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"Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho..."

Un gran Santo, el más pobre en lo material, pero el más rico en lo espiritual dijo en su lecho de muerte: "Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho...". Ese gran Santo era Francisco, y si él dijo no haber hecho nada, ¿que hemos hecho nosotros? Empecemos a hacer algo para cambiar el mundo, ¿no os parece?

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domingo, 15 de abril de 2012

ÚLTIMO DÍA DE TRABAJO EN GRANADA.


         Esta mañana me levanto mejor. Todavía tengo algo de dolorcillo de cabeza, pero ni mucho menos como ayer. Incluso voy a casa de Rosita a desayunar, y aunque no puedo con los dos kekes, uno sí que me lo liquido.

         Hoy tengo que visitar Olleros. En eso quedamos el otro día, ya que ayer empezaron a verter hormigón sobre la zanja que hicimos. Antes de esto tengo que resolver un asunto, y es que los zapatos que me quedaron pendientes el otro día los tengo que repartir. Me pongo manos a la obra y, casa por casa, voy tachando niños de mi agenda.

         Por supuesto, tengo a mi vecinita de enfrente, al niño Franco Llermi un poco más arriba, a la niña que le tenía que cambiar las zapatillas de niño por unas de niña, también la niña de Asunta y otro par de niños más... Pero sobre todo, el que me falta es Harold, el pequeño que me inspiró al tema de los zapatos solidarios... Como me decía Jorge, al final va a ser cierto... el inspirador va a ser el último en recibir sus zapatos... y así ha sido.






         Al final, lo importante es que los tiene, le gustan y por fin le quedan bien. Su hermano ya los tenía del otro día.

Aquí lo tienen con su calzado nuevo.
         Una vez que termino con el tema de los zapatos, me puedo ir tranquilo a Olleros, así que le pido la moto a Milton y me voy. Me llevo las botas de jeve, como dicen aquí, y para allá el tiempo me respeta. Llego sin problemas y visito la obra. Está Dionisio Melanio, o Melanio, como todos le llaman. Es el teniente alcalde y está metido en la zanja repartiendo el hormigón que le llevan en la carretilla. Ya tienen media zanja hormigonada en el fondo, y para mi sorpresa, unas mujeres bien mayores están metidas al final de la zanja, y a pico y pala, van sacando la tierra de la zanja. Las mujeres son voluntarias, como otros tantos... Aquí se han formado diez grupos de diez trabajadores para que ningún día falte personal. Como tienen cemento, arena y grava, están trabajando a pleno rendimiento.

         Me fijo en las mujeres, les echo fotos y, de pronto, me fijo en la pantalla de la cámara y veo que una de las señoras no tiene botas de goma, sino unas sandalias con los pies al aire. La zanja está llena de barro y los pies los tiene que da pena verlos. Lloviendo y en el barro, y ella descalza. Por eso, le pregunté su número de pie y me fui rápido a una tiendita a comprarle sus nuevas botas de goma del 37. Por cierto, el viaje a comprarlas fue providencial, porque en plena tienda me dio un apretón al estómago y compré un rollo de papel (por si acaso) para salir pitando al baño de la municipalidad... Nunca me alegré tanto de ser tan previsor y comprarlo por si acaso... de otro modo habría tenido un serio problema. Pero hablando de algo más agradable, os diré que llegó la hora del almuerzo y la señora con los pies al aire estaba en una casita increíblemente humilde junto a la municipalidad. Como tenía las botas en la mano, se las di y le dije que esta tarde iba a trabajar con botas.

Estos son los pies de la trabajadora de la zanja
Enseñando sus nuevas botas
         Poco después me dijo Melanio que es la mujer más pobre de todo el pueblo, aparte de ser viuda y vivir sola. Dice que vive de lo que ella misma cultiva en la chakra, además de las ayudas de sus propios vecinos, así que nunca en todo este tiempo había sentido tanta alegría por entregar un regalo. Yo no lo hice por eso. Ni siquiera sabía su penosa situación, aunque intuía que muy rica no debía ser... Ella agradecidísima, se puso las botas por la tarde como quien se ponía unas Nike Jordan en los años 90.

         Antes de verla con las botas puestas, me voy a comer a casa de los papás de la secretaria, que es quien me invita hoy. Yo iba pensando en la mujercita de las botas y para nada intuía lo que me esperaba... hacía mucho que no sufría tanto comiendo, y es que me esperaba impaciente sobre el plato mi amigo el Cuy... ¡¡qué mala suerte!!... ¡¡Maldito Murphy!!... es el último día que como en el Alto Imaza y me tiene que tocar Cuy.

         Curiosamente, mi primera comida en el Alto Imaza fue Cuy, y cómo no, mi última comida será Cuy..., y encima la primera fue en Olleros y la última también lo va a ser... pero esta vez es peor. ¡¡Está casi crudo!!, y para rematar la faena, siempre ponen una mitad del bicho, pero hoy me ponen el Cuy entero... las dos mitades sin separar siquiera una de otra. Sólo de verlo en el plato me da otro apretón.

Solo le faltaba la cabecita...
         Recuerdo que mi primer Cuy me lo comí después de almorzar por primera vez en Granada, el día que fuimos por primera vez con el Obispo. Ese día casi me da un ataque al tener que comerme el bicho que el día anterior juraba que no probaría, y encima sin ganas, después de haber almorzado ya... Hoy recuerdo aquel día, ya que con la fiebre y el estómago revuelto, no tengo ganas de comer nada, y sin embargo, me ponen el plato con arroz, papas, Kinua y el “adorable” Cuy encima tirado en plancha y esperando ser devorado. Lo que él no sabe es que no tengo ningún interés en hacerlo...

         Me dejan solo en el comedor-cocina de la casa y es entonces cuando pienso en una estrategia para hacer como si me lo comiera, pero dejándolo... Si lo tiro por la ventana corro el riesgo de que entren y vean que el Cuy ha desaparecido demasiado pronto, además de que habrían pensado que soy una bestia parda que no deja ni los huesecillos del bicho. También podría darse el caso de que los perros que están fuera volvieran con el Cuy en la boca y me delataran... tendría que decir que se me ha caído por la ventana, cosa poco creíble... Otra opción es meterlo en una bolsa y al bolsillo, pero estaría en las mismas, ya que nadie (ni siquiera los peruanos) se come un Cuy sin dejar rastro de él... No tengo salida... tengo que comérmelo.

         Cuando viene la secretaria a verme, no lo he probado, y entonces se me ocurre la excusa perfecta.... le diré que tengo fiebre porque estoy pasando la gripe y que tengo el estómago revuelto, así que no puedo comer... y según entra, le digo:

         - Señorita... lo siento mucho, pero me encuentro fatal porque acabo de pasar la gripe, tengo fiebre y el estómago revuelto... así que no puedo comer nada. Se lo agradezco, pero como todavía no he tocado el plato, puede dejarlo para otro momento...

         Y la secretaria me dice:

         - Bueno, bueno... no pasa nada, puedes dejar todo, pero el Cuy te lo comes..., ¡¡¡no lo vayas a dejar!!!

         He puesto tres admiraciones en la última frase porque es como sonó... Reconozco que incluso me dio un poco de miedo, y luego rabia.

         - Señor, te ofrezco este sacrificio que voy a hacer. Tú sabes que esto me va a costar tela... así que, paradójicamente, te ofrezco este imposible por el hambre en el mundo... Sí, ya sé que no está bien ofrecer una comida como sacrificio por el hambre, pero tú sabes que para mí esto es más difícil que ayunar... Te aseguro que preferiría estar tres días sin comer, pero claro, eso tú ya lo sabes, así que no tengo que darte explicaciones...

         Y me pues manos a la obra... 

         Poco a poco, una patita, la otra... un trocito de un costado.. otro poco de por allá. Vamos, que guarreé todo el Cuy y le quité unos pocos gramos. Entre arcadas me tapaba la nariz, y tomaba un gramo de Cuy y dos cucharadas de arroz para disimular el sabor, pero sobre todo la textura...

         Si le daba la vuelta al Cuy, me entraban ganas de vomitar, así que lo dejaba siempre panza arriba... y en media hora interminable, dejé el Cuy más o menos sin carne. Eso sí, los huesecillos no los aproveché y dejé toda la carne pegada... me dediqué a probar un poquito de cada parte para que los anfitriones vieran que ataqué por todos los costados.

         De postre me pusieron unas cuantas piezas de Mauxán, una fruta natural de por aquí con la que se hace también té y licor. Está mejor, aunque algo amarga... Luego me dicen que la piel no se come... ¡ahora me lo dicen!

         Cuando vino la madre de la secretaria, la cocinera, le dije que sentía mucho no poder haber comido más, pero que tenía fiebre y bla, bla... y parece que me entendió, pero seguro que por dentro pensaría que en la hora que le puso tal manjar al bellaco este...

         Como no quería ser descortés, más aún me refiero, le dejé 10 soles debajo del plato, así al menos, las lágrimas de ver un Cuy desperdiciado por el español infiel, se verían interrumpidas por la visión del billetazo una vez retirado el plato... Que pena me daría no ver ese cambio de cara...

         Regreso a la Iglesia contentísimo por haber acabado con el trance gastronómico. Acompañado de la secretaria, le reconozco mis problemas con los Cuyes, a lo que me dice que lo entiende perfectamente... pero claro, para eso le tengo que hacer ver cómo se sentiría ella si va a China y le ponen en un plato la cabeza de un perro para comer... Solo entonces entiende mi postura...

          Ya olvidado el asunto, me topo con la señora de los pies al aire con sus nuevas botas puestas, lo cual me da una satisfacción enorme. Me mira, me sonríe y me señala con la vista hacia los pies... como aquella que va a desfilar por la “pasarela zanja de barro”. Y desfila para que la vea... ¡Toma ya!

         Me dice una compañera que, de haberlo sabido, ella también habría venido descalza, porque sus botas ya son muy viejas. A esa indirecta, le respondo con un “buen intento, señora...” y me las piro antes de que la tercera suelte también su reivindicación... Ahora la que tenía los pies al aire tiene botas nuevas y las que tenían botas viejas la miran con envidia... ¡¡Cómo somos!!... Decimos que queremos lo mejor para nuestros amigos, pero cuando vemos que tiene lo mejor, y que es mejor que lo nuestro, si pudiéramos le meteríamos una colleja y le diríamos que valiente mastuerzo está hecho...

         Esto mismo es la definición por excelencia de lo que venimos llamando “pobreza espiritual”... Muchos se piensan que aquí sólo existe pobreza material, pero están equivocados... La pobreza material se acaba con dinero, pero la espiritual no, es más, a más dinero más pobreza espiritual. ¡¡Qué pena de tanto pobre rico como hay en España...!!

         Aproveché para traer a Olleros todos los juguetes que ya estaban repetidos en Granada. Los iba guardando en una bolsa aparte pensando en dárselos a otros niños que no los tuvieran, así que me los traje. Fue un éxito, porque convocamos a todos los niños a las dos de la tarde en la plaza y se presentaron unos pocos... les repartí los juguetes, caramelos y cuentos, y aún así me sobraron todavía. Todos los que sobren serán para Katy, para que los reparta entre sus niños.

         Bueno, pues acabada la inspección de obras y la entrega de juguetes me empiezo a despedir de la peña, me monto en la moto y me voy. Pero claro, el camino de vuelta no sería como el de ida... El amigo Murphy tenía más ganas de guasa, y me hizo volver bajo una tormenta apoteósica. Sabía que ese trayecto de Olleros a Granada iba a ser mi último trayecto en moto por las tierras peruanas, así que qué mejor manera de despedirme que con un millón de litros de agua y un camino imposible... Pero pensé que el Murphy debe creer que me importan sus tonterías, así que le dije mentalmente que se fuera al cuerno... y se fue, porque llegué a Granada sequito bajo mi poncho peruano y con mis botas “Katiuskas”. Claro que tuve suerte de cambiar el poncho del Coronel Tapioca por un poncho malo de Perú, y si el cambio ha sido espléndido, imaginaros cómo sería el del Tapioca.

         Llego a Granada y ya estoy recuperado... casi no tengo dolores, a excepción de los de coxis por causa de la moto y el terrible camino.

         Allí me esperan los mozuelos, sabedores de que hoy es su última película.... no puedo fallarles. Y como hoy serán los últimos regalos, tengo preparados todos los que fui acumulando durante los dos meses para esta ocasión: Balones, bolos, bingo, monopoly, relojes..., vamos, cosas buenas por una vez.







         Los separo por hermanos para darle a los hermanos los juegos colectivos, como balones o monopoly, y a los hijos únicos les voy dando relojes, grapadoras y un regalo de una caja que me dio Toni de regalos de navidad que sobraron. Eran regalos bastante bueno, incluso de mejor calidad que los mejores que yo había comprado, así que aproveché para repartirlos todos y los niños fliparon con la última entrega de jueguetes... debieron pensar una de dos, o que había perdido la cabeza o que era un santo...

         Antes de repartir los juguetes, Toni les dio una charla para animarles a darme un abrazo de despedida, y uno a uno me fueron dando un abrazo que no olvidaré jamás... unos me decían que me querían, otros que no me fuera, otros no querían soltarme del cuello, y otros no podían dejar de llorar... qué mal rato pasamos todos. Claro que esto se les olvidó rápido al verme entrar con una caja de la que sobresalían balones y otras cosas.. mucho más grande que la bolsa habitual con la que suelo venir.

         Y cuando se fueron todos, hoy curiosamente sin ánimos de cambiar regalos, nos quedamos allí Toni, Lenin, Daza el policía, un profesor, un trabajador y yo. Entonces Toni dio la orden al trabajador de ir a por dos botellas de licor de Mauxan.

         Nos ponemos a hablar de todas las experiencias vividas con los niños, y todos me cuentan que sus hijos, sus vecinos o los niños que conoce no dejan de hablar de qué mal está que se vaya don Martín. Los pobres creían que iba a estar allí de por vida...

         Luego hablamos de la obra, luego de mi estancia, de España, de mis amigos, de Chacha, de los viajes en coche y las caídas por barrancos, de Huaycos... en fin, de todo. Cuando queremos darnos cuenta, han pasado tres horas y ocho botellas de licor... yo ya estoy que no sé si me llamo Martín o mangurrino... y los demás están igual que yo.

Con las dos primeras botellas
         La costumbre es hablar en corro, con la botella rodando por delante del vaso. Una vez que te sirves el vaso, el pasas la botella al de tu derecha, te bebes el vaso, lo sacudes y se lo pasas... entonces él llena el vaso de nuevo, pasa la botella al de su derecha y habla un rato... se bebe el vaso y así de nuevo hasta que vuelve a dar la vuelta...

         El vaso es pequeño, pero el licor fuerte, así que a las cuatro botellas muchos pedían que acabara la ronda, pero Toni tenía preparadas otras cuatro más... y al final, él mismo tuvo que reconocer que ya no podíamos más... aunque mandó al trabajador a por otras dos... Menos mal que le paramos los pies...

         Y así, medio borracho de licor de fruta, me voy al cuarto a dormir, pensar y despedirme de mi última noche granandina.

         Hoy, para variar, decido no dormir bajo la mosquitera... quiero dormir como en mi casa, aún a riesgo de que un mosquito del tamaño de un mechero me sorba medio litro de sangre... jeje, se va a pegar cada costalazo de la borrachera que va a pillar que bien podrá decir que un humano le ha infectado en lugar de al revés...

         Y así me acuesto... quiero meditar un poco el día, pero el Mauxán no me deja y caigo redondo...

         Eso sí, le doy gracias a Dios por haberme conservado bien hasta hoy... lo cierto es que echando la vista atrás uno piensa que es un milagro después de haber pasado por todas las aventuras que se puede pasar aquí... Y pensando en ello, le digo al Señor: Graci... y ahí me quedo con la boca abierta...

         Bueno, Él sabe lo que quería decir, y yo también sé que no hace falta que acabe la frase para que la entienda...

         Y así acabó el día más triste de mi periplo granadino...

         Mañana será otro día...

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