Ante esta epidemia del
coronavirus que, un día más, nos tiene a todos «a raya», encerrados en nuestras
casas y castigados sin salir, uno puede hacer varias lecturas. La primera de
esas lecturas es la fácil, una lectura superficial que pasa solo por la razón, no
por el corazón: desear que todo esto acabe de una vez para volver a la rutina
de siempre cuanto antes. Después tenemos una segunda lectura, la lectura del
corazón, la cual ha pasado antes por la criba de la razón. Esta lectura nos
hace pacientes y comprensivos con lo que está ocurriendo, de modo que hacemos
lo que está en nuestra mano, que, aunque realmente es poca cosa, es algo:
quedarnos en casa para no esparcir más la enfermedad. Con esto no solo cooperamos
directamente, sino también de forma indirecta, ya que muchas personas, si nos
ven a nosotros desobedecer las normas, tienen la excusa perfecta para hacerlo
también ellas. Por tanto, nuestra pequeña acción tiene un doble sentido:
colaborar y concienciar. En tercer lugar, podemos hacer una lectura más
profunda, una lectura que va más allá de la racional y la del corazón. Me
refiero a la lectura espiritual. Esta lectura nos lleva a hacernos preguntas: ¿Qué
me está queriendo decir Dios con todo esto?, ¿puedo hacer algo más por los
demás, aparte de quedarme en casa?, ¿qué sentido tiene mi vida?, ¿qué es lo realmente
importante y lo secundario?, ¿puedo asegurar que mañana seguiré viviendo?,
¿sirve la oración para algo?, ¿vivo como si no fuese a morir nunca?, ¿agradezco
cada mañana el don de la vida?, ¿en torno a qué gira mi vida? Así podemos continuar
con una larga lista de preguntas que afloran solo cuando uno se adentra en lo
más profundo de su ser y lo pone frente al misterio insondable de Dios. Y así
como del encuentro con Dios y con uno mismo pueden surgir interrogantes y retos
para una vida nueva, también puede surgir algo con lo que jamás nos hemos
enfrentado: el conocimiento de nosotros mismos, de nuestra interioridad y de
nuestra dimensión espiritual aletargada. En ese caso, la lectura espiritual en
este tiempo de crisis habrá valido de mucho, pues ya nunca volveremos a ver la
realidad del mundo en que vivimos de la misma manera: nos habremos convertido.
Es esto algo muy importante, más aún en medio de una sociedad que navega a
partes iguales entre los videojuegos, las series televisivas y el culto al
cuerpo.
Pues bien, la Iglesia, encabezada
por el papa Francisco, ha hecho una cuarta lectura que engloba y supera a las
otras tres: una lectura misericordiosa. De hecho, ha dado un paso que abre las
puertas del cielo a muchas personas que, sin quererlo y de repente, van a ser
las personas más afortunadas del mundo, a pesar de los sufrimientos y el dolor
en esta vida caduca y efímera. Por eso, fruto de su comprensión, compasión y entrañas
de madre, la Iglesia ha establecido la indulgencia plenaria para los infectados
y afectados por el coronavirus, de modo que el «cuenta-kilómetros» de sus
pecados se pongan «a cero». Y esto incluye no solo a los que sufren la
enfermedad, sino también a los trabajadores de la salud, familiares y aquellos
que, sea en la calidad que sea, se ocupan de los enfermos. Para obtener el
enorme regalo de la indulgencia plenaria, podrán simplemente recitar el Credo,
el Padre Nuestro y una oración a María. Igualmente, otras personas podrán
elegir entre varias opciones: visitar el Santísimo Sacramento o la Adoración Eucarística,
leer las Sagradas Escrituras durante al menos media hora, recitar el Rosario,
el Vía Crucis o la Coronilla de la Divina Misericordia o pedir a Dios por el
fin de la epidemia, el alivio de los enfermos y la salvación eterna para
aquellos a los que el Señor ha llamado a sí. La indulgencia plenaria puede ser
obtenida también por los fieles que, a punto de morir, no pueden recibir el
sacramento de la unción de los enfermos. En este caso se recomienda el uso del
crucifijo.
Toda la información acerca de
este magnífico regalo que la Iglesia hace a sus hijos puedes consultarlo en el
siguiente enlace:
Además, la Oficina de prensa de la
Santa Sede ha emitido un comunicado sobre el evento que tendrá lugar el próximo
viernes, 27 de marzo en el que dice que en este tiempo de emergencia para la humanidad invita a los católicos de
todo el mundo a unirse espiritualmente en oración con él, precisando que «la oración
del Santo Padre podrá ser seguida en directo a través de los medios y se
concluirá con la bendición eucarística. A todos los que se unan espiritualmente
a este momento de oración a través de los medios de comunicación les será
concedida la indulgencia plenaria según las condiciones previstas en el decreto
de la Penitenciaría Apostólica del enlace anterior.
Alegrémonos, por tanto, por todas estas personas para las cuales la Iglesia ha dicho a los ángeles: ¡Abrid las puertas del cielo!. Descansen en paz los que ya partieron para la morada eterna y brille para ellos la luz perpetua.
Aménn, aménn y aménn
ResponderEliminarMaravilloso articulo que nos hace descubrir la Misericordia del Padre. Descansen en Paz todas las víctimas.
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