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"Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho..."

Un gran Santo, el más pobre en lo material, pero el más rico en lo espiritual dijo en su lecho de muerte: "Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho...". Ese gran Santo era Francisco, y si él dijo no haber hecho nada, ¿que hemos hecho nosotros? Empecemos a hacer algo para cambiar el mundo, ¿no os parece?

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jueves, 26 de octubre de 2023

29 y 30 DE AGOSTO: JERUSALÉN – BELÉN – CAMPO DE LOS PASTORES – TEL AVIV – ESPAÑA

 

Con el sabor agridulce que nos producía la impaciencia por las visitas programadas para este día, a la vez que el saber que era la última jornada que pasaríamos en Tierra Santa, nos levantamos y, tras el desayuno, subimos al autobús para comenzar el que, posiblemente, era el día más esperado. Y no era para menos, porque el día prometía, ya que visitaríamos lugares tan privilegiados como el Monte de los Olivos, Getsemaní, la Vía Dolorosa, el Calvario y el Santo Sepulcro. Vamos, todo un recorrido por los evangelios y un viaje espiritual como nunca antes habíamos hecho. Y así nos lo tomamos, como una peregrinación al corazón mismo de la Historia de la Salvación y al centro de nuestro corazón. Por eso, el postre de nuestra visita a Tierra Santa no podría ser mejor.

En primer lugar, nos dirigimos a la Basílica de la Natividad, custodiada por cristianos ortodoxos, donde pudimos contemplar ese lugar privilegiado del planeta Tierra que vio nacer nada menos que al Hijo de su propio creador. Ese punto concreto de la faz de la Tierra en que la historia se partió de medio a medio y para siempre, dando sentido a la humanidad. Señalado con una sencilla estrella de plata, pudimos contemplar todos un espacio que es necesario imaginar, pues para nada se parece a la gruta original en la que la Madre de Dios trajo al mundo al Mesías, al Señor. Queda reservado solo a los ojos de la fe la contemplación de este misterio en este preciso lugar, para lo cual es necesario cerrar los ojos de la cara y mirar hacia dentro, hacia lo profundo de nosotros mismos, pues únicamente desde ahí es posible hacerse una idea de lo que supuso el acontecimiento más grande jamás acaecido en la historia. La cola era larga, pero merecía la pena esperar, pues durante la espera uno podía hacerse a la idea de lo que estaba a punto de contemplar y de la importancia del sitio en que estábamos, y también porque todos y cada uno de los peregrinos que van a Tierra Santa no pueden irse sin haber puesto su mano en ese lugar tan señalado para recordar para siempre que estuvieron en ese sitio tan especial del que nos hablan los evangelistas Mateo y Lucas y del que tan orgullosos se sienten en ese pueblecito palestino llamado Belén. 

Aunque son largas las colas, merece la pena esperar

Se nota el toque ortodoxo

He aquí el lugar más importante del mundo entero

Y de aquí nos fuimos a la zona de Getsemaní, término con el que se señalan tres lugares custodiados por los frailes franciscanos y que hacen referencia a la noche de la traición a Jesús. Esos lugares son el Huerto de los Olivos, la Gruta de Getsemaní y la Basílica de la Agonía (llamada también «Iglesia de las Naciones»). El Huerto de los Olivos es el lugar donde Jesús oró antes de su pasión y muerte, y ahí celebramos la Eucaristía, frente a una de esas piedras que, muy probablemente, pisó el mismo Jesús. Por supuesto, las lecturas de la misa eran las del prendimiento, y cerrar los ojos para pensar en ello, sabiendo que estábamos en el preciso lugar donde todo aquello ocurrió, nos ponía los pelos de punta a más de uno. Sobre todo cuando sales al huerto, lleno de olivos, y miras hacia el Jerusalén viejo y su muralla. ¡Cuántas veces lo contemplaría Jesús en ese mismo estado, con el valle por medio!

«Entonces va Jesús con ellos a una propiedad llamada Getsemaní, y dice a los discípulos: “Sentaos aquí, mientras voy allá a orar”. Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dice: “Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo”. Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra y suplicaba así: “Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú”. Viene entonces donde los discípulos y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: “¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil”. Y alejándose de nuevo, por segunda vez oró así: “Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad”. Volvió otra vez y los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados. Los dejó y se fue a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Viene entonces donde los discípulos y les dice: “Ahora ya podéis dormir y descansar. Mirad, ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de pecadores. ¡Levantaos!, ¡vámonos! Mirad que el que me va a entregar está cerca”. Todavía estaba hablando, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo numeroso con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El que le iba a entregar les había dado esta señal: “Aquel a quien yo dé un beso, ése es; prendedle”. Y al instante se acercó a Jesús y le dijo: “¡Salve, Rabbí!”, y le dio un beso. Jesús le dijo: “Amigo, haz lo que viniste a hacer”. Entonces aquellos se acercaron, echaron mano a Jesús y le prendieron (Mt 26, 36-50).

Basílica de la Agonía

Entrada al Huerto de los Olivos

Piedra original del monte, frente al altar

Gracias a ellos, no hicimos un viaje, sino una peregrinación

Olivo plantado por Pablo VI

Más o menos así debió lucir este entorno en tiempos de Jesús

De aquí pasamos a la Iglesia del Pater Noster, donde está representada la famosa oración que nos enseñó Jesús en los idiomas más variopintos que existen por todo el globo. Y después, pasamos a echar una última vista a la ciudad de Jerusalén desde el mirador al otro lado del valle de Cedrón. Allí nos echamos las pertinentes fotos de grupo y continuamos la bajada para ir directos a la Piscina de Betesda, la cual es mencionada en la Biblia como el lugar donde la gente iba a lavarse en sus aguas medicinales. Aquí Jesús obró uno de sus milagros, curando a un paralítico que llevaba nada menos que treinta y ocho años esperando la oportunidad de curarse en esas aguas. Esta piscina está junto a la Iglesia de santa Ana, situada en la casa de los padres de María y muy cerca del comienzo del inicio de la Vía Dolorosa, la cual recorrimos haciendo nuestro Vía Crucis, hasta llegar a la Basílica del Santo Sepulcro.

Encontramos el Padrenuestro en español

La piscina probática

Una vía muy especial

Estábamos ya en la recta final de nuestra visita, pero quedaba aún lo mejor. Y así nos adentramos en la concurrida Basílica de la Resurrección, no sin antes subir por una empinada y nada fácil escalera de piedra que los llevó hasta el Gólgota, o lugar donde estaba afianzada la cruz en la que murió nuestro Señor Jesucristo. Debajo de un altar, se esconde un hueco en el que se dice que estaba alojada la cruz, y ahí metimos la mano, para tocar ese importante lugar. Quién nos iría a decir que en un escaso margen de horas tocaríamos con nuestras manos los dos lugares más importantes de nuestra historia, el del nacimiento de Jesús y el de su muerte en cruz. Pero aún nos faltaba por tocar uno mucho mejor, aquel que testimonia que la muerte no es el final de Jesucristo, puesto que fue vencida para siempre. Por eso nos dirigimos al Santo Sepulcro, donde yació nuestro Señor una vez fue descolgado de la cruz y puesto en el sepulcro de José de Arimatea. Fue esta una experiencia impactante que nos dejó a todos mudos, por la hondura del lugar y por lo emocionante de poder tocar con nuestras propias manos la losa en la que se dice que yació y resucitó Jesucristo. Nunca antes de aquel momento, nuestras manos tocaron cosa tan cargada de significado. Se trata de una experiencia de esas que no se pueden contar, sino que se tienen que vivir.

Entrada al Santo Sepulcro

Fachada del templo donde están el Gólgota y el Santo Sepulcro

La subida al Gólgota no es fácil

El Santo Sepulcro

El altar bajo el cual está el agujero donde estuvo la cruz de Cristo

Peregrinos en el Gólgota

Vista del Santo Sepulcro

Y ya el día 30 de agosto era el día en que partíamos para casa, dejando atrás todo lo vivido y aquella tierra, como tantos millones de personas antes que nosotros. Pero ya podemos decir que nuestros pies han pisado la tierra que vio nacer y morir a Jesús, y esa experiencia supera con creces lo siempre triste de las partidas, más aún cuando uno se va de un lugar así para no saber cuándo volverá, o si volverá.

Este último día estaba planeado para levantarnos más tarde, desayunar tranquilamente, hacer las maletas y dirigirnos al aeropuerto de Tel Aviv. Pero como el día anterior fue tan intenso, no nos dio tiempo de visitar el Campo de los Pastores, y por eso decidimos no dejar a los peregrinos sin esa visita y hacerla por la mañana, antes de irnos. Y así lo hicimos, pues nos daba tiempo de sobra a visitar ese magnífico lugar en el que un ángel se apareció a los pastores y les anunció la Buena Noticia de que les había nacido el Mesías, el Señor. Esto fue en la aldea árabe de Beit-Sahur, situada en los campos de Booz, citados en el Libro de Rut.

«…había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. De repente, un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: “No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. Y sucedió que, cuando los ángeles se marcharon al cielo, los pastores se decían unos a otros: “Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado”. Fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho» (Lc 2,8-20).

Y nos dirigimos después a Tel Aviv, pero antes, como no podía ser de otra manera, nos despedimos de aquella tierra y de aquel sitio en el que la corte celestial de los ángeles cantaron a coro a los pastores, y con ellos al mundo, que la mayor y mejor noticia jamás dada acababa de darse en aquella pequeña y humilde tierra, y por medio de una más pequeña y humilde familia. Y es que Dios suele hacer las cosas grandes de las formas más sencillas. Y nos despedimos de la mejor forma posible, celebrando la Eucaristía en la gruta de los pastores, rememorando aquel momento para llevárnoslo, como María, en nuestro corazón y para siempre. Y ahí permanecerá, gracias a Dios, porque hemos sido unos grandes privilegiados al poder viajar al mejor sitio y en la mejor compañía.

Última Eucaristía en Tierra Santa

La Gruta de los Pastores

Un pastorcito listo para echarse fotos con turistas

Gracias a todos los que hicisteis posible el mejor viaje del mundo

P.D. No sería justo terminar esta crónica sin agradecer la entrega, el cariño y la gran profesionalidad de nuestro padre, hermano, amigo y guía, Jaime Rubio Pulido, quien nos ha mostrado todos y cada uno de los rincones de Tierra Santa. Él nos ha explicado de forma magistral todo lo que aconteció en la que es, sin duda alguna, la historia más grande jamás contada. Y nosotros estábamos allí, en el escenario donde ocurrió. No sabemos cómo habría sido la peregrinación con otro guía, pero lo que sí sabemos es que mejor no habría podido ser.

P.D. Finalmente, hay que mencionar que todos tenemos un recuerdo agridulce de nuestra estancia en Tierra Santa, pues hemos comprobado, ya desde casa, cómo se han desarrollado los acontecimientos que han derivado en una nueva y más violenta que de costumbre guerra entre Israel y Palestina. Damos gracias a Dios porque no nos pilló allí por poco, puesto que todo ocurrió al poco tiempo de regresar a España. Pero nos acordamos de los que allí quedaron, pidiendo por ellos para que la paz y la esperanza se instalen de una vez y para siempre en esta tierra que desde hace siglos viene presentando al mundo no solo su parte divina, sino también su parte más humana. Y si la divina es digna de ser admirada, la humana no lo es tanto, pues nuestra condición pecadora deja siempre patente que, aun en la tierra del artífice de la paz, la guerra sigue siendo una constante en la historia de la humanidad.

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