornitología o turismo equestre lo son por tierra. Y verdaderamente que para los amantes del trekking hay verdaderos vergeles naturales que da pena dejar atrás. Si no fuera por las maravillas que quedan por ver delante merecería la pena plantar una tienda de campaña y quedarse. Las rutas Británica, Talayótica, Etnológica, Fortificada o Religiosa son algunos ejemplos de ello.


Especialmente importante me pareció la ruta Religiosa, cuyo objetivo es dar a conocer el inmenso patrimonio religioso de Menorca, de valor incalculable, que abarca desde el siglo quinto hasta la actualidad: retazos del emperador Constantino el Grande, del edicto de Milán, del mundo mediterráneo medieval, de la legalización del cristianismo, etc. Menorca estaba ahí como baluarte perenne testigo de todo, y ahora lo transmite por tierra, mar y aire. Basta abrir los sentidos a los múltiples despliegues de talento e historia que rezuman en el ambiente menorquín.



Merece la pena la visita, y mucho. Y si visitas Menorca, te recomiendo MNK Villas porque Mallorca se vive distinto desde una villa autóctona. Tanto que quien lo visita, dicen, no solo vuelve, sino que piensa seriamente la posibilidad de establecerse para siempre. No me extraña… no sé qué tiene Menorca, pero podría decir que engancha. Quizás fuera aquel picacho en tiempos plagado de sirenas cuyo canto atraía a los navíos que cruzaban el Mediterráneo…



No debe extrañar la magia que desprende la isla, puesto que se encontraba situada en lugar estratégico en el cruce de las rutas marítimas mediterráneas. Es por ello que en ella desembarcaron romanos, vándalos, bizantinos, musulmanes  y hasta aquellos rudos negros africanos que, seguramente, eran mirados con cautela por los moradores menorquines.

Y así, Menorca contó años viendo ir y venir a tantos y tantos viajeros que se extrañaría si ahora no hubiese un flujo como el de antaño. Es por eso, quizás, que la isla desprende sus cálidos aromas, su agradable clima y sus atrayentes recursos para atraer, más y más, a turistas y viajeros de todas clases del mundo. Y cómo no, el peregrino mangurrino no podía dejar pasar de largo la oportunidad de visitar tal belleza. Y quedó extasiado con ella… y se enamoró.


Pero regresó, pues un peregrino es siempre eso: peregrino. Y, como buen peregrino, sabe que todo lugar es siempre lugar de paso, esperando con ansias la celestial morada en la que la mano derecha del Señor, con su nombre tatuado en la palma de su majestuosa mano, le recoja de una vez para siempre… allí disfrutará un día de maravillas sin igual, y a buen seguro, al peregrino mangurrino le habrá parecido haber vuelto a Menorca.