Asómate al mundo exterior...Y VERÁS TODO LO BUENO QUE TIENE!

Asómate al mundo exterior...Y VERÁS TODO LO BUENO QUE TIENE!
Asómate a la ventana y mira, escucha, habla...y comparte conmigo tus impresiones.

"Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho..."

Un gran Santo, el más pobre en lo material, pero el más rico en lo espiritual dijo en su lecho de muerte: "Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho...". Ese gran Santo era Francisco, y si él dijo no haber hecho nada, ¿que hemos hecho nosotros? Empecemos a hacer algo para cambiar el mundo, ¿no os parece?

Eres el visitante número:

Busca aquí lo que quieras

domingo, 9 de febrero de 2014

Capítulo 2. De Vancouver a Whistler

Bueno, pues la experiencia la dejamos en Montreal, donde nada más llegar me recibía un frío de esos que hacen hasta daño. Hacía mucho tiempo (quizás nunca) que no experimentaba esta sensación. Pero duraría poco, al menos 24 horas, porque al día siguiente tenía el vuelo a Vancouver.
Imagen del aeropuerto de Montreal
No pude hacer mucho por ahí entre el poco tiempo, el frío, la nieve y el jet-lag, así que decidí dar un paseo por los alrededores del aeropuerto y poco más. Descansaría para acostumbrarme al nuevo horario y al día siguiente me quedaría en el hotel.
Y así pasé la mañana siguiente, esperando y durmiendo, hasta que llegó la hora. El servicio del hotel tiene un transfer, así que lo usé para ir al aeropuerto con el equipaje. Facturé mi maleta y me fui a la puerta de embarque. Allí pasaría otro control. Solo esperaba que no me quitaran ni el queso ni el jamón que me quedaba. Pero esta vez solo me quitaron el mechero, uno de los tres que llevaba repartidos a sabiendas de que alguno sería requisado, así que me quedan dos. Eso sí, las leyes de Murphy no fallan, y me quitaron el mejor de todos…uno eléctrico especial para que no se apague con el viento. En fin…más se perdió en Cuba.
El vuelo bien, pero en un par de ocasiones hubo unas turbulencias que no se sabía si eran turbulencias o un tornado. Hasta la chica del carrito se fue por los suelos y la gente pasó unos momentos de tensión. Nunca antes había visto algo así. Yo me enteré más por los gritos de la gente y por los platos rodando por el suelo que por las turbulencias, porque cuando digo a dormir, duermo bien…  El caso es que suelen decir que se tarda lo mismo en volar de una punta a otra de Canadá que volar de América a Europa y, efectivamente, así es.
Llegué a Vancouver a las 20:30 hora local, lo que vienen siendo las 23:30 en Montreal. Es que Canadá es tan ancho que de una punta a otra del país tienen tres horas de diferencia horaria. Ya me extrañaba a mí al principio que saliendo a las 17:00 se llegara a las 20:30, y es que siempre marcan las horas locales, vamos, que de Madrid a Lima son doce horas de vuelo, pero si sales a las 10:00 de la mañana llegas a las 15:00…
Dos días en Vancouver dan para mucho. Ahí me esperaba Christelle, en el aerpouerto. Me sorprendió verla tan pronto, porque pudo llegar hasta la cinta de las maletas, pero al ser un vuelo doméstico las medidas de seguridad no son tan grandes. Al recoger la maleta y darme la vuelta escuché: ¡Martín!... y ahí comenzó la verdadera aventura.
Nos fuimos a conocer Vancouver, y bien que lo hicimos… anduvimos por un paseo marítimo que tiene como ocho kilómetros de longitud. Vancouver es bonito, como la mayoría de las ciudades costeras, pero esta ciudad tiene una suma de modernidad, cultura y la belleza propia de la costa… y cómo no, la economía, sin la cual no puede haber ni modernidad ni cultura, entendiendo por cultura todo el mobiliario artístico urbano que hace de Vancouver un lugar distinto, ya que la cultura (por supuesto) no está reñida con el dinero.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 







 
Vimos toda la zona turística de la costa, el barrio de Chinatown y las zonas interiores urbanas de los alrededores de Granville… no necesito más y podemos salir para Whistler. Tenía ganas de conocer esa pequeña población que ha recorrido el mundo entero por haber sido sede de los juegos olímpicos de invierno de 2010. No me digas que no te sonaba el nombre… Los juegos fueron los de Vancouver, pero los deportes de nieve fueron en Whistler.
Whistler es una ciudad más bien pequeña, de unos 3000 habitantes, que en época de invierno llega a duplicar su población, o más incluso. Está situado en una autopista con un nombre peculiar como pocos: Sea to sky highway, o lo que es lo mismo, autopista del mar al cielo, debido a que comienza en el sur, en la costa y acaba en el norte, en las montañas.
Para ser un pequeño pueblo está plagado de hoteles y restaurantes a todo lujo. Vienen turistas de todas partes del mundo, gente de dinero que quiere pasar aquí parte de su invierno y esquiar. Es como la Marbella de España, pero de invierno. Se podría decir que, igual que Marbella hace su agosto, Whistler hace su enero, lo que pasa es que la temporada va desde noviembre hasta mayo. Las calles están todas iluminadas con árboles de colores, pantallas, rótulos, y muchas luces que hacen que parezca que es una navidad permanente. Por el día la gente esquía, por la tarde bebe cerveza en los locales, y por la noche salen de copas. Vamos, que aquí no hay distinción entre sábados y lunes, para los turistas, claro, porque los trabajadores del sector turístico que hacen que todo esto funcione sí que distinguen.
Paseas por la calle y te cruzas con gente que está a sus problemas, que generalmente son: “el color de tu mono no pega con las botas de esquí”…., o, “¿te gusta mi nuevo maquillaje a prueba de frío?”…, o también, “chica, esos esquíes te hacen más gorda…”. Como ves, la superficialidad sí tiene una relación con el dinero más directa que la cultura, como te decía antes…salvo honrosas excepciones. Esto en cuanto al sector femenino, puesto que el masculino está más pendiente de quien ha ido más rápido, quien ha dado el salto más grande o quien ha tenido el dudoso honor de romperse más vértebras… y así pasan los días en Whistler.
Lo más importante en principio era instalarme, así que me dirijo a la casa de Dave, a quien tenía ganas de conocer. Un chico que pasa las horas en casa, por un accidente que le ha dejado la espalda casi rota, viendo hockey sobre hielo mientras se recupera. Aquí el hockey es como allí el fútbol, algo entretenido e interesante, pero que tiene sorbidos los sesos a más de uno, hasta el punto de que en la vida hay hockey y el resto de cosas.
La casa está bastante bien, nada se parece a las de Perú o Madagascar. Más bien se podría decir que, si bien siempre he estado en lugares más pobres, el peregrino mangurrino es ahora el más pobre del lugar… vamos, que ahora soy yo quien necesita ayuda. Pero cuento con la mejor: la ayuda del Señor y su providencia.
Bien es verdad que la providencia no es como una mano que tenemos debajo y que no nos deja caer en cualquier circunstancia, sino que depende también de la colaboración personal de cada uno. Uno no se puede echar a dormir esperando que la providencia de Dios venga a salvarlo. Pues bien, ahí es donde radica el núcleo central de mi misión en Canadá: en venir con una mano delante y otra detrás sabiendo que el Señor me ayudará, pero con mi colaboración. Para eso uno tiene que estar dispuesto a hacer lo que sea, desde lavar platos en un restaurante hasta limpiar baños públicos. Lo más lógico es que encaje en el trabajo de retirada manual de nieve de la puerta de los hoteles, para que los ricos terratenientes puedan entrar y salir sin resbalar ni mojarse sus caros mocasines. Sin embargo, a pesar de todo, prefiero limpiar baños. Pero será lo que el Señor quiera, y si Él decide que nada de esto es para mí porque quiere que este proyecto acabe antes de la cuenta, así será. Lo más importante será la aceptación de las cosas que vayan viniendo, pero según vengan, sin agobiarse por el mañana.
Bueno, pues una vez conocida e inspeccionada la casa, y después de darme cuenta de que es demasiado para mí, lo que viene ahora es buscar trabajo, y esto es la peor parte de toda la misión. Primero porque mi situación no es la mejor, con un visado de turista, y después porque uno debe estar predispuesto a todo. Uno tiene que estar dispuesto a que le digan “no”, pero también a que le miren por encima del hombro. Yo estoy dispuesto a las dos cosas, gracias a la preparación que durante años he tenido con el mejor de los maestros: San Francisco de Asís. Él y el recuerdo de la “perfecta alegría” serán claves para que el mangurrino encaje los golpes que le esperan.
Antes de todo, hay que conocer Whistler. Christelle me presenta a Joan y Julie. Joan es español, y está aquí con un visado de trabajo por cuestión de estudios que le permite trabajar donde quiera, o mejor dicho, donde le permitan, pero puede optar por trabajos más o menos normales, como dependiente en tiendas, camarero, cocinero, etc. Mi situación es distinta, por eso mis opciones son también distintas… Ellos serán mi punto de apoyo aquí. Al menos la providencia ya está actuando, pues no es lo mismo estar en un pueblo remoto de un país extraño solo o acompañado.
Después de esto toca conocer el pueblo, sus calles, su gente… hacer un poco de turismo y saber dónde dirigirme y a quién. El primero de los objetivos es presentarme como músico en los diferentes bares donde se celebran conciertos. Para ello tengo que ir a todos los bares, pero no me malinterpretes, porque entro en todos pero no me tomo ni una triste cerveza en ninguno, ya que al módico precio de 7 euros la más barata, prefiero el agua del grifo de casa de Dave. Solo entro, pregunto por el manager y le ofrezco mis servicios como músico.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

No son muchos los locales que hacen música en directo. Hacer música callejera era una opción, pero tendré que dejarla para cuando vaya (que iré si Dios quiere) a Estados Unidos. Con temperaturas de más de 20°C bajo cero no es muy cómodo tocar. Es posible que la postura inicial con el violín se convirtiera en una postura definitiva de un músico congelado. Además, con estas temperaturas no hay músico que toque un instrumento de cuerda, pues los dedos dejan de funcionar a los dos minutos. Tampoco tiene mucho sentido tocar en un sitio donde la gente no puede parar a escucharte, pues si se paran se convierten también en estatuas con forma de público.
Era miércoles y empezaba mi labor de búsqueda en Whistler, pero no solo de trabajo, sino también de Dios. El peregrino quiere saber si Dios tiene filial aquí en estas frías latitudes o si, por el contrario, los obreros de su mies han preferido trabajar en lugares más cálidos. Para eso tengo a mi amigo Google, que siempre es una ayuda. Buscando por “religious services in Whistler” sale rápidamente una lista con los servicios religiosos con los que cuenta el pueblo. La lista es más bien corta, pues no se estila mucho cultivar la fe en lugares donde el dios dinero ha sustituido al Dios verdadero. Existe una pequeña parroquia a las afueras, o mejor dicho, en el quinto pino. Existe también un servicio religioso protestante, pero sin parroquia, sino que solo dan servicio. Este último mejor lo voy a obviar.
Una vez localizada la parroquia de “Our Lady of the mountains” (Nuestra Señora de las Montañas), me viene a la cabeza mi ciudad natal de Cáceres, en la que la Virgen de la Montaña es también la advocación más venerada. Esto es como Cáceres, pero a 20° bajo cero, con nieve y con gente superficial por doquier. Por lo demás, es completamente distinto también.
Pero el tema de la búsqueda y el encuentro te lo dejo para el siguiente capítulo porque es tarde y me tengo que acostar. En el próximo capítulo te contaré cómo descubrí la parroquia, qué he visto y qué he hecho en ella y lo que estoy descubriendo en escasos dos días.
Así que hasta mañana…

1 comentario:

  1. Hola Martín, eres el peregrino mangurrino más internacional que conozco jejej.

    Enhorabuena por el salto que has dado, y para delante siempre; seguro que pronto encuentras tu sitio también ahí pues predisposición no te ha faltado nunca.

    Te mando mucho ánimos y que aproveches todo lo que la vida te ofrece.

    Un abrazo enorme. F.C.

    ResponderEliminar