Por la señal de la Santa Cruz...
Señor mío Jesucristo...
Monición
inicial: Con la celebración del Vía Crucis, los cristianos no
recordamos simplemente el camino que recorrió Jesús hasta el lugar del
suplicio. Además de eso, creemos que cada uno de sus pasos, gestos y palabras, así
como los de aquellos que formaron parte de este drama, nos hablan continua y
directamente al corazón, de modo que la Pasión, muerte y resurrección de Jesús
nos revelan no solo la verdad sobre Dios, sino también el sentido de nuestra vida.
Reflexionemos con particular intensidad sobre el
contenido de aquellos acontecimientos para que nos hablen a la mente y al
corazón en el día de hoy, haciéndonos conscientes de nuestra responsabilidad en
estos momentos tan especiales de crisis sanitaria que el mundo entero está
atravesando y siendo partícipes del cambio que este mundo necesita mediante
nuestra entrega, ejemplo y oración. Y porque nuestro «participar» significa
tener y tomar parte en la Cruz de Cristo, aprendamos también nosotros a cargar
nuestras propias cruces, especialmente ahora, en las circunstancias actuales de
dolor que nos ha tocado vivir. Caminemos en esta peregrinación que es la vida,
imitando a aquel que «soportó la cruz sin
miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios» (Hb 12,
2).
Silencio
y oración (de san Juan Pablo II)
Señor Jesús, te
pedimos que inundes nuestros corazones con la luz de tu Santo Espíritu para
que, siguiéndote en tu último camino hacia el Calvario, seamos conscientes de cuál
es el precio de nuestra redención y dignos de participar en los frutos de tu
pasión, muerte y resurrección. Tú que
vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Primera
Estación: JESÚS ES CONDENADO A MUERTE
V.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
«¡Reo
es de muerte!», dijeron los miembros del Sanedrín. Y como
no tenían poder para ejecutar a nadie, lo llevaron de la casa de Caifás al
Pretorio. Pilato no encontraba razones para condenar a Jesús, e incluso trató
de liberarlo, pero ante la presión amenazante del pueblo e instigado por sus
jefes, que gritaban: «¡Crucifícalo,
crucifícalo! ¡Si sueltas a ése, no eres amigo del César!», pronunció la
sentencia que le reclamaban y les entregó a Jesús, después de azotarlo, para
que fuera crucificado.
El evangelista san Juan nos dice que María estaba junto a
Jesús, al pie de la cruz. Y hemos de suponer que también estuvo muy cerca de su
Hijo a lo largo de todo el Vía Crucis. La cercanía de una madre es la muestra
de amor más clara que los hombres podemos percibir con nuestros sentidos. Una
cercanía que no tiene fin, que dura lo que dura la vida y que es una analogía
evidente del amor que Dios tiene por sus hijos, aunque a veces nos cueste
notarlo, como en estos momentos en los que la enfermedad azota al planeta
entero.
Que el Señor nos conceda que nuestra confianza no decaiga
y seamos conscientes de que, como María al pie de la cruz, Dios permanece junto
a cada uno de nosotros y no nos abandona jamás, sino que se hace presente en el
personal sanitario, en los que están en «primera línea de batalla», desde el
policía que vela por nuestra seguridad en las calles hasta el repartidor o el
basurero que hacen que nuestra vida sea más fácil.
Padrenuestro.
Señor,
pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto: Caminaré
en presencia del Señor (2 veces)
Segunda
Estación: JESÚS CARGA CON LA CRUZ
V.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Condenado a muerte,
Jesús quedó en manos de los soldados del procurador, que lo llevaron consigo al
Pretorio y, reunida la tropa, hicieron mofa de él. Llegada la hora, le quitaron
el manto púrpura con que lo habían vestido para la burla, le pusieron de nuevo
sus ropas, le cargaron la cruz en que había de morir y salieron camino del
Calvario para crucificarlo.
El peso de la cruz es excesivo para las mermadas fuerzas
de Jesús, el cual se ve reducido a una simple marioneta para el disfrute de la
plebe y de sus enemigos. Sin embargo, Jesús se abraza con fuerza a la cruz para
cumplir hasta el final la voluntad del Padre. Se convierte así en un ejemplo de
incalculable valor para nosotros, en modelo de humildad y entrega, en espejo en
el que mirarnos cuando, ante los azotes de la vida, nos doblamos como juncos.
Pero Él nos dice constantemente: «Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada
día, y sígame». Y con estas palabras nos anima a seguirle e imitarle, nos
da fuerza en los momentos de debilidad y nos conforta en la tribulación.
Que el Señor nos ilumine para que, en estos momentos de
crisis sanitaria, miremos a la cruz de Cristo para encontrar en ella nuestra
fuerza y nuestro consuelo, pidiendo al crucificado que sea también fuerza y
consuelo para aquellos a quienes la crisis del coronavirus ha azotado con más
fuerza: los fallecidos, los enfermos y sus familias.
Padrenuestro.
Señor,
pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto:
Perdona a tu pueblo Señor, perdona a tu pueblo, perdónale Señor.
Tercera
Estación: JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
V.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Nuestro Salvador y
Señor Jesucristo, agotadas ya las fuerzas por la sangre perdida en la
flagelación, debilitado por la crueldad de los sufrimientos físicos y morales
que le infligieron aquella noche, en ayunas y sin haber dormido, apenas pudo
dar algunos pasos y pronto cayó bajo el peso de la cruz. A la caída se
sucedieron golpes e imprecaciones de los soldados, así como risas y expectación
por parte del público. Jesús, con toda la fuerza de su voluntad y mucho
esfuerzo, logró levantarse para seguir su camino.
Isaías había profetizado de Jesús: «Eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que
soportaba». El peso de la cruz nos hace tomar conciencia del peso de
nuestros pecados e infidelidades. ¿Cuántas de estas ingratitudes mías están
figuradas en ese madero? Cuando vivimos la vida de espaldas al pueblo que
sufre, cuando apartamos nuestra vista del pobre y del enfermo, cuando
preferimos satisfacer nuestros propios deseos y comodidades a sabiendas de que
muchos no tienen ni tendrán jamás las cosas que nosotros poseemos y las
oportunidades de las que nosotros gozamos, ¿no estamos cargando más y más de
peso la cruz de Jesús? Sin embargo, ¡es tan poco lo que Él nos pide!:
simplemente un poquito de nuestro tiempo para orar por los enfermos, por los
que sufren y por los que no tienen la dicha de conocerle.
Que el Señor nos conceda el don de la oración, una oración
sincera que, en estos momentos tan difíciles, se vuelque totalmente hacia
aquellos que, como Jesús camino del Calvario, están soportando todo el peso de
la crisis sanitaria que nos asola, para que el Señor les conceda la fortaleza y
la templanza necesarias para llevar los pasos de nuestra sociedad hacia buen
término.
Padrenuestro.
Señor,
pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto:
Cristo te necesita para amar, para amar.
Cristo te necesita para amar (2 veces)
Cuarta
Estación: JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE
V.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
En su camino hacia el
Calvario, Jesús va envuelto por una multitud de soldados, jefes judíos y pueblo
en general, entre los que, sin duda, se encontraba también gente de buenos
sentimientos. Y entre todos ellos está María, que no aparta la vista de su
Hijo, quien, a su vez, la ha visto entre la muchedumbre. Y sus miradas se
encuentran: la de la Madre, que ve a su Hijo destrozado; la de Jesús que ve a
su Madre triste y afligida. Y en cada uno de ellos el dolor se hace mayor al
contemplar el dolor del otro, a la vez que ambos se sienten consolados y
confortados por el amor que se transmiten.
Nos es fácil adivinar lo que padecerían Jesús y María en
semejantes circunstancias. Esta es, sin duda, una de las escenas más emotivas
del Vía Crucis, porque aquí se añaden al cúmulo de dolores ya presentes el dolor
compartido por una madre que ve sufrir a su hijo y un hijo que palpa el dolor
de su madre, sin que ambos puedan hacer nada para aliviar ese sufrimiento. Sabiendo
que el amor de una madre no tiene límites y que sería capaz de cualquier cosa
con tal de aliviar el sufrimiento de su hijo, comprendemos mejor la misión
corredentora de María, misión que va asumiendo en el acompañamiento a Jesús en
su sacrificio. Y podemos imaginar el olvido de sí de Jesús en ese momento en
que se entrecruza su mirada con la de su madre. A buen seguro entenderemos cómo
el dolor de las múltiples laceraciones, golpes y magulladuras que se habían
posado sobre su maltrecho cuerpo pasarían desapercibidas en el instante que
duró esa mirada, instante en el que debió de parecer que el mundo entero se
paraba.
Que el Señor nos conceda tener sentimientos de compasión
y de dolor compartido frente al drama del hermano que sufre a causa de la
epidemia del coronavirus, sobre todo de aquellos a quienes, además, esta
sociedad hiere con dureza por ser pobres. Ellos nos miran como esperando de
nosotros que les devolvamos una mirada cómplice en la que les digamos: aquí
estoy. Que nuestra oración sirva de consuelo para esos hermanos heridos de
muerte.
Padrenuestro.
Señor,
pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto:
Mientras recorres la vida, tú nunca solo estás.
Contigo por el camino, Santa María va.
Ven con nosotros a caminar, Santa María ven.
Ven con nosotros a caminar, Santa María ven.
Quinta
Estación: JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRENEO
V.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Tras la primera caída
de Jesús, se puso de manifiesto su agotamiento. Temerosos de que la víctima
sucumbiese antes de hora, los soldados pensaron en buscarle un sustituto.
Entonces, un centurión obligó a uno que pasaba por allí, un tal Simón de
Cirene, a que tomara la cruz sobre sus hombros y siguiera a Jesús. Tal vez
Simón tomó la cruz de mala gana y a la fuerza, pero luego, movido por el
ejemplo de Cristo y tocado por la gracia, la abrazó con resignación y amor,
siendo para él y sus hijos el origen de su conversión.
El Cireneo es el primer imitador de Cristo, pues toma
sobre sus hombros la cruz y, sintiendo su peso, le sigue. ¡Qué gran imagen
cuando se contempla con los ojos despiertos! El ejemplo de Simón nos invita a ser
también nosotros portadores de nuestras propias cargas, y no solo de las
nuestras, sino también las de los más débiles, las de quienes sufren. Porque en
los que más sufren se manifiesta con más claridad Jesús que, cargado con la
cruz, precisa de nuestra ayuda.
Que el Señor nos conceda la gracia de no pasar por alto
la voz del que clama, para que lo veamos siempre reflejado en el rostro de los
que más sufren, especialmente en todos los afectados por la epidemia del coronavirus,
para que nuestra oración sea más y más abundante, de modo que se convierta en
nuestra mejor arma para participar en la lucha desde la retaguardia y sirva de
aliento y sustento espiritual para toda esa buena gente que está soportando tan
valientemente el peso de esta batalla en primera línea.
Padrenuestro.
Señor,
pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto: Mi
alma espera en el Señor. Mi alma espera en su Palabra.
Mi alma aguarda al Señor, porque en Él está
la salvación.
Sexta
Estación: LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS
V.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Dice el profeta
Isaías: «No tenía apariencia ni presencia.
Desecho de hombres, varón de dolores, como uno ante quien se oculta el rostro y
despreciable, no lo tuvimos en cuenta». ¿No es, acaso, la descripción
profética de Jesús camino del Calvario? Pero una mujer del pueblo, llamada Verónica,
se abrió paso entre la muchedumbre llevando un lienzo con el que limpió el
rostro de Jesús. El Señor, como respuesta de gratitud, dejó grabada en él su
Santa Faz.
A poco que seamos observadores, podremos descubrir el
rostro de Cristo grabado a fuego, no en un paño de lino, sino en tantos
hermanos que nos rodean y que comparten la Pasión del Señor, cada uno a su
modo. Las mujeres, una vez más, nos dan siempre las mejores muestras de piedad.
Nadie como una mujer para darse cuenta de qué hace falta en cada momento. Jesús
tiene la cara cubierta de sangre, sudor y lágrimas que le dificultan la visión.
El sabor salado de su propio sudor va entrando por la comisura de sus labios,
mezclado con el agrio de su propia sangre. Ese extraño sabor, desconocido hasta
entonces, le hace entender gravemente que su fin está cerca, que el fin de su
vida terrena está a punto de llegar.
Que el Señor nos dé la gracia de estar siempre atentos al
dolor del hermano, de modo que nunca pase desapercibido ante nosotros. Que nos
conceda la dicha de no ser tardos en prestar ayuda al necesitado, aunque los
escrúpulos a veces nos impidan acercarnos al que suda o sangra. Eso es lo que
están haciendo miles y miles de médicos y sanitarios de todo el mundo ante las
cantidades ingentes de enfermos que les llegan en masa, aun a pesar de ser
focos de contagio de esta enfermedad del coronavirus. Que, como la Verónica, no
dudemos en prestar nuestra atención y de ofrecer nuestra oración sin pararnos a
pensar en las consecuencias que ello nos pueda traer.
Padrenuestro.
Señor,
pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto:
Danos un corazón grande para amar.
Danos un corazón fuerte para luchar
Séptima
Estación: JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
V.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Tomando de nuevo la
cruz, Jesús la llevó a cuestas por una calle que daba a una de las puertas de
la ciudad. Pero extenuado, ya sin fuerzas, cayó por segunda vez bajo el peso de
la cruz. Faltaba poco para llegar al sitio en que tenía que ser crucificado.
Sin embargo, empeñado en llevar a cabo hasta el final los planes de Dios, logró
reunir fuerzas, levantarse y proseguir su camino.
Nada tiene de extraño que Jesús cayera de nuevo, pues su
estado era terrible. Pero, a pesar de lo frágil de la condición humana, no han
de desmoralizarnos las flaquezas ni las caídas cuando seguimos a Cristo, por
pesada que sea nuestra cruz. Jesús, por los suelos una vez más, ni se rinde ni
abandona sin llevar hasta las últimas consecuencias su cometido. Nos está
diciendo así que, para Él, lo verdaderamente grave no es el caer, sino el no
levantarse.
Que el Señor nos ayude a reparar en cuántas son las
personas que se sienten derrotadas y sin ánimo para reemprender el seguimiento
de Cristo, para que nuestra actitud ante los problemas de los demás sea la de
tender una mano amiga que ayude a salir de la postración. Esas personas son las
que están atravesando ahora mismo la enfermedad del coronavirus, así como sus
familiares, muchos de los cuales se sienten agotados, sin ganas ni fuerzas de
continuar porque ni siquiera pueden estar ahí para tender la mano a su propia
familia por el grave peligro de contagio. Que nos ayude también a levantarnos
cuando seamos nosotros esas personas sin ánimo ni fuerzas que no desean
continuar cargando la propia cruz porque creen que ya nada merece la pena.
Padrenuestro.
Señor,
pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto: Sí,
me levantaré. Volveré junto a mi Padre (2 veces)
Octava
Estación: JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN
V.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Dice san Lucas que a
Jesús, camino del Calvario, lo seguía una gran multitud y que unas mujeres se
lamentaban por Él. Jesús, volviéndose a ellas les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y
por vuestros hijos». Añadió después que, si la ira de Dios se ensañaba con
el Justo, ya podían imaginarse cómo lo haría con los que de verdad eran culpables.
Como en la vida misma, mientras muchos espectadores se
divierten con lo tétrico de la escena y lanzan insultos contra Jesús, algunas
mujeres, desafiando las leyes que lo prohibían, tienen el valor de protestar y lamentar
la suerte del condenado. ¡Cómo no! Una vez más son las mujeres, esas mismas que
no cuentan para nada porque están en el escalón más bajo de la sociedad, las
que tienen la delicadeza y el detalle de descubrir esa verdad que, para la
mayoría de los hombres, permanece siempre velada. Jesús, sin duda, agradeció
los buenos sentimientos de aquellas mujeres. Por eso, movido de amor hacia
ellas, quiso orientar sus corazones hacia su conversión y la de sus hijos, pues
eso es lo que de verdad importa.
Que el Señor nos conceda ser conscientes de que, en
nuestra escala de valores, lo prioritario es siempre Jesús. Y que esa primacía
de su divina Persona nos haga ser partícipes mediante nuestra entrega en la
construcción de un mundo mejor, tal y como están haciendo numerosas personas
para sacar adelante nuestros países, nuestra economía y hasta nuestra propia
subsistencia. Repartidores, transportistas, basureros, personal de limpieza,
cocineros, cuidadores y un sinfín de oficios que normalmente pasan
desapercibidos o nos parecen incluso indignos, son ahora las tablas de
salvación a las que se suben los que están en los puestos más altos de la
sociedad. Que esto nos sirva como ejemplo para darnos cuenta de quién depende
de quién y de la importancia de la comunión entre personas para que,
verdaderamente, la vida sea ese proyecto de amor querido por Dios.
Padrenuestro.
Señor,
pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto:
Solo Él, mi Dios, que me dio la libertad.
Solo Él, mi Dios, me guiará.
Novena
Estación: JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
V.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Una vez llegado al
Calvario, cerca del lugar en que iba a ser crucificado, Jesús cayó por tercera
vez, exhausto y sin las más mínimas fuerzas ya para levantarse. Las condiciones
en que venía y la cuesta por la que había tenido que subir cargando la cruz
habían acabado con su aliento. Sin embargo, había cumplido con su firme decisión
de llevar adelante el plan de Dios, alcanzando a llegar así, aunque a costa del
total agotamiento, al altar en que había de ser inmolado.
Jesús se gasta por completo, agota la totalidad de sus
facultades, tanto físicas como psíquicas, en el cumplimiento de la voluntad del
Padre. Nos enseña así que hemos de seguirle con nuestra cruz a cuestas, por más
caídas que se produzcan, por empinado que sea el camino, hasta entregarnos en
las manos del Padre, vacíos de nosotros mismos y dispuestos a beber de su mismo
cáliz, que un día también nosotros habremos de beber.
Que el Señor nos infunda la capacidad de recapacitar
sobre el peso del pecado y sus consecuencias, ya que en la base de todo pecado
está ese mismo sentimiento de impiedad que llevó al más justo de los hombres
hasta la muerte ignominiosa de la cruz. Y que nos dé la capacidad de no huir
del que nos necesita, sino más bien de poner todas nuestras fuerzas en el
empeño para acercarnos a él, aunque a veces pueda costarnos incluso la propia
vida. Ejemplo de ello son los numerosos enfermeros y enfermeras que están
siendo contagiados por la enfermedad del coronavirus por cumplir con decisión y
valentía, incluso hasta el final de sus propias fuerzas, su firme propósito de
sacar adelante una situación más fuerte que ellos en solitario, pero completamente
vencible cuando de la comunión brota la unidad y la armonía.
Padrenuestro.
Señor,
pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto: A
ti levanto mis ojos. A ti, que habitas en el cielo.
A ti levanto mis ojos porque espero tu
misericordia.
Décima
Estación: JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
V.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Ya en el Calvario,
antes de ser crucificado, le dieron a beber vino mezclado con mirra. Era esta una
piadosa costumbre judía para aminorar la sensibilidad del que iba a ser
ajusticiado. Pero Jesús no quiso beberlo, sino que prefería mantenerse lúcido y
consciente en los momentos supremos de su sacrificio. Por otra parte, los
soldados le despojaron de sus ropas sin delicadeza alguna, incluso las que
estaban pegadas a la carne viva, para repartírselas.
Debió ser muy doloroso para Jesús ser despojado de sus propios
vestidos, no tanto por estar pegado a las heridas de su espalda como por
comprobar la falta de humanidad a la que es capaz de llegar el hombre, pudiendo
incluso disfrutar con el dolor ajeno. Pero más doloroso debió ser para su
madre, María, que estaba presente y que, al escarnio propio de la cruel procesión
que terminaría con el ajusticiamiento de su hijo, hubo todavía de añadir el
presenciar la burla indecente de quienes lo desnudaban para mofa de los
presentes. ¡Con cuánto amor habría ella querido conservar esas prendas, tal vez
tejidas por sus propias manos, para guardar un recuerdo de su Hijo querido!
Que el Señor nos ilumine para ser nosotros luz para los
demás, porque para abrasar, antes hay que arder. Y para abrasar este mundo, que
tanto necesita del calor de Dios, es necesario que estemos siempre atentos al
dolor de los demás. Porque, como María, son muchas las familias que no han
podido guardar un recuerdo, un último recuerdo de sus seres queridos, que han muerto
solos, abandonados, lejos de sus familiares más cercanos. Que seamos
conscientes de lo afortunados que somos los que no hemos tenido que pasar por
ese trance y que no nos olvidemos jamás en nuestra oración de tantas y tantas
familias que, como María, han tenido que presenciar la muerte de un ser querido
desde lejos y sufriendo la impotencia del que nada puede hacer.
Padrenuestro.
Señor,
pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto: Al
atardecer de la vida me examinarán del amor (2 veces)
Undécima
Estación: JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
V.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Por fin llegó el
momento de la crucifixión. Jesús fue fijado a la cruz con recios clavos de
hierro oxidado que taladraban las plantas de sus manos y pies. Y levantando la cruz,
su cuerpo quedó suspendido para pasar sus últimos momentos de vergüenza
pública, siendo contemplado por todos como si de un vil asesino se tratase,
siendo que era el más justo de los hombres. Sobre su cabeza, el título y la
causa de su condena: «Jesús el Nazareno,
el Rey de los judíos». Y con Él, crucificaron a dos ladrones.
La muerte en cruz era la más cruel e infame de todas las
posibles, reservada únicamente para los más crueles y sanguinarios criminales.
No es necesario explicar lo doloroso de este tormento. Esta muerte, además de
duradera, era terriblemente dolorosa, tanto que ni siquiera podemos hacernos
una idea. Una derrota en toda regla para el ajusticiado, que, impotente, ve desde
lo alto las burlas de sus ejecutores, quedando como última impresión en su
retina esa burla entremezclada con los ojos llorosos de quienes, movidos por la
compasión, no entienden que el ser humano pueda llegar a alcanzar esas cotas de
crueldad.
Que el Señor nos anime a caminar por este valle de
lágrimas, siendo conscientes de que nuestra vida es un peregrinar hacia la casa
del Padre. Que no se nos olvide nunca que la muerte nos espera a todos, que
esta vida, con sus dolores y alegrías, será pasajera, y que la vida eterna nos
espera gracias, precisamente, a la Cruz de Cristo, que ha obrado para nosotros
la redención. Por ello, que nuestra esperanza no decaiga, que confiemos en la
Palabra de Dios, que no caduca, que es veraz, que nos dice, una y otra vez, que
la muerte no es el final. Por eso, roguemos para que los familiares de los
fallecidos por la epidemia del coronavirus se sientan confortados, pues aunque
no hayan podido despedirse de sus seres queridos en esta vida, les aguarda una
vida eterna para disfrutar de ellos y del Padre.
Padrenuestro.
Señor,
pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto: Tu
Palabra me da vida, confío en ti Señor.
Tu Palabra es eterna, en ella esperaré.
Duodécima
Estación: JESÚS MUERE EN LA CRUZ
V.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Tres horas tardó en
morir Jesús. Tres horas de agonía colgado del madero, y tres horas de
espectáculo público, dantesco espectáculo, para su madre y sus amigos. Sin
embargo, hay quien, ni siquiera ante tal escenario, se siente movido a la
compasión. Autoridades religiosas, soldados romanos y multitud de personas
presentes proferían insultos y ultrajes. Sin embargo, de quien menos se
esperaba, de uno de los ladrones que crucificaron junto a Él, surgió un halo de
bondad. Y Jesús, reconociendo en sus palabras su amor y arrepentimiento, le
dijo: «En verdad te digo que hoy estarás
conmigo en el paraíso». Y viendo después a su madre y a Juan con ella, les
dijo: «Mujer, ahí tienes a tu hijo, y tú,
ahí tienes a tu madre». Y viendo que ya todo estaba cumplido, dijo: «Tengo sed». Le dieron vinagre en lugar
de agua, y añadió: «Todo está cumplido»,
para expirar justo después y entregar el espíritu.
La agonía de Jesús nos deja sin palabras. No podemos
comprender hasta dónde es capaz de llegar el hombre, movido por el mal. La
contemplación de Cristo sangrante y agonizante ha quedado fijada en nuestras
mentes y en el recuerdo del pueblo cristiano que, siglo tras siglo, recuerda
tan vil acontecimiento, percibiendo en él no ya el dolor ni la desesperación,
sino el agradecimiento a Jesús por haber bebido su cáliz sin arredrarse y la
dicha de haber recibido nosotros, por los méritos de su muerte, la salvación
eterna.
Que el Señor nos dé una dosis de fe, siquiera como un
granito de mostaza, para comprender y descubrir que la muerte no es el final,
sino más bien el principio de una vida dichosa para quienes creen en el nombre
de Jesús y en su misión redentora. Que la contemplación de los misterios
dolorosos de nuestro Señor Jesucristo nos sirvan para ofrecer nuestros dolores
y mirar siempre hacia abajo, en lugar de hacia arriba, para darnos cuenta de
que nuestra situación siempre es privilegiada con respecto a la de muchos que
nos siguen en padecimientos. Y que los enfermos de coronavirus y sus familiares
tengan la fe firme y las fuerzas suficientes para llevar adelante esta
situación, sabiendo que el Señor nos precedió en este camino que lleva al
Padre, pues Él mismo fue quien lo abrió.
Padrenuestro.
Señor,
pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto:
¡Victoria, tú reinarás. Oh, cruz, tú nos salvarás!
Decimotercera
Estación: JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ Y PUESTO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE
V.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Los judíos rogaron a
Pilato que quebrara las piernas a los crucificados para que no se adentrase el
sábado. Los soldados quebraron las piernas de los dos ladrones, pero a Jesús,
que ya había muerto, le atravesaron el costado con una lanza. José de Arimatea
y Nicodemo pidieron permiso para desclavarlo de la cruz y descolgarlo.
Concedido el permiso, así lo hicieron. Junto a la cruz estaba María, quien recibió
desconsolada el cuerpo inerte de su hijo entre sus brazos.
La imagen de María sosteniendo a su hijo en brazos es
también una escena conmovedora. Se nos parte el alma por el simple hecho de
pensar en que una madre tenga que sostener en sus brazos a un hijo ajusticiado,
sea de la forma que sea, más aún si lo ha sido injustamente. Es la expresión de
piedad y ternura de una madre que ha servido de inspiración a Miguel Ángel para
ofrecer al mundo una representación digna de ser contemplada, para ponernos
frente a ella y preguntarse a uno mismo: ¿Y todo esto por mí? Tremenda
respuesta la que Jesús dio a tal pregunta.
Que el Señor nos anime para ser evangelizadores con obras
y palabras, para atraer a más y más hombres necesitados de Dios a la fuente de
la vida, que es Cristo. Que el Señor nos dé las fuerzas para que, el día que
podamos volver a las calles, seamos sal y luz para un mundo que se ha quedado
mudo ante esta epidemia de coronavirus que ha descargado su furia sobre el
hombre. Que salgamos firmes y decididos a proclamar a los cuatro vientos que no
tenemos miedo a la muerte, porque ha sido vencida por Cristo; y que los
fallecidos en esta crisis sanitaria, en el fondo, han sido unos afortunados,
porque están, sin duda alguna, gozando ya de la vida eterna.
Padrenuestro.
Señor,
pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto:
Hacia ti, morada santa.
Hacia ti, tierra del Salvador.
Peregrinos, caminantes, vamos hacia ti.
Decimocuarta
Estación: JESÚS ES SEPULTADO
V.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Después, José de
Arimatea y Nicodemo tomaron el cuerpo de Jesús de los brazos de María y lo
envolvieron en una sábana. José era dueño de un sepulcro cercano. Y mientras
sepultaban a Cristo, las mujeres permanecían sentadas frente al sepulcro,
observando dónde y cómo quedaba colocado el cuerpo. Después, rodaron una gran
piedra, sellando el sepulcro y volvieron a Jerusalén.
Podemos imaginar que, al rodar la piedra, el interior del
sepulcro quedó en la más absoluta de las tinieblas. Esas mismas tinieblas eran
las que pesaban sobre el corazón de María, abatida por la tristeza y la
soledad. ¡Si al menos hubiera contado con la compañía de su querido esposo
José! Sin embargo, aún entre esas tinieblas que cubrían su corazón, habría de
haber hueco en él para un brillo de esperanza: la esperanza de que su hijo
resucitaría. De alguna manera, ella sabía que con la muerte no había acabado
todo. Como siempre había hecho desde que su hijo era pequeño, guardó esto en su
corazón pacientemente, a sabiendas de que algo estaba a punto de suceder.
Que el Señor nos dé grandes dosis de esperanza en que
esta situación acabará pronto, que la victoria será nuestra y que la sociedad y
el mundo entero tendrá necesariamente que dejar de seguir mirando hacia lo
accesorio de la vida para centrarse en lo esencial, que es el amor,
representado por la entrega suprema de Jesús en la cruz. Que se sirva de
nosotros, los cristianos, como artífices de un cambio radical del mundo, para
transformar esta humanidad que sufre, de modo que ponga sus ojos en el crucificado
y entienda que sólo desde la entrega más absoluta se puede alcanzar la
felicidad plena. Esa misma entrega que han comprobado los Sanitarios, las
Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, los transportistas, suministradores,
agricultores y tantos y tantos gremios que no han parado su actividad, aun a
riesgo de sus vidas, para que el ritmo del mundo se mantenga en unos mínimos
que hagan posible la vida, la salud y la seguridad.
Padrenuestro.
Señor,
pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto: Ubi
caritas, et amor. Ubi caritas, Deus ibi est
Decimoquinta
Estación: JESÚS RESUCITA DE ENTRE LOS MUERTOS
V.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Pasado el sábado, María
Magdalena y otras mujeres fueron al sepulcro. Al llegar, observaron que la
piedra de la entrada estaba corrida. Entraron, pero no vieron el cuerpo de
Jesús. Entonces, un ángel les dijo: «ha
resucitado, no está aquí». Avisados de lo ocurrido, llegaron Pedro y Juan
para comprobarlo. Y comenzaron las apariciones del resucitado. La primera, sin
duda, fue a su Madre; luego a la Magdalena, a Pedro, a los discípulos de Emaús
y a los apóstoles, y así durante cuarenta días. Nadie presenció la
resurrección, pero fueron muchos los testigos de su muerte que lo vieron
resucitado.
La resurrección de Jesús es el culmen de la historia de
la salvación. El plan salvífico no tenía como meta la muerte, sino su derrota: la
vida eterna. Cristo ha regado el mundo con su sangre, redimiendo el pecado de
cuantos han vivido, viven y vivirán sobre la faz de la tierra, resucitándolos
en el último día. Él es el fundamento y el fundador de la Iglesia, su cuerpo
místico y nuestra madre, que nos guía con ternura para ayudarnos en la
peregrinación de una vida no siempre fácil, pero cargada de sentido cuando
tenemos presente que nuestro Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos.
Que el Señor resucite en el último día a todos los
fallecidos por coronavirus, gracias al poder que Cristo ha conferido a su
Iglesia y al papa Francisco, que ha abierto las puertas del cielo a todos los
que han perdido su vida por causa de esta enfermedad. Que aumente en nosotros
la fe, la esperanza y el amor, para que seamos dignos heraldos del Evangelio
allá donde vayamos, siendo fermento en una masa social que tanto necesita de
levadura evangélica.
Padrenuestro.
Señor,
pequé (Tened piedad y misericordia de mí)
Canto: Un
mandamiento nuevo nos dio el Señor:
que nos amáramos todos, como Él nos amó,
que nos amáramos todos, como Él nos amó.
ORACIÓN FINAL
Oremos: Señor Jesús, que nos has concedido la gracia de acompañarte junto a María durante los misterios de tu pasión y muerte, permítenos que lo hagamos también en tu resurrección, de modo que nuestros caminos ásperos de la vida se conviertan en sendas de amor y paz a nuestro paso. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Martín Bermejo Dominguez
Semiario de Coria-Cáceres
Semana Santa 2020
Gracias Martin. ¡Dios te bendiga!
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