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"Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho..."

Un gran Santo, el más pobre en lo material, pero el más rico en lo espiritual dijo en su lecho de muerte: "Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho...". Ese gran Santo era Francisco, y si él dijo no haber hecho nada, ¿que hemos hecho nosotros? Empecemos a hacer algo para cambiar el mundo, ¿no os parece?

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domingo, 13 de septiembre de 2015

LAS INCÓMODAS VERDADES DEL PROBLEMA DE LOS REFUGIADOS

Estamos asistiendo a uno de los mayores problemas a los que se enfrenta Europa desde hace bastante tiempo. El caso de los refugiados sirios está resultando ser la vara de medir conciencias que unos y otros usan para medir a los demás, siempre desde una postura de “buenismo” que nos hace excluirnos de la medición, algo muy humano, por cierto.

Tras el “reparto” de refugiados, cada país tiene ahora la obligación moral de atender las necesidades de tantos desgraciados que sufren en silencio la injusticia de una nación azotada por una oleada de odio y violencia sin sentido que ha provocado un nuevo éxodo de dimensiones más que considerables y preocupantes. Y hasta que el niño Aylan no ha sido un icono representativo del problema sirio, Europa no ha despertado. Ahora, movidos por la sensibilidad que produjo esta foto y otras más que vemos a diario en los informativos, ha despertado la conciencia humanitaria de la sociedad europea. Pero ojo, mucho cuidado, porque no es oro todo lo que reluce.


Como suele ocurrir en estos casos, surgen del fondo del abismo del letargo solidario numerosos hombres y mujeres que, teclado en mano, tratan de arreglar el mundo y sus problemas con sus opiniones, críticas y juicios. Se han adelantado ya algunos partidos políticos para sacar tajada electoral del problema sirio, convocando y sumándose a protestas y manifestaciones organizadas para lavar conciencias y dejar claro que están del lado de los buenos, de los que sufren. Pero aún no ha salido nadie a la palestra para ofrecer su casa o su tiempo como medida solidaria para atajar el problema. Sí, sin embargo, escuchamos frases entre los políticos como “los sirios son personas y como personas debemos tratarlos”, o bien “dejemos de actuar como si los sirios viniesen a robarnos el pan”. Es triste escuchar estas palabras a quienes dejan el problema para que otros sean quienes lo arreglen. Que metan a las familias sirias en casas, sí, pero que sea en casas de otros. Sería mejor que alguien animase al voluntariado, a ceder espacios donde poder acoger a estas familias, a prestarse para cocinar, enseñar español, dar compañía o limpiar las instalaciones en las que se hospeden. Es decir, acoger.  

De momento, la única organización que ha ofrecido sus locales y ha animado a sus seguidores a arrimar el hombro, ha sido la Iglesia Católica. Sé que es una verdad dolorosa e incómoda, pero por dolorosa e incómoda que sea, no deja de ser verdad. Por supuesto, ya han saltado personas acusando a los que se dan golpes de pecho de no prestar su colaboración de forma altruista o que, si lo hacen, es para sentirse mejor con ellos mismos. Pero la única verdad es que, aun que fuese así, se prestan, mientras que los demás opinan. La única verdad es que la opinión no alimenta, ni abriga, ni acoge. Resulta que, al final, los que pretenden sentirse mejor con ellos mismos y parecer los buenos de la película, los que se preocupan por los refugiados, son precisamente los “opinadores”, que escriben mucho, pero que hacen poco.

Ahora vemos cómo surge una sospecha fundada de que existe el riesgo de que haya personas con dudosas intenciones que se mezclan entre los refugiados aprovechando el caos que se ha generado. No han tardado en surgir también los que opinan que son tonterías y acusan a quienes tratan de lidiar con el problema de ser insolidarios y faltos de toda sensibilidad. Desde la barrera se ven muy fáciles las cosas, así que tiramos de teclado y de redes sociales para criticar y juzgar de nuevo. Pero yo me pregunto si quienes opinan así estarían dispuestos a ceder su casa para acoger a una de estas familias, sin preguntar quiénes son, sin saber nada de ellos, así, al azar, quien toque.


Es un buen ejercicio personal para descubrir nuestro grado de hipocresía (todos somos hipócritas, lo que varía es el grado) preguntarnos a nosotros mismos en la intimidad de nuestras conciencias: ¿estoy dispuesto a ceder mi casa incondicionalmente para ayudar a una familia?, ¿me ofrezco como voluntario para compartir mi casa, mi mesa, mi cuarto de baño y mi vida con estas personas a las que no conozco ni hablan mi idioma? No estaría de más que nos hiciésemos estas preguntas para saber hasta qué punto estamos infectados por una visión de juez implacable hacia los demás. Si de verdad queremos acoger a las familias y dotarles de todos los derechos que merecen por ser personas, hagamos algo nosotros, no dejemos que sean los demás quienes lo hagan mientras, además, tienen que soportar nuestros comentarios cuando no lo hacen bien. Es preferible hacer algo mal que no hacerlo, de la misma forma que es preferible que quienes no mueven un dedo, callen en lugar de opinar sobre los errores de quienes se movilizan contra la injusticia.

Yo me mojo y no tengo reparos en decir abiertamente que no acogería a ninguna familia en mi casa así, sin más. Antes de hacerlo necesitaría informarme, sopesar la idea bien, conocer a la familia y estar convencido de que sus costumbres pueden ser tan distintas de las nuestras que puedan generar problemas de convivencia. ¿Soy insolidario por ello? Yo creo que no, más bien todo lo contrario. Lo que no permitiría nunca es tener que acoger a una familia a la que tuviese que echar a la calle al cabo de dos meses por no haber tenido la precaución de sopesar mi decisión. Por el contrario, a lo que sí me ofrecería incondicionalmente es a ceder todo mi tiempo y mis capacidades para cocinar, fregar, barrer, acompañar, dar clases de español, pasear con los niños, etc. Y si, después de haber visto y conocido a esa gente, quiero dar un paso más y llevarlos a mi casa, entonces lo haré con el convencimiento de saber qué es lo que estoy haciendo. Son muchos los que gastan su tiempo en escribir críticas ante el problema de los refugiados, pero pocos los que se ofrecen para ceder su casa y, con ella, su vida. Pero sí que se permiten juzgar lo mal que las instituciones actúan ante el problema.


Por eso no debemos sentirnos culpables si no somos capaces de dar un paso para el que aún no estamos preparados, pero eso no quita que debamos volcarnos totalmente para colaborar en la solución del problema. Opino que, antes que actuar precipitadamente, es mejor ir poco a poco descubriendo una cultura nueva, unas costumbres distintas y unas personas alejadas por la barrera idiomática. Creo que los ayuntamientos, los gobiernos y los ciudadanos deben coordinarse para atender a estas personas en espacios públicos habilitados en los que tengan todas sus necesidades cubiertas, especialmente las afectivas y psicológicas. Quien opine lo contrario o me tache de insolidario por opinar así, supongo que estaría encantado de llevarse una familia a su casa y atenderla personalmente. No dudo que surgirá quien malinterprete (intencionadamente o no) mis palabras para hacer ver que quiero meter a todos los refugiados en zulos como si fuesen animales. Contra esas catetas opiniones, generalmente producidas por el analfabetismo que no deja ver más allá de la nariz ni entender una frase en su contexto, estoy ya más que vacunado. Por eso, los opinadores y los que se sienten aludidos por lo incómodo de esta verdad pueden comenzar a sacar sus teclados y criticar mis palabras. Estaré encantado de recibir, por primera vez, críticas de personas más solidarias que yo y que estarán dispuestas a acoger a estas pobres familias que sufren.



Se leen frases ridículas, tales como “la gente es una insolidaria…”, “hay que tratar a los refugiados como humanos…” o también “quienes dicen que entre los refugiados puede haber yihadistas son unos xenófobos”, pero estos mismos letrados que escriben estas inútiles y falaces frases no serían capaces de dedicar ni un minuto de sus vidas para barrer los locales de acogida ni para servir un plato de comida a los pobres sirios que huyen de su país. Piénselo y, después, sigan con sus juicios y críticas.

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