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"Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho..."

Un gran Santo, el más pobre en lo material, pero el más rico en lo espiritual dijo en su lecho de muerte: "Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho...". Ese gran Santo era Francisco, y si él dijo no haber hecho nada, ¿que hemos hecho nosotros? Empecemos a hacer algo para cambiar el mundo, ¿no os parece?

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domingo, 14 de junio de 2015

¡BUEN VIAJE, HERMANA!


¡San Benito, San Benito,
que no se haga daño este animalito!

Con esta petición a san Benito, sor Ana pretendía protegerme cuando me vio subido a lo alto de una escalera mientras cambiaba una cortina en la enfermería del Convento de Santa Clara, sin darse cuenta de que casi produce todo lo contrario y me caigo de la risa después de escuchar tan original oración.

Y es que así era sor Ana, original, simpática y alegre. Tanto que hasta su oración a san Benito reflejaba esa simpatía.

Ya son cuatro las hermanas que he conocido y que han pasado de esta vida a la vida eterna junto al Padre: sor Trinidad, sor María, sor Faustina y, ahora, sor Ana.

Siempre es un momento triste despedir a una hermana, pero a la vez es un momento alegre para quienes sabemos que parten hacia una vida mejor. Sor Ana disfruta ya de la compañía de sus hermanas junto a Cristo. Fue Él quien así lo dijo, y yo así lo creo.

Ahora toca despedirla, pero no con un adiós, sino con un hasta luego. Y toca también encomendarnos a ella para que nos acompañe y ayude en nuestra peregrinación por la vida.

Sor Ana estaba siempre sonriente, tanto si estaba en la enfermería del Convento como si estaba en el hospital. Por eso, antes de verla, yo sabía que al verla de cuerpo presente la iba a ver sonreír, y así es. Y es que, a pesar de haber padecido por largos años un alzheimer muy severo, ni siquiera esto ha podido con su alegría. El Señor le concedió el don de la sonrisa, y también el don de contagiarla. Eso lo hacía como ninguna.

Es una maravilla encontrar personas en la vida como sor Ana, que nos deja su recuerdo constante de la sonrisa dibujada en la boca, algo que sólo puede deberse a un profundo enamoramiento del Señor.

Ahora, cada vez que las hermanas entren en la enfermería, seguro que van a recordar con cariño a quien por tantos años la tuvo como casa, recordándola siempre sentada en su sillón y mirando mientras reía a quien entraba. Yo mismo era unas veces el Papa, otras un obispo, según ella determinase. Por eso, a veces me pedía que la bendijera sin darse cuenta de que quien necesitaba su bendición era yo, pues ya se veía en su rostro un cierto semblante de santidad.  

Dios la tenga en su Gloria y le conceda el alto puesto que merece esta luchadora que entregó su vida por amor a Cristo y a los hermanos, hasta el punto de gastar su vida rezando por ellos y por el mundo entero.

Mientras tanto, yo me quedaré aquí, pero a partir de ahora me encomendaré a san Benito recordándole que, como decía sor Ana, proteja a este animalito; y también a ella para que se lo recuerde de vez en cuando.

Menudo ejemplo el suyo. Semejante entrega deja el listón tan alto que uno no puede más que admirarse por ello.

Así que descanse en paz nuestra hermana Ana, la sierva de Cristo que si por algo se caracterizó fue por su entrega y por su alegría, es decir, por haber sabido aplicar el Evangelio a su propia vida, algo a lo que muchos solo podemos aspirar. 

1 comentario:

  1. Sor Catalina Mudarra Blanco16 de junio de 2015, 14:50

    Ciertamente Martín Sor Ana de Jesús era así, ocurrente, graciosa...
    Esta es mi apreciación de Sor Ana de Jesús, pues durante cinco años el Señor me concedió el regalo de poder vivir con ella y con esa querida y recordada comunidad, asi como el haber sido durante todo ese tiempo su enfermera:
    Recordar en este día a sor Ana de Jesús, es hacer memoria de un alma que pasó por esta vida, por nuestra fraternidad olvidada de sí y entregada a las hermanas y al prójimo.

    Una vida de penitencia y sacrificio extraordinario y hasta el extremo, ya desde su más tierna adolescencia, huérfana de padre tuvo que ponerse a trabajar para ayudar a su madre a sacar adelante a su familia. Durante años estuvo sin dormir en la cama, lo hacía en una silla, esto y otras cosas las ofrecía a Dios por las almas.

    Todos los que de un modo u otro nos hemos relacionado con ella podríamos hablar de la delicadeza de su trato, de sus detalles sin medida. Durante muchos años estuvo de cocinera y se las ingeniaba para dar gusto a las hermanas.

    Alma profundamente humilde, sencilla con una profunda paz y en su rostro siempre una sonrisa que penetraba, pacificaba y te llevaba a Dios; por la serenidad que se percibía en toda su persona. Su porte contemplativo y su rosario en la mano nos hablaba de su intimidad constante con su Esposo. ¡Cuántas veces le preguntábamos sor Ana, ¿ qué haces?: " estoy con mi Dios" y la expresión de su ángelical rostro te hacía intuir que estaba muy dentro de Dios, muy zambullida en ese mar sin fondo de la Misericordia de su Señor.

    Era sorprendente la paz que trasmitía cuando estabas a su lado, si ibas con alguna preocupación el contemplar su serenidad te pacificaba.

    Amiga de hacer felices a las hermanas en los recreos, en algunas fiestas cuando ella estaba bien y antes de quedar impedida se disfrazaba y hacía cualquier cosa por alegrar a las hermanas, a las que amó profundamente.

    Era muy observadora ello le llevaba a estar pendientes de las necesidades de las hermanas y así hasta los últimos días. Sumamente alegre pero también profundamente silenciosa. Muy amante de la Stma. Virgen y del sagrado Corazón de Jesús.

    Siempre que la visitábamos en la enfermería nos recibía con una sonrisa y con unas palabras de cariño, cuando le hacíamos alguna cosa siempre nos decía: "que Dios os lo pague"

    Para ella primero era las necesidades de las hermanas que las propias. Nos decía que atendiéramos primero a las otras hermanas enfermas y si al estar con ella alguna nos llamaba nos decía: "haber qué quiere". No perdía la paz, esperaba pacientemente. No se quejaba de nada ni de nadie.


    Realmente entre nosotras pasó un ángel, que supo darse sin medida a los demás. Supo vivir el ser Marta y María a la vez.

    Ha sido un alma gigante a los ojos de Dios y de estas hermanas suyas.

    No hizo grandes cosas, pero supo hacer de las cosas pequeñas, cosas grandes por su simplicidad y desde su profunda humildad.

    Fue un rayo de luz para nuestra fraternidad y no dudamos que ella que vive ya desde Dios seguirá acompañándonos e intercediendo por cada una de estas sus hermanas.

    Decir Sor Ana de Jesús es igual que decir caridad exquisita. Pasó por esta vida como Jesús haciendo el bien a todos.




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