Después de un
primer día de infarto, entre la multitud de visitas y el calor que hizo, no
hace falta decir que dormimos del tirón. Los israelitas cenan muy temprano, y a
eso de las 19:30 ya estábamos frente a la mesa. El hotel Plaza Nazaret fue
nuestro alojamiento durante dos días, ayer y hoy. Ya al día siguiente partiríamos hacia Jordania, por lo que tendríamos varias horas de viaje por
delante. Por tanto, hoy tocaba despedirse de Galilea, pero lo haríamos a lo
grande. Nos levantamos temprano, pues desde las 6:00 está ya puesto el desayuno
y a las 7:30 teníamos que estar todos en el autobús para que Murat nos llevase
al primer destino: el Monte Tabor, lugar de la transfiguración de Jesús. Allí
visitamos la Basílica de la Transfiguración, custodiada por los franciscanos, y
disfrutamos de unas fantásticas vistas a toda la llanura de Esdrelón.
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Basílica de la Transfiguración |
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Vistas a la llanura de Esdrelón |
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Celebración eucarística |
Los
evangelistas no lo nombran expresamente, pero con sus casi 600 metros sobre el
nivel del mar, el Monte Tabor descuella con respecto a las colinas de la zona,
siendo visible desde toda la llanura y desde Nazaret. Por eso, san Marcos y san
Mateo identifican el lugar cuando afirman que «Jesús tomó consigo a Pedro, a
Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto» (Mt 17,
1; Mc 9, 2). Y en efecto, el Tabor no solo está aislado del resto de accidentes
geográficos circundantes, sino que es el lugar más alto de la zona. Pues bien,
en este monte Jesús se transfiguró delante de Pedro, Santiago y Juan. Allí se
aparecieron Moisés y Elías, es decir, los representantes máximos de la Ley y de
los Profetas. Por tanto, Jesús es encumbrado por encima de la Antigua Alianza,
siendo corroborado por la voz de Dios.
«…tomó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió
a lo alto del monte para orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió
y sus vestidos brillaban de resplandor. De repente, dos hombres conversaban con
él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que
él iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero
se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.
Mientras estos se alejaban de él, dijo Pedro a Jesús: “Maestro, ¡qué bueno es
que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra
para Elías”. No sabía lo que decía. Todavía estaba diciendo esto cuando llegó
una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la
nube. Y una voz desde la nube decía: “Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo”.
Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y,
por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto». (Lc 9,
28-36; Mt 17, 1-9; Mc 9, 2-10).
Pues así de
agustito, como lo estaba Pedro, lo estábamos también nosotros. Allí celebramos
la Eucaristía, en un enclave inigualable y en un clima de oración y respeto que
ayudaba a la contemplación de lo que allí sucedió. Se le ponen a uno los pelos
de punta solo de pensar en ello, y en que nosotros estamos aquí, hic, como
diría el padre Jaime. A buen seguro, más de uno habríamos hecho una tienda para
permanecer durante más tiempo en ese histórico lugar, más aún con el tan
fantástico día que nos había salido. Pero por desgracia, como diría Freddie
Mercury, The show must go on (el espectáculo debe continuar). Y es que nos
esperaba un largo viaje por delante, teniendo que cruzar la frontera de Sheikh
Hussein, con todos los trámites que eso conllevaba. Pero antes, no podíamos
pasar por alto una visita obligada, que no estaba programada y que nos
retrasaría más de una hora, pero que Jaime y yo sabíamos que no podíamos dejar
atrás, en beneficio de todos los peregrinos. Me refiero al río Jordán, donde
llevaríamos a cabo uno de los actos más emotivos y bonitos de la peregrinación:
la renovación de nuestro bautismo en el mismo río en el que se bautizó Jesús. Y
así lo hicimos, entrando en las aguas del río hasta las rodillas y siendo
bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo con una
solemnidad y recogimiento acordes al lugar donde nos encontrábamos. Por
supuesto, pudimos recoger agua del río más emblemático del mundo para llevarla
a casa y guardarla en espera de pueda ser utilizada en algún bautizo.
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Río Jordán |
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Zona de los bautismos |
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El padre Jaime bautizando a una peregrina |
Ya en el
autobús, nos dirigimos a la frontera entre Israel y Jordania. A partir de ese
momento nos adentraríamos en un país totalmente distinto a Israel, con la
totalidad de su población de origen árabe y que se caracteriza por sus grandes
extensiones desérticas, magníficos monumentos y reservas naturales y, por
supuesto, la maravilla natural de Petra, la ciudad nabatea por excelencia de la
que hablaremos más abajo. Por ahora, tenemos que hacer un alto en el camino
para hablar de una persona que se convertiría, sin lugar a dudas, en la
sensación de nuestra estancia en Jordania. Me refiero a María, o como
a mí me gustaba llamarla, María de Jordania, aunque es granadina. Ella es la
verdadera maravilla de Jordania, la que nos ha cautivado tanto como la Ciudad rosada.
La primera
imagen que tengo de María es la de una mujer «de armas tomar». Ya nuestro
primer encuentro fue algo accidentado, porque como llegábamos hora y media
tarde por culpa de haber parado en el Jordán, sin posibilidad de avisarla, nos
recibió con unos aspavientos y modales algo airados. Se notaba a la legua que
tenía un cabreo monumental. Vamos, que nos puso firmes y hasta nos metió el
miedo en el cuerpo al decirnos que la cosa habría sido más fácil de haber
llegado a la hora convenida, pero como éramos unos tardones, ahora se
complicarían los trámites. Pronto, sin embargo, sacó a relucir su lado más
amable y, más calmada por las palabras balsámicas del padre Jaime, nos ayudó a
hacer los trámites con una facilidad pasmosa, hasta el punto de que reservó dos
filas del control de aduanas solo para nosotros. Ahí fue cuando nos dimos
cuenta de que esta mujer tiene mano con las autoridades jordanas. Lo que no
sabíamos entonces era hasta qué punto, pues parecía que en la aduana era ella
la que mandaba.
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María del Pilar, nuestra guía en Jordania |
Pasados los
trámites rutinarios de control, dejamos a Murat en Israel y nos embarcamos en
un nuevo autobús, con María como copiloto. Desde entonces tomaría el micrófono
y ya no lo soltaría hasta el fin de nuestro periplo jordano. Y nos dirigimos a
Jerash, la famosa Gerasa de la Decápolis, la ciudad romana más importante y
mejor conservada de toda Jordania. Allí se encuentran muy bien conservados sus
vestigios romanos, unas ruinas que dejan con la boca abierta al visitante por
su magnanimidad y sofisticación. Comenzamos entrando por la majestuosa Puerta
de Adriano, recorriendo después el Cardo hasta llegar a la Plaza de las
Columnas, las famosas Termas, el Teatro y los restos de algunas iglesias
bizantinas. No hace mucho que se descubrió el fantástico solado empedrado,
aunque se nota un cierto abandono a lo largo del recorrido, llegando a
encontrarnos capiteles, arcos, basas y columnas esparcidos por todos lados, sin
que parezca que hay un plan de reconstrucción y reubicación de tantas y tantas
piezas fuera de su lugar original. En cualquier caso, la contemplación de este
entorno histórico denota que el enclave fue de gran importancia estratégica
para Roma.
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Puerta de Adriano |
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Plaza de las columnas |
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Ruinas romanas |
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Estado actual del entorno |
Y por si teníamos alguna duda, hay que decir que esta ciudad también
la pisó Jesús, como se deja ver en el Evangelio de Mateo, aunque ciertamente
parece que no le dejaron estar allí por mucho tiempo.
«En aquel tiempo, llegó Jesús a la otra
orilla, a la región de los gerasenos. Desde el cementerio, dos endemoniados
salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por
aquel camino. Y le dijeron a gritos: “¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios?
¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?” Una gran piara de cerdos a
distancia estaba hozando. Los demonios le rogaron: “Si nos echas, mándanos a la
piara”. Jesús les dijo: “Id”. Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara
entera se abalanzó acantilado abajo y se ahogó en el agua. Los porquerizos
huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados. Entonces
el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se
marchara de su país. (Mt 8, 28-34)
Terminada la
visita, nos subimos al autobús y, tras comer en un restaurante en el camino,
nos dirigimos hacia Petra, la capital nabatea que data del siglo III a.C., y
que es más conocida como la “Ciudad rosada”, pues está excavada en acantilados
y rocas de esa arenisca roja sedimentaria tan propia del desierto y que, un
día, fue un lecho marino. Tras varias horas de viaje, amenizadas por las historias
sobre Jordania que nos contaba María, llegamos al Petra Moon, nuestro hotel. En
esa noche, que separaba el viernes del sábado, pudimos disfrutar de una
magnífica cena en una imponente terraza con vistas a la ciudad, edificada en la
ladera de una larga cordillera y en su valle. La vista era magnífica, y la cena
también. Y nos fuimos a la cama porque el día siguiente prometía. No todos los
días uno puede ver una de las siete maravillas de la humanidad. Pero eso
corresponde al siguiente día.
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Reponiendo fuerzas en la terraza del Hotel Petra Moon |
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