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"Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho..."

Un gran Santo, el más pobre en lo material, pero el más rico en lo espiritual dijo en su lecho de muerte: "Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho...". Ese gran Santo era Francisco, y si él dijo no haber hecho nada, ¿que hemos hecho nosotros? Empecemos a hacer algo para cambiar el mundo, ¿no os parece?

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martes, 26 de septiembre de 2023

27 DE AGOSTO: PETRA – MONTE NEBO – MAR MUERTO – BELÉN

 

El 27 de agosto era domingo, día del Señor. Por tanto, lo primero que haríamos al levantarnos sería celebrar la Eucaristía en uno de los salones junto al comedor del hotel. Ese día teníamos muchos kilómetros por delante y no volveríamos a tener ocasión de celebrar la Eucaristía, así que la celebramos a primera hora. No existe forma mejor de empezar el día. Y como se suele decir, pasamos de la misa a la mesa. Desayunamos muy bien y nos despedimos del Petra Moon hasta más ver…

Ya puestos en marcha, pusimos rumbo hacia el Monte Nebo, aquel desde el que Moisés vio la Tierra Prometida antes de morir y sin poder pisarla, como se nos cuenta en el libro del Deuteronomio. Pero antes tuvimos que atravesar algunos exóticos pueblos, en los que vimos actualizado a nuestros días ese mismo mercadeo que desde siempre ha caracterizado estas tierras. 




Moisés guiaba al pueblo israelita desde Egipto hasta la tierra de Canaán, pero durante la larga travesía el pueblo perdió la fe en numerosas ocasiones, por lo que Dios lo castigó a vagar por el desierto durante cuarenta años para que no pudieran llegar a pisar la Tierra Prometida. Sin embargo, Moisés, aunque no llegó a pisarla, sí pudo verla. Con esta información, el peregrino que se asoma al fantástico mirador natural del Monte Nebo, desde el que se contempla una vasta llanura de la tierra de Canaán, puede transportarse mental y espiritualmente a aquellos tiempos en los que Moisés pronunciaba su famoso discurso de despedida, sabiendo que en ese lugar acabarían sus días en la tierra. Desde luego, si en otros lugares el hombre ha sentido la necesidad de levantar templos y construir edificaciones en los lugares más emblemáticos de Tierra Santa, aquí podemos contemplar el maravilloso escenario bíblico en todo su esplendor, tal y como lo contempló el mismísimo Moisés, pues los paisajes que están a la vista, como Israel o el Mar Muerto, no han cambiado absolutamente nada. Solo de pensarlo, a uno se le erizan los pelos.

María nos indica dónde está exactamente el Monte Nebo

No obstante, existen construcciones y recuerdos emblemáticos, como el Memorial de Moisés, una tabla de piedra en la  que Juan Pablo II mandó escribir que el Monte Nebo es un lugar santo para la fe cristiana. Y por supuesto, también está la Basílica de Moisés, sobre los restos de una antigua iglesia bizantina cuyos restos y mosaicos, que datan del siglo IV, se han conservado bastante bien. Finalmente, se levanta imponente una magnífica cruz con una serpiente enrollada a ella, lo cual resulta bastante vistoso. Dicha cruz nos recuerda al relato del estandarte que Moisés levantó para curar a los mordidos por serpientes. 

Memorial de Moisés

Basílica de Moisés

Cruz y serpiente

Vista del Mar Muerto desde el Monte Nebo

Y terminada la visita a este fantástico lugar ya en la misma zona fronteriza entre Jordania e Israel, nos subimos al autobús para comenzar una enorme bajada de más de un kilómetro de descenso en vertical por carretera al punto más bajo del planeta Tierra: el Mar muerto. Si el Monte Nebo está a 700 metros sobre el nivel del mar, el Mar Muerto está a 430 metros bajo ese mismo nivel. No existe punto más bajo en la Tierra, y por eso le llaman “La olla del mundo”, no sin razón, sobre todo en el mes de agosto. En efecto, las temperaturas que alcanzamos allí, dudo mucho que las hayamos experimentado en nuestra vida, ni siquiera en esos veranos extremeños que, si por algo se caracterizan, es por ser tórridos. Y la bajada parece interminable por una sinuosa carretera muy poco transitada que va dejándonos ver un paisaje como el de Qumrán, un lugar muy importante desde el punto de vista bíblico, pues allí se encontraron los que se conocen como “Manuscritos del Mar Muerto”. Y ya en lo más bajo de la olla del mundo, no podíamos más que aprovechar una ocasión única: bañarnos en las famosas aguas del mar más salado del mundo, esas en las que no es posible hundirse ni queriendo porque un 30% del líquido elemento es sal, un porcentaje elevadísimo, si tenemos en cuenta que la salinidad del mar ronda el 3,5%. No es que estuviese el día como para bañarse en unas aguas que rondan los 35 grados en verano, pero es que tampoco hay mucho más atractivo en este lugar tan inhóspito, y todos sabíamos que si nos íbamos sin bañarnos en las aguas más famosas del mundo, después nos arrepentiríamos. Y la experiencia estuvo bastante bien, pues  nadar en esas aguas es casi como nadar en gelatina, toda una experiencia que ya podemos decir que hemos vivido. Y como era normal, estábamos deseando salir de ese hervidero para meternos en el bus al amparo del aire acondicionado y salir rumbo a Israel, que nos esperaba impaciente.

Bajada hacia el Mar Muerto

Llegada al Mar Muerto

Algunos nos dimos un buen baño

Nuestro destino era Belén, pero para llegar allí teníamos que pasar por Jerusalén. Jaime, nuestro sacerdote-guía-compañero-amigo-peregrino-confesor-pañuelo de lágrimas nos iba contando historias sobre Tierra Santa, sobre cómo los judíos sueñan con un pedacito de tierra allí para vivir y ser enterrados en ella, y cómo las casas se construyen dejando las esperas en los pilares con la esperanza de poder levantar un piso más para los hijos que vayan viniendo a esta tierra tan especial para ellos. Y en un momento dado, nos dice que vamos a pasar por un túnel y nos pide cerrar los ojos cuando estemos atravesándolo. Lo hacemos mientras nos sigue contando cosas sobre Tierra Santa y Jerusalén, para decirnos después que abriésemos los ojos y mirásemos a la izquierda, una vez pasado el túnel. Y allí, imponente y majestuosa, se encontraba la ciudad eterna, la ciudad santa, la Jerusalén terrena que tanto anhelábamos ver y que ahora estaba frente a nosotros. Fue un momento mágico que jamás olvidaremos.

Y con estas, atravesamos la ciudad para dirigirnos a Belén, otro enclave sin igual que a partir de mañana también descubriríamos. Pasada la frontera de Allenby sin contratiempo alguno, nos fuimos directos al hotel San Gabriel, donde nos esperaba la cena, una ducha para quitarnos las sales y el barro del Mar Muerto y el merecido descanso, que falta nos hacía.

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