Aunque el material de los
invernaderos llegó tarde, nos ha dado tiempo de terminarlos. Para ello hemos
tenido que doblar el personal de trabajo y, además, trabajar el domingo, pero
el resultado ha merecido la pena porque el mismo domingo por la tarde se
acabaron los trabajos.
La estructura |
Mientras el herrero estaba
haciendo los soportes para los tanques de agua y las escaleras para poder subir
a los tanques, el resto de la gente estaba transportando el material a pie de
obra, haciendo las cimentaciones de los postes y comenzando a cementar los
anclajes de los tirantes. Después, todo era pan comido, porque el invernadero
es como una especie de rompecabezas, como un mueble de esos que montas tú solo
con un sencillo folleto explicativo. Solo hay que seguir los pasos y, ahí está,
un invernadero totalmente terminado y listo para funcionar.
El herrero haciendo los soportes de los tanques de agua |
Pero lo peor de todo no eran las
prisas, ni tampoco el hecho de tener que trabajar en domingo. Ni siquiera lo
era la incertidumbre de tener que volver a España sin haber terminado el trabajo.
Lo peor de todo era que los niños de St. Mary´s se van de vacaciones a finales
de julio y no vuelven hasta septiembre, dejándonos solos el último fin de
semana y adelantando las despedidas un par de días. Lo normal habría sido que
yo me hubiera despedido de ellos, pero ha sido al revés, pues han sido ellos
los que se han ido dejándome en el centro trabajando el fin de semana. Y como
era de esperar, las despedidas han sido un poco tristes. Los niños se iban y
me iban abrazando uno a uno, razón de
más para hacerme más complicado el fin de semana. Yo sé que, si Dios quiere,
volveremos a vernos, pero eso no resta un ápice al hecho de que una despedida
es siempre una despedida.
En fin, sea como sea, el trabajo
está terminado y, un año más, podemos decir que la misión ha sido un éxito,
aunque esta vez no ha estado exenta de contratiempos. Al final, Dios no nos
desampara cuando más lo necesitamos, y como estos niños son sus preferidos, no
podía menos que echarnos una mano. Y así lo hizo, aunque apurando hasta el último
minuto.
Dando los últimos retoques |
Todo está correcto |
Nada más sobrecogedor que ver a
ciento cincuenta niños rezando un Padrenuestro en Swajili, con los ojos
cerrados y las manos (los que pueden) hacia el cielo. ¿Cómo no podría Dios
escuchar esas plegarias? A veces pensamos que somos unos afortunados por haber
nacido en familias más o menos acomodadas y en países desarrollados, con todos
los miembros y gozando de buena salud, con oportunidades de futuro y capacidad
de mejorar nuestra vida. Sin embargo, cuando uno se mete en lo más profundo de
la raza humana, en el corazón de la África más salvaje, y se topa de lleno con
la realidad que aquí se vive, se da cuenta no solo de que se puede ser feliz
sin piernas, sino también de que somos unos ingenuos al pensar que esta vida es
el final de nuestro viaje. Yo estoy convencido de que estos niños son mucho más
afortunados que nosotros, los enteros, los cuerdos y los pudientes, los que
gozamos de buena salud, dinero, fama y autoestima. Ellos nos llevan la
delantera, porque el viaje comienza cuando la mayoría cree que acaba, y
entonces ellos, los preferidos de Dios, comprenderán (y nosotros también) que quizás
los males de este mundo sean en realidad bienes, y los bienes, males. No sé,
quizás deberíamos pensar en eso y buscar menos la gloria y más la desinstalación
y la salida de nuestras fronteras existenciales.
Gracias por vuestro seguimiento durante esta nueva aventura.