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"Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho..."

Un gran Santo, el más pobre en lo material, pero el más rico en lo espiritual dijo en su lecho de muerte: "Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho...". Ese gran Santo era Francisco, y si él dijo no haber hecho nada, ¿que hemos hecho nosotros? Empecemos a hacer algo para cambiar el mundo, ¿no os parece?

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domingo, 4 de septiembre de 2022

LA FECHA DE CADUCIDAD DE CHUS

 

El pasado martes, 30 de agosto, fallecía de improviso el dominico Fray Jesús Villarroel Fernández, conocido popularmente como Chus Villarroel. Y digo de improviso porque, aunque su estado de salud era la crónica de una muerte anunciada, no se fue apagando poco a poco, como suponíamos que serían sus últimos días, sino que se fue de un momento a otro, pillando a todos desprevenidos.

Ya le habían diagnosticado a principios de año dos cánceres distintos que no pintaban nada bien. Y cuando él preguntó cuánto le quedaba de vida, le dijeron sin rodeos que entre seis meses y un año, cosa que era sabido por todos los que lo conocíamos, pues él mismo nos lo dijo desde el primer día. Recuerdo ese día, reunidos a través de la plataforma Zoom, y recuerdo el impacto que nos causó a todos. Permanecimos callados, sin saber qué decir. Todos supimos enseguida de la gravedad de su situación, pero había algo que no acababa de encajar del todo. En efecto, cuando alguien te da una noticia así sobre sí mismo, es de suponer que habrá en él una emoción, un cambio de voz, una forma de hablar distinta o, al menos, un reflejo de pena o miedo en el rostro. Sin embargo, esto no fue así, y no sé qué me dejó más desconcertado, si el saber de su enfermedad incurable o si el hecho de que nos lo contase como quien cuenta cómo le ha ido la mañana en el trabajo. Acto seguido, dio paso a la celebración eucarística, como si nada, dejándonos a todos boquiabiertos.

A partir de ese día, su semblante no se modificó un ápice, o al menos yo no se lo noté. Cada jueves nos seguíamos reuniendo para celebrar la Eucaristía e iba haciendo testimonio de sus homilías. Jueves tras jueves fuimos sabiendo de los avances de su enfermedad, de las pruebas a las que le sometían y de los tratamientos que le aplicaban. Él mismo nos contaba que se sentía como un conejillo de indias, puesto que estaban aplicándole un método experimental del que no se sabía qué resultados podrían derivarse. Quizás por eso conservó una pizca de esperanza, porque cuando tienes una enfermedad incurable, supongo que el hecho de que te digan que van a aplicar contigo una técnica nueva de la que no se conocen sus resultados debe ser como un balsa en medio del océano. Debes agarrarte a ella con todas tus fuerzas y poner todas tus esperanzas en que llegará a buen puerto. Sin embargo, el día de su entrada triunfal en el cielo estaba ya marcado, y ese día era el 30 de agosto de 2022. Ese es el día de su «fecha de caducidad», día que él mismo nos consignó escribir y recordar en su última publicación, titulada precisamente así: «Mi fecha de caducidad». Reconozco que, cuando llegó a mis manos, me asaltó la impaciencia y, antes de comenzar la lectura, mi curiosidad me llevó hasta la última página para ver hasta dónde le había dado tiempo a escribir. Y al leer las últimas palabras, se me pusieron los pelos de punta y pensé: “¡Qué grande es Chus!”. Porque de una persona como él cabría haber imaginado un final parecido, lleno de humor y unción a partes iguales. Y es que sus últimas palabras fueron estas: Este último capítulo algún día se escribirá. Si el procedimiento al que me han sometido, como a conejillo de indias, tiene éxito, lo escribiré yo mismo. En caso contrario, espero que algún alma caritativa lo termine poniendo en mayúsculas y en negrita MI FECHA DE CADUCIDAD. ¿Quién, sino Chus, podría terminar así un libro testimonial intuyendo que el punto final de este último párrafo sería, quizás, el punto final de su vida?

Pues bien, así era Chus Villarroel, un hombre de fe entregado en cuerpo y alma al Señor desde su vocación dominica. Era y sigue siendo un gigante de la fe. Sus tres cánceres doblegaron su cuerpo, pero no pudieron con un solo ápice de su esperanza, alegría y fortaleza espiritual, y eso solo puede provenir del Espíritu Santo. Hasta la semana pasada predicaba de tal modo que, quien lo escuchase, jamás podría imaginar que estaba en la fase terminal de su enfermedad, y eso solo puede provenir del Espíritu Santo. Sus miles de charlas grabadas y pronunciadas al mundo entero han dado incontables frutos, y más que darán en el futuro, porque Chus era una de esas personas que, quien se arrima a ellas, siempre crece, y eso solo puede provenir del Espíritu Santo. Los cuarenta últimos años de su vida los dedicó a predicar la Teología de la Gratuidad, una novedad muy antigua rescatada por él y por otros héroes de la fe, como Pedro Reyero, Vicente Borragán o el mismo Raniero Cantalamessa, a pesar de chocar constantemente con los muros de hormigón del tradicionalismo eclesiástico, pero llegando a convencer más que a vencer, y eso solo puede provenir del Espíritu Santo. No me cabe duda de que este dominico leonés pronto será un dominico universal, de que el nombre de Chus Villarroel empezará a ser más conocido ahora de lo que lo fue en vida, pues somos muy dados a los elogios póstumos, en lugar de a los homenajes en vida. Es más, diría, sin temor a equivocarme, que las generaciones futuras habrán de considerar la apertura de un proceso en la Iglesia sobre la vida y obra de este gran dominico español, un proceso que muy probablemente acabará donde los que lo conocimos sabemos que merece, pero eso solo puede provenir del Espíritu Santo, y será el Espíritu Santo quien lo decida. 

Ciertamente, la vida de Chus no fue fácil. Es más, fue bastante difícil: incomprensiones, zancadillas, puertas cerradas, destierros… ¡y hasta acusaciones de herejía y protestantismo! Vamos, toda una vida «a lo san Pablo». Sin embargo, jamás de su boca salió acusación o reproche alguno para con los que no le querían cerca o no le miraban bien. Lo más que llegó a decir en sus famosas grabaciones era que le habían hecho tal o dicho cual cosa, pero sin dar más detalles, cosa que le honraba. Y es que predicar la Teología de la Gratuidad no sale gratis, pues es rescatar una forma de entender la vida de fe al más puro estilo paulino, ser cristiano desde la comprensión de la humanidad de Cristo, sin divinizaciones ni devociones exageradas que alejan su figura de nuestra carne humana. Él gustaba de predicar un Cristo que sufre, que siente y que padece, que nos redime desde su carne dolorida y sangrante, no desde un trono de oro y con un cetro de mando; un Cristo que no nos pide cuentas porque ya se ha encargado Él de pagarlas todas. Sin embargo, estas palabras no encajan bien en determinadas mentalidades, más acostumbradas a ganarse la salvación por méritos propios, con numerosos esfuerzos y acciones que solo uno puede realizar, de modo que la salvación se la ganan ellos «a puro ñeque», como diría Vicente Borragán. De ahí la necesidad de ciertos sectores de la Iglesia en hacer peregrinaciones, buscar indulgencias plenarias, rezar oraciones vocales, celebrar novenas, cargar con las andas en las procesiones, llevar a cabo ayunos y penitencias, poner velas a los santos y hacer sacrificios, muchos sacrificios... Y Chus, claro está, resultaba ser para ellos una pieza redonda en un puzle de piezas cuadradas. Pero jamás se movió ni a derecha ni a izquierda. Y eso que, cuando uno atisba que la mayoría de la gente sigue una marea humana en una dirección, lo más probable es que el equivocado sea el que va contracorriente. Sin embargo, y esa es la prueba de su unción por el Espíritu Santo, él sabía que ese era su camino y que lo iba a recorrer hasta que sus fuerzas se lo permitiesen. Y quiso Dios darle el premio merecido, no ya en el cielo, del que seguramente ya goza, sino también aquí en la Tierra, con un Papa que, más de cuarenta años después que él, ha venido a confirmar su predicación punto por punto y sin saltarse una sola tilde de lo que Chus nos ha venido diciendo desde que le conozco.

En efecto, recuerdo el día en que, lleno de orgullo y con ese semblante alegre de quien ve confirmados sus planteamientos por una autoridad de peso, nos hablaba en una de sus homilías de las palabras del Papa Francisco en su Catequesis sobre la carta a los Gálatas (El valor propedéutico de la Ley. Catequesis del miércoles, 18 de agosto de 2021). En ella decía cosas como esta:

«En el centro se pone el evento de la muerte y resurrección de Jesús (…). Somos justificados por la gratuidad de la fe en Cristo Jesús. Por tanto, a partir de la fe en Cristo hay un “antes” y un “después” respecto a la misma Ley, porque la Ley está, los mandamientos están, pero hay una actitud antes de la venida de Jesús y después. La historia precedente está determinada por el estar “bajo la Ley”. Y quien iba por el camino de la Ley se salvaba, era justificado; la sucesiva (después de la venida de Jesús) ha de ser vivida siguiendo al Espíritu Santo (cf. Gal 5,25). Es la primera vez que Pablo utiliza esta expresión: estar “bajo la Ley”. El significado subyacente conlleva la idea de un sometimiento negativo, típico de los esclavos: “estar bajo”. El apóstol lo explicita diciendo que, cuando uno está “bajo la Ley”, está como “vigilado”».

 

Recibía Chus con esta catequesis, quizás, el mayor premio que le podrían haber dado en vida. Cuarenta años predicando esto y muy pocos le prestaron atención. «Tus palabras suenan a protestantismo», le decían algunos, mientras otros le acusaban directamente de hereje. Yo mismo he visto cómo, tras unos ejercicios espirituales, un convento de monjas no solo le cerró para siempre las puertas del convento, sino también las del corazón. Había que olvidar «toda esa cantidad de herejías que ha dicho». ¡Qué herejía, Dios mío, decir que no nos salvamos por nuestros méritos! Ahora, más de diez años después de este episodio, me pregunto qué habrán dicho estas monjas al escuchar del propio Papa Francisco esto:  

 

«La convicción del apóstol [san Pablo] es que la Ley posee ciertamente su propia función positiva (como pedagogo), pero es una función limitada en el tiempo. No se puede extender su duración más allá de toda medida (…). Una vez que se alcanza la fe, la Ley agota su valor propedéutico y debe ceder el paso a otra autoridad. ¿Esto qué quiere decir? Que terminada la Ley nosotros podemos decir: “¿Creemos en Jesucristo y hacemos lo que queremos?” ¡No! Los mandamientos están, pero no nos justifican. Lo que nos justifica es Jesucristo. Los mandamientos se deben observar, pero no nos dan la justicia; está la gratuidad de Jesucristo, el encuentro con Jesucristo, que nos justifica gratuitamente. El mérito de la fe es recibir a Jesús. El único mérito: abrir el corazón. ¿Y qué hacemos con los mandamientos? Debemos cumplirlos, pero como ayuda al encuentro con Jesucristo».

Imagino que las acusaciones que se vertieron sobre Chus no se verterán ahora sobre el Papa, aunque quién sabe... En cualquier caso, lo importante ya no es eso, sino el hecho de ver confirmada la Teología de la Gratuidad como algo que se está abriendo paso en una sociedad y un tiempo que necesitan imperiosamente de ella. Una predicación que, si no fuese porque el Espíritu Santo la está sosteniendo y en su divina providencia está suscitando predicadores como Julio Figar, Vicente Borragán, Raniero Cantalamessa, el ya fallecido Manolo Tercero o el propio Chus Villarroel, entre otros, no habría llegado a nosotros con la misma fuerza y frescura que caracterizaba la predicación de Pablo de Tarso a los gálatas.

Esta teología, afortunadamente, viene para quedarse, para destruir los muros de un tradicionalismo más centrado en las formas que en el contenido, para quitar las telarañas de la Iglesia y, como decía el Papa Francisco, para abrir las ventanas y que entre un aire nuevo y renovado que purifique el ambiente eclesiástico, que falta hace. Y estos gigantes de la predicación, estos héroes de la fe que no han arrojado la toalla, aún a costa de su propia fama y salud, nos han dejado un legado que, afortunadamente, está grabado para poder ser escuchado y disfrutado por las generaciones venideras, esas a las que les tocará decidir si hombres como Chus merecen ser desterrados al olvido o, por el contrario, para ponerlos en el lugar que merecen. Porque hoy no hace falta sangrar para ser mártir. Se puede perfectamente ser un mártir social, un apestado de una parte no cristiana de la sociedad por ser cristiano y de una parte de la sociedad cristiana por ser profeta.

Será la Iglesia del mañana la que determinará si la predicación de Chus va por bueno camino o si, por el contrario, se pierde para siempre enterrada en una teología de oraciones vocales y mandamientos cumplidos. Sus famosas parábolas sobre la acción del Espíritu Santo en nosotros (el jabón y la sosa cáustica), sobre los méritos personales como camino para alcanzar la salvación (los 28.500 rosarios de la vecina de su madre) o sobre la esperanza en la gratuidad de la redención por parte de Cristo, que brota de la fe más profunda (las de la ya famosa Concepción Andreu), han sido para nosotros auténticos chorros de Gracia del Espíritu Santo. Y a buen seguro lo serán también para quienes las escuchen en el futuro. Porque, como dice el Papa Francisco:


«Esta enseñanza sobre el valor de la Ley es muy importante y merece ser considerada con atención para no caer en equívocos y realizar pasos en falso. Nos hará bien preguntarnos si aún vivimos en la época en que necesitamos la Ley o si, en cambio, somos conscientes de haber recibido la gracia de habernos convertido en hijos de Dios para vivir en el amor. ¿Cómo vivo yo? ¿En el miedo de que si no hago esto iré al infierno? ¿O vivo también con esa esperanza, con esa alegría de la gratuidad de la salvación en Jesucristo? Es una buena pregunta. Y también la segunda: ¿desprecio los mandamientos? No. Los cumplo, pero no como absolutos, porque sé que lo que me justifica es Jesucristo (…). La santidad viene del Espíritu Santo y es la gratuidad de la redención de Jesús: esto nos justifica».

 

Y es que hay dos formas de acercarse a Dios. La primera es yendo hacia Él con la confianza de que Cristo ha redimido nuestros pecados  con su Sangre, de que ser santo no depende de nosotros, sino del Espíritu Santo y de que lo que nos justifica no son los mandamientos y los cumplimientos, sino Jesucristo. La segunda es huyendo del demonio, mirando siempre hacia atrás y preocupados de que no nos pille en un renuncio por no haber cumplido tal o cual mandamiento, por haber hecho tal o cual práctica, por haber tenido este o aquel pensamiento… en definitiva, por ser humanos. Y aunque podemos acercarnos a Dios desde estas dos formas, la diferencia entre una y otra es que, mientras en la primera se vive feliz y confiado, aún entre las tribulaciones de la vida, que no son pocas, a sabiendas de que Cristo ya ha saldado mis deudas, en la segunda se vive desde la angustia que provoca la persecución y el estar siempre pendientes de mantener nuestra vida sin mancha, nuestra «cartilla de los cumplimientos» siempre al día. Y esto se refleja en la práctica de la fe, de modo que podemos vivirla desde la gratuidad o desde el legalismo.

 

Esto es, en resumen, lo que nos ha dicho Chus Villarroel durante toda su vida, día tras día, predicación tras predicación. Nosotros lo hemos perdido, pero el cielo lo ha ganado. El gran enamorado del Espíritu Santo goza ya de la presencia de ese «Cristo hombre» que tanto nos predicó. No un Cristo vestido de púrpura, con coronas relucientes y elevado tanto a las alturas que resulta lejano, sino un Cristo humano, que está dentro de nosotros, que se hace presente por medio del Espíritu Santo y que resulta ser una novedad para muchos, pues es un Cristo que pisa la tierra, que se abaja a los pobres, los débiles y los que sufren. No puedo ni imaginar su encuentro con Jesús en un día como hoy, en el que el cielo entero debe estar de fiesta porque ha subido ya, tras finalizar con éxito su misión entre los hombres, su gran heraldo Chus Villarroel, sin duda alguna uno de los más grandes que la Tierra ha conocido.


Descanse en paz.