Esta
mañana me levanto mejor. Todavía tengo algo de dolorcillo de cabeza, pero ni
mucho menos como ayer. Incluso voy a casa de Rosita a desayunar, y aunque no
puedo con los dos kekes, uno sí que me lo liquido.
Hoy tengo que visitar Olleros. En eso
quedamos el otro día, ya que ayer empezaron a verter hormigón sobre la zanja
que hicimos. Antes de esto tengo que resolver un asunto, y es que los zapatos
que me quedaron pendientes el otro día los tengo que repartir. Me pongo manos a
la obra y, casa por casa, voy tachando niños de mi agenda.
Por supuesto, tengo a mi vecinita de
enfrente, al niño Franco Llermi un poco más arriba, a la niña que le tenía que
cambiar las zapatillas de niño por unas de niña, también la niña de Asunta y
otro par de niños más... Pero sobre todo, el que me falta es Harold, el pequeño
que me inspiró al tema de los zapatos solidarios... Como me decía Jorge, al
final va a ser cierto... el inspirador va a ser el último en recibir sus
zapatos... y así ha sido.
Al final, lo importante es que los
tiene, le gustan y por fin le quedan bien. Su hermano ya los tenía del otro
día.
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Aquí lo tienen con su calzado nuevo. |
Una vez que termino con el tema de los
zapatos, me puedo ir tranquilo a Olleros, así que le pido la moto a Milton y me
voy. Me llevo las botas de jeve, como dicen aquí, y para allá el tiempo me
respeta. Llego sin problemas y visito la obra. Está Dionisio Melanio, o
Melanio, como todos le llaman. Es el teniente alcalde y está metido en la zanja
repartiendo el hormigón que le llevan en la carretilla. Ya tienen media zanja
hormigonada en el fondo, y para mi sorpresa, unas mujeres bien mayores están
metidas al final de la zanja, y a pico y pala, van sacando la tierra de la
zanja. Las mujeres son voluntarias, como otros tantos... Aquí se han formado
diez grupos de diez trabajadores para que ningún día falte personal. Como
tienen cemento, arena y grava, están trabajando a pleno rendimiento.
Me fijo en las mujeres, les echo fotos
y, de pronto, me fijo en la pantalla de la cámara y veo que una de las señoras
no tiene botas de goma, sino unas sandalias con los pies al aire. La zanja está
llena de barro y los pies los tiene que da pena verlos. Lloviendo y en el
barro, y ella descalza. Por eso, le pregunté su número de pie y me fui rápido a
una tiendita a comprarle sus nuevas botas de goma del 37. Por cierto, el viaje
a comprarlas fue providencial, porque en plena tienda me dio un apretón al
estómago y compré un rollo de papel (por si acaso) para salir pitando al baño
de la municipalidad... Nunca me alegré tanto de ser tan previsor y comprarlo
por si acaso... de otro modo habría tenido un serio problema. Pero hablando de
algo más agradable, os diré que llegó la hora del almuerzo y la señora con los
pies al aire estaba en una casita increíblemente humilde junto a la
municipalidad. Como tenía las botas en la mano, se las di y le dije que esta
tarde iba a trabajar con botas.
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Estos son los pies de la trabajadora de la zanja |
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Enseñando sus nuevas botas |
Poco después me dijo Melanio que es la
mujer más pobre de todo el pueblo, aparte de ser viuda y vivir sola. Dice que
vive de lo que ella misma cultiva en la chakra, además de las ayudas de sus
propios vecinos, así que nunca en todo este tiempo había sentido tanta alegría
por entregar un regalo. Yo no lo hice por eso. Ni siquiera sabía su penosa
situación, aunque intuía que muy rica no debía ser... Ella agradecidísima, se
puso las botas por la tarde como quien se ponía unas Nike Jordan en los años
90.
Antes de verla con las botas puestas,
me voy a comer a casa de los papás de la secretaria, que es quien me invita
hoy. Yo iba pensando en la mujercita de las botas y para nada intuía lo que me
esperaba... hacía mucho que no sufría tanto comiendo, y es que me esperaba
impaciente sobre el plato mi amigo el Cuy... ¡¡qué mala suerte!!... ¡¡Maldito
Murphy!!... es el último día que como en el Alto Imaza y me tiene que tocar
Cuy.
Curiosamente, mi primera comida en el
Alto Imaza fue Cuy, y cómo no, mi última comida será Cuy..., y encima la
primera fue en Olleros y la última también lo va a ser... pero esta vez es
peor. ¡¡Está casi crudo!!, y para rematar la faena, siempre ponen una mitad del
bicho, pero hoy me ponen el Cuy entero... las dos mitades sin separar siquiera
una de otra. Sólo de verlo en el plato me da otro apretón.
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Solo le faltaba la cabecita... |
Recuerdo que mi primer Cuy me lo comí
después de almorzar por primera vez en Granada, el día que fuimos por primera
vez con el Obispo. Ese día casi me da un ataque al tener que comerme el bicho
que el día anterior juraba que no probaría, y encima sin ganas, después de
haber almorzado ya... Hoy recuerdo aquel día, ya que con la fiebre y el
estómago revuelto, no tengo ganas de comer nada, y sin embargo, me ponen el
plato con arroz, papas, Kinua y el “adorable” Cuy encima tirado en plancha y
esperando ser devorado. Lo que él no sabe es que no tengo ningún interés en
hacerlo...
Me dejan solo en el comedor-cocina de
la casa y es entonces cuando pienso en una estrategia para hacer como si me lo
comiera, pero dejándolo... Si lo tiro por la ventana corro el riesgo de que
entren y vean que el Cuy ha desaparecido demasiado pronto, además de que
habrían pensado que soy una bestia parda que no deja ni los huesecillos del
bicho. También podría darse el caso de que los perros que están fuera volvieran
con el Cuy en la boca y me delataran... tendría que decir que se me ha caído
por la ventana, cosa poco creíble... Otra opción es meterlo en una bolsa y al
bolsillo, pero estaría en las mismas, ya que nadie (ni siquiera los peruanos)
se come un Cuy sin dejar rastro de él... No tengo salida... tengo que
comérmelo.
Cuando viene la secretaria a verme, no
lo he probado, y entonces se me ocurre la excusa perfecta.... le diré que tengo
fiebre porque estoy pasando la gripe y que tengo el estómago revuelto, así que
no puedo comer... y según entra, le digo:
-
Señorita... lo siento mucho, pero me encuentro fatal porque acabo de pasar la
gripe, tengo fiebre y el estómago revuelto... así que no puedo comer nada. Se
lo agradezco, pero como todavía no he tocado el plato, puede dejarlo para otro
momento...
Y la secretaria me dice:
- Bueno,
bueno... no pasa nada, puedes dejar todo, pero el Cuy te lo comes..., ¡¡¡no lo
vayas a dejar!!!
He puesto tres admiraciones en la
última frase porque es como sonó... Reconozco que incluso me dio un poco de
miedo, y luego rabia.
- Señor, te
ofrezco este sacrificio que voy a hacer. Tú sabes que esto me va a costar
tela... así que, paradójicamente, te ofrezco este imposible por el hambre en el
mundo... Sí, ya sé que no está bien ofrecer una comida como sacrificio por el
hambre, pero tú sabes que para mí esto es más difícil que ayunar... Te aseguro
que preferiría estar tres días sin comer, pero claro, eso tú ya lo sabes, así
que no tengo que darte explicaciones...
Y me pues manos a la obra...
Poco a poco, una patita, la otra... un
trocito de un costado.. otro poco de por allá. Vamos, que guarreé todo el Cuy y
le quité unos pocos gramos. Entre arcadas me tapaba la nariz, y tomaba un gramo
de Cuy y dos cucharadas de arroz para disimular el sabor, pero sobre todo la
textura...
Si le daba la vuelta al Cuy, me
entraban ganas de vomitar, así que lo dejaba siempre panza arriba... y en media
hora interminable, dejé el Cuy más o menos sin carne. Eso sí, los huesecillos
no los aproveché y dejé toda la carne pegada... me dediqué a probar un poquito
de cada parte para que los anfitriones vieran que ataqué por todos los
costados.
De postre me pusieron unas cuantas
piezas de Mauxán, una fruta natural de por aquí con la que se hace también té y
licor. Está mejor, aunque algo amarga... Luego me dicen que la piel no se
come... ¡ahora me lo dicen!
Cuando vino la madre de la secretaria,
la cocinera, le dije que sentía mucho no poder haber comido más, pero que tenía
fiebre y bla, bla... y parece que me entendió, pero seguro que por dentro
pensaría que en la hora que le puso tal manjar al bellaco este...
Como no quería ser descortés, más aún
me refiero, le dejé 10 soles debajo del plato, así al menos, las lágrimas de
ver un Cuy desperdiciado por el español infiel, se verían interrumpidas por la
visión del billetazo una vez retirado el plato... Que pena me daría no ver ese
cambio de cara...
Regreso a la Iglesia contentísimo por
haber acabado con el trance gastronómico. Acompañado de la secretaria, le
reconozco mis problemas con los Cuyes, a lo que me dice que lo entiende
perfectamente... pero claro, para eso le tengo que hacer ver cómo se sentiría
ella si va a China y le ponen en un plato la cabeza de un perro para comer...
Solo entonces entiende mi postura...
Ya olvidado el asunto, me topo con la señora de los pies al aire
con sus nuevas botas puestas, lo cual me da una satisfacción enorme. Me mira,
me sonríe y me señala con la vista hacia los pies... como aquella que va a
desfilar por la “pasarela zanja de barro”. Y desfila para que la vea... ¡Toma
ya!
Me dice una compañera que, de haberlo
sabido, ella también habría venido descalza, porque sus botas ya son muy
viejas. A esa indirecta, le respondo con un “buen intento, señora...” y me las
piro antes de que la tercera suelte también su reivindicación... Ahora la que
tenía los pies al aire tiene botas nuevas y las que tenían botas viejas la
miran con envidia... ¡¡Cómo somos!!... Decimos que queremos lo mejor para
nuestros amigos, pero cuando vemos que tiene lo mejor, y que es mejor que lo
nuestro, si pudiéramos le meteríamos una colleja y le diríamos que valiente
mastuerzo está hecho...
Esto mismo es la definición por
excelencia de lo que venimos llamando “pobreza espiritual”... Muchos se piensan
que aquí sólo existe pobreza material, pero están equivocados... La pobreza
material se acaba con dinero, pero la espiritual no, es más, a más dinero más
pobreza espiritual. ¡¡Qué pena de tanto pobre rico como hay en España...!!
Aproveché para traer a Olleros todos
los juguetes que ya estaban repetidos en Granada. Los iba guardando en una
bolsa aparte pensando en dárselos a otros niños que no los tuvieran, así que me
los traje. Fue un éxito, porque convocamos a todos los niños a las dos de la
tarde en la plaza y se presentaron unos pocos... les repartí los juguetes,
caramelos y cuentos, y aún así me sobraron todavía. Todos los que sobren serán
para Katy, para que los reparta entre sus niños.
Bueno, pues acabada la inspección de
obras y la entrega de juguetes me empiezo a despedir de la peña, me monto en la
moto y me voy. Pero claro, el camino de vuelta no sería como el de ida... El
amigo Murphy tenía más ganas de guasa, y me hizo volver bajo una tormenta
apoteósica. Sabía que ese trayecto de Olleros a Granada iba a ser mi último
trayecto en moto por las tierras peruanas, así que qué mejor manera de
despedirme que con un millón de litros de agua y un camino imposible... Pero
pensé que el Murphy debe creer que me importan sus tonterías, así que le dije
mentalmente que se fuera al cuerno... y se fue, porque llegué a Granada sequito
bajo mi poncho peruano y con mis botas “Katiuskas”. Claro que tuve suerte de
cambiar el poncho del Coronel Tapioca por un poncho malo de Perú, y si el
cambio ha sido espléndido, imaginaros cómo sería el del Tapioca.
Llego a Granada y ya estoy
recuperado... casi no tengo dolores, a excepción de los de coxis por causa de
la moto y el terrible camino.
Allí me esperan los mozuelos, sabedores
de que hoy es su última película.... no puedo fallarles. Y como hoy serán los
últimos regalos, tengo preparados todos los que fui acumulando durante los dos
meses para esta ocasión: Balones, bolos, bingo, monopoly, relojes..., vamos,
cosas buenas por una vez.
Los separo por hermanos para darle a
los hermanos los juegos colectivos, como balones o monopoly, y a los hijos
únicos les voy dando relojes, grapadoras y un regalo de una caja que me dio
Toni de regalos de navidad que sobraron. Eran regalos bastante bueno, incluso
de mejor calidad que los mejores que yo había comprado, así que aproveché para
repartirlos todos y los niños fliparon con la última entrega de jueguetes...
debieron pensar una de dos, o que había perdido la cabeza o que era un santo...
Antes de repartir los juguetes, Toni
les dio una charla para animarles a darme un abrazo de despedida, y uno a uno
me fueron dando un abrazo que no olvidaré jamás... unos me decían que me
querían, otros que no me fuera, otros no querían soltarme del cuello, y otros
no podían dejar de llorar... qué mal rato pasamos todos. Claro que esto se les
olvidó rápido al verme entrar con una caja de la que sobresalían balones y
otras cosas.. mucho más grande que la bolsa habitual con la que suelo venir.
Y cuando se fueron todos, hoy
curiosamente sin ánimos de cambiar regalos, nos quedamos allí Toni, Lenin, Daza
el policía, un profesor, un trabajador y yo. Entonces Toni dio la orden al
trabajador de ir a por dos botellas de licor de Mauxan.
Nos ponemos a hablar de todas las
experiencias vividas con los niños, y todos me cuentan que sus hijos, sus
vecinos o los niños que conoce no dejan de hablar de qué mal está que se vaya
don Martín. Los pobres creían que iba a estar allí de por vida...
Luego hablamos de la obra, luego de mi
estancia, de España, de mis amigos, de Chacha, de los viajes en coche y las
caídas por barrancos, de Huaycos... en fin, de todo. Cuando queremos darnos
cuenta, han pasado tres horas y ocho botellas de licor... yo ya estoy que no sé
si me llamo Martín o mangurrino... y los demás están igual que yo.
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Con las dos primeras botellas |
La costumbre es hablar en corro, con la
botella rodando por delante del vaso. Una vez que te sirves el vaso, el pasas
la botella al de tu derecha, te bebes el vaso, lo sacudes y se lo pasas...
entonces él llena el vaso de nuevo, pasa la botella al de su derecha y habla un
rato... se bebe el vaso y así de nuevo hasta que vuelve a dar la vuelta...
El vaso es pequeño, pero el licor
fuerte, así que a las cuatro botellas muchos pedían que acabara la ronda, pero
Toni tenía preparadas otras cuatro más... y al final, él mismo tuvo que
reconocer que ya no podíamos más... aunque mandó al trabajador a por otras
dos... Menos mal que le paramos los pies...
Y así, medio borracho de licor de
fruta, me voy al cuarto a dormir, pensar y despedirme de mi última noche granandina.
Hoy, para variar, decido no dormir bajo
la mosquitera... quiero dormir como en mi casa, aún a riesgo de que un mosquito
del tamaño de un mechero me sorba medio litro de sangre... jeje, se va a pegar
cada costalazo de la borrachera que va a pillar que bien podrá decir que un
humano le ha infectado en lugar de al revés...
Y así me acuesto... quiero meditar un
poco el día, pero el Mauxán no me deja y caigo redondo...
Eso sí, le doy gracias a Dios por
haberme conservado bien hasta hoy... lo cierto es que echando la vista atrás
uno piensa que es un milagro después de haber pasado por todas las aventuras
que se puede pasar aquí... Y pensando en ello, le digo al Señor: Graci... y ahí
me quedo con la boca abierta...
Bueno, Él sabe lo que quería decir, y
yo también sé que no hace falta que acabe la frase para que la entienda...
Y así acabó el día más triste de mi
periplo granadino...
Mañana será otro día...