Asómate al mundo exterior...Y VERÁS TODO LO BUENO QUE TIENE!

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Asómate a la ventana y mira, escucha, habla...y comparte conmigo tus impresiones.

"Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho..."

Un gran Santo, el más pobre en lo material, pero el más rico en lo espiritual dijo en su lecho de muerte: "Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho...". Ese gran Santo era Francisco, y si él dijo no haber hecho nada, ¿que hemos hecho nosotros? Empecemos a hacer algo para cambiar el mundo, ¿no os parece?

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jueves, 25 de junio de 2015

CARTA ABIERTA A RISTO MEJIDE. ¿ACEPTAS EL RETO?


Hace ya mucho que te conozco, desde aquellos tiempos de Operación Triunfo en los que te diste a conocer por el poco noble rasgo que caracterizaba tu personaje, insultando y ridiculizando a unos pocos chicos que se presentaban con toda la ilusión del mundo a lo que entendían que era la oportunidad de su vida. Tú, sin embargo, te ocupabas de destruir sus sueños de la forma más vil y canalla que hasta entonces había visto. Su humillación era tu gloria.

Pero entonces pensaba que ese era tu papel y que por eso precisamente te contrataron, así que entendí que quien libremente se presentaba al concurso sabía a lo que se exponía. Tu papel era repulsivo, pero formaba parte del triste espectáculo al que la televisión hace años nos viene sometiendo: la polémica, el analfabetismo y las tetas formaban (y forman) parte de un espectáculo del que, por otra parte, prácticamente España entera era consumidora. Ciertos canales televisivos no hacían más que frotarse las manos robando audiencia a quienes preferían seguir emitiendo las películas de siempre, los típicos concursos o algún que otro documental de vez en cuando. 

No voy a ocultar que verte reventar los sueños de un pobre chaval que aspiraba a conseguir un hueco en el mundo del espectáculo producía cierto morbo y que, incluso, escuchaba por ahí las críticas acerca de ese tal Risto que se pasaba tres pueblos con los pobres desdichados que no le entraban por el ojo por no gustarle física o artísticamente. Pasaste por ello a ser el centro de las miradas de todos los televidentes y los concursantes quedaron en un segundo plano. Y ahí empezó a crecer tu ego

Ha llovido mucho desde entonces y has cambiado tu registro, aunque no sin pasar por otro concurso en el que volvías a la carga contra quienes tenían un don para la música, la danza o la canción, pero no lo suficiente para ti. Ya te habías granjeado la fama y tus jefes lo sabían, por lo que eras el candidato perfecto para ser juez, algo que parece que te sigue gustando a pesar de haber reconocido ante el padre Fortea que no te fue muy bien en ese papel.

De nuevo cambiarías de registro, así que el marketing televisivo te exigía cambiar para desempeñar un nuevo rol crítico, aunque con un estilo más generalizado. Pasaste por un programa que fue un auténtico fracaso (tanto que ni recuerdo su nombre), así que alguien te recomendó volver a los orígenes: retomar el camino de la humillación pública. Eso es lo único que haces bien y por eso te pagan... Triste realidad la tuya. 

Ya pasó la época de los concursos en los que se buscan talentos, así que te vino como anillo al dedo el tema del sofá, y ahora “el rincón de pensar”, un programa que más bien debería llamarse “el rincón de manipular”. Si ya lo tenía claro antes, después de ver la entrevista al padre Fortea me ha quedado más aún. Y precisamente por esa entrevista te escribo. Atiende, Risto, que te voy a proponer algo:

Antes de nada te diré que entenderé tu negativa (o mejor dicho, tu silencio), pues si algo tengo claro es que eres un cobarde que se escuda en la posición privilegiada que ostentas desde el “púlpito” en el que te han puesto para seguir humillando, ya no a unos pobres chicos, sino a una serie de personas e instituciones que desde los despachos te marcan cada semana. No eres, por tanto, más que el triste instrumento de un poder oculto que no da la cara, pues ya la pones tú. Y así te vendes tú y vendes hasta tu propia ideología al mejor postor, convirtiéndote en un “prostituto ideológico”... o quizás en un comunicador frustrado que no vales más que para un único registro. 

Fruto de ese manejo, cual marioneta, al que te tienen sometido, es tu nueva faceta de jugar a ser semi-divino y erigirte como juez de una sociedad que, sin personajes como tú o los que te manejan, estaría sumida en la mayor de las injusticias sociales. Menos mal que estáis vosotros para juzgar al mundo y mirarnos por encima de los hombros a quienes pensamos distinto o profesamos una fe.

En fin, como te decía, te propongo una cosa: entrevístame a mí (si te atreves, claro).

Sí, ya sé que tu cara ahora es de asombro y de perdonavidas. Imagino que ahora mismo estarás pensando: ¿Pero quién se habrá creído que es este pobre mortal?

No pasa nada, tranquilo. Como te decía, sé que te falta valentía para entrevistar a alguien sin conocer de antemano su pasado, su profesión y su ideología para tener tiempo de prepararte una entrevista demoledora con la que humillar al entrevistado y realzar más aún tu divina estampa.

Te propongo que me entrevistes en los mismos términos que lo hiciste al padre Fortea, a quien engañaste vilmente (no sé cómo no le advirtieron) y le hiciste creer que le preguntarías sobre su trabajo como exorcista. El pobre se vio abrumado al comprobar que tus intenciones eran otras bien distintas: atacar a la Iglesia. Es un acto de cobardía supina engañar al entrevistado haciéndole creer que va para una cosa y terminar sometiéndole a un tercer grado “periodístico”. Como sabéis de antemano que nadie del clero se va a prestar, excepto alguna que otra monja radical, a tener una entrevista con vosotros porque sólo deseáis el despellejamiento público de la Iglesia, no os queda más remedio que usar la mentira para poder sentar a un buen hombre frente a media España y sacar de él toda la tajada que sólo un canalla puede sacar. No acostumbro a veros hacer lo mismo con otras confesiones religiosas ni, por supuesto, os veré nunca porque una cosa es ser cobarde, y otra, tonto. Y reconozco que vosotros de tontos no tenéis ni un pelo. La entrevista que vi fue repugnante, digna de la mejor telebasura: un buen hombre sentado frente un canalla (el buen hombre es el padre Fortea, por si tenías dudas).

Te advierto de antemano que soy un seglar, Arquitecto Técnico de profesión. No soy ni teólogo ni sacerdote, pero sí una persona comprometida con la Iglesia. Soy misionero seglar al servicio de la Iglesia Católica y en favor de los pobres, así que algo sé de injusticia social, pero de la real, no de la que tú pregonas, esa que sólo te interesa si puedes con ella sacar tajada política. Sé de la problemática existente tanto en España como en Sudamérica o África, dada mi condición de voluntario de Cáritas, miembro de una ONG y misionero y cooperante internacional. Todo ello me ha servido para aprender mucho de personas como tú, que pensáis que cambiáis el mundo desde el plató, cuando lo único que os interesa es cambiar el contenido de vuestro bolsillo y llenarlo cada vez más. Esas personas como tú se tapan los ojos ante la realidad del mundo y sus necesidades y se centra solo en desahucios, estafas bancarias o corrupciones políticas, lo cual estaría muy bien y sería muy digno si no fuese porque sólo os interesa sacarlas a la luz para fines políticos. ¡Qué bien quedaría que, de vez en cuando y para disimular el mal uso que hacéis de la denuncia social, denunciaseis también la injusticia que millones de personas viven en África por culpa de la codicia y el egoísmo del primer mundo! Pero esa injusticia no os importa en absoluto porque no enciende masas contra el "capitalismo imperante y el represor gobierno".

Si en algo soy experto es en tratar con personas como tú, personas que hablan mucho y hacen poco; personas que se desenvuelven con soltura entre bambalinas pero que no sabrían ni orientarse con el sol en medio de una selva andina; personas que critican mucho, pero ayudan poco; personas que viajan en primera, pero no aportan un céntimo para paliar el hambre en África; personas que creen que hacen algo criticando al gobierno y culpándole de los males de la pobreza en España, pero cuyo único fin es sustituir al inquilino de Moncloa.

Te propongo que me entrevistes a mí y te doy total libertad para preguntar lo que quieras, como quieras y cuando quieras, fundamentalmente acerca de la Iglesia Católica, pero también de lo que te venga en gana. Yo no necesito preparar una entrevista ni conocer las preguntas de antemano, y creo que podría ser interesante un diálogo público y televisado para que todos vieran qué tal te desenvuelves con un personaje que no sabes por dónde te va a salir. ¿Te atreves?

Puedes estar tranquilo, pues te prometo que no pienso liarla en plató. Aunque no lo creas tengo una educación (cristiana, por cierto) y no tendrás que temer que salte sobre ti o te insulte. Te prometo que eso no pasará, pues sólo me interesa un diálogo en el que podamos debatir todos los aspectos que desees acerca de la Iglesia, su función, sus corrupciones, sus cosas buenas y sus cosas malas, pero también acerca de ti y de mí, de nuestras vidas y de nuestro papel en la sociedad. Puedes preguntarme del Vaticano, de los Papas, de los mismos Obispos por los que preguntabas al padre Fortea, a quien engañaste… lo que quieras. Prometo contestarte todo.

Si tu intención es informar y discutir de un tema tan peliagudo como este, tienes la oportunidad de hacerlo con alguien que no tiene miedo de tus salidas de tono, de tu cara de perdonar vidas y de tus gestos sobreactuados. Si, por el contrario, tu única intención es usar tu posición para atacar a la Iglesia, entonces entenderé que no aceptes el reto, pero España sabrá que como comunicador, informador o periodista tienes muy poco y que no eres más que otra marioneta del “cuarto poder anti-sistema y anti-clerical” que te tiene metida la mano por el trasero para manejarte a su antojo, además de un cobarde. Tú decides…

Acepta mi proposición y demuestra a todos que puedes con cualquiera, incluso con un vulgar desconocido que te reta de forma pacífica a entablar un diálogo abierto a todos, pero no en diferido, sino en directo, para que no puedas manipular, cortar, pegar e incrustar las imágenes que tú quieras, tal y como hiciste con el padre Fortea, a quien le hiciste una entrevista de hora y media para entresacar los 20 minutos que te ha dado la gana mostrar en público. Una entrevista sin tiempo (aunque sé que el tiempo es oro para los medios), sin guión, en directo y a modo de diálogo. Es todo lo que te pido.

Seguramente hayas tenido muchas otras entrevistas más difíciles que la que te propongo, con largos contratos llenos de cláusulas que te obligan a andar con pies de plomo a la hora de preguntar. Mi contrato es simple: no mentir, no insultar y hacer una entrevista dialogada. Fíjate qué difícil te lo pongo.

¿Aceptas? Ya sé que no, pero ahí lo dejo.


¡Saludos!

miércoles, 17 de junio de 2015

MANOS VACÍAS


Había una vez un rey sabio, rico y poderoso que tenía un gran palacio y un numeroso ejército que velaba por su seguridad y la de todos sus súbditos, los cuales gozaban de plena libertad y se ganaban la vida con el trabajo de sus manos.

Este rey tenía una hija que, un buen día, le dio un maravilloso nieto. Como no tenía descendiente varón, se alegró tanto por el nacimiento de un heredero de la corona que redactó un edicto y mandó leerlo en público en todas las plazas de la ciudad para hacer saber a todos la alegre noticia. El edicto decía así:

“Con motivo del nacimiento de un heredero de la corona real, convoco a todos los vecinos de la ciudad para celebrar una gran fiesta a la que están todos invitados. Es tanta mi alegría que quiero compartirla con todos y cada uno de mis súbditos, para lo que les hago saber que celebraré un magnífico banquete en la explanada de los jardines del Palacio Real el primer domingo del próximo mes. Se hace saber a los asistentes que la asistencia es totalmente gratuita y sin compromiso alguno por su parte, que podrán comer y beber hasta hartarse y que, además, repartiré entre quienes compartan esta alegría conmigo parte de mi fortuna. Por ello les hago saber que están todos invitados y espero su asistencia”.

El edicto fue publicado en todas las plazas y leído por todos los alguaciles, de modo que pronto corrió la noticia como la pólvora incluso hasta a los pueblos vecinos. La gente no podía creer lo que escuchaba, pues si no era común que un rey invitase a su pueblo, menos aún lo era que compartiese con él sus riquezas.

Faltaba una semana para la gran cita y por las calles de la ciudad se veía a gente corriendo de arriba para abajo de tienda en tienda para comprar buenas y bonitas cestas, lazos de colores, purpurina y finas telas. Todos en la ciudad estaban pendientes de preparar un presente para no presentarse ante el rey con las manos vacías. Como todos estaban en lo mismo, pronto procuraron hacerlo en secreto para intentar ser originales y generosos con su rey, pensando que su regalo debería ser el mejor de todos. Así comenzó una batalla por conseguir el mejor regalo y decorarlo con los motivos más llamativos. Cada cual preparaba el suyo escondido en casa y procurando no ser visto por los demás. Todos querían impresionar al rey con su regalo y conseguir así los primeros puestos en el banquete, los más cercanos a la mesa real. Quizás el rey gratificaría más abundantemente a quienes más se preocupasen por ofrecerle el mejor detalle.

Junto a la Iglesia, pidiendo limosna y viviendo de la indigencia, había una ancianita que no tenía ni casa, ni ganados, ni tierras. Solo poseía la ropa que llevaba puesta y vivía al día con lo poco que conseguía. Pensó por un momento no asistir al banquete real puesto que veía cómo todos andaban preocupados por preparar el mejor presente que pudiese impresionar al rey. Pero en un momento dado, se dijo a sí misma que iría aunque sólo fuese a felicitar al monarca por la alegre noticia. Si la echaban de allí por ir con las manos vacías, se iría y nada perdería. Pero ella pensaba que su única propiedad era su propia vida y con ese bien pensaba presentarse ante el rey.

Y así lo hizo. Llegó el día del banquete y, entre músicas y algarabías, todos los vecinos de la ciudad se ponían en camino hacia el palacio para la fiesta. Todos vestían sus mejores galas, hechas para la ocasión: vestidos de terciopelo, bordados dorados, pañuelos al cuello y sombreros de categoría. Y la pobre anciana se puso en camino vestida con su vieja falda, una raída camisa negra y un gran bolso que sólo contenía un mendrugo de pan duro.

Todos los emperifollados invitados, cargando sus magníficos presentes, se encolerizaban al verla ir hacia el palacio y le decían que más le valdría no acercarse a menos de una legua porque, a buen seguro, el rey soltaría sus perros para darle un escarmiento. ¡Cómo se puede presentar de esa guisa ante el rey! –se decían-.

La viejecita escuchaba las críticas estoicamente, pero no hacía caso de ellas. Tenía claro que se iba a presentar ante el rey sin nada, con las manos vacías. Lo que no tenía muy claro es cómo reaccionaría, pero poco tenía que perder. Además, una buena comida y la posibilidad de recibir parte de la riqueza del rey bien merecían la pena el intento. Y así caminó hasta llegar a las puertas del palacio.

Allí se agolpaban todos los ciudadanos esperando cruzar la puerta de la muralla principal para pasar a la explanada donde se celebraría el banquete. La larguísima cola de ciudadanos avanzaba lentamente, pero uno a uno iban pasando. La ancianita cogió su sitio y esperó su turno. Estaba perpleja al ver tanta ostentación: unos portaban grandes bandejas con lechones asados rodeados de manzanas y decorados con cintas de colores; otros llevaban grandes y adornadas cestas repletas de huevos, leche y miel; otros cargaban con enormes ramos de flores para la reina; otros grandes bolsos repletos de sonajeros, baberos y patucos para el pequeño heredero. Todos cargaban cuanto podían llevar en sus manos y andaban torpemente por el peso y el volumen de sus presentes, pero la anciana no llevaba nada, absolutamente nada.

Y cuando casi llegó a la puerta, vio cómo los porteros sostenían en sus manos una gran bandeja rebosante de monedas de oro que ofrecían a los que cruzaban la puerta. Todos eran invitados a coger monedas, pero iban tan cargados con sus presentes que no alcanzaban a coger más que una o dos. Mientras unos alcanzaban con la punta de los dedos una moneda procurando no soltar su regalo, otros pedían al portero que les metiera una moneda en la boca por no tener ni siquiera los dedos libres. Y así fueron pasando.

Y llegó el turno de la anciana, que se paró ante el portero esperando su reacción ante ella. Para su sorpresa, el portero ni siquiera reparó en su aspecto. Y no sólo eso, sino que le ofreció coger sus monedas de oro. Ella no podía creer lo que estaba pasando, pues esperaba ser rechazada ahí, en la misma puerta. Pero el portero la animó a tomar las monedas de la bandeja. Ella, tímidamente, tomó un par de ellas, pero el portero le animó a coger más. Sin creerlo, ella se animó y tomó otras tantas, pero el portero volvió a animarle con una mirada hacia la bandeja a tomar todas cuantas pudiera. Ella tomó un puñado y se lo guardó en su gran bolso vacío que nunca había contenido más que un mendrugo de pan. El portero siguió animándola y ella, con premura, tomó cuantas pudo y llenó hasta arriba su bolso. Tanto lo llenó que casi no podía cargarlo. El portero la animó después a entrar al recinto y ocupar uno de los puestos preparados para los comensales. 

Buscó sitio entre la multitud que se agolpaba junto a una larguísima mesa donde los guardianes del palacio les indicaban que debían dejar sus presentes y se dirigieron todos a comer.

El rey esperó a que todos estuviesen sentados a la mesa y dio un discurso de bienvenida, animando a todos a comer, beber y pasarlo bien. La fiesta estaba garantizada. Y comieron y bebieron hasta saciarse, tanto los vecinos como la anciana. Y al terminar el banquete, el rey despidió a todos dándoles las gracias por su asistencia. Entonces la gente comenzó a murmurar: 

-          ¿Y el dinero? ¿No dijo el rey que compartiría parte de su riqueza con nosotros?

Y el murmullo era tal que el rey mandó callar a todos para averiguar qué es lo que pasaba. Entonces, un portavoz de los ciudadanos alzó la voz y dijo así:

-          Su Majestad. Estamos algo contrariados porque se nos dijo que el rey compartiría parte de sus riquezas con todo sus súbditos, pero no hemos recibido nada.

-          ¿Qué no habéis recibido nada? –preguntó molesto el monarca mientras mandó llamar a los porteros para que le explicasen qué había pasado-. 

El rey conversó unos minutos con los porteros mientras el pueblo esperaba impaciente por escuchar qué ocurría. En un momento dado, el monarca se dirigió al pueblo y dijo así:

-          Queridos súbditos. Me informan mis servidores los porteros que, a la entrada del recinto, esperaban a todos los ciudadanos con bandejas de plata repletas de monedas de oro y que ustedes tomaron cuantas pudieron. Sepan que los porteros ya han guardado las monedas sobrantes y que en el edicto que mandé pregonar les informé de que la invitación era totalmente gratuita y sin compromiso alguno por su parte. Sin embargo, ustedes se han preocupado tanto porque sus presentes sean los mejores, los más adornados y los más grandes, que olvidaron por completo mis palabras y se han presentado con las manos llenas. ¿No saben que el rey no necesita nada porque todo lo que quiere lo tiene? Entonces, si mis porteros han hecho bien su trabajo y ustedes han tomado cuantas monedas han podido, ¿no he cumplido acaso con mi promesa? 

Y dicho esto, volvió a despedir al desanimado público que se quedó absorto al comprobar cómo ni siquiera se acercó a la mesa donde descansaban cientos de regalos bonitos y bien adornados que, al final, no habían servido para nada.

Todos comprendieron entonces que habían perdido el tiempo, que la invitación era sincera y que no habían escuchado sus palabras, ni las escritas ni las pregonadas a voces por las calles. Estaban todos tan absortos con los preparativos de ofrendas grandiosas que presentar ante el rey que se olvidaron de la gratuidad de su invitación. Y se fueron cabizbajos.

La ancianita, por el contrario, salió contentísima de aquel lugar. Su bolso estaba repleto de monedas y supo que el rey es justo y cumple sus promesas. Simplemente se fió de su palabra… y acertó. Y comprendió que la justicia del rey está por encima de lo que los súbditos puedan hacer por o para él. Comprendió que mira a todos sus súbditos por igual sin importar lo que cada uno pueda ofrecerle.

Y así termina la historia del rey, su pueblo y la anciana que se presentó con las manos vacías para volver cargada de monedas de oro.


MORALEJA

Como casi todas las historias, mi historia también tiene su moraleja. Pero antes de contártela te diré que releas de nuevo la historia con una visión distinta. Imagina que el rey es Dios; que los presentes son nuestras buenas obras; que los porteros son ángeles del cielo; que las monedas de oro son la Gracia de Dios; que la gran fiesta gratuita es el paraíso; que los súbditos del rey son los hijos de Dios y, por último, que la anciana eres tú.

Y es que la Gracia de Dios no actúa movida por nuestras obras. Si fuese así, ya no sería Gracia de Dios, sino premio o condecoración merecida por nuestra parte. La Gracia de Dios se derrama sobre todos por igual sin importarle para nada nuestros méritos, aunque somos nosotros los que no acabamos por fiarnos de su Palabra y comprender la gratuidad de la entrega definitiva de Cristo para redimirnos del pecado. Si supiésemos qué significa la palabra “redención” (volver a comprar), quizás entenderíamos mejor esta entrega. Porque Jesús nos volvió a comprar para Dios con su sangre derramada, gratuitamente y para siempre. Si no entendemos esto, no entenderemos que, por Gracia de Dios, estamos salvados sin necesidad de apuntarnos tantos o colgarnos entorchados.

Como la anciana, podemos presentarnos ante Él con las manos vacías. El las llenará hasta que rebosen de su Gracia. Porque él, como el rey de la historia, no mira nuestras obras ni lo que hemos hecho de bueno o de malo, sino que nos mira como un padre mira a un hijo.

Nuestras buenas obras bien hechas están, pero no son requisito indispensable para conseguir por nosotros mismos la salvación. Todo lo bueno que hagamos es bueno para sus ojos, pero no pretendamos apuntar todas esas cosas en una lista. Te aseguro que no existe persona en el mundo cuya lista de pecados no sepulte con creces la de las buenas obras. Hay que hacer el bien por el bien, no por sumar líneas en la lista de obras buenas.

Lo más preciado de nosotros mismos es nuestra persona, imagen de Dios y creación suya. Es nuestra persona lo que debemos llevar ante el Señor el día del banquete, sin más cargas y con la confianza de sentirnos salvados por su Hijo. Ya Cristo se ocupó de descargar nuestra pesada mochila repleta de pecados. Y somos nosotros quienes, libremente, elegimos recibir o no lo que gratis nos da. Si nos afincamos en el pecado y pretendemos vivir instalados en él, pocas serán las monedas que podamos tomar. Si, por el contrario, nos fiamos de Dios hasta el punto de poder presentarnos ante Él con las manos vacías con la confianza de sabernos salvados de antemano por iniciativa suya en Jesucristo, entonces has entendido lo que es la Gracia de Dios y nuestras manos no darán abasto para cargar monedas.


Así es Dios, simple dentro de su complejidad. ¿Vaciamos las manos?

lunes, 15 de junio de 2015

José Alberto Linero Gómez. Retiro de Servidores a Vasijas de Barro. RCC. Cáceres.

El pasado 10 de mayo de 2015 tuve la suerte de poder asistir al Retiro de Servidores de la RCC en el Colegio de las Josefinas de Cáceres para el grupo Vasijas de Barro.

El padre Alberto José Linero Gómez, al que había conocido por casualidad días antes a través de internet, fue quien predicó el Retiro. Y aquí os dejo las tres enseñanzas que nos dejó. Las comparto con todos para que todos puedan enriquecerse de este padre que tiene el don de la palabra (y de la sonrisa). 

Son tres enseñanzas que subo en vídeos de Youtube. Lo que menos importan son las imágenes, pues son sólo fotos del padre. Puedes descargarte los audios mp3 desde cualquier gestor de descargar, así podrás escucharlo desde tu reproductor o teléfono. 

Que las disfrutes. 

ENSEÑANZA 1



ENSEÑANZA 2



ENSEÑANZA 3



Que lo disfrutes y te sirvan las enseñanzas. 
El peregrino mangurrino

domingo, 14 de junio de 2015

¡BUEN VIAJE, HERMANA!


¡San Benito, San Benito,
que no se haga daño este animalito!

Con esta petición a san Benito, sor Ana pretendía protegerme cuando me vio subido a lo alto de una escalera mientras cambiaba una cortina en la enfermería del Convento de Santa Clara, sin darse cuenta de que casi produce todo lo contrario y me caigo de la risa después de escuchar tan original oración.

Y es que así era sor Ana, original, simpática y alegre. Tanto que hasta su oración a san Benito reflejaba esa simpatía.

Ya son cuatro las hermanas que he conocido y que han pasado de esta vida a la vida eterna junto al Padre: sor Trinidad, sor María, sor Faustina y, ahora, sor Ana.

Siempre es un momento triste despedir a una hermana, pero a la vez es un momento alegre para quienes sabemos que parten hacia una vida mejor. Sor Ana disfruta ya de la compañía de sus hermanas junto a Cristo. Fue Él quien así lo dijo, y yo así lo creo.

Ahora toca despedirla, pero no con un adiós, sino con un hasta luego. Y toca también encomendarnos a ella para que nos acompañe y ayude en nuestra peregrinación por la vida.

Sor Ana estaba siempre sonriente, tanto si estaba en la enfermería del Convento como si estaba en el hospital. Por eso, antes de verla, yo sabía que al verla de cuerpo presente la iba a ver sonreír, y así es. Y es que, a pesar de haber padecido por largos años un alzheimer muy severo, ni siquiera esto ha podido con su alegría. El Señor le concedió el don de la sonrisa, y también el don de contagiarla. Eso lo hacía como ninguna.

Es una maravilla encontrar personas en la vida como sor Ana, que nos deja su recuerdo constante de la sonrisa dibujada en la boca, algo que sólo puede deberse a un profundo enamoramiento del Señor.

Ahora, cada vez que las hermanas entren en la enfermería, seguro que van a recordar con cariño a quien por tantos años la tuvo como casa, recordándola siempre sentada en su sillón y mirando mientras reía a quien entraba. Yo mismo era unas veces el Papa, otras un obispo, según ella determinase. Por eso, a veces me pedía que la bendijera sin darse cuenta de que quien necesitaba su bendición era yo, pues ya se veía en su rostro un cierto semblante de santidad.  

Dios la tenga en su Gloria y le conceda el alto puesto que merece esta luchadora que entregó su vida por amor a Cristo y a los hermanos, hasta el punto de gastar su vida rezando por ellos y por el mundo entero.

Mientras tanto, yo me quedaré aquí, pero a partir de ahora me encomendaré a san Benito recordándole que, como decía sor Ana, proteja a este animalito; y también a ella para que se lo recuerde de vez en cuando.

Menudo ejemplo el suyo. Semejante entrega deja el listón tan alto que uno no puede más que admirarse por ello.

Así que descanse en paz nuestra hermana Ana, la sierva de Cristo que si por algo se caracterizó fue por su entrega y por su alegría, es decir, por haber sabido aplicar el Evangelio a su propia vida, algo a lo que muchos solo podemos aspirar. 

viernes, 12 de junio de 2015

MISIONEROS Y COOPERANTES. NO ES LO MISMO. LAS 40 DIFERENCIAS.


Cuando uno tiene ya una edad lo suficientemente elevada como para echar la vista atrás y darse cuenta de que, en asuntos de justicia social, no todo es lo mismo ni tiene el mismo reconocimiento; cuando uno tiene ya una amplia experiencia en el campo de las misiones y la cooperación internacional y ha visto todo tipo de actitudes, tanto entre misioneros como cooperantes; cuando uno ha trabajado codo a codo con todo tipo de misioneros de la Iglesia y cooperantes de diversas ONG´s, entonces puede permitirse el lujo de la crítica desde la objetividad que permite la experiencia. O al menos eso creo yo.

En los viajes se aprende mucho, más quizás que en la Universidad. Lo que ocurre es que las cosas que se aprenden son distintas. Se aprende humanidad, cultura, costumbres, idiomas, geografía… En la Universidad se aprende un oficio, amén de matemáticas, física y otras cosas. Y fruto de ese aprendizaje, que he tenido la suerte de adquirir tanto en la Universidad como en los viajes, es este pequeño compendio de diferencias fundamentales que existen en el ámbito de la cooperación internacional para el desarrollo.

Sé que este post no va a gustar a la mayoría de los cooperantes de ong´s, es más, sé que les va a molestar bastante. Pero no soy de esas personas tan políticamente correctas que escriben para agradar a todos, sino de las que escriben lo que piensan, a pesar de que me cueste una lluvia de críticas. Tenemos que decir lo que pensamos, tenemos que estar por encima de los ambientes que pretenden encasillarnos en casillas creadas por ellos para separar a los buenos de los malos según su criterio.

La verdad solo tiene un camino. Lo que ocurre es que, generalmente, no suele gustar escucharla. Son muchos los que pregonan que les gustan las personas que van de frente, que son sinceras y que siempre dicen la verdad, aunque duela. Pero a la hora de la verdad, la inmensa mayoría de esas personas no aceptan ni siquiera la menor de las críticas.
Los misioneros sabrán que lo que aquí se dice es tan real como la vida misma. Los cooperantes, por el contrario, no sólo estarán en contra, sino que dirán que todo esto es mentira. Sólo ellos pueden juzgar sus propios actos y reflexionar si lo que aquí se dice es cierto o no en ellos, pero lo que más claro tengo es que ninguno reconocerá que tengo razón. Lo más que aspiro de los que reconozcan la verdad es un silencio, el cual será indicativo de que, aun no gustándoles lo que escribo, al menos lo reconocen.
Son muchos años ya los que he vivido y trabajado con misioneros y cooperantes de distintos continentes, tanto en España como en Sudamérica o África, por lo que sé lo que me digo. He visto cosas realmente escandalosas, aunque he visto auténticos buenos cooperantes, de los de quitarse el sombrero ante ellos.

Por descontado, no todos los cooperantes son así. Existen muchos que tienen principios buenos y solidarios, independientemente de su ideología religiosa. Pero por muchos que existan, les superan de largo aquellos que buscan en la cooperación vivir una aventura distinta, en países que suelen ser tropicales o con atractivos turísticos de interés general. Prueba de ello son los cientos de miles de cooperantes que viajan a Perú, a la India, al Tíbet, a Nicaragua, a Filipinas o a Brasil y pocos, muy pocos los que viajan a Somalia, Etiopía, Chad o Libia. Sin embargo, las necesidades de los pueblos del África central son los que más necesitan de nuestra ayuda.

No pretendo criticar ni demonizar al cooperante, puesto que me parece una obra magnífica la que desarrollan. Es más, deseo de corazón que haya muchos buenos cooperantes que realicen grandes obras allá donde vayan. Mi artículo va más dirigido a aquellos cooperantes que utilizan la cooperación como una posibilidad sin igual de poder hacer un turismo de aventura gratuito o muy barato apoyándose en proyectos cuya base suele ser la necesidad de muchos hombres o la injusticia social. Quien quiera vacaciones, que se las pague, pero que no use al pobre para tener la ocasión de conocer las maravillas de sus países.
Por ello estimo que la cooperación es buena y necesaria, pero no tanto los miles de caraduras y jetas que manchan con sus actos y su comportamiento la nobleza del voluntariado real de cooperación. Ni tampoco las innumerables ong´s que se nutren económicamente de un trabajo que para nada es solidario o que, bajo una apariencia solidaria que se escuda en el desarrollo de ciertos proyectos, es un medio de vida y un trabajo bien remunerado para muchos. También los he conocido de estos, por desgracia.
Os dejo un amplio catálogo de diferencias entre misioneros y cooperantes. Espero no herir tus sentimientos si es que te ves reflejado en algo de lo que digo o si tu caso no es exactamente así. Repito que hay excepciones, pero lo cierto es que son pocas.

Estas son las principales diferencias que veo:

1.       Un misionero puede dejar padres, casa, amigos y trabajo durante años. Un cooperante no.

Un misionero tiene claro que su función depende de las necesidades de cada momento, y que eso le puede separar de familia, casa y amigos durante años. Un misionero sabe que puede perder un curso, que puede perder un familiar o una amistad y no estar presente. Un misionero no antepone nada a su misión, ni siquiera la propia familia. 

Un cooperante viaja por un espacio de tiempo determinado, espacio que él mismo marca según sus propios intereses familiares, educativos o sociales. Un cooperante sólo está dispuesto a renunciar a familia, casa y amigos si se trata de un trabajo remunerado. Si la cooperación o el viaje es un trabajo, no hay más remedio que estar fuera y no importa el tiempo. Pero si la cooperación no lleva aparejado un sueldo, hay que ponerle límites temporales. Un cooperante jamás antepone la ONG para la que trabaja o la cooperación que realiza a su propia familia.


2.       Un misionero puede viajar solo. Un cooperante no.

Un misionero no necesita de nadie para realizar su trabajo. Sabe que su persona, sus manos, sus talentos y su disposición son sus únicas armas y las pone a disposición de aquellos a quienes va a ayudar. Un misionero se calza sus botas y carga su mochila para dirigirse al lugar donde se le necesita. Al misionero nadie le espera ni en aeropuertos ni en estaciones de autobús, sino que él mismo se dirige por sus medios hasta el punto en que desarrollará su trabajo.

Un cooperante suele viajar en grupos escolares, de la Universidad o de amigos. Suelen esperarle en los aeropuertos para que no se pierdan y les llevan en coche hasta el centro de acogida, donde están los demás cooperantes del mismo o de otros países esperando las órdenes de los dirigentes de la ONG con la que colaboran. Un cooperante es dejado en el aeropuerto de salida y recogido en el de llegada. Y al regresar a su país igual.

3.       Un misionero que trabaja en Perú no necesita hacerse un selfie en Machu-Pichu. Un cooperante sí.

En Perú, en Brasil o donde sea. Un misionero tiene claro que su viaje no es un viaje de turismo, por lo que puede visitar los países más exóticos con playas o monumentos de fama internacional y si siquiera visitarlos. Un misionero gasta su carrete en fotos de su misión, aunque también pueden gustarle los paisajes o las rutas turísticas próximas que pueda visitar. Un misionero no sabe lo que es un palo de selfie, y si lo sabe, no lo tiene porque no lo necesita.

Un cooperante lleva su palo de selfies siempre consigo y, si va a Perú, no puede irse sin visitar Machu-Pichu o Nazca. Si va a Brasil no puede dejar de visitar el Cristo de Corcovado, o si va a la India, el Taj Mahal. Tampoco puede irse sin visitar las capitales de los países que visita, aunque eso lo tienen fácil, pues sus trabajos suelen desarrollarse en ellas o en puntos próximos.



4.       Un misionero viaja allí donde hace falta sin importar las condiciones. Un cooperante examina bien el lugar antes de ir y elige aquellos sitios que le gustan.

Un misionero no pregunta dónde tiene que ir. No busca destinos donde realizar su misión. Un misionero atiende a la llamada de quien le necesita y no duda en ir en su ayuda y no mira en Google el entorno en el que vivirá, o lo mira para estar informado, pero no para ver qué puede visitar cerca. Un misionero no pone condiciones, pues casi siempre las condiciones son las peores, sino que acepta ir allá donde se

Un cooperante examina bien antes el lugar, elige si va o no. Mesura las condiciones, si hay electricidad, agua corriente o internet allá donde va, si existen otros cooperantes de su edad. Un cooperante busca qué puede ofrecerle la cooperación y decide ir o no dependiendo de ello. Un cooperante elige sitios bonitos, en lugares apropiados y siempre que la cooperación sea compartida con otros chicos y chicas de su edad a los que poder conocer y con los que poder compartir sus experiencias de aventura.

5.       Un misionero puede trabajar solo o en equipo. Un cooperante necesita una organización que le ayude.

Un misionero es autónomo. Puede trabajar solo o en equipo. Puede ser un mero peón de la misión o pasar a dirigirla si es el caso. Un misionero puede trabajar en un ambiente ordenado o en las situaciones más caóticas posibles. Un misionero tiene capacidad de adaptación al medio y tiene claro que la gente de alrededor debe ser un apoyo y un medio para ofrecer un mejor trabajo. Puede disfrutar con los compañeros, tomar unas cervezas al final de la jornada o salir a dar paseos o realizar actividades para descansar de su función principal, pero sin olvidar nunca cuál es su función.

Un cooperante depende de otros y suele trabajar en equipo, pues en solitario no sólo no hace nada, sino que además puede ser un estorbo. Un cooperante puede dirigir un grupo, pero antes tiene que pasar unos exámenes o pruebas. Un cooperante no suele tener capacidad de adaptación y debe aprender a apoyarse en otros para la consecución de los fines que se propone, pero no es algo innato en él. Un cooperante piensa que tiene derecho a divertirse después de la jornada de trabajo, por lo que las cervezas son casi obligatorias, así como las salidas de ocio. Un cooperante puede olvidar cuál es su función y para qué viajó.


6.       Un misionero sabe cuál es su trabajo y lo modifica según estime conveniente. Un cooperante tiene funciones marcadas de las que procura no salirse.

Un misionero tiene un planning de trabajo incrustado en su cerebro. Sabe qué trabajo tiene que hacer y cómo hacerlo. Puede modificar su trabajo o cambiarlo según estime conveniente, pero siempre con un único fin: ofrecer un mejor servicio. Un misionero sabe que puede saltarse las reglas si con ello va a conseguir un avance positivo en su misión y tiene capacidad de tomar sus propias decisiones.

Un cooperante tiene un planning de trabajo en papel o en el ordenador. No sabe qué trabajo tiene que desempeñar y se lo tienen que decir, incluso a diario a veces. Un cooperante debe obedecer órdenes y no puede tener criterio propio a la hora de tomar sus propias decisiones ni saltarse el plan de trabajo marcado. Un cooperante es un funcionario de la cooperación cuando actúa en una cooperación remunerada y un aventurero sin funciones cuando la cooperación es una cooperación vacacional por la que ha pagado una cantidad importante de dinero. En este último caso, el cooperante es tratado como si de un huésped de hotel se tratase porque interesa que repita próximos años la experiencia.

7.       Un misionero puede divertirse con los oriundos del lugar donde trabaja. Un cooperante necesita un grupo de jóvenes que se reúna por las noches en torno a una hoguera, una guitarra o un botellón.

Un misionero se implica con la población nativa a la que apoya porque sabe que su función sobrepasa la ayuda material, por lo que se ofrece íntegramente y hace amistad con los oriundos. Un misionero genera un clima de paz y tranquilidad, un clima familiar. Un misionero sabe que la misión no es sólo dar pan al pobre.

Un cooperante necesita su grupo de amigos para reunirse por las noches en torno a una hoguera, cantar canciones y beber hasta tarde. Un cooperante no se integra con la población nativa, sino que se integra con los cooperantes de su entorno. Solo con ellos genera empatía y mantiene contactos por mucho tiempo con ellos, mientras que la gente a la que fue a ayudar termina siendo olvidada.

8.       Un misionero puede pasar meses, incluso años sin darse un baño. Un cooperante necesita saber dónde está la cascada, el lago, el río o mar más próximo para chapotear.

Un misionero, como ya vimos, puede viajar sin traje de baño porque sabe que no va a chapotear con los amigos. Por eso, un misionero puede pasar un año trabajando junto a las cascadas de Iguazú sin haberse bañado en ellas por estar ocupado en otras cosas.

Un cooperante lleva el chip del baño ya en su mente antes de montar en el avión, por lo que puede ir preparado con traje de baño, gafas de bucear y hasta aletas. Un cooperante no puede dejar la oportunidad de echarse una foto bajo el chorro de una cascada como la de Iguazú si es que trabajase cerca de ella.


9.       Un misionero aguanta condiciones duras. Un cooperante se constipa con un soplido.

Un misionero  aguanta condiciones duras, a veces más que duras. Puede estar sin comer o malcomiendo, puede soportar altas y bajas temperaturas, puede prescindir de cremas solares o antimosquitos. Un misionero puede andar por el barro, caminar bajo la lluvia y mojarse hasta los huesos. Y después de eso, puede prescindir de darse una reconfortante ducha por no existir esos lujos donde está. Un cooperante sabe que caminando solo puede ser víctima de asaltantes, puesto que son frecuentes los asaltos en países subdesarrollados. Un misionero sabe esto antes de ir a la misión y, aún sabiéndolo, sigue convencido de ir.

Un cooperante aguanta poco, la verdad. Esta acostumbrado a la vida del primer mundo con electricidad, calefacción, ducha e internet, con lo que dejarle solo en medio de una selva amazónica es condenarlo a muerte. No soportan los calores y se quejan, tienen que tener una botella de agua fría o de coca-cola en la mochila. Necesitan cremas solares o repelentes de mosquitos y dormir bajo mosquiteras. No pueden andar por el barro ni caminar bajo la lluvia sin agarrar una pulmonía triple. Pero vamos, que aunque pudieran, no estarían dispuestos a hacerlo porque consideran que no han viajado para eso. Un cooperante al que le digas que va a estar un mes en un lugar sin ducha, automáticamente te dice que, sintiéndolo mucho, no puede ir.

10.   Un misionero es misionero en el extranjero y en casa. Un cooperante sólo se acuerda de los necesitados cuando llega el verano.

Un misionero lleva su condición grabada a fuego en su corazón y actúa allá donde esté. Está presto tanto para ayudar a cruzar la carretera a una anciana en Madrid como para dar de comer a niños desnutridos en África. El misionero siempre busca tiempo para repartirse para los demás y, si está en una ciudad, visita enfermos en los hospitales, ancianos en los asilos o presos en las cárceles. Un misionero es misionero las 24 horas del día y los 365 días del año y se mueve en ambientes donde cree que puede ser útil, como comedores sociales o despachos de Cáritas. 

Un cooperante, curiosamente, es capaz de recorrer medio mundo para enseñar inglés en Nicaragua a los niños de un colegio, sin embargo, cuando llega a casa no se molesta en preguntar ni dónde está el asilo de ancianos más cercano. Un cooperante sólo se pone en marcha pasada la aduana, y piensa que en su país ya hay otros que ayudan a quien lo necesita. Un cooperante, tristemente, puede ayudar a una ong extranjera a combatir la injusticia y ni siquiera saber cuál es el despacho de Cáritas o el comedor social más cercano donde podría prestar una magnífica ayuda. 


11.   Un misionero trabaja para conseguir la financiación del proyecto. Un cooperante va “a tiro hecho” e incluso puede llegar a pagar por cooperar.

Un misionero busca dinero debajo de las piedras, lo reúne y lo va juntando hasta que tiene suficiente para invertirlo en la necesidad que estima. Pasa por parroquias, organiza conciertos y galas benéficas, mercadillos, peregrinaciones o excursiones con las que recaudar fondos con los que poder costear los gastos de la misión. Un misionero realiza proyectos para solicitar ayudas públicas y privadas, visita comercios en busca de patrocinios, solicita ayuda a cajas, bancos y particulares. Un misionero sabe que, de cada 50 entidades que visita, puede que sólo una le apoye económicamente, pero no para de intentarlo.

Un cooperante no quiere saber nada de buscar fondos para la ong con la que colabora, o si lo hace, lo hace en las calles céntricas con un chaleco buscando personas que quieran donar o hacerse socias, pero siempre con un sueldo. Un cooperante no se preocupa por ningún aspecto económico ni le interesa saber cuánto cuesta realizar el proyecto en el que ayuda. Un cooperante puede, incluso, pagar dinero a una ong por cooperar con ella con tal de poder visitar el país exótico donde realiza sus proyectos sin darse cuenta de que, con el dinero que gasta en ello, podría salvar más vidas de las que imagina.

12.   Un misionero puede trabajar en enero, abril, agosto o diciembre. Un cooperante sólo puede cuando le cuadra con su tiempo libre.

Un misionero no vive supeditado a un calendario a la hora de desarrollar su trabajo, sino que está pronto para partir cuando sea necesario. Un misionero, aun sin pertenecer a ningún cuerpo nacional de protección social o sanitaria y no tener, por tanto, un sueldo, está dispuesto a partir a cualquier país del mundo sin preguntar qué trabajo tiene que desarrollar. Un misionero puede partir con tanta premura hacia países como Nepal o Haití como cualquier bombero o médico de entidades gubernamentales, y además con sus propios medios. Un misionero tiene siempre la maleta “medio hecha” por si hay que partir.

Un cooperante sólo está disponible en periodos vacacionales y siempre que la cooperación no le “pise” otras actividades programadas. Un cooperante no tiene la maleta “medio hecha” ni podría hacerla en cinco minutos si se le pidiera. Un cooperante suele seguir, en todo caso, los trabajos de desastres naturales por televisión o facebook, pero no iría a países en los que existen riesgos o donde haya habido catástrofes recientemente. Un cooperante prefiere cooperar con ong´s que trabajan con niños en colegios cercanos a la playa.


13.   Un misionero viaja al centro de países con guerra, desnutrición, ébola, etc. Un cooperante sólo viaja a países donde hay turismo natural del que disfrutar y ningún peligro cerca.

Un misionero no busca su destino, sino que su destino lo marca la necesidad de las personas en crisis que necesitan su ayuda. Un misionero no piensa, al menos no demasiado, lo que se va a encontrar allá donde va. Un misionero no se echa para atrás por motivos de guerra o de enfermedades y puede incluso entregar su vida contento porque sabe que su vida no es suya, sino de Dios. Un misionero puede morir de ébola, SIDA o malaria.

Un cooperante no va a morir por estas causas porque desde el principio va a evitar viajar a países donde existan estos riesgos, aunque puede contraer enfermedades por casualidad o por descuido. Un cooperante piensa, medita y sopesa el país donde viaja y quema su vista en google buscando los posibles problemas con los que se pueda topar. Un cooperante no viaja a países en guerra ni está dispuesto a entregar la vida por nadie.

14.   Un misionero puede trabajar en un poblado perdido y lejano. Un cooperante sólo trabaja en capitales de provincia, preferentemente en la costa.

Un misionero puede irse al centro de la selva amazónica, a lo alto de la cordillera de los andes o al mismo Himalaya si fuese necesario. Un misionero no mide las distancias porque no le importan, sino que va sin demora allá donde sea necesario, haga frío o calor, llueva o nieve.

Un cooperante puede ir a la selva o a los Andes, pero solo de visita o por placer. El resto de su cooperación la desarrolla en núcleos urbanos donde no falta de nada, ni siquiera Wi-Fi. Un cooperante suele cooperar en lugares costeros o en capitales de provincia. En caso contrario, un cooperante suele ir a grades centros de cooperación donde haya otros atractivos turísticos que puedan ser explorados.

15.   Un misionero puede ir a lugares donde no existen comunicaciones, ni electricidad ni agua corriente. Un cooperante no viaja a un lugar si sabe que no dispondrá de internet.

Un misionero puede vivir como los habitantes del lugar donde vaya, incluso sin internet. Puede pasar sin ducharse o sin ver televisión. Un misionero tiene recursos para pasar su tiempo sin muletillas que le ayuden, como aparatos de música o de entretenimiento. Un misionero prefiere charlar, compartir con los demás bajo la luz de la luna, jugar con los niños y enseñarles nuevos juegos, incluso inventarlos si es necesario. Un misionero puede regresar a su país sin saber qué ha pasado últimamente en materia de política y puede sorprenderse al descubrir que un personaje famoso ha muerto sin haberse enterado hasta meses después de su fallecimiento.

Un cooperante, directamente, no viaja allí donde sabe que no va a tener conexión a internet para su móvil. Un cooperante no puede pasar sin ducharse porque cree que va a morir si no lo hace durante más de dos días. Un cooperante necesita televisión para ver la final de la Champions o los programas de su país. Un cooperante no puede permanecer desinformado de la política de su país y se entera de todo lo que ocurre.


16.   Un misionero es un servidor. Un cooperante es un trabajador.

Un misionero no se sirve a él mismo, sino que sirve a los demás sean quienes sean y en la tarea que se necesite. Un misionero es su propio empleado. 

Un cooperante es su propio jefe. En cualquier caso, el trabajo de un cooperante no suele ser ni de sol a sol ni medianamente duro.

17.   Un misionero puede dar hasta el último céntimo de su dinero para ayudar a otro. Un cooperante jamás haría eso.

Un misionero sabe que su misión no es más importante que la de otro, así que no tiene reparos en compartir su dinero con quien cree que puede tener más posibilidades de partir antes o si considera que su proyecto es más urgente. Un misionero puede involucrarse incluso con otro para ayudarle.

Sencillamente, un cooperante jamás haría algo así, sino que su dinero es suyo.

18.   Un misionero puede perder la vida en la misión. Un cooperante es difícil que la pierda, a no ser por imprudencia al realizar deportes de aventura o excursiones.

Un misionero puede no solo gastar sus días en la misión, sino que puede dejar la vida en ella. Un misionero puede contraer enfermedades infecciosas o ser abatido por algún radical en países subdesarrollados. Un misionero no piensa en estas cosas antes de partir hacia allá donde se le necesita.

Un cooperante no tiene por qué entregar su vida en la cooperación a no ser por imprudencia o accidente fortuito. Un cooperante tampoco estaría dispuesto a viajar allí donde sepa que su vida puede correr peligro.

19.   Un misionero sabe el día de la partida, pero no el del regreso. Un cooperante sabe el día y la hora exacta en la que aterrizará en su país de vuelta.

Un misionero puede viajar con billete sólo de ida y dejar la vuelta para cuando lo estime oportuno. Un misionero sabe qué día se va, pero no sabe cuándo regresará y sólo lo hará cuando se le acaben los recursos o cuando termine su labor.

Un cooperante viaja con billete de ida y vuelta, y no suele gastar más de 30 días en el proyecto para el cual trabaja. Un cooperante conoce con exactitud la hora de llegada y la de regreso y suele volver a casa mientras la necesidad continúa allá donde estuvo cooperando.


20.   Un misionero puede no tener facebook ni twitter. Un cooperante sí.

Un misionero puede tener facebook o twitter, pero no necesariamente, y si los tiene es para mantener una comunicación con sus familiares y amigos y para mantenerles informados de los avances que consigue. Un misionero puede vivir desconectado de ellos tanto tiempo como sea necesario.

Un cooperante, casi siempre, tiene facebook o twitter, o las dos cosas más instagram, tuenti, etc. Un cooperante no informa de sus logros, sino que comparte fotos de paisajes o de amigos y, aunque los usa para mantener contacto con la familia, también lo hace para mostrar a todos las cosas que vive, los lugares que visita o las comidas que come. 

21.   Un misionero puede conseguir la doble nacionalidad. Un cooperante no.

Un misionero, como vimos, sabe cuándo se va, pero no cuándo regresará. Se dan casos de misioneros que viajan por meses y terminan quedándose años, décadas o incluso de por vida. Un misionero puede conseguir, por tanto, la doble nacionalidad porque puede pasar más tiempo de su vida en el país donde trabaja que en su país de origen. Un misionero, además, siempre tiene la doble nacionalidad moral, pues se implica tanto en su proyecto que es algo más que personal para él, llegando a poder sentirse más de allí que de su propia patria.

Un cooperante jamás conseguirá doble nacionalidad porque lo más que pasa en una cooperación son 30 días. Se han descrito casos de cooperaciones de hasta dos o tres meses, pero de ahí para arriba no existe caso alguno, sino que ya pasan a ser puestos de trabajo remunerados. Un cooperante no logra conectar con la gente del lugar y no llega a considerarse de allí, ni siquiera moralmente, y si consigue una doble nacionalidad es por otros motivos, como el matrimonio.

22.   Un misionero puede pasar hambre o penurias. Un cooperante no sólo no pasará hambre, sino que puede comer en restaurantes con coca-cola y postre.

Un misionero no sólo puede pasar hambre o penurias, sino que donde va suele pasarlas porque son lugares de pobreza extrema. Un misionero está preparado para partir con 80 Kg y regresar con 70 Kg. Tampoco necesita ducharse, afeitarse o asearse más de lo que la gente del lugar lo hace, pues sabe que tarde o temprano podrá gozar de una buena ducha caliente, algo impensable para la gente del lugar donde trabaja.

Un cooperante no puede pasar nunca hambre porque la ong con la que colabora le pone desayuno, comida y cena. Además, un cooperante no duda en gastar su dinero en comprar oreos, bizcochos o coca-colas para paliar el hambre o la sed o para picar entre horas. Un cooperante suele comer en el restaurante de la ong o en los de los lugares turísticos que visita en grupo.

23.   Un misionero trabaja por construir un mundo mejor. Un cooperante coopera para vivir una aventura distinta.

Un misionero tiene claro que su única misión es luchar contra la injusticia, aunque no se sepa nunca ni se publique a los cuatro vientos. Un misionero trabaja por construir un mundo mejor y dejar huella entre la gente del lugar por su trabajo evangélico y su actitud humilde. Un misionero no tiene reparos en quedarse medio desnudo si con su ropa viste a unas pocas personas. Un misionero lleva la maleta llena de ropa pero vuelve sin nada porque todo lo ha regalado. Un misionero puede traer en su maleta solo recuerdos para las personas que apoyaron su proyecto o con artículos de artesanía del lugar para venderlos en mercadillos solidarios y conseguir más fondos para el futuro.

Un cooperante viene con lo mismo que se va, pero aumentando los recuerdos y regalos para él y sus familiares. Un cooperante puede tener la intención de ayudar a construir un mundo mejor, pero generalmente se equivoca en el modo, pues no se construye con experiencias de enriquecimiento personal, y mucho menos con viajes de aventura con una máscara solidaria. Un cooperante suele regresar a su casa sin haber repartido sus pertenencias porque son suyas y de nadie más, aunque sabe que de haberlo hecho no se habría arruinado y que puede permitirse el lujo de comprar cuanto precise. A un cooperante no le importa tanto dejar su huella personal en el proyecto, sino que deja que le proyecto deje huella en él.

24.   Un misionero se compromete con la población donde trabaja y se solidariza con ellos. Un cooperante puede pasar por alto lo más importante: las personas.

Un misionero llega y es uno más de la población. No le importa compartir habitación, ducha (si es que la hay), comida o transporte. Ni siquiera tiene reparos en comer la comida típica del lugar o renunciar a los privilegios que tiene en su país. Un misionero se solidariza con la población donde se encuentra y actúa como ellos, viviendo su misma vida y careciendo de sus mismas carencias.

Un cooperante suele ser uno más, pero no de los oriundos del lugar, sino de los cooperantes que allí están. Puede compartir habitación, ducha o transporte, pero con condiciones. Un cooperante suele tener problemas en comer cosas para las que no está preparado o rechaza platos típicos por no fiarse de la higiene o no gustarle la comida. Un cooperante actúa como los demás cooperantes, nunca como un oriundo.

25.   Un misionero busca el dinero debajo de las piedras, hace tómbolas, rifas, conciertos y galas benéficas, peregrinaciones solidarias o implica a personas que se comprometen y donan dinero. Un cooperante depende de subvenciones estatales.

Un misionero sabe que, por desgracia, el dinero es absolutamente necesario para poder trabajar en los proyectos de misión. Un misionero no tiene recursos económicos que le sustenten y si los tiene, los pone a disposición de la misión. Busca dinero debajo de las piedras y organiza eventos de todo tipo para despertar la solidaridad de muchos y conseguir dinero para invertirlo en los necesitados.

Un cooperante depende de las subvenciones estatales que la ong con la que colabora solicita, y si las consigue, viaja. Un cooperante no suele mezclarse en asuntos que comprometan su valioso tiempo y no suele organizar nada. Como mucho participa de lo que otros organizan. Un cooperante puede tener recursos económicos de diversa índole, pero no los pone al servicio de la cooperación.

26.   Un misionero es, además, un cooperante. Un cooperante no es un misionero.

Un misionero puede cooperar como el mejor de los cooperantes. Un misionero puede hacer su trabajo y, además, el de cualquier voluntario. Además, un misionero dedica tanto tiempo a su misión que, generalmente saca el tiempo de donde no lo hay, incluso de su descanso o sus vacaciones.

Un cooperante no puede ser misionero porque para serlo necesita dejar todo, incluso a sí mismo, y ponerlo todo al servicio de Dios a favor de los hermanos. Un cooperante no tiene capacidad de renuncia o, si la tiene, no la tiene en grado suficiente.

27.   Un misionero no trabaja por él, ni siquiera por quienes ayuda, sino que lo hace por Dios. Un cooperante trabaja por y para él, aunque ayude a personas.

Un misionero sabe que no actúa por iniciativa propia, ni siquiera para ayudar a quien ayuda, sino que su trabajo tiene un carácter de entrega absoluta, como la de Jesús. Un misionero sabe siempre que sin Cristo no hay misión y actúa movido por amor a los demás y con la fuerza del Espíritu Santo.

Un cooperante actúa por iniciativa propia y para vivir una experiencia personal, aunque su labor sea muy buena y sincera. Un cooperante no actúa movido por ningún ideal religioso, sino que sus ideales son otros muy distintos: sociales, aventureros, de crecimiento personal, etc.

28.   Un misionero invierte su dinero en comprar artículos de primera necesidad y todo lo que estima necesario para su misión. Un cooperante paga a una ONG que le ofrece un turismo de cooperación y financia con ello el puesto de trabajo de personas que viven de ello.

Un misionero mira cada céntimo gastado y saca provecho a cada una de sus monedas, siempre en beneficio de los demás, incluso sin mirar por sí mismo. Un misionero compra con cabeza y sabe cuáles son las necesidades primarias y secundarias. Un misionero invierte el dinero.

Un cooperante lo gasta. Un cooperante no suele gastar dinero en otros, sino en sí mismo, pues piensa que demasiado está haciendo ya prestando su tiempo y persona a la ong. Un cooperante puede pagar cantidades desorbitadas para cooperar, pues son muchas las ong´s que ofrecen una aventura de cooperación como vacaciones alternativas para los meses de verano, sin saber que su dinero va a nutrir las necesidades y sueldos de la ong, no tanto las de las personas que la ong ayuda.


29.   Un misionero no tiene plan de ruta marcado, sino que actúa según la necesidad. Un cooperante tiene una hoja de ruta que cumplir.

Un misionero viaja sin mapas ni GPS, sino que actúa movido por la brújula solidaria, que le marca dónde y cuándo ir allá donde se le necesite.

Un cooperante tiene una función específica de la que no puede salirse. Un cooperante no puede incumplir contratos ni desobedecer órdenes.

30.   Un misionero trabaja por la mañana, por la tarde y por la noche. Un cooperante tienen un horario laboral marcado.

Un misionero no tiene horarios porque sabe que su trabajo dura 24 horas al día y 365 días al año, excepto los bisiestos, en los que se permite el lujo de trabajar un día más.

Un cooperante está supeditado a un horario laboral o de cooperación fijo del que no debe salirse y tiene personal que lo controla.

31.   Un misionero no firma contratos. Un cooperante sí.

Recordemos que un misionero es empleado de sí mismo, mientras que un cooperante es su propio jefe, aunque supeditado a una ong. Por ello, el misionero no firma contratos ni condiciones en los que pueda haber letra pequeña, pues se fía de él mismo.

Un cooperante tiene que rellenar formularios, firmar pólizas y suscribir contratos de contraprestación de servicios.

32.   Un misionero puede regresar al mismo lugar cuantas veces sea necesario. Un cooperante elige destinos distintos cada año para vivir aventuras distintas y conocer lugares distintos.

Un misionero no tiene afán de conocer mundo ni vivir aventuras nuevas, por lo que puede pasarse la vida regresando cada año al mismo lugar, aunque se pasen los años y sólo conozca un país. Su intención no es vivir nuevas aventuras en países distintos ni conocer otras culturas, sino que es únicamente solidaria y evangélica. Por eso le importa poco ver siempre lo mismo. Un misionero es claro y no necesita tapaderas para conocer nuevos lugares, así que si quiere ir de turismo a la India, va sin más y disfruta de la experiencia, pero no camufla su interés turístico en la misión.

Un cooperante suele viajar a lugares que no conoce para poder ir tachando de la lista los países que le gustaría visitar y que no podría hacerlo si no fuera por el soporte indispensable de una organización que le dé todo en bandeja. Un cooperante quiere conocer los países más atractivos y da a “me gusta” a las páginas de viaje que muestran destinos nuevos. Un cooperante puede llegar a usar la cooperación como una tapadera para conseguir sus fines aventureros.

33.   Un misionero no lleva en su maleta traje de baño ni crema solar. Un cooperante sí.

Un misionero no sabe siquiera si donde va podrá bañarse o tomar el sol, pero no le preocupan esas memeces. Un misionero hace un viaje de placer, pero no de un placer vacacional o de descanso, sino el que le produce la ayuda humanitaria y la labor evangélica. Por ello, un misionero puede no llevar traje de baño ni crema solar en su maleta.

Un cooperante sabe que, ante todo, tiene que tener tiempo para disfrutar de baños en playas, lagos o piscinas y que debe ponerse moreno. Por ello lleva el traje de baño y la protección solar, incluso algunos llevan gafas de buceo y aletas porque se han preocupado más de informarse de los placeres del lugar que de la labor a realizar. Por ello, el placer evangélico y solidario no existe en la cabeza del cooperante.  

34.   Un misionero se desplaza caminando, en burro o en transportes colectivos. Un cooperante viaja en coche junto con sus compañeros.

Vimos que un misionero puede perder 10 Kg en una misión, y esto es debido a que trabaja con todo su cuerpo, incluso hasta cuando se transporta. Un misionero sabe que donde va hay tantas carencias que hasta el transporte puede llegar a ser un lujo. Por ello, un misionero se desplaza como los aldeanos del lugar donde vive, sean caminando, en burro o en transportes colectivos sobresaturados de personas sudorosas a 40º de temperatura.

Un cooperante no viajaría jamás en burro si no es por vivir una experiencia aventurera o para descansar de un trayecto de trekking. Un cooperante solo camina en expediciones programadas a través de circuitos turísticos de elevado interés natural o arqueológico donde puede vivir experiencias inolvidables. Un cooperante no suele perder kilos en la cooperación y, si los pierde, es de tanto bañarse y jugar con los compañeros. Un cooperante suele tener recursos para su transporte que, generalmente, son gestionados en grupo por cuenta de la ong. 

35.   Un misionero conoce la soledad y la necesidad. Un cooperante no.

Un misionero sabe estar solo porque está acostumbrado a la oración en soledad o a largos períodos de tiempo aislado. Un cooperante calibra la necesidad de los hermanos necesitados y sabe, automáticamente, quien le necesita primero. Un cooperante puede pasar horas en un cuarto o días en una selva sin más compañía que su evangelio.

Un cooperante se muerde las uñas y hasta los nudillos si pasa más de quince minutos solo en una habitación. Un cooperante necesita tener un móvil, un ordenador, un libro, una televisión o una revista para poder convivir consigo mismo sin aburrirse. Un cooperante no conoce la oración y, si la practicase, sería un misionero.

36.   Un misionero puede trabajar solo. Un cooperante necesita un equipo.

Un misionero tiene un gran equipo conformado por una única persona, pero con el mejor jefe posible: Jesucristo. Un misionero puede trabajar solo sin importarle que la tarea sea dura o vaya a ser demasiado larga. Un misionero es paciente y acepta la ayuda cuando le viene, pero no se desespera en la soledad del trabajo.

Un cooperante se queja cuando le toca hacer más de la cuenta, o protesta cuando su trabajo es más costoso y difícil que el de un compañero. Puede llegar a enfadarse con un jefe de equipo que distribuya mal el trabajo y, generalmente, no puede trabajar solo porque no sabe estar solo. Necesita estar constantemente hablando y contando chistes o historias. Un cooperante necesita un equipo para todo, para trabajar, para descansar, para salir de fiesta, para ir a la playa, incluso, a veces, para ir al baño. 

37.   Un misionero hace amistad entre la gente necesitada. Un cooperante hace amistad entre otros cooperantes.

Un misionero hace amistad entre la gente con la que trabaja, sin importarle que sea hombre, mujer o niño. Especial amistad hace con los niños, pero sin olvidar a los mayores. Un misionero es amigo de todos, sin distinción.

Un cooperante suele interactuar más con los niños, pero a los mayores no les hace tanto caso porque no le interesan. Los niños son más simpáticos y graciosos, además de dar más pena, por lo que se vuelcan con ellos olvidando a sus padres.

38.   Un misionero ve con buenos ojos el trabajo de un cooperante. Un cooperante puede llegar a odiar a un misionero.

Un misionero trabaja para conseguir un mundo mejor, por lo que ve con buenos ojos el trabajo de todos aquellos que hacen cosas buenas, o al menos que no las hacen malas. Un misionero ve en el cooperante a una persona que pretende hacer el bien.

Un cooperante puede ser ateo, cosa que no es mala, pero puede ser también anticlerical, algo que sí lo es. Un cooperante puede ver con malos ojos a todos los curas y obispos y meter a todos en el mismo saco, llamando pederastas a diestro y siniestro a todo consagrado de la Iglesia sin darse cuenta de que meten en el saco a los misioneros que son la verdadera Iglesia peregrina que gasta su vida en la lucha contra la pobreza y la injusticia. Un cooperante puede pensar que la Iglesia es mala siempre, sin darse cuenta de que sin los misioneros que hay repartidos por el mundo, la pobreza y la injusticia llegaría a salpicar incluso a los países ricos. Un cooperante puede no entender que en nuestro primer mundo, si no fuera por la Iglesia que ha sostenido con sus dos manos la crisis, las consecuencias habrían sido tan graves que podríamos haber llegado hasta a sublevaciones populares, si no un conato de guerra civil que habría salpicado también a los cooperantes y sus familias. Un cooperante puede no reconocer que la Iglesia ha mantenido, mantiene y mantendrá el equilibrio socioeconómico en países como el nuestro y que, de no ser por ella o de haberse retirado cansada de tanto ataque del sostenimiento de la totalidad de familias pobres e inmigrantes, hasta el cooperante podría haber llegado a llamar a las puertas de Cáritas.

Pero sobre todo, y lo más importante:

39.   Un misionero no sólo se dedica a educar o dar pan, sino que evangeliza y atiende las necesidades espirituales de aquellos a quienes ayuda. El cooperante no considera que Dios puede ser parte fundamental de su cooperación. Si lo considerase, sería un misionero.

Y este es, quizás, el mayor distintivo de todos, porque un misionero no tiene como fin una meta humana, ni pretende dar pan sin más, sino que su trabajo es más evangélico y pastoral que humano. Un misionero puede llevar al mismo Cristo sobre el altar de la Eucaristía para que los pobres materiales y de espíritu se alimenten con el pan de vida.

El cooperante no puede nunca jamás llegar a esto, y para llegar a ello necesitaría de un misionero que le ayudase. El cooperante no tiene en cuenta a Dios en su cooperación, y en caso de que lo tuviera, se pensaría mucho seguir siendo cooperante y se pasaría al bando de los misioneros.


Como nota final, os dejo una reflexión que será el punto 40 y que, curiosamente, denota lo contradictorio de nuestra sociedad “civilizada”:


40.   Un misionero es criticado por un gran sector de la sociedad por el simple hecho de ser católico. Un cooperante, sin embargo, está bien visto por todos.