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"Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho..."

Un gran Santo, el más pobre en lo material, pero el más rico en lo espiritual dijo en su lecho de muerte: "Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho...". Ese gran Santo era Francisco, y si él dijo no haber hecho nada, ¿que hemos hecho nosotros? Empecemos a hacer algo para cambiar el mundo, ¿no os parece?

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domingo, 10 de septiembre de 2023

25 DE AGOSTO: MONTE TABOR – JORDÁN – SH. HUSSEIN – JERASH – PETRA

 

Después de un primer día de infarto, entre la multitud de visitas y el calor que hizo, no hace falta decir que dormimos del tirón. Los israelitas cenan muy temprano, y a eso de las 19:30 ya estábamos frente a la mesa. El hotel Plaza Nazaret fue nuestro alojamiento durante dos días, ayer y hoy. Ya al día siguiente partiríamos hacia Jordania, por lo que tendríamos varias horas de viaje por delante. Por tanto, hoy tocaba despedirse de Galilea, pero lo haríamos a lo grande. Nos levantamos temprano, pues desde las 6:00 está ya puesto el desayuno y a las 7:30 teníamos que estar todos en el autobús para que Murat nos llevase al primer destino: el Monte Tabor, lugar de la transfiguración de Jesús. Allí visitamos la Basílica de la Transfiguración, custodiada por los franciscanos, y disfrutamos de unas fantásticas vistas a toda la llanura de Esdrelón.

Basílica de la Transfiguración

Vistas a la llanura de Esdrelón

Celebración eucarística

Los evangelistas no lo nombran expresamente, pero con sus casi 600 metros sobre el nivel del mar, el Monte Tabor descuella con respecto a las colinas de la zona, siendo visible desde toda la llanura y desde Nazaret. Por eso, san Marcos y san Mateo identifican el lugar cuando afirman que «Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto» (Mt 17, 1; Mc 9, 2). Y en efecto, el Tabor no solo está aislado del resto de accidentes geográficos circundantes, sino que es el lugar más alto de la zona. Pues bien, en este monte Jesús se transfiguró delante de Pedro, Santiago y Juan. Allí se aparecieron Moisés y Elías, es decir, los representantes máximos de la Ley y de los Profetas. Por tanto, Jesús es encumbrado por encima de la Antigua Alianza, siendo corroborado por la voz de Dios.

«…tomó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban de él, dijo Pedro a Jesús: “Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. No sabía lo que decía. Todavía estaba diciendo esto cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube. Y una voz desde la nube decía: “Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo”. Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto». (Lc 9, 28-36; Mt 17, 1-9; Mc 9, 2-10).

Pues así de agustito, como lo estaba Pedro, lo estábamos también nosotros. Allí celebramos la Eucaristía, en un enclave inigualable y en un clima de oración y respeto que ayudaba a la contemplación de lo que allí sucedió. Se le ponen a uno los pelos de punta solo de pensar en ello, y en que nosotros estamos aquí, hic, como diría el padre Jaime. A buen seguro, más de uno habríamos hecho una tienda para permanecer durante más tiempo en ese histórico lugar, más aún con el tan fantástico día que nos había salido. Pero por desgracia, como diría Freddie Mercury, The show must go on (el espectáculo debe continuar). Y es que nos esperaba un largo viaje por delante, teniendo que cruzar la frontera de Sheikh Hussein, con todos los trámites que eso conllevaba. Pero antes, no podíamos pasar por alto una visita obligada, que no estaba programada y que nos retrasaría más de una hora, pero que Jaime y yo sabíamos que no podíamos dejar atrás, en beneficio de todos los peregrinos. Me refiero al río Jordán, donde llevaríamos a cabo uno de los actos más emotivos y bonitos de la peregrinación: la renovación de nuestro bautismo en el mismo río en el que se bautizó Jesús. Y así lo hicimos, entrando en las aguas del río hasta las rodillas y siendo bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo con una solemnidad y recogimiento acordes al lugar donde nos encontrábamos. Por supuesto, pudimos recoger agua del río más emblemático del mundo para llevarla a casa y guardarla en espera de pueda ser utilizada en algún bautizo.

Río Jordán

Zona de los bautismos

El padre Jaime bautizando a una peregrina

Ya en el autobús, nos dirigimos a la frontera entre Israel y Jordania. A partir de ese momento nos adentraríamos en un país totalmente distinto a Israel, con la totalidad de su población de origen árabe y que se caracteriza por sus grandes extensiones desérticas, magníficos monumentos y reservas naturales y, por supuesto, la maravilla natural de Petra, la ciudad nabatea por excelencia de la que hablaremos más abajo. Por ahora, tenemos que hacer un alto en el camino para hablar de una persona que se convertiría, sin lugar a dudas, en la sensación de nuestra estancia en Jordania. Me refiero a María, o como a mí me gustaba llamarla, María de Jordania, aunque es granadina. Ella es la verdadera maravilla de Jordania, la que nos ha cautivado tanto como la Ciudad rosada.

La primera imagen que tengo de María es la de una mujer «de armas tomar». Ya nuestro primer encuentro fue algo accidentado, porque como llegábamos hora y media tarde por culpa de haber parado en el Jordán, sin posibilidad de avisarla, nos recibió con unos aspavientos y modales algo airados. Se notaba a la legua que tenía un cabreo monumental. Vamos, que nos puso firmes y hasta nos metió el miedo en el cuerpo al decirnos que la cosa habría sido más fácil de haber llegado a la hora convenida, pero como éramos unos tardones, ahora se complicarían los trámites. Pronto, sin embargo, sacó a relucir su lado más amable y, más calmada por las palabras balsámicas del padre Jaime, nos ayudó a hacer los trámites con una facilidad pasmosa, hasta el punto de que reservó dos filas del control de aduanas solo para nosotros. Ahí fue cuando nos dimos cuenta de que esta mujer tiene mano con las autoridades jordanas. Lo que no sabíamos entonces era hasta qué punto, pues parecía que en la aduana era ella la que mandaba.

María del Pilar, nuestra guía en Jordania

Pasados los trámites rutinarios de control, dejamos a Murat en Israel y nos embarcamos en un nuevo autobús, con María como copiloto. Desde entonces tomaría el micrófono y ya no lo soltaría hasta el fin de nuestro periplo jordano. Y nos dirigimos a Jerash, la famosa Gerasa de la Decápolis, la ciudad romana más importante y mejor conservada de toda Jordania. Allí se encuentran muy bien conservados sus vestigios romanos, unas ruinas que dejan con la boca abierta al visitante por su magnanimidad y sofisticación. Comenzamos entrando por la majestuosa Puerta de Adriano, recorriendo después el Cardo hasta llegar a la Plaza de las Columnas, las famosas Termas, el Teatro y los restos de algunas iglesias bizantinas. No hace mucho que se descubrió el fantástico solado empedrado, aunque se nota un cierto abandono a lo largo del recorrido, llegando a encontrarnos capiteles, arcos, basas y columnas esparcidos por todos lados, sin que parezca que hay un plan de reconstrucción y reubicación de tantas y tantas piezas fuera de su lugar original. En cualquier caso, la contemplación de este entorno histórico denota que el enclave fue de gran importancia estratégica para Roma. 

Puerta de Adriano

Plaza de las columnas

Ruinas romanas

Estado actual del entorno

Y por si teníamos alguna duda, hay que decir que esta ciudad también la pisó Jesús, como se deja ver en el Evangelio de Mateo, aunque ciertamente parece que no le dejaron estar allí por mucho tiempo.

«En aquel tiempo, llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gerasenos. Desde el cementerio, dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino. Y le dijeron a gritos: “¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?” Una gran piara de cerdos a distancia estaba hozando. Los demonios le rogaron: “Si nos echas, mándanos a la piara”. Jesús les dijo: “Id”. Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo y se ahogó en el agua. Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados. Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país. (Mt 8, 28-34)

Terminada la visita, nos subimos al autobús y, tras comer en un restaurante en el camino, nos dirigimos hacia Petra, la capital nabatea que data del siglo III a.C., y que es más conocida como la “Ciudad rosada”, pues está excavada en acantilados y rocas de esa arenisca roja sedimentaria tan propia del desierto y que, un día, fue un lecho marino. Tras varias horas de viaje, amenizadas por las historias sobre Jordania que nos contaba María, llegamos al Petra Moon, nuestro hotel. En esa noche, que separaba el viernes del sábado, pudimos disfrutar de una magnífica cena en una imponente terraza con vistas a la ciudad, edificada en la ladera de una larga cordillera y en su valle. La vista era magnífica, y la cena también. Y nos fuimos a la cama porque el día siguiente prometía. No todos los días uno puede ver una de las siete maravillas de la humanidad. Pero eso corresponde al siguiente día.

Reponiendo fuerzas en la terraza del Hotel Petra Moon

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