Estos
días ya empiezo a pensar en los días que me quedan en lugar de los que llevo
aquí. Se han pasado casi dos meses volando. El primer mes fue algo raro por eso
de no comenzar los trabajos, sin embargo, desde que estamos trabajando a diario
en Antanimora, los días vuelan.
El fin de semana ha sido de total
descanso. No hemos salido de viaje, no hemos trabajado ni hemos hecho nada
especial. Me apetecía quedarme en casa, leer y dormir, pues eran muchos los
días que había dormido poco. Hay días duermo cinco horas, otros seis. Tenía
ganas de probar la experiencia de dormir sin poner el despertador, a ver qué
pasaba. Y lo que pasó es que me desperté a lasa seis de la mañana, como de
costumbre.
El sábado fuimos a misa, aunque después
nos volvimos a casa a disfrutar de un día sin hacer nada. Era un día raro
porque cuando no tienes nada que hacer no sabes por dónde empezar, así que me
fui a la boulangerie a tomar un zumo natural con conexión a internet, y así
pasé la mañana.
Por la tarde tuve más sesión de descanso
con la siesta mientras veía una película que tenía ganas de ver hace tiempo. Se
llama “Escarlata y negro”, y te la recomiendo. Es antigua, de las de Gregory
Peck, pero es una historia real de esas que te dejan los pelos como escarpias
al final. Para no estropearte el final de la película, tendré cuidado de no
desvelarte mucho, solo te diré que al final pierde el malo...
Por la noche, vienen los problemas
caseros. Tenemos una pequeña discusión doméstica acerca de los problemas de
convivencia. Mi intención es que hagamos de tripas corazón y que procuremos
formar un único grupo de cooperantes. Para ello alguien tendrá que ceder, y
creo que nosotros debemos dar el primer paso. Claro que es cierto que yo lo
tengo más fácil, pues no tengo problemas con ninguno y me llevo bien con todo
el mundo, pero otros deberán hacer un esfuerzo más grande. Entre si esto es
posible o no se nos va la tarde. Sin embargo, hay un cierto recelo entre Karima
y yo porque piensa que estoy enfadado, no sé porqué. Dice que no le he hablado
en todo el día, pero yo ni siquiera había reparado en ello. Desde el “buenos
días” de por la mañana no habíamos articulado palabra, si bien pasé el día
entre internet y la siesta. Ella tiene la impresión de que maquino algo, o de
que no quiero hablar con ella y así me lo hace saber. Son tantas las veces que
me lo repite y a las que respondo siempre que no pasa nada, que al final
termina por pasar. Reconozco que la paciencia no es mi fuerte, y generalmente,
cuando tengo que responder por quinta vez a la misma pregunta, formulada una y
otra vez, la última contestación es más áspera y en un tono más alto. ¿Qué le
voy a hacer?. Si me dicen que estoy enfadado por cinco veces, al final termino
contando: “Si lo que quieres es que diga que sí, pues bien, sí lo estoy....” y
punto final. Y esto acaba desencadenando en un “me voy a dormir” para no seguir
torciendo el asunto.
Al final los planes del domingo de ir a
la misa del padre Pedro se tuercen e iremos a la de los salesianos.
El domingo vamos a la misa malgache, y
en el Evangelio, Lucas habla de la “parábola del hijo pródigo”. Muchas veces me
preguntaba por el significado de la palabra “pródigo”, hasta que un día la
busqué en el diccionario y entonces me di cuenta de que el título de la
parábola está mal. Una persona pródiga es una persona que es productiva o
abundande, y está claro que el hijo que se largó con la herencia del padre no
produjo nada, sino que más bien se encontró de golpe con el dinero de su padre.
Otro significado podría ser “generoso, dadivoso”, y tampoco está muy
acertado, pues este chico no tuvo ningún gesto de generosidad, sino que gastó
la fortuna en él mismo, viviendo la vida loca y “derrochó su fortuna
viviendo perdidamente”.
Con el tiempo me terminé dando cuenta
de que el título de la parábola no era acertado, pero no porque la palabra
“pródigo” defina bien al hijo, sino porque el título entero no refleja el alma
de la parábola. Es decir, que el tema fundamental de la parábola no es el hijo,
ni su egoísmo, ni siquiera su vuelta al padre. El tema principal de esta
parábola es otro: el perdón incondicional del padre. Por ello, más acertado
sería decir: “La parábola del padre amoroso”, o “La parábola del perdón”... en
fin, cualquier otra que difiniera lo que Jesús trató de explicar, que no era
otra cosa que lo siguiente:
El hijo (no pródigo) somos nosotros,
los cuales nos vamos por caminos de perdición a menudo por motivos puramente
egoístas, pensando en nosotros mismos y olvidándonos de Dios para vivir nuestra
propia vida, sin darnos cuenta de que las cosas materiales son eso, materia, y
que un día nos damos cuenta de que no vamos por buen camino y sentimos la
necesidad de buscar el sentido a nuestra vida.
El padre es Dios, que espera
pacientemente nuestro regreso. Es quien no pide condiciones para perdonar, sino
que perdona siempre porque es Padre y comprende la debilidad del hijo. Es el
que se alegra de nuestro arrepentimiento y vuelta a casa y nos recibe con las
mejores galas y al son de trompetas.
El hermano también representa al
hombre, pero no a cualquier hombre, sino a uno concreto. Representa a ese
hombre que generalmente hace las cosas bien, aparenta ser un gran cumplidor de
las normas impuestas y hace todo para que los demás vean en él un gran seguidor
de los mandatos divinos, sin embargo, cuando llega el momento de la prueba del
egoísmo, deja ver que lo que hacía lo hacía por él y no por Dios ni por los
hermanos. Deja claro que él está antes que los demás porque ha sido un gran
cumplidor toda su vida, y por lo tanto merece más.
Al final el padre perdona a los dos, al
que vuelve a casa y al que no acepta su decisión. Por eso la parábola, desde
hace tiempo, yo la llamo “la parábola del padre pródigo”, puesto que el padre
si muestra abundancia y productividad, no sólo en lo material, sino también en
plano espiritual. El padre sí que es generoso y dadivoso, y no los hijos, que
son cada cual “de aquella manera”. En definitiva, que el protagonista de esta
historia es el padre y no los hijos, ni siquiera el que se larga con la
herencia. De hecho, si esta parábola quiere mostrarnos la benevolencia de Dios,
el protagonista es Él y no nosotros, ¿no?.
Bueno, pues yo me comparo (siempre lo
hice) con el mamarracho que se va de casa y se olvida del padre para luego
volver con el rabo entre las piernas avergonzado y humillado... ese es el
resumen de mi vida. Sin embargo jamás me ocurrió algo tan grande como ese
“volver a casa”, y por eso doy gracias a Dios por haberme ido un día para darme
cuenta luego de que debía volver. Yo vivo en mis carnes ese refrán tan cierto
que dice que “Dios escribe derecho en renglones torcidos”, y ¿qué querrá
escribir todavía...? no lo sé, pero sé que lo hará bien, aunque puede que no me
guste.
El domingo me quedo solo después de
misa porque Remy y Karima quieren ir a comer y yo prefiero quedarme en casa. Lo
cierto es que prácticamente, no estoy solo nunca, y necesito tiempo de soledad.
Con lo que a mí me gusta la soledad, uno de mis principales sacrificios en
Madagascar no es ni la comida, ni la lejanía, ni nada por el estilo, sino que
más bien es no estar nunca solo. Hoy es un día propicio para ellos, así que me
hago un bocadillo y comienzo a ver una peli de Audrey Hepburn que se llama
“historia de una monja”. Ya ves que no soy convencional en cuanto al cine se
refiere, sino que me gustan más las películas que, generalmente, gustan menos a
la gente. Sin embargo, lo que más me gustan son los documentales, y es una pena
que estén en peligro de extinción en España... hoy le preguntas a un niño si
sabe qué es un documental y su respuesta más certera es: “¡¡déjame de
pamplinas y cállate o te arreo un guantazo que te espabilo, so carca!!”.
Este es el fruto final de la brillantez de nuestros eternos políticos de la
época de la Logse, aquellos a los que sí que había que arrearles bien por
habernos dejado esta panda de mequetrefes como futuro de España. ¿¿¡¡Y uno de
ellos pretende ser presidente todavía!!??... ¿Qué país es este?... Seguro que
hasta sale elegido en un futuro..., no me extrañaría ni un pelo.
Bueno, y el domingo se va como quien no
quiere la cosa, y llega el lunes, día que me tomo libre porque en Antanimora es
día de hacer rozas, y no voy a ir a sentarme a ver cómo hacen rozas toda la
mañana. Prefiero trabajar en un par de vídeos que tengo que hacer para varios
eventos, uno de ellos es la II Merienda Solidaria que el Centro Juvenil
Francisco y Clara de Almendralejo está organizando en el convento de monjas de
Santa Clara. Será el próximo 16 de marzo, y está capitaneado por el grupo de
primero de confirmación y por su simpática y guapa monitora... jeje... y
también por el resto de personal, no sea...
Casi me lleva el día entero porque son
varios los que tengo que hacer y luego subir a internet. Quiero colaborar desde
aquí con lo poquito que puedo hacer. Y agradezco mucho todo el trabajo que
están haciendo, pues el año pasado se sacó bastante dinero para las misiones en
Perú y este año queremos repetir la experiencia. Es un chocolate con bizcocho
por un euro... ¿puede haber forma más dulce de colaborar con una buena causa?.
Indudablemente, no.
El día acaba con unos juegos en la casa
antigua. Estamos todos presentes, y me siento bien porque pronto se notan los
efectos de una buena convivencia. Todos jugamos al “Perudo”, y después al
“Uno”. Echaba de menos estos juegos... nos vamos cada cual a su casa y nos
acostamos pronto porque el martes sí se trabaja.
Y el martes vamos a Antanimora por la
mañana. Pasamos por un mercadillo donde Karima y yo queremos comprar collares
con el crucifijo y pulseras para los chavales de la prisión. Queremos que el
padre Inocence los bendiga para luego regalárselos. Dios tenga presente a estos
pobres chicos cuyo futuro no pinta muy bien y los proteja siempre... Nosotros
nos iremos un día, pero ellos seguirán estando aquí, en un país sin
oportunidades. Necesitan a Dios más que nunca, necesitan meter a Jesús en sus
vidas. Y nosotros tenemos esa responsabilidad... El trabajo es más que difícil,
pero bonito a la vez. El idioma no ayuda, por eso hay que usar algo que en
Europa pasó de moda hace tiempo: el ejemplo.
El martes me entero de que el balón de
fútbol lo colaron por la tapia el viernes pasado, y se ha “perdido”. Como aquí
un balón es un artículo de lujo, uso las comillas. En otro lugar es posible que
se hubiera perdido de verdad.
Me monto en la moto y me dirijo a
solucionar el problema. Quiero ver si en el mercado hay algún balón bueno, pues
los normales son de esos de plástico que cuando pasan media hora al sol toman
forma de huevo. Pero no me doy cuenta y cuando estoy en el mercado me percato
de que no llevo el caso. Tendré que tener cuidado para que no me pare la
policía, porque aquí no sé cómo se las gastarán. Y oye, el amigo Murphy, que
está oculto por mucho tiempo, escucha mi pensamiento... dicho y hecho. Un policía
me da el alto, y lo malo es que no está solo, sino que es una especie de
control policial. Justo en el momento en que veo la mano en alto tengo un
pensamiento fugaz que me ayudará. Hay que dar un giro de tuerca a esta
situación, y como aquel que no se da por enterado, soy yo el que se retira al
arcén para preguntarle a otro policía distinto lo siguiente en mi francés
mediocre: “Disculpe, amable y simpático caballero... soy misionero
franciscano, trabajo en la prisión de Antanimora con los chicos jóvenes, a los
que acompaño y ayudo, y estoy buscando un balón de fútbol porque han perdido el
suyo, y como están en la prisión y no pueden salir, yo quiero regalarles uno,
pero no encuentro dónde comprarlo. Me han dicho que en el Shoprite los hay,
pero no sé donde está (y compro ahí desde el primer día). ¿Podría usted
decirme dónde está?”.
Aunque te
parezca mentira, todo esto sé decirlo en francés... y resultó bien, porque el
señor me sonrió y me señaló con el dedo hacia el lugar donde yo sabía que
estaba el Shoprite. Eso sí, me advirtió que circular sin casco está prohibido,
y que la próxima vez puedo tener problemas... así que le agradezco la
generosidad y me las piro rápido, no sea que el primero que me paró quiera
saber qué hablé. Lo cierto es que la próxima vez llevaré el caso aunque vaya
andando... Ni siquiera sé de lo que me he librado, pero prefiero no pensarlo.
En el
Shoprite compro dos pequeños balones de balonmano, pero que harán las veces
hasta mañana, ya que tengo uno bueno en casa guardado. Lo guardaba para el
Centro de reeducación, pero como ya no voy por allí, se lo daré a ellos, que no
tienen. Si algún día vuelvo al centro, podré comprarles otro.
Después de
la comida volvemos a casa, pero antes repartimos lo que viene ya siendo
habitual: galletas de chocolate. Ellos están contentísimos de recibir su plato
de arroz con el paquetito de galletas encima, es como una sorpresa distinta
cada día. Ahora las comidas ya no son lo mismo.
Nos
montamos en la moto y salimos disparados para casa, pues David me dio las
llaves de su coche que se trajo por error y se las tenemos que dar a Hèléne
antes de la una. Salimos con la moto y, cuando llegamos a la embajada
americana, justo al lado de la gasolinera, me quedo sin gasolina. Es como un
milagro que haya sido justo ahí. Puedes imaginarlo, la moto da tirones y se
para, y con la fuerza que lleva por inercia voy dirigiéndome hacia la
gasolinera, y justo la fuerza que llevaba es la justa y necesaria para hacernos
llegar al surtidor. En el mismo surtidor habríamos tenido que empezar a empujar
si no hubiéramos llegado... Esta se la dedico a Murphy, pero el muy ladrón se
iba a vengar en menos de un segundo: “No hay gasolina”. ¡¡No me lo puedo
creer... una gasolinera sin gasolina!!. El problema no es que no haya gasolina,
sino que no hay electricidad y no funciona nada. Tenemos que esperar un buen
rato, así que da la hora a la que teníamos que darle las llaves a Hèléne y no
podemos hacer nada. Finalmente llega la luz y nos llenan el depósito, con lo
que salimos corriendo (en moto, claro) y llegamos diez minutos tarde... pero
finalmente le damos la llave y se va con el coche.
La tarde es
de siesta, y quiero terminar de ver la película de “Historia de una monja”,
pues me quedé dormido el domingo y el lunes, y el martes, para variar, también.
La dejaré para el miércoles, a ver qué tal...
Después de
la siesta tengo poco tiempo antes de preparar la cena, pues el padre Inocence
viene a cenar a las siete de la tarde, con lo que no tengo mucho margen para
hacer una tortilla española y una buen ensalada. La tortilla es de 10 huevos,
así que es la más grande que he hecho nunca. El problema es que la sartén es
muy grande, y a la hora de darle la vuelta no encuentro tapadera ni utensilio
con qué hacerlo... y es demasiado grande para intentar darle la vuelta como ya
imaginas... Tengo que ir a casa de David y de las cosas que tiene, hay un
frutero enorme que, vuelto del revés, me valdrá. Y me vale, y no solo para dar
la vuelta a la tortilla, sino para presentarla en la mesa también. Al padre le
gusta, y hablamos de los proyectos de OFRA y de cómo nos ayudará en la medida
de sus posibilidades.
Luego
quiero ir a subir el último vídeo del la II Merienda Solidaria, y me dan las
doce de la noche y todavía no ha subido, con lo que esperando me pongo a
escribir. Acabo ya y todavía queda más de media hora, así que dejaré el
ordenador aquí y mañana por la mañana volveré a ver si todo ha salido bien. Lo
malo de subir un vídeo a internet con estas conexiones es que son eternas...
por eso este año no subo muchos, aunque he grabado cientos que ya os enseñaré
en España.
Me voy a
dormir, así que me despido.
Hasta
mañana!!
Retiro lo de subir videos, ya me ha quedado claro con la explicación que has dado, los problemas que tenéis con internet,tenemos testimonio escrito que también nos aporta mucho.
ResponderEliminarBuen día.
Bueno... pues yo, ahora que veo esto, retiro mi explicación también porque ya lo sabes, jeje... Un abrazo!
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