Con pocas
horas de descanso, pero muy bien aprovechadas, bajamos a desayunar con
mucha ilusión, como si fuésemos niños pequeños. Aún no teníamos ni idea de qué
nos encontraríamos durante la jornada, de cómo serían las calles de Israel o
del ambiente que se respiraría en sus calles. Y es que uno viene muy influido
por los medios de comunicación y por los
comentarios de tantas y tantas personas que, cuando uno viene aquí, lo
primero que le dicen es: ¡ten cuidado! Como si venir aquí fuese un acto casi
suicida. Pronto nos daríamos cuenta de que la cosa no era para tanto.
El desayuno
estaba listo desde las 6:00 y la salida en bus se programó a las 7:30. Cuando
estuvimos todos, partimos rumbo a nuestro primer destino: Caná de Galilea. No
estaba muy lejos, aproximadamente unos diez kilómetros, que se nos hicieron
cortos, ya que Jaime nos iba explicando cosas durante el trayecto. Lo que más nos
impresionó en un momento dado fue descubrir frente a nosotros el Monte
Tabor, que visitaríamos al día siguiente. Solo el hecho de escuchar pronunciar
ese nombre y verlo tan prominente y destacado por detrás de los
edificios de Nazaret, hizo que a más de uno se nos erizaran todos los pelos del
cuerpo. Y con ese regustillo a transfiguración, terminamos por llegar a la Basílica
de Caná, la cual está bajo la custodia de los padres franciscanos desde hace
tres siglos.
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Las explicaciones del padre Jaime |
Fue curioso el
hecho de que nuestra primera visita fuese precisamente al lugar donde Jesús
realizó su primer milagro, el de la conversión del agua en vino. Era en un
contexto de bodas, las bodas de Caná, y por eso este lugar es especial para
llevar a cabo un rito muy bonito: la renovación de las promesas
matrimoniales.
«Se celebraron unas bodas en Caná de
Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús también fue invitado con sus
discípulos. Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: “No tienen vino”.
Jesús le respondió: “Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha
llegado todavía”. Pero su madre dijo a los sirvientes: “Hagan todo lo que él
les diga”. Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de
purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús dijo
a los sirvientes: “Llenen de agua estas tinajas”. Y las llenaron hasta el
borde. “Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete”. Así lo
hicieron. El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su
origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al
esposo y le dijo: “Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han
bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el
buen vino hasta este momento”. Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo
hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en
él. Después de esto, descendió a Cafarnaúm con su madre, sus hermanos y sus
discípulos, y permanecieron allí unos pocos días». (Jn 2, 1-12)
Y como
reviviendo ese mismo espíritu de unión conyugal que impregna este lugar, varios
matrimonios fueron invitados por el padre Jaime a subir al presbiterio para
celebrar un sencillo y emotivo rito de renovación matrimonial, el cual
seguramente no olvidarán los que lo llevaron a cabo. Y tras recibir la
correspondiente bendición y echarnos la primera foto grupal, todos los
peregrinos visitamos las ruinas arqueológicas de los restos de una iglesia
bizantina bajo la actual Basílica.
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Los matrimonios que renovaron sus promesas matrimoniales |
Sin perder
mucho tiempo, nos encaminamos de nuevo al autobús, que nos esperaba para
llevarnos al Monte de las Bienaventuranzas. Allí, nada más llegar, el padre
Jaime nos reunió a todos para darnos una explicación de lo que veríamos dentro
del templo y en los alrededores. Y si bien las construcciones modernas
entorpecen la imaginación, los lugares abiertos, las colinas y los espacios
vírgenes le dan rienda suelta para que uno se aísle, mire a su alrededor y
piense: ¡aquí predicó Jesús su más famoso sermón!
«Viendo Jesús a todo
este gentío se subió a un monte, donde habiéndose sentado se le acercaron sus
discípulos. Y abriendo su divina boca, los adoctrinaba, diciendo: Bienaventurados
los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados
los mansos ó humildes, porque ellos poseerán la tierra. Bienaventurados los que
lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y
sed de la justicia o de ser justos y santos, porque ellos serán saciados. Bienaventurados
los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los
que tienen puro su corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los
pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que
padecen persecución por la justicia o por ser justos, porque de ellos es el
reino de los cielos. Dichosos seréis cuando los hombres por mi causa os
maldijeren y os persiguieren y dijeren con mentira toda suerte de mal contra
vosotros. Alegraos entonces y regocijaos, porque es muy grande la recompensa
que os aguarda en los cielos. Del mismo modo persiguieron a los profetas que ha
habido antes de vosotros. Vosotros sois la sal de la tierra. Y si la sal se hace
insípida, ¿con qué se le volverá el sabor? Para nada sirve ya, sino para ser
arrojada y pisada de las gentes. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede
encubrir una ciudad edificada sobre un monte. Ni se enciende la luz para
ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero, a fin de que alumbre a
todos los de la casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, de manera que
vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos».
(Mt 5, 1-16)
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Basílica de las Bienaventuranzas |
Ese era nuestro deseo como peregrinos: ser sal y luz para este mundo que tanto lo necesita. Y con este espíritu de oración y recogimiento, nos adentramos en el interior del sencillo templete de las Bienaventuranzas, a orillas del Mar de Galilea. Allí encontramos una pequeña basílica de construcción sencilla y planta octogonal, de modo que cada uno de sus ocho lados representa cada una de las ocho Bienaventuranzas. Lo rodea una columnata que, a modo de terraza perimetral, ofrece unas fantásticas vistas al jardín, por un lado, y al Lago de Galilea, por el otro. Se trata de una obra del arquitecto Antonio Barluzzi, construida entre 1936 y 1938, curiosamente, por encargo del fascista Benito Mussolini. Su interior es sencillo, revestido de mármol blanco y con una cúpula dorada que dispone de ocho ventanas decoradas con las palabras de las Bienaventuranzas en latín. En el centro, una especie de altar rematado con un arco superior, ofrece su vista a todos los peregrinos que, sentados a su alrededor, lo contemplan desde cada uno de los lados del octógono.
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Interior del templo |
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Vistas al Lago de Galilea |
Allí pudimos saborear este
hito en la Historia de la Salvación con el que Jesús rompía, de una vez y para
siempre, con la rigidez de la religión normativa e instaurar la Nueva Alianza,
la cual no se caracterizaría más por el rigor del cumplimiento, sino por ser un
bello mensaje de paz y amor que no venía a abolir, sino a dar plenitud a la
Antigua Alianza. Disfrutamos así de una estampa de calma y quietud junto a la
orilla de un lago que parecía gritar a voz en cuello que él seguía siendo el
mismo que navegó Jesús junto con sus apóstoles, que sus aguas tuvieron el
privilegio de acariciar las plantas de sus pies cuando caminaba sobre ellas. Y
en este recogimiento interior, encarnábamos ese mismo espíritu peregrino que ya
Egeria, una española, gallega ella, ¡cómo no!, experimentó allá por el siglo IV
en este mismo lugar. Y siguiendo sus pasos, nos dirigimos hacia el Mar de
Galilea o de Tiberíades, donde nos esperaba una gran sorpresa: ¡navegar por sus
aguas! Pero antes teníamos que visitar otros escenarios también muy
importantes.
El primero de ellos fue Tabgha, donde se produjo la famosa
multiplicación de los panes y los peces. En la Iglesia de la Multiplicación del
Pan y de los Peces, pudimos contemplar cómo se trabajan las teselas una a una
para que, juntas, formen un maravilloso mosaico, el cual no deja de ser una
bella metáfora de lo que la Iglesia misma es: una multitud de hombres y mujeres
que, juntos, forman una bella y armoniosa composición, que tiene algo que decir
al mundo y que espera con paciencia la llegada a la meta gloriosa de la
Jerusalén celestial, destino final de esta peregrinación que es la vida.
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Detalle de los pececillos a la entrada del templo |
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Estanque y olivo a la entrada |
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Interior del templo |
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Restauración de los mosaicos |
Aunque esta iglesia es moderna, está ubicada en el mismo lugar que
las originales del siglo IV. Aquí, y no en otro lugar, se sirvió la más famosa
comida narrada en el Evangelio, aquella que dio para tantos, a pesar de contar
con tan poco que comer. Nada menos que cinco mil personas pudieron experimentar
de primera mano lo que sería el preludio de la Eucaristía, que más tarde se
instituiría en el Cenáculo de Jerusalén.
«Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de
Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían las señales que
realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de
sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar
Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: “¿Donde
vamos a comprar panes para que coman éstos?” Se lo decía para probarle, porque
él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: “Doscientos denarios de pan no
bastan para que cada uno tome un poco”. Le dice uno de sus discípulos, Andrés,
el hermano de Simón Pedro: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de
cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?” Dijo Jesús: “Haced que se
recueste la gente”. Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los
hombres en número de unos cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes y, después
de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los
peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: “Recoged
los trozos sobrantes para que nada se pierda”. Los recogieron, pues, y llenaron
doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los
que habían comido. Al ver la gente la señal que había realizado, decía: “Este
es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo”. Dándose cuenta Jesús de
que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al
monte él solo». (Jn 6, 1-15)
Y proseguimos
nuestro camino, esta vez hacia la misma orilla del Lago de Galilea, a la
Capilla del Primado de Pedro, una pequeña iglesia de piedra negra y ventanas
neogóticas que señalan el lugar donde el Maestro preguntó por tres veces a
Pedro si le amaba más que el resto de
discípulos, una vez por cada vez que éste le negaría después. Y cuando,
al fin, Pedro responde afirmativamente, Jesús le confiere su autoridad,
diciéndole: «apacienta mis ovejas». Allí pudimos contemplar un bloque de piedra caliza que ha sido conservado y del que se dice que fue la mesa del Señor. Y en la orilla del mar de Galilea pudimos mojarnos los pies y,
de alguna forma, pensar que, ¿por qué no?, quizás esa misma orilla fue
pisada por los pies de Jesús. Pero como quedaba mucho aún por ver, no tuvimos
más remedio que hacer un ejercicio de síntesis meditativa, dejar de chapotear y
ponernos en camino hacia el nuevo destino: Cafarnaún.
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Capilla del Primado de Pedro |
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Orilla del Mar de Galilea |
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Mensa Christi |
Cuando Jesús
se enteró de que habían arrestado a Juan, se sintió muy triste y se retiró a
Galilea, yéndose a vivir a Cafarnaún, junto a la orilla del Mar de Galilea, en
territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumpliría lo dicho por el profeta
Isaías. Y así comenzó la historia más grande jamás contada, pues ahí Jesús
empieza a reunir a los que serán sus apóstoles.
«Al enterarse Jesús de que habían
arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún,
junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que
había dicho el profeta Isaías: “País de Zabulón y país de Neftalí, camino del
mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba
en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de
muerte, una luz les brilló”. Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: “Convertíos,
porque está cerca el reino de los cielos”. Paseando junto al lago de Galilea
vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, que estaban
echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: “Venid y seguidme,
y os haré pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo
siguieron. Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de
Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su
padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y
lo siguieron. Recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando la
Buena Noticia del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo. (Mt 4, 12-23)
Vimos las
ruinas de la llamada «Ciudad de Jesús», entre las que se encontraba la casa de
Pedro y la sinagoga en la que, muy probablemente, Jesús leyó el famoso pasaje del
libro de Isaías.
«Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando
el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor sobre
mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha
enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para
dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”.
Enrollando el volumen, lo devolvió al ministro y se sentó. En la sinagoga todos
los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: “Esta Escritura, que
acabáis de oír, se ha cumplido hoy”». (Lc 4, 17-21)
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Cafarnaún, el pueblo de Jesús |
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La casa de Pedro |
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Ruinas de la ciudad |
Y continuamos
rumbo al Lago de Galilea, donde nos esperaba un bonito y sencillo barco que,
sin demasiado éxito, trataba de imitar a los de la época de Jesús. Disfrutamos
de una bonita travesía por el lago, navegando por ese mismo entorno por el que navegaron
los apóstoles y Jesús tantas y tantas veces. Con lo que no contábamos era con
que sería Manolo escolar y su “Que viva España” quien amenizase la travesía, lo
cual no parecía encajar mucho con el espíritu evangélico que nos llevó hasta
allí, ni tampoco animaba a la meditación contemplando el romper de las aguas por el casco del barco tratando de
imaginar cómo lo contemplarían Jesús y sus apóstoles. En fin, fue un detalle de
los patrones del barco, quienes seguramente pensaron que un pasodoble nos
sacaría una sonrisa. Y vaya si lo hizo, aunque al precio de asociar ya para
siempre el Lago de Galilea con Manolo Escobar. Y de allí nos fuimos a comer
para, después, visitar Magdala, donde pudimos ver la capilla «Duc in altum»,
que en latín viene a significar algo así como «ve hacia lo profundo», o «rema
mar adentro». Este nombre está tomado del Evangelio de san Lucas, en el que
Jesús le dice a Pedro: «Rema mar adentro y echad vuestras redes para la pesca»
(Lc 5, 4). Por eso, el altar del templo es, nada más y nada menos, que la
réplica de una barca del siglo I a escala natural. Y después visitamos una
bonita capilla subterránea dedicada a la hemorroísa, en la que un sacerdote
irlandés nos brindó una bonita y graciosa predicación.
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Noah, nuestro barco |
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Vista del Mar de Tiberíades desde el barco |
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Los peregrinos meditando mientras escuchan a Manolo Escobar |
Terminó la
jornada con la última visita, pero una de las más impactantes y esperadas del
día: la Basílica y la Gruta de la Anunciación, en Nazaret. En ella pudimos
celebrar la Eucaristía y pasar por delante del lugar en el que la Virgen María
recibió la visita del Ángel san Gabriel, que le dijo: «Salve, llena de gracia.
El Señor es contigo» (Lc 1, 28). Y ahí pudimos leer la más famosa frase en
latín del mundo: «Verbum caro hic factum est» (el Verbo se hizo carne aquí). Y
desde entonces, el adverbio «hic» se quedaría con nosotros durante el resto de
la peregrinación. Un paseo por los alrededores viendo las distintas
advocaciones que decoran el patio de la Basílica terminó con el rezo de la Salve
Regina ante la portada lateral del tiemplo, en el que está inscrita la oración
mariana.
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Basílica de la Anunciación |
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Vista a la Gruta de la Anunciación |
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Celebrando la Eucaristía |
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Y despidiendo la jornada con el Salve Regina |
Y aquí termina
nuestro primer día de peregrinación, el día en que más cosas vimos y en el que
más emociones nos llevamos a la cama. ¿Será por la importancia de los lugares
visitados? ¿O será por ser el primer día de peregrinación y tener todos las
emociones a flor de piel? Lo que está claro es que el día fue muy emotivo y a
muchos nos hizo vibrar como muy pocas veces lo habíamos hecho antes.
Hola buenas tardes << Las Bodas 💒 de Caná >>. Donde Jesús por la intercesión de su madre, María realizó su primera intervención " El Primer Milagro" convirtió seis tinajas de agua - de 100 litros cada una- en vino 🍷 🍷, catalogado como el mejor vino de la comarca, según testigos presenciales. <>.
ResponderEliminarResulta que allí en ese mismo lugar, en ese mismo sitio, estábamos de 8 a 10 parejas de matrimonios, que fuimos invitados por el Padre Jaime a la renovación de nuestros lejanos y en algunos casos olvidados matrimonios, de ellos, allá... por donde sabe Dios cuando fue.., su celebración.
El mio, mejor dicho el nuestro: Isabel y Vicente, fue maravilloso el día 08/04/1.973, < 50 años >, casi na...!!. No habíamos realizado celebración religiosa para tal día conmemorativa para el acto. Sí algunas comidas con algunos familiares y amigos . Teníamos asimilado, que con algunos actos que ya habíamos celebrados, referente a los matrimonios en diferentes iglesias y celebraciones, a tal efectos, ya estábamos cumplidos.
Resumiendo que sin querer y sin pensarlo hemos realizado un viaje en donde Jesús nos estaba esperando, juntos con todos los Peregrinos de agosto de 2.023 para dar cumplimento a la celebración de los 50 años de la unión matrimonial de: ISABEL Y VICENTE.
Gracias a todos por hacer posible este acontecimiento.