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"Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho..."

Un gran Santo, el más pobre en lo material, pero el más rico en lo espiritual dijo en su lecho de muerte: "Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho...". Ese gran Santo era Francisco, y si él dijo no haber hecho nada, ¿que hemos hecho nosotros? Empecemos a hacer algo para cambiar el mundo, ¿no os parece?

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domingo, 3 de octubre de 2021

¡Hasta siempre, hermana!


En la solemnidad de este domingo XXVII del Tiempo Ordinario, nos hemos despertado con la triste noticia de que nuestra querida hermana sor Isabel ha partido al cielo, iniciando su viaje en busca del Señor, a quien entregó por completo su vida. Por ello, Padre eterno del cielo, a ti dirijo estas palabras, para que la recibas en tu seno y le des el premio que merece su entrega desinteresada:

Señor Jesús, acoge en tu seno a esta pobre y pequeñuela sierva tuya. Ella, que con tanto amor y dedicación gastó sus días en la más profunda y fiel entrega de la clausura, ha sido para nosotros Evangelio viviente, ejemplo a imitar, pues dejó impregnado en este mundo su aroma, que huele a ti. 

Recíbela en el cielo con pompas, cantos y bullicio de fiesta, pues ella lo merece y viaja ya hacia ti, como una flecha de amor disparada directamente a tu corazón amoroso y misericordioso. Ella renunció a todo en el mundo: renunció a los estudios, al dinero y las posesiones materiales, a una familia y a su maternidad, a sus proyectos de futuro y sus sueños. Renunció incluso a aquello que está solo al alcance de unos pocos: a sí misma, hasta despojarse por completo de sí, como Francisco, como Clara, pues supo ver en ti la mejor parte de la vida. Renunció a todo esto y fue feliz, sumamente feliz. Y es que ella entendió desde muy joven que la felicidad plena no está entre las cosas del mundo, sino en saberse criatura de Dios y reconocerle en uno mismo y en los demás. Ella siempre supo que su vida era un proyecto de Dios para dar frutos en la tierra. De ahí el hambre de ti que siempre sentía y las ansias constantes de regar esa semilla que sembraste en ella, para que tu plantita franciscana creciese y diese frutos en ella. Por ello, Señor, te doy gracias y te pido que hoy en el cielo sea un día de fiesta y alegría, porque nos deja nuestra hermana Isabel, pero sabemos que ya está contigo, disfrutando de su descanso eterno y de su merecido premio. A buen seguro sabemos que su sonrisa perenne y su buen sentido del humor será una delicia para tus ángeles. A ella nos encomendamos para que nos guíe y acompañe cada uno de los días de nuestra vida, a este convento de Almendralejo y a todos y cada uno de nosotros, para que pronto podamos reunirnos con ella y formar parte de tu gran familia en el cielo. 

Gracias, Señor, por el don de nuestra hermana Isabel, por haberla conocido, por haber compartido con ella grandes momentos y por el gran regalo de tener a nuestra querida hermana, junto con las que la precedieron, como intercesora en el cielo.

Hasta siempre, querida hermanilla en Cristo. Gracias por todos los momentos que hemos pasado juntos. Puedes estar segura de que aquí nunca te olvidaremos.