Asómate al mundo exterior...Y VERÁS TODO LO BUENO QUE TIENE!

Asómate al mundo exterior...Y VERÁS TODO LO BUENO QUE TIENE!
Asómate a la ventana y mira, escucha, habla...y comparte conmigo tus impresiones.

"Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho..."

Un gran Santo, el más pobre en lo material, pero el más rico en lo espiritual dijo en su lecho de muerte: "Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho...". Ese gran Santo era Francisco, y si él dijo no haber hecho nada, ¿que hemos hecho nosotros? Empecemos a hacer algo para cambiar el mundo, ¿no os parece?

Eres el visitante número:

Busca aquí lo que quieras

viernes, 12 de junio de 2015

MISIONEROS Y COOPERANTES. NO ES LO MISMO. LAS 40 DIFERENCIAS.


Cuando uno tiene ya una edad lo suficientemente elevada como para echar la vista atrás y darse cuenta de que, en asuntos de justicia social, no todo es lo mismo ni tiene el mismo reconocimiento; cuando uno tiene ya una amplia experiencia en el campo de las misiones y la cooperación internacional y ha visto todo tipo de actitudes, tanto entre misioneros como cooperantes; cuando uno ha trabajado codo a codo con todo tipo de misioneros de la Iglesia y cooperantes de diversas ONG´s, entonces puede permitirse el lujo de la crítica desde la objetividad que permite la experiencia. O al menos eso creo yo.

En los viajes se aprende mucho, más quizás que en la Universidad. Lo que ocurre es que las cosas que se aprenden son distintas. Se aprende humanidad, cultura, costumbres, idiomas, geografía… En la Universidad se aprende un oficio, amén de matemáticas, física y otras cosas. Y fruto de ese aprendizaje, que he tenido la suerte de adquirir tanto en la Universidad como en los viajes, es este pequeño compendio de diferencias fundamentales que existen en el ámbito de la cooperación internacional para el desarrollo.

Sé que este post no va a gustar a la mayoría de los cooperantes de ong´s, es más, sé que les va a molestar bastante. Pero no soy de esas personas tan políticamente correctas que escriben para agradar a todos, sino de las que escriben lo que piensan, a pesar de que me cueste una lluvia de críticas. Tenemos que decir lo que pensamos, tenemos que estar por encima de los ambientes que pretenden encasillarnos en casillas creadas por ellos para separar a los buenos de los malos según su criterio.

La verdad solo tiene un camino. Lo que ocurre es que, generalmente, no suele gustar escucharla. Son muchos los que pregonan que les gustan las personas que van de frente, que son sinceras y que siempre dicen la verdad, aunque duela. Pero a la hora de la verdad, la inmensa mayoría de esas personas no aceptan ni siquiera la menor de las críticas.
Los misioneros sabrán que lo que aquí se dice es tan real como la vida misma. Los cooperantes, por el contrario, no sólo estarán en contra, sino que dirán que todo esto es mentira. Sólo ellos pueden juzgar sus propios actos y reflexionar si lo que aquí se dice es cierto o no en ellos, pero lo que más claro tengo es que ninguno reconocerá que tengo razón. Lo más que aspiro de los que reconozcan la verdad es un silencio, el cual será indicativo de que, aun no gustándoles lo que escribo, al menos lo reconocen.
Son muchos años ya los que he vivido y trabajado con misioneros y cooperantes de distintos continentes, tanto en España como en Sudamérica o África, por lo que sé lo que me digo. He visto cosas realmente escandalosas, aunque he visto auténticos buenos cooperantes, de los de quitarse el sombrero ante ellos.

Por descontado, no todos los cooperantes son así. Existen muchos que tienen principios buenos y solidarios, independientemente de su ideología religiosa. Pero por muchos que existan, les superan de largo aquellos que buscan en la cooperación vivir una aventura distinta, en países que suelen ser tropicales o con atractivos turísticos de interés general. Prueba de ello son los cientos de miles de cooperantes que viajan a Perú, a la India, al Tíbet, a Nicaragua, a Filipinas o a Brasil y pocos, muy pocos los que viajan a Somalia, Etiopía, Chad o Libia. Sin embargo, las necesidades de los pueblos del África central son los que más necesitan de nuestra ayuda.

No pretendo criticar ni demonizar al cooperante, puesto que me parece una obra magnífica la que desarrollan. Es más, deseo de corazón que haya muchos buenos cooperantes que realicen grandes obras allá donde vayan. Mi artículo va más dirigido a aquellos cooperantes que utilizan la cooperación como una posibilidad sin igual de poder hacer un turismo de aventura gratuito o muy barato apoyándose en proyectos cuya base suele ser la necesidad de muchos hombres o la injusticia social. Quien quiera vacaciones, que se las pague, pero que no use al pobre para tener la ocasión de conocer las maravillas de sus países.
Por ello estimo que la cooperación es buena y necesaria, pero no tanto los miles de caraduras y jetas que manchan con sus actos y su comportamiento la nobleza del voluntariado real de cooperación. Ni tampoco las innumerables ong´s que se nutren económicamente de un trabajo que para nada es solidario o que, bajo una apariencia solidaria que se escuda en el desarrollo de ciertos proyectos, es un medio de vida y un trabajo bien remunerado para muchos. También los he conocido de estos, por desgracia.
Os dejo un amplio catálogo de diferencias entre misioneros y cooperantes. Espero no herir tus sentimientos si es que te ves reflejado en algo de lo que digo o si tu caso no es exactamente así. Repito que hay excepciones, pero lo cierto es que son pocas.

Estas son las principales diferencias que veo:

1.       Un misionero puede dejar padres, casa, amigos y trabajo durante años. Un cooperante no.

Un misionero tiene claro que su función depende de las necesidades de cada momento, y que eso le puede separar de familia, casa y amigos durante años. Un misionero sabe que puede perder un curso, que puede perder un familiar o una amistad y no estar presente. Un misionero no antepone nada a su misión, ni siquiera la propia familia. 

Un cooperante viaja por un espacio de tiempo determinado, espacio que él mismo marca según sus propios intereses familiares, educativos o sociales. Un cooperante sólo está dispuesto a renunciar a familia, casa y amigos si se trata de un trabajo remunerado. Si la cooperación o el viaje es un trabajo, no hay más remedio que estar fuera y no importa el tiempo. Pero si la cooperación no lleva aparejado un sueldo, hay que ponerle límites temporales. Un cooperante jamás antepone la ONG para la que trabaja o la cooperación que realiza a su propia familia.


2.       Un misionero puede viajar solo. Un cooperante no.

Un misionero no necesita de nadie para realizar su trabajo. Sabe que su persona, sus manos, sus talentos y su disposición son sus únicas armas y las pone a disposición de aquellos a quienes va a ayudar. Un misionero se calza sus botas y carga su mochila para dirigirse al lugar donde se le necesita. Al misionero nadie le espera ni en aeropuertos ni en estaciones de autobús, sino que él mismo se dirige por sus medios hasta el punto en que desarrollará su trabajo.

Un cooperante suele viajar en grupos escolares, de la Universidad o de amigos. Suelen esperarle en los aeropuertos para que no se pierdan y les llevan en coche hasta el centro de acogida, donde están los demás cooperantes del mismo o de otros países esperando las órdenes de los dirigentes de la ONG con la que colaboran. Un cooperante es dejado en el aeropuerto de salida y recogido en el de llegada. Y al regresar a su país igual.

3.       Un misionero que trabaja en Perú no necesita hacerse un selfie en Machu-Pichu. Un cooperante sí.

En Perú, en Brasil o donde sea. Un misionero tiene claro que su viaje no es un viaje de turismo, por lo que puede visitar los países más exóticos con playas o monumentos de fama internacional y si siquiera visitarlos. Un misionero gasta su carrete en fotos de su misión, aunque también pueden gustarle los paisajes o las rutas turísticas próximas que pueda visitar. Un misionero no sabe lo que es un palo de selfie, y si lo sabe, no lo tiene porque no lo necesita.

Un cooperante lleva su palo de selfies siempre consigo y, si va a Perú, no puede irse sin visitar Machu-Pichu o Nazca. Si va a Brasil no puede dejar de visitar el Cristo de Corcovado, o si va a la India, el Taj Mahal. Tampoco puede irse sin visitar las capitales de los países que visita, aunque eso lo tienen fácil, pues sus trabajos suelen desarrollarse en ellas o en puntos próximos.



4.       Un misionero viaja allí donde hace falta sin importar las condiciones. Un cooperante examina bien el lugar antes de ir y elige aquellos sitios que le gustan.

Un misionero no pregunta dónde tiene que ir. No busca destinos donde realizar su misión. Un misionero atiende a la llamada de quien le necesita y no duda en ir en su ayuda y no mira en Google el entorno en el que vivirá, o lo mira para estar informado, pero no para ver qué puede visitar cerca. Un misionero no pone condiciones, pues casi siempre las condiciones son las peores, sino que acepta ir allá donde se

Un cooperante examina bien antes el lugar, elige si va o no. Mesura las condiciones, si hay electricidad, agua corriente o internet allá donde va, si existen otros cooperantes de su edad. Un cooperante busca qué puede ofrecerle la cooperación y decide ir o no dependiendo de ello. Un cooperante elige sitios bonitos, en lugares apropiados y siempre que la cooperación sea compartida con otros chicos y chicas de su edad a los que poder conocer y con los que poder compartir sus experiencias de aventura.

5.       Un misionero puede trabajar solo o en equipo. Un cooperante necesita una organización que le ayude.

Un misionero es autónomo. Puede trabajar solo o en equipo. Puede ser un mero peón de la misión o pasar a dirigirla si es el caso. Un misionero puede trabajar en un ambiente ordenado o en las situaciones más caóticas posibles. Un misionero tiene capacidad de adaptación al medio y tiene claro que la gente de alrededor debe ser un apoyo y un medio para ofrecer un mejor trabajo. Puede disfrutar con los compañeros, tomar unas cervezas al final de la jornada o salir a dar paseos o realizar actividades para descansar de su función principal, pero sin olvidar nunca cuál es su función.

Un cooperante depende de otros y suele trabajar en equipo, pues en solitario no sólo no hace nada, sino que además puede ser un estorbo. Un cooperante puede dirigir un grupo, pero antes tiene que pasar unos exámenes o pruebas. Un cooperante no suele tener capacidad de adaptación y debe aprender a apoyarse en otros para la consecución de los fines que se propone, pero no es algo innato en él. Un cooperante piensa que tiene derecho a divertirse después de la jornada de trabajo, por lo que las cervezas son casi obligatorias, así como las salidas de ocio. Un cooperante puede olvidar cuál es su función y para qué viajó.


6.       Un misionero sabe cuál es su trabajo y lo modifica según estime conveniente. Un cooperante tiene funciones marcadas de las que procura no salirse.

Un misionero tiene un planning de trabajo incrustado en su cerebro. Sabe qué trabajo tiene que hacer y cómo hacerlo. Puede modificar su trabajo o cambiarlo según estime conveniente, pero siempre con un único fin: ofrecer un mejor servicio. Un misionero sabe que puede saltarse las reglas si con ello va a conseguir un avance positivo en su misión y tiene capacidad de tomar sus propias decisiones.

Un cooperante tiene un planning de trabajo en papel o en el ordenador. No sabe qué trabajo tiene que desempeñar y se lo tienen que decir, incluso a diario a veces. Un cooperante debe obedecer órdenes y no puede tener criterio propio a la hora de tomar sus propias decisiones ni saltarse el plan de trabajo marcado. Un cooperante es un funcionario de la cooperación cuando actúa en una cooperación remunerada y un aventurero sin funciones cuando la cooperación es una cooperación vacacional por la que ha pagado una cantidad importante de dinero. En este último caso, el cooperante es tratado como si de un huésped de hotel se tratase porque interesa que repita próximos años la experiencia.

7.       Un misionero puede divertirse con los oriundos del lugar donde trabaja. Un cooperante necesita un grupo de jóvenes que se reúna por las noches en torno a una hoguera, una guitarra o un botellón.

Un misionero se implica con la población nativa a la que apoya porque sabe que su función sobrepasa la ayuda material, por lo que se ofrece íntegramente y hace amistad con los oriundos. Un misionero genera un clima de paz y tranquilidad, un clima familiar. Un misionero sabe que la misión no es sólo dar pan al pobre.

Un cooperante necesita su grupo de amigos para reunirse por las noches en torno a una hoguera, cantar canciones y beber hasta tarde. Un cooperante no se integra con la población nativa, sino que se integra con los cooperantes de su entorno. Solo con ellos genera empatía y mantiene contactos por mucho tiempo con ellos, mientras que la gente a la que fue a ayudar termina siendo olvidada.

8.       Un misionero puede pasar meses, incluso años sin darse un baño. Un cooperante necesita saber dónde está la cascada, el lago, el río o mar más próximo para chapotear.

Un misionero, como ya vimos, puede viajar sin traje de baño porque sabe que no va a chapotear con los amigos. Por eso, un misionero puede pasar un año trabajando junto a las cascadas de Iguazú sin haberse bañado en ellas por estar ocupado en otras cosas.

Un cooperante lleva el chip del baño ya en su mente antes de montar en el avión, por lo que puede ir preparado con traje de baño, gafas de bucear y hasta aletas. Un cooperante no puede dejar la oportunidad de echarse una foto bajo el chorro de una cascada como la de Iguazú si es que trabajase cerca de ella.


9.       Un misionero aguanta condiciones duras. Un cooperante se constipa con un soplido.

Un misionero  aguanta condiciones duras, a veces más que duras. Puede estar sin comer o malcomiendo, puede soportar altas y bajas temperaturas, puede prescindir de cremas solares o antimosquitos. Un misionero puede andar por el barro, caminar bajo la lluvia y mojarse hasta los huesos. Y después de eso, puede prescindir de darse una reconfortante ducha por no existir esos lujos donde está. Un cooperante sabe que caminando solo puede ser víctima de asaltantes, puesto que son frecuentes los asaltos en países subdesarrollados. Un misionero sabe esto antes de ir a la misión y, aún sabiéndolo, sigue convencido de ir.

Un cooperante aguanta poco, la verdad. Esta acostumbrado a la vida del primer mundo con electricidad, calefacción, ducha e internet, con lo que dejarle solo en medio de una selva amazónica es condenarlo a muerte. No soportan los calores y se quejan, tienen que tener una botella de agua fría o de coca-cola en la mochila. Necesitan cremas solares o repelentes de mosquitos y dormir bajo mosquiteras. No pueden andar por el barro ni caminar bajo la lluvia sin agarrar una pulmonía triple. Pero vamos, que aunque pudieran, no estarían dispuestos a hacerlo porque consideran que no han viajado para eso. Un cooperante al que le digas que va a estar un mes en un lugar sin ducha, automáticamente te dice que, sintiéndolo mucho, no puede ir.

10.   Un misionero es misionero en el extranjero y en casa. Un cooperante sólo se acuerda de los necesitados cuando llega el verano.

Un misionero lleva su condición grabada a fuego en su corazón y actúa allá donde esté. Está presto tanto para ayudar a cruzar la carretera a una anciana en Madrid como para dar de comer a niños desnutridos en África. El misionero siempre busca tiempo para repartirse para los demás y, si está en una ciudad, visita enfermos en los hospitales, ancianos en los asilos o presos en las cárceles. Un misionero es misionero las 24 horas del día y los 365 días del año y se mueve en ambientes donde cree que puede ser útil, como comedores sociales o despachos de Cáritas. 

Un cooperante, curiosamente, es capaz de recorrer medio mundo para enseñar inglés en Nicaragua a los niños de un colegio, sin embargo, cuando llega a casa no se molesta en preguntar ni dónde está el asilo de ancianos más cercano. Un cooperante sólo se pone en marcha pasada la aduana, y piensa que en su país ya hay otros que ayudan a quien lo necesita. Un cooperante, tristemente, puede ayudar a una ong extranjera a combatir la injusticia y ni siquiera saber cuál es el despacho de Cáritas o el comedor social más cercano donde podría prestar una magnífica ayuda. 


11.   Un misionero trabaja para conseguir la financiación del proyecto. Un cooperante va “a tiro hecho” e incluso puede llegar a pagar por cooperar.

Un misionero busca dinero debajo de las piedras, lo reúne y lo va juntando hasta que tiene suficiente para invertirlo en la necesidad que estima. Pasa por parroquias, organiza conciertos y galas benéficas, mercadillos, peregrinaciones o excursiones con las que recaudar fondos con los que poder costear los gastos de la misión. Un misionero realiza proyectos para solicitar ayudas públicas y privadas, visita comercios en busca de patrocinios, solicita ayuda a cajas, bancos y particulares. Un misionero sabe que, de cada 50 entidades que visita, puede que sólo una le apoye económicamente, pero no para de intentarlo.

Un cooperante no quiere saber nada de buscar fondos para la ong con la que colabora, o si lo hace, lo hace en las calles céntricas con un chaleco buscando personas que quieran donar o hacerse socias, pero siempre con un sueldo. Un cooperante no se preocupa por ningún aspecto económico ni le interesa saber cuánto cuesta realizar el proyecto en el que ayuda. Un cooperante puede, incluso, pagar dinero a una ong por cooperar con ella con tal de poder visitar el país exótico donde realiza sus proyectos sin darse cuenta de que, con el dinero que gasta en ello, podría salvar más vidas de las que imagina.

12.   Un misionero puede trabajar en enero, abril, agosto o diciembre. Un cooperante sólo puede cuando le cuadra con su tiempo libre.

Un misionero no vive supeditado a un calendario a la hora de desarrollar su trabajo, sino que está pronto para partir cuando sea necesario. Un misionero, aun sin pertenecer a ningún cuerpo nacional de protección social o sanitaria y no tener, por tanto, un sueldo, está dispuesto a partir a cualquier país del mundo sin preguntar qué trabajo tiene que desarrollar. Un misionero puede partir con tanta premura hacia países como Nepal o Haití como cualquier bombero o médico de entidades gubernamentales, y además con sus propios medios. Un misionero tiene siempre la maleta “medio hecha” por si hay que partir.

Un cooperante sólo está disponible en periodos vacacionales y siempre que la cooperación no le “pise” otras actividades programadas. Un cooperante no tiene la maleta “medio hecha” ni podría hacerla en cinco minutos si se le pidiera. Un cooperante suele seguir, en todo caso, los trabajos de desastres naturales por televisión o facebook, pero no iría a países en los que existen riesgos o donde haya habido catástrofes recientemente. Un cooperante prefiere cooperar con ong´s que trabajan con niños en colegios cercanos a la playa.


13.   Un misionero viaja al centro de países con guerra, desnutrición, ébola, etc. Un cooperante sólo viaja a países donde hay turismo natural del que disfrutar y ningún peligro cerca.

Un misionero no busca su destino, sino que su destino lo marca la necesidad de las personas en crisis que necesitan su ayuda. Un misionero no piensa, al menos no demasiado, lo que se va a encontrar allá donde va. Un misionero no se echa para atrás por motivos de guerra o de enfermedades y puede incluso entregar su vida contento porque sabe que su vida no es suya, sino de Dios. Un misionero puede morir de ébola, SIDA o malaria.

Un cooperante no va a morir por estas causas porque desde el principio va a evitar viajar a países donde existan estos riesgos, aunque puede contraer enfermedades por casualidad o por descuido. Un cooperante piensa, medita y sopesa el país donde viaja y quema su vista en google buscando los posibles problemas con los que se pueda topar. Un cooperante no viaja a países en guerra ni está dispuesto a entregar la vida por nadie.

14.   Un misionero puede trabajar en un poblado perdido y lejano. Un cooperante sólo trabaja en capitales de provincia, preferentemente en la costa.

Un misionero puede irse al centro de la selva amazónica, a lo alto de la cordillera de los andes o al mismo Himalaya si fuese necesario. Un misionero no mide las distancias porque no le importan, sino que va sin demora allá donde sea necesario, haga frío o calor, llueva o nieve.

Un cooperante puede ir a la selva o a los Andes, pero solo de visita o por placer. El resto de su cooperación la desarrolla en núcleos urbanos donde no falta de nada, ni siquiera Wi-Fi. Un cooperante suele cooperar en lugares costeros o en capitales de provincia. En caso contrario, un cooperante suele ir a grades centros de cooperación donde haya otros atractivos turísticos que puedan ser explorados.

15.   Un misionero puede ir a lugares donde no existen comunicaciones, ni electricidad ni agua corriente. Un cooperante no viaja a un lugar si sabe que no dispondrá de internet.

Un misionero puede vivir como los habitantes del lugar donde vaya, incluso sin internet. Puede pasar sin ducharse o sin ver televisión. Un misionero tiene recursos para pasar su tiempo sin muletillas que le ayuden, como aparatos de música o de entretenimiento. Un misionero prefiere charlar, compartir con los demás bajo la luz de la luna, jugar con los niños y enseñarles nuevos juegos, incluso inventarlos si es necesario. Un misionero puede regresar a su país sin saber qué ha pasado últimamente en materia de política y puede sorprenderse al descubrir que un personaje famoso ha muerto sin haberse enterado hasta meses después de su fallecimiento.

Un cooperante, directamente, no viaja allí donde sabe que no va a tener conexión a internet para su móvil. Un cooperante no puede pasar sin ducharse porque cree que va a morir si no lo hace durante más de dos días. Un cooperante necesita televisión para ver la final de la Champions o los programas de su país. Un cooperante no puede permanecer desinformado de la política de su país y se entera de todo lo que ocurre.


16.   Un misionero es un servidor. Un cooperante es un trabajador.

Un misionero no se sirve a él mismo, sino que sirve a los demás sean quienes sean y en la tarea que se necesite. Un misionero es su propio empleado. 

Un cooperante es su propio jefe. En cualquier caso, el trabajo de un cooperante no suele ser ni de sol a sol ni medianamente duro.

17.   Un misionero puede dar hasta el último céntimo de su dinero para ayudar a otro. Un cooperante jamás haría eso.

Un misionero sabe que su misión no es más importante que la de otro, así que no tiene reparos en compartir su dinero con quien cree que puede tener más posibilidades de partir antes o si considera que su proyecto es más urgente. Un misionero puede involucrarse incluso con otro para ayudarle.

Sencillamente, un cooperante jamás haría algo así, sino que su dinero es suyo.

18.   Un misionero puede perder la vida en la misión. Un cooperante es difícil que la pierda, a no ser por imprudencia al realizar deportes de aventura o excursiones.

Un misionero puede no solo gastar sus días en la misión, sino que puede dejar la vida en ella. Un misionero puede contraer enfermedades infecciosas o ser abatido por algún radical en países subdesarrollados. Un misionero no piensa en estas cosas antes de partir hacia allá donde se le necesita.

Un cooperante no tiene por qué entregar su vida en la cooperación a no ser por imprudencia o accidente fortuito. Un cooperante tampoco estaría dispuesto a viajar allí donde sepa que su vida puede correr peligro.

19.   Un misionero sabe el día de la partida, pero no el del regreso. Un cooperante sabe el día y la hora exacta en la que aterrizará en su país de vuelta.

Un misionero puede viajar con billete sólo de ida y dejar la vuelta para cuando lo estime oportuno. Un misionero sabe qué día se va, pero no sabe cuándo regresará y sólo lo hará cuando se le acaben los recursos o cuando termine su labor.

Un cooperante viaja con billete de ida y vuelta, y no suele gastar más de 30 días en el proyecto para el cual trabaja. Un cooperante conoce con exactitud la hora de llegada y la de regreso y suele volver a casa mientras la necesidad continúa allá donde estuvo cooperando.


20.   Un misionero puede no tener facebook ni twitter. Un cooperante sí.

Un misionero puede tener facebook o twitter, pero no necesariamente, y si los tiene es para mantener una comunicación con sus familiares y amigos y para mantenerles informados de los avances que consigue. Un misionero puede vivir desconectado de ellos tanto tiempo como sea necesario.

Un cooperante, casi siempre, tiene facebook o twitter, o las dos cosas más instagram, tuenti, etc. Un cooperante no informa de sus logros, sino que comparte fotos de paisajes o de amigos y, aunque los usa para mantener contacto con la familia, también lo hace para mostrar a todos las cosas que vive, los lugares que visita o las comidas que come. 

21.   Un misionero puede conseguir la doble nacionalidad. Un cooperante no.

Un misionero, como vimos, sabe cuándo se va, pero no cuándo regresará. Se dan casos de misioneros que viajan por meses y terminan quedándose años, décadas o incluso de por vida. Un misionero puede conseguir, por tanto, la doble nacionalidad porque puede pasar más tiempo de su vida en el país donde trabaja que en su país de origen. Un misionero, además, siempre tiene la doble nacionalidad moral, pues se implica tanto en su proyecto que es algo más que personal para él, llegando a poder sentirse más de allí que de su propia patria.

Un cooperante jamás conseguirá doble nacionalidad porque lo más que pasa en una cooperación son 30 días. Se han descrito casos de cooperaciones de hasta dos o tres meses, pero de ahí para arriba no existe caso alguno, sino que ya pasan a ser puestos de trabajo remunerados. Un cooperante no logra conectar con la gente del lugar y no llega a considerarse de allí, ni siquiera moralmente, y si consigue una doble nacionalidad es por otros motivos, como el matrimonio.

22.   Un misionero puede pasar hambre o penurias. Un cooperante no sólo no pasará hambre, sino que puede comer en restaurantes con coca-cola y postre.

Un misionero no sólo puede pasar hambre o penurias, sino que donde va suele pasarlas porque son lugares de pobreza extrema. Un misionero está preparado para partir con 80 Kg y regresar con 70 Kg. Tampoco necesita ducharse, afeitarse o asearse más de lo que la gente del lugar lo hace, pues sabe que tarde o temprano podrá gozar de una buena ducha caliente, algo impensable para la gente del lugar donde trabaja.

Un cooperante no puede pasar nunca hambre porque la ong con la que colabora le pone desayuno, comida y cena. Además, un cooperante no duda en gastar su dinero en comprar oreos, bizcochos o coca-colas para paliar el hambre o la sed o para picar entre horas. Un cooperante suele comer en el restaurante de la ong o en los de los lugares turísticos que visita en grupo.

23.   Un misionero trabaja por construir un mundo mejor. Un cooperante coopera para vivir una aventura distinta.

Un misionero tiene claro que su única misión es luchar contra la injusticia, aunque no se sepa nunca ni se publique a los cuatro vientos. Un misionero trabaja por construir un mundo mejor y dejar huella entre la gente del lugar por su trabajo evangélico y su actitud humilde. Un misionero no tiene reparos en quedarse medio desnudo si con su ropa viste a unas pocas personas. Un misionero lleva la maleta llena de ropa pero vuelve sin nada porque todo lo ha regalado. Un misionero puede traer en su maleta solo recuerdos para las personas que apoyaron su proyecto o con artículos de artesanía del lugar para venderlos en mercadillos solidarios y conseguir más fondos para el futuro.

Un cooperante viene con lo mismo que se va, pero aumentando los recuerdos y regalos para él y sus familiares. Un cooperante puede tener la intención de ayudar a construir un mundo mejor, pero generalmente se equivoca en el modo, pues no se construye con experiencias de enriquecimiento personal, y mucho menos con viajes de aventura con una máscara solidaria. Un cooperante suele regresar a su casa sin haber repartido sus pertenencias porque son suyas y de nadie más, aunque sabe que de haberlo hecho no se habría arruinado y que puede permitirse el lujo de comprar cuanto precise. A un cooperante no le importa tanto dejar su huella personal en el proyecto, sino que deja que le proyecto deje huella en él.

24.   Un misionero se compromete con la población donde trabaja y se solidariza con ellos. Un cooperante puede pasar por alto lo más importante: las personas.

Un misionero llega y es uno más de la población. No le importa compartir habitación, ducha (si es que la hay), comida o transporte. Ni siquiera tiene reparos en comer la comida típica del lugar o renunciar a los privilegios que tiene en su país. Un misionero se solidariza con la población donde se encuentra y actúa como ellos, viviendo su misma vida y careciendo de sus mismas carencias.

Un cooperante suele ser uno más, pero no de los oriundos del lugar, sino de los cooperantes que allí están. Puede compartir habitación, ducha o transporte, pero con condiciones. Un cooperante suele tener problemas en comer cosas para las que no está preparado o rechaza platos típicos por no fiarse de la higiene o no gustarle la comida. Un cooperante actúa como los demás cooperantes, nunca como un oriundo.

25.   Un misionero busca el dinero debajo de las piedras, hace tómbolas, rifas, conciertos y galas benéficas, peregrinaciones solidarias o implica a personas que se comprometen y donan dinero. Un cooperante depende de subvenciones estatales.

Un misionero sabe que, por desgracia, el dinero es absolutamente necesario para poder trabajar en los proyectos de misión. Un misionero no tiene recursos económicos que le sustenten y si los tiene, los pone a disposición de la misión. Busca dinero debajo de las piedras y organiza eventos de todo tipo para despertar la solidaridad de muchos y conseguir dinero para invertirlo en los necesitados.

Un cooperante depende de las subvenciones estatales que la ong con la que colabora solicita, y si las consigue, viaja. Un cooperante no suele mezclarse en asuntos que comprometan su valioso tiempo y no suele organizar nada. Como mucho participa de lo que otros organizan. Un cooperante puede tener recursos económicos de diversa índole, pero no los pone al servicio de la cooperación.

26.   Un misionero es, además, un cooperante. Un cooperante no es un misionero.

Un misionero puede cooperar como el mejor de los cooperantes. Un misionero puede hacer su trabajo y, además, el de cualquier voluntario. Además, un misionero dedica tanto tiempo a su misión que, generalmente saca el tiempo de donde no lo hay, incluso de su descanso o sus vacaciones.

Un cooperante no puede ser misionero porque para serlo necesita dejar todo, incluso a sí mismo, y ponerlo todo al servicio de Dios a favor de los hermanos. Un cooperante no tiene capacidad de renuncia o, si la tiene, no la tiene en grado suficiente.

27.   Un misionero no trabaja por él, ni siquiera por quienes ayuda, sino que lo hace por Dios. Un cooperante trabaja por y para él, aunque ayude a personas.

Un misionero sabe que no actúa por iniciativa propia, ni siquiera para ayudar a quien ayuda, sino que su trabajo tiene un carácter de entrega absoluta, como la de Jesús. Un misionero sabe siempre que sin Cristo no hay misión y actúa movido por amor a los demás y con la fuerza del Espíritu Santo.

Un cooperante actúa por iniciativa propia y para vivir una experiencia personal, aunque su labor sea muy buena y sincera. Un cooperante no actúa movido por ningún ideal religioso, sino que sus ideales son otros muy distintos: sociales, aventureros, de crecimiento personal, etc.

28.   Un misionero invierte su dinero en comprar artículos de primera necesidad y todo lo que estima necesario para su misión. Un cooperante paga a una ONG que le ofrece un turismo de cooperación y financia con ello el puesto de trabajo de personas que viven de ello.

Un misionero mira cada céntimo gastado y saca provecho a cada una de sus monedas, siempre en beneficio de los demás, incluso sin mirar por sí mismo. Un misionero compra con cabeza y sabe cuáles son las necesidades primarias y secundarias. Un misionero invierte el dinero.

Un cooperante lo gasta. Un cooperante no suele gastar dinero en otros, sino en sí mismo, pues piensa que demasiado está haciendo ya prestando su tiempo y persona a la ong. Un cooperante puede pagar cantidades desorbitadas para cooperar, pues son muchas las ong´s que ofrecen una aventura de cooperación como vacaciones alternativas para los meses de verano, sin saber que su dinero va a nutrir las necesidades y sueldos de la ong, no tanto las de las personas que la ong ayuda.


29.   Un misionero no tiene plan de ruta marcado, sino que actúa según la necesidad. Un cooperante tiene una hoja de ruta que cumplir.

Un misionero viaja sin mapas ni GPS, sino que actúa movido por la brújula solidaria, que le marca dónde y cuándo ir allá donde se le necesite.

Un cooperante tiene una función específica de la que no puede salirse. Un cooperante no puede incumplir contratos ni desobedecer órdenes.

30.   Un misionero trabaja por la mañana, por la tarde y por la noche. Un cooperante tienen un horario laboral marcado.

Un misionero no tiene horarios porque sabe que su trabajo dura 24 horas al día y 365 días al año, excepto los bisiestos, en los que se permite el lujo de trabajar un día más.

Un cooperante está supeditado a un horario laboral o de cooperación fijo del que no debe salirse y tiene personal que lo controla.

31.   Un misionero no firma contratos. Un cooperante sí.

Recordemos que un misionero es empleado de sí mismo, mientras que un cooperante es su propio jefe, aunque supeditado a una ong. Por ello, el misionero no firma contratos ni condiciones en los que pueda haber letra pequeña, pues se fía de él mismo.

Un cooperante tiene que rellenar formularios, firmar pólizas y suscribir contratos de contraprestación de servicios.

32.   Un misionero puede regresar al mismo lugar cuantas veces sea necesario. Un cooperante elige destinos distintos cada año para vivir aventuras distintas y conocer lugares distintos.

Un misionero no tiene afán de conocer mundo ni vivir aventuras nuevas, por lo que puede pasarse la vida regresando cada año al mismo lugar, aunque se pasen los años y sólo conozca un país. Su intención no es vivir nuevas aventuras en países distintos ni conocer otras culturas, sino que es únicamente solidaria y evangélica. Por eso le importa poco ver siempre lo mismo. Un misionero es claro y no necesita tapaderas para conocer nuevos lugares, así que si quiere ir de turismo a la India, va sin más y disfruta de la experiencia, pero no camufla su interés turístico en la misión.

Un cooperante suele viajar a lugares que no conoce para poder ir tachando de la lista los países que le gustaría visitar y que no podría hacerlo si no fuera por el soporte indispensable de una organización que le dé todo en bandeja. Un cooperante quiere conocer los países más atractivos y da a “me gusta” a las páginas de viaje que muestran destinos nuevos. Un cooperante puede llegar a usar la cooperación como una tapadera para conseguir sus fines aventureros.

33.   Un misionero no lleva en su maleta traje de baño ni crema solar. Un cooperante sí.

Un misionero no sabe siquiera si donde va podrá bañarse o tomar el sol, pero no le preocupan esas memeces. Un misionero hace un viaje de placer, pero no de un placer vacacional o de descanso, sino el que le produce la ayuda humanitaria y la labor evangélica. Por ello, un misionero puede no llevar traje de baño ni crema solar en su maleta.

Un cooperante sabe que, ante todo, tiene que tener tiempo para disfrutar de baños en playas, lagos o piscinas y que debe ponerse moreno. Por ello lleva el traje de baño y la protección solar, incluso algunos llevan gafas de buceo y aletas porque se han preocupado más de informarse de los placeres del lugar que de la labor a realizar. Por ello, el placer evangélico y solidario no existe en la cabeza del cooperante.  

34.   Un misionero se desplaza caminando, en burro o en transportes colectivos. Un cooperante viaja en coche junto con sus compañeros.

Vimos que un misionero puede perder 10 Kg en una misión, y esto es debido a que trabaja con todo su cuerpo, incluso hasta cuando se transporta. Un misionero sabe que donde va hay tantas carencias que hasta el transporte puede llegar a ser un lujo. Por ello, un misionero se desplaza como los aldeanos del lugar donde vive, sean caminando, en burro o en transportes colectivos sobresaturados de personas sudorosas a 40º de temperatura.

Un cooperante no viajaría jamás en burro si no es por vivir una experiencia aventurera o para descansar de un trayecto de trekking. Un cooperante solo camina en expediciones programadas a través de circuitos turísticos de elevado interés natural o arqueológico donde puede vivir experiencias inolvidables. Un cooperante no suele perder kilos en la cooperación y, si los pierde, es de tanto bañarse y jugar con los compañeros. Un cooperante suele tener recursos para su transporte que, generalmente, son gestionados en grupo por cuenta de la ong. 

35.   Un misionero conoce la soledad y la necesidad. Un cooperante no.

Un misionero sabe estar solo porque está acostumbrado a la oración en soledad o a largos períodos de tiempo aislado. Un cooperante calibra la necesidad de los hermanos necesitados y sabe, automáticamente, quien le necesita primero. Un cooperante puede pasar horas en un cuarto o días en una selva sin más compañía que su evangelio.

Un cooperante se muerde las uñas y hasta los nudillos si pasa más de quince minutos solo en una habitación. Un cooperante necesita tener un móvil, un ordenador, un libro, una televisión o una revista para poder convivir consigo mismo sin aburrirse. Un cooperante no conoce la oración y, si la practicase, sería un misionero.

36.   Un misionero puede trabajar solo. Un cooperante necesita un equipo.

Un misionero tiene un gran equipo conformado por una única persona, pero con el mejor jefe posible: Jesucristo. Un misionero puede trabajar solo sin importarle que la tarea sea dura o vaya a ser demasiado larga. Un misionero es paciente y acepta la ayuda cuando le viene, pero no se desespera en la soledad del trabajo.

Un cooperante se queja cuando le toca hacer más de la cuenta, o protesta cuando su trabajo es más costoso y difícil que el de un compañero. Puede llegar a enfadarse con un jefe de equipo que distribuya mal el trabajo y, generalmente, no puede trabajar solo porque no sabe estar solo. Necesita estar constantemente hablando y contando chistes o historias. Un cooperante necesita un equipo para todo, para trabajar, para descansar, para salir de fiesta, para ir a la playa, incluso, a veces, para ir al baño. 

37.   Un misionero hace amistad entre la gente necesitada. Un cooperante hace amistad entre otros cooperantes.

Un misionero hace amistad entre la gente con la que trabaja, sin importarle que sea hombre, mujer o niño. Especial amistad hace con los niños, pero sin olvidar a los mayores. Un misionero es amigo de todos, sin distinción.

Un cooperante suele interactuar más con los niños, pero a los mayores no les hace tanto caso porque no le interesan. Los niños son más simpáticos y graciosos, además de dar más pena, por lo que se vuelcan con ellos olvidando a sus padres.

38.   Un misionero ve con buenos ojos el trabajo de un cooperante. Un cooperante puede llegar a odiar a un misionero.

Un misionero trabaja para conseguir un mundo mejor, por lo que ve con buenos ojos el trabajo de todos aquellos que hacen cosas buenas, o al menos que no las hacen malas. Un misionero ve en el cooperante a una persona que pretende hacer el bien.

Un cooperante puede ser ateo, cosa que no es mala, pero puede ser también anticlerical, algo que sí lo es. Un cooperante puede ver con malos ojos a todos los curas y obispos y meter a todos en el mismo saco, llamando pederastas a diestro y siniestro a todo consagrado de la Iglesia sin darse cuenta de que meten en el saco a los misioneros que son la verdadera Iglesia peregrina que gasta su vida en la lucha contra la pobreza y la injusticia. Un cooperante puede pensar que la Iglesia es mala siempre, sin darse cuenta de que sin los misioneros que hay repartidos por el mundo, la pobreza y la injusticia llegaría a salpicar incluso a los países ricos. Un cooperante puede no entender que en nuestro primer mundo, si no fuera por la Iglesia que ha sostenido con sus dos manos la crisis, las consecuencias habrían sido tan graves que podríamos haber llegado hasta a sublevaciones populares, si no un conato de guerra civil que habría salpicado también a los cooperantes y sus familias. Un cooperante puede no reconocer que la Iglesia ha mantenido, mantiene y mantendrá el equilibrio socioeconómico en países como el nuestro y que, de no ser por ella o de haberse retirado cansada de tanto ataque del sostenimiento de la totalidad de familias pobres e inmigrantes, hasta el cooperante podría haber llegado a llamar a las puertas de Cáritas.

Pero sobre todo, y lo más importante:

39.   Un misionero no sólo se dedica a educar o dar pan, sino que evangeliza y atiende las necesidades espirituales de aquellos a quienes ayuda. El cooperante no considera que Dios puede ser parte fundamental de su cooperación. Si lo considerase, sería un misionero.

Y este es, quizás, el mayor distintivo de todos, porque un misionero no tiene como fin una meta humana, ni pretende dar pan sin más, sino que su trabajo es más evangélico y pastoral que humano. Un misionero puede llevar al mismo Cristo sobre el altar de la Eucaristía para que los pobres materiales y de espíritu se alimenten con el pan de vida.

El cooperante no puede nunca jamás llegar a esto, y para llegar a ello necesitaría de un misionero que le ayudase. El cooperante no tiene en cuenta a Dios en su cooperación, y en caso de que lo tuviera, se pensaría mucho seguir siendo cooperante y se pasaría al bando de los misioneros.


Como nota final, os dejo una reflexión que será el punto 40 y que, curiosamente, denota lo contradictorio de nuestra sociedad “civilizada”:


40.   Un misionero es criticado por un gran sector de la sociedad por el simple hecho de ser católico. Un cooperante, sin embargo, está bien visto por todos. 

1 comentario:

  1. Muy buena definición entre misionero y cooperante. Creo que muchos les quedará claro a la hora de elegir.

    ResponderEliminar