No cabe duda de que esta Semana
Santa 2020 va a ser atípica. Pero el hecho de que sea distinta no quiere decir
necesariamente que vaya a ser peor.
Hablando ayer por teléfono con un
amigo, comentábamos si no podría ser que, precisamente en estos días tan especiales
para los cristianos en los que solemos participar de esas manifestaciones
públicas que acostumbran a llenar nuestras calles de imágenes, velas, nazarenos,
flores y procesiones, pudiese darse la circunstancia de que celebremos más y mejor
que nunca la Pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, de modo
que estos días nos ayuden a descubrir el sentido de nuestra vida. Y ambos
concluimos que, efectivamente, así sería. ¿Por qué? Tres son las razones por
las cuales esta Semana Santa, posiblemente, sea la mejor Semana Santa de
nuestra vida.
En primer lugar, porque la
aceptación de esta circunstancia nos hará practicar una virtud muy en desuso:
la humildad. En efecto, por más que queramos, no tenemos más remedio que
aceptar esta situación que nos ha tocado vivir. Y no solo aceptarla, sino también
agradecer el hecho de que podamos vivirla bajo un techo, rodeados de nuestros
seres queridos o en constante comunicación con ellos, con comida, electricidad,
agua corriente y numerosas oportunidades para divertirnos, orar, pensar, etc. Porque,
si en lugar de mirar hacia arriba, donde siempre veremos personas que están mejor
que nosotros, mirásemos hacia abajo con ternura y compasión, nos daríamos
cuenta de que nuestra situación es, como mínimo, privilegiada. Es entonces
cuando caemos en la cuenta de que tenemos que ser humildes de corazón, como Jesús,
que pudiendo salvarse de tan vil y cruel maldad por parte del hombre con un
simple chasquido de dedos, prefirió sufrir hasta el límite las consecuencias de
su falta de humildad, de su creerse dios y señor de todo.
En segundo lugar, porque tenemos
la oportunidad de llevar nuestra propia cruz, acompañando así a Cristo, que
carga con la suya, siempre más pesada. Porque ante una situación de crisis,
nuestra actitud será la que haga que nuestro paso por ella sea todo un tormento
o, por el contrario, una experiencia enriquecedora, de superación y de
crecimiento personal. En estos días, en que veremos, sin duda alguna, a muchas
personas saltarse las normas ciudadanas y el confinamiento para salir a las
calles en procesión o para participar de algún acto de culto público, tenemos
que ser conscientes de que, como Iglesia en el mundo que somos, en lugar de ser
motivo de crítica por saltarnos las normas básicas de convivencia, ponernos en
peligro y poner en peligro a los demás, tenemos la obligación de colaborar, ser
ejemplo y evangelizar con nuestras obras. Y si no debemos ser motivo de
escándalo, es porque detrás de nosotros tenemos una institución que nos
representa a todos, la Iglesia, a la que manchamos o ensalzamos con nuestros
actos particulares. Es por ello que nuestros ímpetus y tentaciones no deben
tener más peso que nuestro sentido común. Y como tragarnos el orgullo es,
quizás, uno de los retos más difíciles para el hombre, intentar practicar las
virtudes de las que hablábamos antes (la humildad y la aceptación), será, sin
duda, una gran cruz con la que podamos acompañar a Cristo esta Semana Santa. Esa
será la diferencia que marca la verdadera fe del fanatismo religioso.
Y en tercer lugar, porque esta
situación tan especial nos ayudará a distinguir entre lo esencial y lo
accesorio en nuestras vidas y en nuestro camino de seguimiento a Jesús. Porque si
lo esencial para nosotros son las velas, los pasos de madera y los trajes, no
habremos comprendido nada, pues lo esencial de nuestra vida va más allá de la
madera, la cera y las telas bordadas. Lo esencial de este tiempo fuerte de Semana
Santa es Cristo, su entrega por nosotros en la Cruz y el sentido que adquiere
nuestra vida a partir del momento crucial en que, el domingo de resurrección,
se levanta de su lecho de muerte, derrotándola para siempre y para todos, los
de antes y los de después, los que lo conocieron y los que no. Lo esencial en
nuestras vidas es Cristo resucitado y su entrega por nosotros, por ti y por mí,
por todos y cada uno de nosotros, al suplicio más grande jamás conocido. ¿Te lo
crees? Y todo esto, sencillamente, por amor, palabra clave que no debemos
olvidar nunca, pues en ella se fundamenta nuestra fe: en el amor a Dios y el
amor al hermano, especialmente al que sufre.
Pues que en estos días tan
señalados no perdamos la esperanza y que hagamos de esta Semana Santa 2020 la
mejor Semana Santa de nuestras vidas.
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