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"Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho..."

Un gran Santo, el más pobre en lo material, pero el más rico en lo espiritual dijo en su lecho de muerte: "Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho...". Ese gran Santo era Francisco, y si él dijo no haber hecho nada, ¿que hemos hecho nosotros? Empecemos a hacer algo para cambiar el mundo, ¿no os parece?

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martes, 9 de julio de 2019

Kenia 2019. Capítulo 1. Lo primero, el viaje


Es ya un clásico el título del primer capítulo. Cada vez que pienso en un nuevo capítulo primero, recuerdo todos los capítulos primeros que, como no puede ser de otra forma, comienzan siempre con el viaje. Espero que Dios me dé las fuerzas, las ganas y la oportunidad de escribir muchos capítulos primeros más.

Bien, pues el viaje comienza en Almendralejo, como ya sabéis. El jueves, día 4 de julio, salgo rumbo a Cáceres para pasar el último día con mi madre y mi hermana. Al día siguiente será el vuelo, a las 15:45 horas, desde la T1 del Aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid Barajas. Aprovecho el transporte de la Renovación Carismática, que tiene precisamente ese mismo día su Asamblea anual en Madrid, en Alcobendas. Salimos temprano, a las 7:00 de la mañana, por lo que llegamos a Madrid sobre las 10:30 horas, es decir, unas cinco horas antes del vuelo. Joseph Mukiti viaja conmigo porque el sábado, día 6, se casa su hermano en Mbiuni (Kenia), y quiere acompañarle, pues no hace mucho sufrió un terrible accidente que le ha dejado serias secuelas físicas.

Con las clarisas en Madrid
Una vez en el aeropuerto, nos encontramos allí con varias hermanas clarisas, una que está en Madrid, en la casa Madre de Barajas, y dos del Convento de San Pablo en Cáceres. Ellas han elegido un vuelo vía Emiratos Árabes, mientras que nosotros lo hacemos vía El Cairo. Y aunque ellas salen casi dos horas antes que nosotros, llegarán a su destino más de diez horas después. Dicen, las pobres, que han elegido esa ruta porque así llegan a Nairobi de día, ya que nuestro vuelo llega a las 3:30 de la noche. Su intención es ir a Emiratos Árabes para hacer escala allí, dormir en ese aeropuerto en el algún sillón y continuar su viaje después hasta Nairobi en la mañana. Hacer esto les costará como doce horas más de viaje que a nosotros, así que no lo entiendo muy bien. Hablando con ellas, les digo que si no les sería más rentable haber tomado nuestra ruta y, puesto que van a dormir en un aeropuerto igualmente, haber pasado la noche en el de Nairobi, al que llegarían a las 3:30 de la noche. Total, para pasar la noche en Arabia, mejor pasarla en su país. Así, al día siguiente, podrían ir a recogerlas de día, pero ellas ya estarían en Nairobi. Sin embargo, ellas seguían en «sus trece» y me decían que no me había enterado bien, pues lo que ellas querían era llegar a Nairobi de día… En fin, como ya no había nada que hacer, no merecía la pena seguir ese hilo de conversación para intentar convencerlas de nada.

Joseph y Georgina
Joseph y yo volamos con Egyptian Airlines. El avión hasta El Cairo está bastante bien, aunque es un bimotor y el espacio interior no es tan grande. Tiene filas de seis asientos con pasillo en el medio (tres asientos, pasillo y tres asientos). Al entrar, lo hacemos por la parte delantera. Como de costumbre, te hacen pasara por ahí por dos motivos. El primero es para que pases por la Business class, la veas bien y te mueras de la envidia, ya que esos pasajeros tienen sillones más anchos, largos y reclinables como camas. En lugar de ser tres por fila, son dos, con lo que cada fila tiene dos asientos menos (dos asientos, pasillo y dos asientos) que los nuestros. Así, el turista que viaja como sardina en lata se piensa volar en el futuro en uno de esos asientos, por un módico precio extra, claro está. Pero el motivo principal de la entrada por la Business class no es este, ya que hay otro, digamos «más humano», aunque yo prefiero decir «más mundano». En efectto, el verdadero motivo por el que a los viajeros de clase turista (los parias) nos hacen pasar por esos envidiables asientos no es otro que alimentar el ego de esos turistas de clase primera que, habiendo entrado antes que nosotros en el avión, ven cómo cada uno de los viajeros de la clase económica tiene que mirar con ojos de envidia. No en vano han pagado más por su viaje, lo cual ha de, como mínimo, satisfacer muchos egos. Así, el turista de clase primera tiene dos placeres: el primero, aparentar y exhibirse delante de los demás paa que seamos conscientes de su superior status y de su saneada economía; el segundo, viajar cómodamente y separado de nosotros por una insultante cortinilla que divide los dos habitáculos, el de los ricos y el de los pobres. Si uno va a un hotel de Mombasa a pasar el verano, seguro que no echará demasiada cuenta de esta división social, pero si a lo que se va a Kenia es a mezclarse con la gente más pobre y, dentro de esa gente, atender las necesidades de unos niños deficientes físicos y mentales sin futuro aparente, lo que siente es verdadera pena por esa alta clase que disfruta viendo cómo los demás les miran y les envidian. Ellos son el auténtico tercer mundo.

En El Cairo
Pues bien, el primer avión no era nada cómodo por el espacio, pero al menos era nuevo. Lo peor sería el segundo, que me recordaba más bien transportes en otros países en los que tuve como compañeros de viaje a ovejas, cabras y gallinas. Y, por supuesto, el espacio y la comodidad, iguales o peores que en el primer avión. Además, un retraso de casi una hora sin despegar hace que ya estés cansado antes de iniciar el vuelo. Y así llegamos a Nairobi, a las 3:30 de la mañana, casi 24 horas después de que, a las 7:00 de la mañana, comenzásemos a viajar desde Cáceres. Y cuando llegamos a Nairobi, las hermanas clarisas nos dicen por Whatsapp que están ya en Arabia haciendo escala y esperando el próximo vuelo. No quiero ni pensar cómo estarán ellas de cansadas cuando terminen con doce horas más de viaje que nosotros…

Casi siempre me toca el ala
En Nairobi tenemos suerte, pues, a pesar de haber llegado de madrugada, Robert y un amigo están esperándonos en el aeropuerto para llevarnos a Mbiuni. Todo ha salido bordado. Y ya en Mbiuni, comienza el día más agotador de mi vida. En efecto, sin descanso alguno, soltamos las maletas, nos aseamos un poco y nos vamos a la boda del hermano de Joseph. Ni que decir tiene que las bodas aquí no son como en Europa. Ya la propia celebración dura entre cuatro y cinco horas. Recuerdo bien cómo el sacerdote comenzó la celebración de la Eucaristía y, una hora después, todavía duraba la procesión de entrada de la novia, la cual no había llegado al altar entre bailes y jolgorios varios. Flores, confetis, niños vestidos con trajes de colores, bailes y demás parafernalias para acompañar a una novia que, en España, habría tenido ya agujetas antes de iniciar la celebración.

Y así hasta las diez de la noche… Al final, las monjas clarisas que habían llegado a casa doce horas después que nosotros, habían podido descansar mucho antes. Y es que la vida, a veces, da uno de esos giros inesperados que te  hacen pensar que no hay que alegrarse porque nos vaya mejor que a otros, ya que es muy posible que, al final, las cosas de los otros se enderecen, mientras que las nuestras se tuercen.

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