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"Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho..."

Un gran Santo, el más pobre en lo material, pero el más rico en lo espiritual dijo en su lecho de muerte: "Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho...". Ese gran Santo era Francisco, y si él dijo no haber hecho nada, ¿que hemos hecho nosotros? Empecemos a hacer algo para cambiar el mundo, ¿no os parece?

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martes, 26 de septiembre de 2023

27 DE AGOSTO: PETRA – MONTE NEBO – MAR MUERTO – BELÉN

 

El 27 de agosto era domingo, día del Señor. Por tanto, lo primero que haríamos al levantarnos sería celebrar la Eucaristía en uno de los salones junto al comedor del hotel. Ese día teníamos muchos kilómetros por delante y no volveríamos a tener ocasión de celebrar la Eucaristía, así que la celebramos a primera hora. No existe forma mejor de empezar el día. Y como se suele decir, pasamos de la misa a la mesa. Desayunamos muy bien y nos despedimos del Petra Moon hasta más ver…

Ya puestos en marcha, pusimos rumbo hacia el Monte Nebo, aquel desde el que Moisés vio la Tierra Prometida antes de morir y sin poder pisarla, como se nos cuenta en el libro del Deuteronomio. Pero antes tuvimos que atravesar algunos exóticos pueblos, en los que vimos actualizado a nuestros días ese mismo mercadeo que desde siempre ha caracterizado estas tierras. 




Moisés guiaba al pueblo israelita desde Egipto hasta la tierra de Canaán, pero durante la larga travesía el pueblo perdió la fe en numerosas ocasiones, por lo que Dios lo castigó a vagar por el desierto durante cuarenta años para que no pudieran llegar a pisar la Tierra Prometida. Sin embargo, Moisés, aunque no llegó a pisarla, sí pudo verla. Con esta información, el peregrino que se asoma al fantástico mirador natural del Monte Nebo, desde el que se contempla una vasta llanura de la tierra de Canaán, puede transportarse mental y espiritualmente a aquellos tiempos en los que Moisés pronunciaba su famoso discurso de despedida, sabiendo que en ese lugar acabarían sus días en la tierra. Desde luego, si en otros lugares el hombre ha sentido la necesidad de levantar templos y construir edificaciones en los lugares más emblemáticos de Tierra Santa, aquí podemos contemplar el maravilloso escenario bíblico en todo su esplendor, tal y como lo contempló el mismísimo Moisés, pues los paisajes que están a la vista, como Israel o el Mar Muerto, no han cambiado absolutamente nada. Solo de pensarlo, a uno se le erizan los pelos.

María nos indica dónde está exactamente el Monte Nebo

No obstante, existen construcciones y recuerdos emblemáticos, como el Memorial de Moisés, una tabla de piedra en la  que Juan Pablo II mandó escribir que el Monte Nebo es un lugar santo para la fe cristiana. Y por supuesto, también está la Basílica de Moisés, sobre los restos de una antigua iglesia bizantina cuyos restos y mosaicos, que datan del siglo IV, se han conservado bastante bien. Finalmente, se levanta imponente una magnífica cruz con una serpiente enrollada a ella, lo cual resulta bastante vistoso. Dicha cruz nos recuerda al relato del estandarte que Moisés levantó para curar a los mordidos por serpientes. 

Memorial de Moisés

Basílica de Moisés

Cruz y serpiente

Vista del Mar Muerto desde el Monte Nebo

Y terminada la visita a este fantástico lugar ya en la misma zona fronteriza entre Jordania e Israel, nos subimos al autobús para comenzar una enorme bajada de más de un kilómetro de descenso en vertical por carretera al punto más bajo del planeta Tierra: el Mar muerto. Si el Monte Nebo está a 700 metros sobre el nivel del mar, el Mar Muerto está a 430 metros bajo ese mismo nivel. No existe punto más bajo en la Tierra, y por eso le llaman “La olla del mundo”, no sin razón, sobre todo en el mes de agosto. En efecto, las temperaturas que alcanzamos allí, dudo mucho que las hayamos experimentado en nuestra vida, ni siquiera en esos veranos extremeños que, si por algo se caracterizan, es por ser tórridos. Y la bajada parece interminable por una sinuosa carretera muy poco transitada que va dejándonos ver un paisaje como el de Qumrán, un lugar muy importante desde el punto de vista bíblico, pues allí se encontraron los que se conocen como “Manuscritos del Mar Muerto”. Y ya en lo más bajo de la olla del mundo, no podíamos más que aprovechar una ocasión única: bañarnos en las famosas aguas del mar más salado del mundo, esas en las que no es posible hundirse ni queriendo porque un 30% del líquido elemento es sal, un porcentaje elevadísimo, si tenemos en cuenta que la salinidad del mar ronda el 3,5%. No es que estuviese el día como para bañarse en unas aguas que rondan los 35 grados en verano, pero es que tampoco hay mucho más atractivo en este lugar tan inhóspito, y todos sabíamos que si nos íbamos sin bañarnos en las aguas más famosas del mundo, después nos arrepentiríamos. Y la experiencia estuvo bastante bien, pues  nadar en esas aguas es casi como nadar en gelatina, toda una experiencia que ya podemos decir que hemos vivido. Y como era normal, estábamos deseando salir de ese hervidero para meternos en el bus al amparo del aire acondicionado y salir rumbo a Israel, que nos esperaba impaciente.

Bajada hacia el Mar Muerto

Llegada al Mar Muerto

Algunos nos dimos un buen baño

Nuestro destino era Belén, pero para llegar allí teníamos que pasar por Jerusalén. Jaime, nuestro sacerdote-guía-compañero-amigo-peregrino-confesor-pañuelo de lágrimas nos iba contando historias sobre Tierra Santa, sobre cómo los judíos sueñan con un pedacito de tierra allí para vivir y ser enterrados en ella, y cómo las casas se construyen dejando las esperas en los pilares con la esperanza de poder levantar un piso más para los hijos que vayan viniendo a esta tierra tan especial para ellos. Y en un momento dado, nos dice que vamos a pasar por un túnel y nos pide cerrar los ojos cuando estemos atravesándolo. Lo hacemos mientras nos sigue contando cosas sobre Tierra Santa y Jerusalén, para decirnos después que abriésemos los ojos y mirásemos a la izquierda, una vez pasado el túnel. Y allí, imponente y majestuosa, se encontraba la ciudad eterna, la ciudad santa, la Jerusalén terrena que tanto anhelábamos ver y que ahora estaba frente a nosotros. Fue un momento mágico que jamás olvidaremos.

Y con estas, atravesamos la ciudad para dirigirnos a Belén, otro enclave sin igual que a partir de mañana también descubriríamos. Pasada la frontera de Allenby sin contratiempo alguno, nos fuimos directos al hotel San Gabriel, donde nos esperaba la cena, una ducha para quitarnos las sales y el barro del Mar Muerto y el merecido descanso, que falta nos hacía.

martes, 19 de septiembre de 2023

26 DE AGOSTO: PETRA – WADI RUM

 

Este día, algunos nos levantamos como con mariposas en el estómago. Lo que tantas veces habíamos visto por televisión, lo que otras tantas habíamos escuchado decir que era una de las siete maravillas del mundo, estaba a escasos metros de nosotros y hoy, por fin, lo descubriríamos.

Desde luego, Petra es para quererla

Como llevábamos a la mejor guía de toda Jordania, la jornada prometía. De hecho, el primer descubrimiento del día no fue Petra, sino la propia María. Cuando nos dirigíamos algunos con ella a comprar las entradas para todo el grupo, nos chocó la gran familiaridad y cercanía que los jordanos tenían con ella, especialmente los niños. Pero lo que más sorprendía era ver cómo los hombres, que según nuestro entender occidental debían ser reacios para con ella, eran los que más la querían y se desgastaban en piropos cuando la veían. Había en ello algo que parecía no encajar muy bien. En efecto, María no solo era mujer, sino que era extranjera y, además, era la líder del grupo. Vamos, que reunía todos los requisitos para ser persona non grata en un país en el que la mujer no debe precisamente destacar mucho. Pero pronto nos dimos cuenta de por qué María es toda una institución en Jordania. Resulta que llegó al país hace ya más de cuarenta años, en 1978, que se dice pronto. Si Jordania no es aún un lugar en el que ser mujer sea fácil, imaginad cómo sería entonces. Y sin embargo, allí llegó la granadina, para dar un toque de color al país y a sus  costumbres. ¡Y vaya si se lo dio! Comenzó siendo matrona, por lo que pronto ayudó a muchas madres a dar a luz a sus hijos. Solo en Petra, nos comentó que había ayudado en el parto de más de tres mil niños. Y poco a poco, no solo iba ayudando a las madres, sino que fue siendo ella una segunda madre para muchos de ellos, siendo conocida entre todos como “María caramelos”, ya que llevaba siempre una bolsa de caramelos que repartía entre sus cada vez más numerosos “hijos”. Y según han ido pasando los años, como es natural, esos niños han crecido y ya son hombres y mujeres hechos y derechos que no se olvidan de que María es su segunda madre, como les gusta decir. El personal de la venta de tickets de la entrada a la Ciudad rosada nos lo hacía ver constantemente diciéndonos: “María es mi segunda madre”, y le lanzaban besos, la tocaban, la paraban para abrazarla… En fin, que la primera atracción de Petra no fue la propia capital nabatea, sino una granadina con un coraje y una fuerza fuera de lo común.

María "de Jordania"

Con las entradas ya en la mano, al módico precio de 60 euros cada una (nótese la ironía), dimos a cada peregrino la suya e iniciamos con ilusión el trayecto hacia el famoso Templo del Tesoro, que en su día, tal vez, fue la tumba del famoso rey Aretas IV. Poco tardamos en darnos cuenta de que estábamos en un lugar espectacular, y eso que aún nos esperaba lo mejor. Según avanzábamos, María nos explicaba cómo se excavaba en la roca, qué tipo de edificaciones construían y dónde y cómo vivían los famosos nabateos. Petra era una ciudad oculta entre montañas, tan oculta que eran las montañas mismas, por lo que mejor forma de mimetizarse con el medio ambiente no podría haber. Se trataba de una ciudad muy rica, gracias al comercio caravanero que constantemente iba y venía de paso. Y el secreto para su supervivencia fue el enclave estratégico, ya que para entrar al Templo del Tesoro y a la ciudad, hay que atravesar un pronunciado y estrecho desfiladero que impone al pensar en la cantidad de gente que habrá muerto allí víctima de una emboscada. Y es que, en aquella época, la mejor forma de protección era tener un acceso vigilado, estrecho y que obligue al enemigo a formar una fila. Desde arriba, con flechas y piedras, acabar con el enemigo era pan comido.



Y es que la entrada al que, posiblemente, es el templo más famoso del mundo, es ya de por sí una maravilla. Es una entrada monumental, aunque en este caso los créditos no se los lleva el hombre, sino Dios, por tratarse de una maravilla natural. Tiene una altura de hasta 70 metros, y su parte más estrecha mide 3 metros. Con un recorrido de algo más de 1 kilómetro, entrar en ese pasillo de roca caliza es como recorrer un túnel del tiemplo. Si uno hace el ejercicio de transportarse mentalmente a aquella época en la que esta ciudad y su acceso eran un pleno vergel de vida, no puede más que maravillarse de lo imponente del lugar y de la gran destreza y organización que tuvo que tener el pueblo nabateo para llegar a tales cotas de excelencia constructiva. El caminante que pasa por ahí con una mirada distraída, pasará por alto las llegadas de los comerciantes, el paso de las rutas caravaneras, las emboscadas sufridas por quienes pretendían tomar al asalto la ciudad, las entradas y salidas de cortejos reales por ese desfiladero y el pulular de caballos, camellos y ganados de todo tipo de un lado para otro.  



El desfiladero contiene, además de su propia belleza natural, ciertos toques de arte y técnica de la época, como el famoso relieve de los camellos, de los que ya solo quedan las patas, o las conducciones de agua potable en los laterales. Por aquí y por allá aparecen tallas de dioses, santuarios, hornacinas o inscripciones. Y cuando uno se quiere dar cuenta, está de lleno ante la imponente portada del Templo del Tesoro, una maravilla artística de talla inigualable que decora la gran plaza natural de la que sale una única calle que se dirige a otro complejo de viviendas, templos y múltiples construcciones, o mejor dicho, excavaciones, porque aquí no se construía casi nada, sino que sobre todo se extraía lo sobrante de la roca. Los nabateos debían de pensar como el genial Miguel Ángel Buonarroti, quien al ser preguntado por cómo se le ocurrió hacer una obra como su famoso David, respondió: “David estaba dentro del bloque, yo solo quité lo que sobraba”. Pues eso es lo que hicieron estos genios del cincel y el martillo, quitar lo que sobraba a todo un conjunto de montañas para hacer de ella su morada, y por eso Petra ha pasado a formar parte de la historia de la humanidad y ha sido el decorado perfecto para películas tan mundialmente conocidas como la famosa saga de Indiana Jones.  

La famosa portada del Templo del Tesoro







Y después de contemplar durante toda la mañana este magnífico conjunto monumental, regresamos al hotel para darnos una ducha rápida y salir rumbo a la visita de la tarde: el famoso desierto del Wadi Rum. Pero antes paramos a comer en un magnífico restaurante en la carretera, donde recuperamos las fuerzas perdidas durante la mañana.

A nuestra llegada al desierto, María nos había advertido de que aquí los camellos campan a sus anchas, de modo que sienten que la carretera es tan suya como de los vehículos motorizados. Por eso hay que tener cuidado al conducir, porque no debe ser lo mismo atropellar una oveja en la alta Extremadura que un camello de 500 kg en medio del desierto. Y así llegamos al más famoso desierto de Jordania, que también ha servido de plató para rodar películas famosas, como The Martian o Planeta rojo. Claro, con este panorama, lo más indicado es rodar películas sobre el planeta Marte, aunque también estamos ante el mejor escenario para grabar películas que se desarrollen en el desierto, como Lawrence de Arabia o Dune. Y, cómo no, la famosa Star War también ha usado estos escenarios para muchas de sus escenas.

He aquí un paso de camellos

Si Petra está al sur de Ammán, la capital de Jordania, el Wadi Rum está al sur de Petra. Si es elegido como escenario para tantas películas, así como un lugar turístico de gran importancia en Jordania, es por sus impresionantes accidentes geográficos, colores y formas. De noche, si cierras los ojos, parece que estás en la Luna, y por eso es conocido también con el sobrenombre de “Valle de la Luna”. Es Patrimonio de la Humanidad, declarado así por la UNESCO en 2011  y una zona privilegiada para ver las estrellas de noche. Por lo demás, no deja de ser lo que es: un desierto, y como tal, tiene su encanto, pero tampoco es para pasar más de un día allí. Además, a nosotros, peregrinos en Tierra Santa, nos movían otros intereses más que los turísticos. Por eso, lo que más disfrutamos fue la celebración de una Eucaristía especial dentro de una Jaima en mitad del desierto, una experiencia magnífica que todos nos llevaremos para el recuerdo.

Lo mejor del viaje, sin duda





Y con este buen sabor de boca, nos fuimos al hotel a cenar y a dormir tempranito, pues al día siguiente sería domingo y había que celebrar la misa dominical tempranito, tal como a las 6:00, en uno de los salones del hotel. 

domingo, 10 de septiembre de 2023

25 DE AGOSTO: MONTE TABOR – JORDÁN – SH. HUSSEIN – JERASH – PETRA

 

Después de un primer día de infarto, entre la multitud de visitas y el calor que hizo, no hace falta decir que dormimos del tirón. Los israelitas cenan muy temprano, y a eso de las 19:30 ya estábamos frente a la mesa. El hotel Plaza Nazaret fue nuestro alojamiento durante dos días, ayer y hoy. Ya al día siguiente partiríamos hacia Jordania, por lo que tendríamos varias horas de viaje por delante. Por tanto, hoy tocaba despedirse de Galilea, pero lo haríamos a lo grande. Nos levantamos temprano, pues desde las 6:00 está ya puesto el desayuno y a las 7:30 teníamos que estar todos en el autobús para que Murat nos llevase al primer destino: el Monte Tabor, lugar de la transfiguración de Jesús. Allí visitamos la Basílica de la Transfiguración, custodiada por los franciscanos, y disfrutamos de unas fantásticas vistas a toda la llanura de Esdrelón.

Basílica de la Transfiguración

Vistas a la llanura de Esdrelón

Celebración eucarística

Los evangelistas no lo nombran expresamente, pero con sus casi 600 metros sobre el nivel del mar, el Monte Tabor descuella con respecto a las colinas de la zona, siendo visible desde toda la llanura y desde Nazaret. Por eso, san Marcos y san Mateo identifican el lugar cuando afirman que «Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto» (Mt 17, 1; Mc 9, 2). Y en efecto, el Tabor no solo está aislado del resto de accidentes geográficos circundantes, sino que es el lugar más alto de la zona. Pues bien, en este monte Jesús se transfiguró delante de Pedro, Santiago y Juan. Allí se aparecieron Moisés y Elías, es decir, los representantes máximos de la Ley y de los Profetas. Por tanto, Jesús es encumbrado por encima de la Antigua Alianza, siendo corroborado por la voz de Dios.

«…tomó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban de él, dijo Pedro a Jesús: “Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. No sabía lo que decía. Todavía estaba diciendo esto cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube. Y una voz desde la nube decía: “Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo”. Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto». (Lc 9, 28-36; Mt 17, 1-9; Mc 9, 2-10).

Pues así de agustito, como lo estaba Pedro, lo estábamos también nosotros. Allí celebramos la Eucaristía, en un enclave inigualable y en un clima de oración y respeto que ayudaba a la contemplación de lo que allí sucedió. Se le ponen a uno los pelos de punta solo de pensar en ello, y en que nosotros estamos aquí, hic, como diría el padre Jaime. A buen seguro, más de uno habríamos hecho una tienda para permanecer durante más tiempo en ese histórico lugar, más aún con el tan fantástico día que nos había salido. Pero por desgracia, como diría Freddie Mercury, The show must go on (el espectáculo debe continuar). Y es que nos esperaba un largo viaje por delante, teniendo que cruzar la frontera de Sheikh Hussein, con todos los trámites que eso conllevaba. Pero antes, no podíamos pasar por alto una visita obligada, que no estaba programada y que nos retrasaría más de una hora, pero que Jaime y yo sabíamos que no podíamos dejar atrás, en beneficio de todos los peregrinos. Me refiero al río Jordán, donde llevaríamos a cabo uno de los actos más emotivos y bonitos de la peregrinación: la renovación de nuestro bautismo en el mismo río en el que se bautizó Jesús. Y así lo hicimos, entrando en las aguas del río hasta las rodillas y siendo bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo con una solemnidad y recogimiento acordes al lugar donde nos encontrábamos. Por supuesto, pudimos recoger agua del río más emblemático del mundo para llevarla a casa y guardarla en espera de pueda ser utilizada en algún bautizo.

Río Jordán

Zona de los bautismos

El padre Jaime bautizando a una peregrina

Ya en el autobús, nos dirigimos a la frontera entre Israel y Jordania. A partir de ese momento nos adentraríamos en un país totalmente distinto a Israel, con la totalidad de su población de origen árabe y que se caracteriza por sus grandes extensiones desérticas, magníficos monumentos y reservas naturales y, por supuesto, la maravilla natural de Petra, la ciudad nabatea por excelencia de la que hablaremos más abajo. Por ahora, tenemos que hacer un alto en el camino para hablar de una persona que se convertiría, sin lugar a dudas, en la sensación de nuestra estancia en Jordania. Me refiero a María, o como a mí me gustaba llamarla, María de Jordania, aunque es granadina. Ella es la verdadera maravilla de Jordania, la que nos ha cautivado tanto como la Ciudad rosada.

La primera imagen que tengo de María es la de una mujer «de armas tomar». Ya nuestro primer encuentro fue algo accidentado, porque como llegábamos hora y media tarde por culpa de haber parado en el Jordán, sin posibilidad de avisarla, nos recibió con unos aspavientos y modales algo airados. Se notaba a la legua que tenía un cabreo monumental. Vamos, que nos puso firmes y hasta nos metió el miedo en el cuerpo al decirnos que la cosa habría sido más fácil de haber llegado a la hora convenida, pero como éramos unos tardones, ahora se complicarían los trámites. Pronto, sin embargo, sacó a relucir su lado más amable y, más calmada por las palabras balsámicas del padre Jaime, nos ayudó a hacer los trámites con una facilidad pasmosa, hasta el punto de que reservó dos filas del control de aduanas solo para nosotros. Ahí fue cuando nos dimos cuenta de que esta mujer tiene mano con las autoridades jordanas. Lo que no sabíamos entonces era hasta qué punto, pues parecía que en la aduana era ella la que mandaba.

María del Pilar, nuestra guía en Jordania

Pasados los trámites rutinarios de control, dejamos a Murat en Israel y nos embarcamos en un nuevo autobús, con María como copiloto. Desde entonces tomaría el micrófono y ya no lo soltaría hasta el fin de nuestro periplo jordano. Y nos dirigimos a Jerash, la famosa Gerasa de la Decápolis, la ciudad romana más importante y mejor conservada de toda Jordania. Allí se encuentran muy bien conservados sus vestigios romanos, unas ruinas que dejan con la boca abierta al visitante por su magnanimidad y sofisticación. Comenzamos entrando por la majestuosa Puerta de Adriano, recorriendo después el Cardo hasta llegar a la Plaza de las Columnas, las famosas Termas, el Teatro y los restos de algunas iglesias bizantinas. No hace mucho que se descubrió el fantástico solado empedrado, aunque se nota un cierto abandono a lo largo del recorrido, llegando a encontrarnos capiteles, arcos, basas y columnas esparcidos por todos lados, sin que parezca que hay un plan de reconstrucción y reubicación de tantas y tantas piezas fuera de su lugar original. En cualquier caso, la contemplación de este entorno histórico denota que el enclave fue de gran importancia estratégica para Roma. 

Puerta de Adriano

Plaza de las columnas

Ruinas romanas

Estado actual del entorno

Y por si teníamos alguna duda, hay que decir que esta ciudad también la pisó Jesús, como se deja ver en el Evangelio de Mateo, aunque ciertamente parece que no le dejaron estar allí por mucho tiempo.

«En aquel tiempo, llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gerasenos. Desde el cementerio, dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino. Y le dijeron a gritos: “¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?” Una gran piara de cerdos a distancia estaba hozando. Los demonios le rogaron: “Si nos echas, mándanos a la piara”. Jesús les dijo: “Id”. Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo y se ahogó en el agua. Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados. Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país. (Mt 8, 28-34)

Terminada la visita, nos subimos al autobús y, tras comer en un restaurante en el camino, nos dirigimos hacia Petra, la capital nabatea que data del siglo III a.C., y que es más conocida como la “Ciudad rosada”, pues está excavada en acantilados y rocas de esa arenisca roja sedimentaria tan propia del desierto y que, un día, fue un lecho marino. Tras varias horas de viaje, amenizadas por las historias sobre Jordania que nos contaba María, llegamos al Petra Moon, nuestro hotel. En esa noche, que separaba el viernes del sábado, pudimos disfrutar de una magnífica cena en una imponente terraza con vistas a la ciudad, edificada en la ladera de una larga cordillera y en su valle. La vista era magnífica, y la cena también. Y nos fuimos a la cama porque el día siguiente prometía. No todos los días uno puede ver una de las siete maravillas de la humanidad. Pero eso corresponde al siguiente día.

Reponiendo fuerzas en la terraza del Hotel Petra Moon

sábado, 9 de septiembre de 2023

24 DE AGOSTO: NAZARET – CANÁ DE GALILEA – TIBERÍADES – NAZARET


Con pocas horas de descanso, pero muy bien aprovechadas, bajamos a desayunar con mucha ilusión, como si fuésemos niños pequeños. Aún no teníamos ni idea de qué nos encontraríamos durante la jornada, de cómo serían las calles de Israel o del ambiente que se respiraría en sus calles. Y es que uno viene muy influido por los medios de comunicación y por los  comentarios de tantas y tantas personas que, cuando uno viene aquí, lo primero que le dicen es: ¡ten cuidado! Como si venir aquí fuese un acto casi suicida. Pronto nos daríamos cuenta de que la cosa no era para tanto.  

El desayuno estaba listo desde las 6:00 y la salida en bus se programó a las 7:30. Cuando estuvimos todos, partimos rumbo a nuestro primer destino: Caná de Galilea. No estaba muy lejos, aproximadamente unos diez kilómetros, que se nos hicieron cortos, ya que Jaime nos iba explicando cosas durante el trayecto. Lo que más nos impresionó en un momento dado fue descubrir frente a nosotros el Monte Tabor, que visitaríamos al día siguiente. Solo el hecho de escuchar pronunciar ese nombre y verlo tan prominente y destacado por detrás de los edificios de Nazaret, hizo que a más de uno se nos erizaran todos los pelos del cuerpo. Y con ese regustillo a transfiguración, terminamos por llegar a la Basílica de Caná, la cual está bajo la custodia de los padres franciscanos desde hace tres siglos.   

Basílica de Caná

Las explicaciones del padre Jaime

Fue curioso el hecho de que nuestra primera visita fuese precisamente al lugar donde Jesús realizó su primer milagro, el de la conversión del agua en vino. Era en un contexto de bodas, las bodas de Caná, y por eso este lugar es especial para llevar a cabo un rito muy bonito: la renovación de las promesas matrimoniales.   

«Se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús también fue invitado con sus discípulos. Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: “No tienen vino”. Jesús le respondió: “Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía”. Pero su madre dijo a los sirvientes: “Hagan todo lo que él les diga”. Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús dijo a los sirvientes: “Llenen de agua estas tinajas”. Y las llenaron hasta el borde. “Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete”. Así lo hicieron. El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo: “Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento”. Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él. Después de esto, descendió a Cafarnaúm con su madre, sus hermanos y sus discípulos, y permanecieron allí unos pocos días». (Jn 2, 1-12)

Y como reviviendo ese mismo espíritu de unión conyugal que impregna este lugar, varios matrimonios fueron invitados por el padre Jaime a subir al presbiterio para celebrar un sencillo y emotivo rito de renovación matrimonial, el cual seguramente no olvidarán los que lo llevaron a cabo. Y tras recibir la correspondiente bendición y echarnos la primera foto grupal, todos los peregrinos visitamos las ruinas arqueológicas de los restos de una iglesia bizantina bajo la actual Basílica.

Los matrimonios que renovaron sus promesas matrimoniales

Sin perder mucho tiempo, nos encaminamos de nuevo al autobús, que nos esperaba para llevarnos al Monte de las Bienaventuranzas. Allí, nada más llegar, el padre Jaime nos reunió a todos para darnos una explicación de lo que veríamos dentro del templo y en los alrededores. Y si bien las construcciones modernas entorpecen la imaginación, los lugares abiertos, las colinas y los espacios vírgenes le dan rienda suelta para que uno se aísle, mire a su alrededor y piense: ¡aquí predicó Jesús su más famoso sermón!

«Viendo Jesús a todo este gentío se subió a un monte, donde habiéndose sentado se le acercaron sus discípulos. Y abriendo su divina boca, los adoctrinaba, diciendo: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos ó humildes, porque ellos poseerán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia o de ser justos y santos, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los que tienen puro su corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia o por ser justos, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos seréis cuando los hombres por mi causa os maldijeren y os persiguieren y dijeren con mentira toda suerte de mal contra vosotros. Alegraos entonces y regocijaos, porque es muy grande la recompensa que os aguarda en los cielos. Del mismo modo persiguieron a los profetas que ha habido antes de vosotros. Vosotros sois la sal de la tierra. Y si la sal se hace insípida, ¿con qué se le volverá el sabor? Para nada sirve ya, sino para ser arrojada y pisada de las gentes. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede encubrir una ciudad edificada sobre un monte. Ni se enciende la luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero, a fin de que alumbre a todos los de la casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, de manera que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos». (Mt 5, 1-16) 

Basílica de las Bienaventuranzas

Ese era nuestro deseo como peregrinos: ser sal y luz para este mundo que tanto lo necesita. Y con este espíritu de oración y recogimiento, nos adentramos en el interior del sencillo templete de las Bienaventuranzas, a orillas del Mar de Galilea. Allí encontramos una pequeña basílica de construcción sencilla y planta octogonal, de  modo que cada uno de sus ocho lados representa cada una de las ocho Bienaventuranzas. Lo rodea una columnata que, a modo de terraza perimetral, ofrece unas fantásticas vistas al jardín, por un lado, y al Lago de Galilea, por el otro. Se trata de una obra del arquitecto Antonio Barluzzi, construida entre 1936 y 1938, curiosamente, por encargo del fascista Benito Mussolini. Su interior es sencillo, revestido de mármol blanco y con una cúpula dorada que dispone de ocho ventanas decoradas con las palabras de las Bienaventuranzas en latín. En el centro, una especie de altar rematado con un arco superior, ofrece su vista a todos los peregrinos que, sentados a su alrededor, lo contemplan desde cada uno de los lados del octógono. 

Interior del templo

Vistas al Lago de Galilea

Allí pudimos saborear  este hito en la Historia de la Salvación con el que Jesús rompía, de una vez y para siempre, con la rigidez de la religión normativa e instaurar la Nueva Alianza, la cual no se caracterizaría más por el rigor del cumplimiento, sino por ser un bello mensaje de paz y amor que no venía a abolir, sino a dar plenitud a la Antigua Alianza. Disfrutamos así de una estampa de calma y quietud junto a la orilla de un lago que parecía gritar a voz en cuello que él seguía siendo el mismo que navegó Jesús junto con sus apóstoles, que sus aguas tuvieron el privilegio de acariciar las plantas de sus pies cuando caminaba sobre ellas. Y en este recogimiento interior, encarnábamos ese mismo espíritu peregrino que ya Egeria, una española, gallega ella, ¡cómo no!, experimentó allá por el siglo IV en este mismo lugar. Y siguiendo sus pasos, nos dirigimos hacia el Mar de Galilea o de Tiberíades, donde nos esperaba una gran sorpresa: ¡navegar por sus aguas! Pero antes teníamos que visitar otros escenarios también muy importantes.

El primero de ellos fue Tabgha, donde se produjo la famosa multiplicación de los panes y los peces. En la Iglesia de la Multiplicación del Pan y de los Peces, pudimos contemplar cómo se trabajan las teselas una a una para que, juntas, formen un maravilloso mosaico, el cual no deja de ser una bella metáfora de lo que la Iglesia misma es: una multitud de hombres y mujeres que, juntos, forman una bella y armoniosa composición, que tiene algo que decir al mundo y que espera con paciencia la llegada a la meta gloriosa de la Jerusalén celestial, destino final de esta peregrinación que es la vida.

Detalle de los pececillos a la entrada del templo

Estanque y olivo a la entrada

Interior del templo

Restauración de los mosaicos

Aunque esta iglesia es moderna, está ubicada en el mismo lugar que las originales del siglo IV. Aquí, y no en otro lugar, se sirvió la más famosa comida narrada en el Evangelio, aquella que dio para tantos, a pesar de contar con tan poco que comer. Nada menos que cinco mil personas pudieron experimentar de primera mano lo que sería el preludio de la Eucaristía, que más tarde se instituiría en el Cenáculo de Jerusalén. 

«Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: “¿Donde vamos a comprar panes para que coman éstos?” Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: “Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco”. Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?” Dijo Jesús: “Haced que se recueste la gente”. Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: “Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda”. Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Al ver la gente la señal que había realizado, decía: “Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo”. Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo». (Jn 6, 1-15)

Y proseguimos nuestro camino, esta vez hacia la misma orilla del Lago de Galilea, a la Capilla del Primado de Pedro, una pequeña iglesia de piedra negra y ventanas neogóticas que señalan el lugar donde el Maestro preguntó por tres veces a Pedro si le amaba más que el resto de  discípulos, una vez por cada vez que éste le negaría después. Y cuando, al fin, Pedro responde afirmativamente, Jesús le confiere su autoridad, diciéndole: «apacienta mis ovejas». Allí pudimos contemplar un bloque de piedra caliza que ha sido conservado y del que se dice que fue la mesa del Señor. Y en la orilla del mar de Galilea pudimos mojarnos los pies y, de alguna forma, pensar que, ¿por qué no?, quizás esa misma orilla fue pisada por los pies de Jesús. Pero como quedaba mucho aún por ver, no tuvimos más remedio que hacer un ejercicio de síntesis meditativa, dejar de chapotear y ponernos en camino hacia el nuevo destino: Cafarnaún.

Capilla del Primado de Pedro

Orilla del Mar de Galilea

Mensa Christi

Cuando Jesús se enteró de que habían arrestado a Juan, se sintió muy triste y se retiró a Galilea, yéndose a vivir a Cafarnaún, junto a la orilla del Mar de Galilea, en territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumpliría lo dicho por el profeta Isaías. Y así comenzó la historia más grande jamás contada, pues ahí Jesús empieza a reunir a los que serán sus apóstoles.

«Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: “País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”. Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”. Paseando junto al lago de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: “Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando la Buena Noticia del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo. (Mt 4, 12-23)

Vimos las ruinas de la llamada «Ciudad de Jesús», entre las que se encontraba la casa de Pedro y la sinagoga en la que, muy probablemente, Jesús leyó el famoso pasaje del libro de Isaías.

«Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”. Enrollando el volumen, lo devolvió al ministro y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: “Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy”». (Lc 4, 17-21)

Cafarnaún, el pueblo de Jesús

La casa de Pedro

Ruinas de la ciudad

Y continuamos rumbo al Lago de Galilea, donde nos esperaba un bonito y sencillo barco que, sin demasiado éxito, trataba de imitar a los de la época de Jesús. Disfrutamos de una bonita travesía por el lago, navegando por ese mismo entorno por el que navegaron los apóstoles y Jesús tantas y tantas veces. Con lo que no contábamos era con que sería Manolo escolar y su “Que viva España” quien amenizase la travesía, lo cual no parecía encajar mucho con el espíritu evangélico que nos llevó hasta allí, ni tampoco animaba a la meditación contemplando el romper de las  aguas por el casco del barco tratando de imaginar cómo lo contemplarían Jesús y sus apóstoles. En fin, fue un detalle de los patrones del barco, quienes seguramente pensaron que un pasodoble nos sacaría una sonrisa. Y vaya si lo hizo, aunque al precio de asociar ya para siempre el Lago de Galilea con Manolo Escobar. Y de allí nos fuimos a comer para, después, visitar Magdala, donde pudimos ver la capilla «Duc in altum», que en latín viene a significar algo así como «ve hacia lo profundo», o «rema mar adentro». Este nombre está tomado del Evangelio de san Lucas, en el que Jesús le dice a Pedro: «Rema mar adentro y echad vuestras redes para la pesca» (Lc 5, 4). Por eso, el altar del templo es, nada más y nada menos, que la réplica de una barca del siglo I a escala natural. Y después visitamos una bonita capilla subterránea dedicada a la hemorroísa, en la que un sacerdote irlandés nos brindó una bonita y graciosa predicación.  

Noah, nuestro barco

Vista del Mar de Tiberíades desde el barco

Los peregrinos meditando mientras escuchan a Manolo Escobar

Terminó la jornada con la última visita, pero una de las más impactantes y esperadas del día: la Basílica y la Gruta de la Anunciación, en Nazaret. En ella pudimos celebrar la Eucaristía y pasar por delante del lugar en el que la Virgen María recibió la visita del Ángel san Gabriel, que le dijo: «Salve, llena de gracia. El Señor es contigo» (Lc 1, 28). Y ahí pudimos leer la más famosa frase en latín del mundo: «Verbum caro hic factum est» (el Verbo se hizo carne aquí). Y desde entonces, el adverbio «hic» se quedaría con nosotros durante el resto de la peregrinación. Un paseo por los alrededores viendo las distintas advocaciones que decoran el patio de la Basílica terminó con el rezo de la Salve Regina ante la portada lateral del tiemplo, en el que está inscrita la oración mariana.   

Basílica de la Anunciación

Vista a la Gruta de la Anunciación

Celebrando la Eucaristía

Y despidiendo la jornada con el Salve Regina

Y aquí termina nuestro primer día de peregrinación, el día en que más cosas vimos y en el que más emociones nos llevamos a la cama. ¿Será por la importancia de los lugares visitados? ¿O será por ser el primer día de peregrinación y tener todos las emociones a flor de piel? Lo que está claro es que el día fue muy emotivo y a muchos nos hizo vibrar como muy pocas veces lo habíamos hecho antes.