Y digo yo que cómo pongo al día
esto teniendo en cuenta que llevo tres meses sin escribir…han pasado tantas
cosas, que… en fin, veremos…
Bueno, releyendo el capítulo
anterior, os dejé sin saber qué trabajo duro era ese. Pues bien, el mangurrino
se puso a trabajar de “quitanieves”. Ya ves qué original… Bueno, el caso es que
había que hacer algo y le salió la oportunidad de limpiar de nieve las calles,
o mejor dicho, las entradas a los hoteles y edificios. Así los ricachones del
globo que visitan estos lares podrían deslizar sus caros mocasines por un suelo
libre de nieve y no estropear la piel del cocodrilo. El sueldo era bueno, el
trabajo duro… así que todo era positivo.
En esos momentos lo que más
importaba era estar ocupado, más incluso que el dinero. Cuando uno tiene tiempo
libre en un lugar donde lleva ya unos días, no conoce a nadie y se pasa el día
solo, los minutos parecen horas… la cabeza da vueltas y uno empieza a
plantearse para qué ha venido aquí. Afortunadamente el “Kempis” me da consejos
buenos, los mejores…y la paciencia y la providencia son requisitos
indispensables para un buen peregrino. Tuve las dos, más la segunda que la
primera, pero las dos.
Al principio las mañanas eran
duras porque había que despertarse a las cinco de la mañana para estar a las
seis en el trabajo. Esto es así porque a la hora en la que se levantan los
huéspedes de los hoteles tienen que estar despejadas de nieve las calles. Es
todo un espectáculo ver el enjambre de gente que se dedica a esto, unos con
máquinas grandes por las calles, otros con otras máquinas más pequeñas
perfilando los bordes de los caminos, y los demás quitando nieve a mano, o
mejor dicho, a pala, en los lugares donde no entran las máquinas, es decir,
veredas, entradas, porches, caminos y escaleras…. Es toda una delicia que den
las 8 de la mañana y ver pasar a la gente vestida de punta en blanco para ir a
esquiar, pasando por delante de ti y mirándote como si fueras un bicho raro.
Pasan por los caminos que haces y alguno da los buenos días… otros las gracias,
pero los más ni siquiera perciben la presencia de aquellos que abren los
caminos por los que pasan, y eso que mi abrigo rojo es llamativo. Mucho me acuerdo de la "perfecta alegría" de San Francisco cada vez que uno pasa delante sin percibir mi presencia... o, percibiéndola, no haciendo ni caso.
Así estuve por dos meses…hasta
hace poco, pues llegó llegado la primavera y las nieves se quitan solas, sin
palas ni máquinas. La naturaleza terminó el trabajo que nosotros empezamos, si
bien lo comenzó ella también. Y es que Dios ha hecho una máquina perfecta, engranada y ajustada al milímetro, de modo que ni una sola primavera falta que no derrita los hielos invernales, año tras año, siglo tras siglo... y la máquina sigue funcionando como el primer día. Igual que un diseño implica la existencia de un diseñador, una máquina de semejante precisión implica la existencia del maquinista...
Pero seguimos... Lo mejor de este trabajo es que
pagan bien, que a las diez de la mañana estás libre y tienes todo el día por
delante, justo lo que yo no quería. Prefería los días de mucha nieve porque
terminábamos más tarde y no le daba tantas vueltas a la cabeza. Las cosas no
iban muy bien por entonces, no sé si porque era preciso un período de
adaptación o porque quizás me había equivocado por completo. Al final resultó
ser lo primero, lo cual no solo es buena señal, sino que también es un alivio…
los periodos de adaptación son duros, especialmente vividos en soledad. Vine a
Canadá para vivir una aventura, lo que no sabía es que esa aventura iba a ser
desventura, que iba a ser tan dura. Esta vez la jungla no era de vegetación, ni
siquiera de asfalto, era una jungla de nieve, soledad y frialdad, pero no solo
de frialdad climatológica, sino también de esa frialdad propia de las personas
con mucho dinero que se creen superiores a los demás, aunque también tengan
mucho dinero. Aquí todos miran por encima del hombro a todos, y como no se
puede presumir de coche, porque no se pueden conducir por las nevadas calles,
se presume de esquíes, de mono (ojo, de esquiar) o incluso de hotel. No es raro ver
a gente altiva y altanera saliendo por la puerta del hotel con la cabeza
descubierta a 20 grados bajo cero…el caso es que a uno le conozcan. Una vez
fuera del hotel, ya hay que ponerse el gorro o los pelos se vuelven como
alambres. Luego, por la calle, todos son anónimos con el mono (de esquiar), el casco y los
goggles (las gafas de esquí).
Es curioso ver cómo la sociedad
tiene sus marcas, sus señas de identidad y hasta una lógica deductiva. Las
personas actúan no por ellas mismas, sino por lo que quieren aparentar. Solo
viendo a una persona, uno sabe si hace esquí o snowboard, y esto sin traje de
faena, sino de paisano. Los esquiadores visten de marca, con pantalones de
deporte caros o los Levi´s de toda la vida. Los zapatos son de los buenos, se
ve a la legua, pero zapatos. Llevan anoraks a juego con el pantalón o con el
gorro y visten pijitos… luego están los que no van así para nada, pero tampoco
como los snowboarders, que sí tienen un estilo propio, parecido al de los
grafiteros o los patinadores sobre ruedas. Llegan su gorra puesta de lado o
hacia atrás, o un gorro llamativo o más grande de lo normal, como para dos
cabezas. Los pantalones se les caen por detrás y se podría meter una moneda en
la hucha que dejan ver. Algunos dejan caer tanto los pantalones que les llegan a las rodillas y tienen que subírselos constantemente por causas físicas obvias, pero como no han estudiado física (ni nada), no saben esto y tienen que subirse los pantalones cada dos minutos porque los tienen en los tobillos. Por ello se pisan los pantalones y, además, por lo general llevan
botas. Tampoco es que sea así al 100%, pero es la tónica general.
Aparte de esto, se sabe cuándo
una persona es de Whistler o de fuera. Las personas de fuera ni saben que
existes, las de aquí te dan los buenos días o las buenas tardes. Las personas
de fuera miran extrañas al chófer del bus público, que generalmente es indio (con
turbante y todo), y parece que les dan grima. Las de aquí les saludan al entrar
y al salir, y siempre dan las gracias al chófer cuando abre la puerta para
salir. Vamos, que la gente de aquí es educada, la de fuera no tanto… por eso de
que te miran por encima del hombro. Por supuesto, también hay honrosas
excepciones…faltaría más.
Luego estamos los parias, que no
pertenecemos ni a una casta ni a otra… los trabajadores, buscavidas, peregrinos
y demás (yo entro en todos estos grupos)… que no sabemos qué hacer, si esquí o
snowboard. En mi caso lo tuve claro, pues me regalaron una tabla de snowboard,
unas botas de snowboard y un pantalón de snowboard. Vamos, que habría tenido
que ser tonto para elegir hacer esquí.
Y así comencé mis clases gratis
de snowboard, gracias a Christopher, un amigo francés que se ofreció para
enseñarme. No os contaré los métodos que uso para subir a la montaña, pero al
precio de 125 $ por día, desde luego no es pasando por taquilla. ¿La montaña no
es de todos?... eso dicen por aquí, así que yo tomo mi parte. Creo que me he
convertido en el "pirata de Whistler". Pero lejos de importarme, me alegro, pues
la astucia forma parte del grupo de buscavidas y de peregrinos, si bien no del
de trabajadores. Y también porque "quien roba a un ladrón...".
Whistler tiene dos montañas, a
saber: Whistler y Blackcomb. La diferencia entre las dos no sabría
decírtela…para mí son iguales. Claro, que para una persona que jamás ha hecho
snowboard no es muy fácil decidir cuál es la mejor. Empecé en Blackcomb, y
luego pasé a Whistler. Están unidas por un teleférico que se llama Peak2Peak
(Peak to Peak: de pico a pico). En el punto medio, justo encima del valle, está
a 400 metros según algunos, aunque a mí me parece que no llega ni a los 200, y
entre los dos picos hay 4 kilómetros que se tardan unos 20 minutos en recorrer.
Por supuesto, una vez en la montaña, el acceso es gratuito. Las vistas son
espectaculares…casi dan ganas de no salir de la cabina y pasarse todo el día en
el aire.
En el capítulo anterior te dije
que visitaría la parroquia de San Francisco de Asís, y así lo hice. Lo malo es
que del santo solo lleva el nombre, ya que se trata de una pequeña iglesia en
Pemberton, donde se celebra la Eucaristía los fines de semana. Es poco más
grande que la ermita que hice en Navas del Madroño, de madera, muy simpática y
austera. Podría ser del mismo tamaño que la Porciúncula, y tan sencilla como
ella. El nombre le viene que ni pintado…
Solo tenía “Our Lady of the
Mountains Church”, así que tenía que ver los horarios de misas para acoplarme a
ellos. Al principio no faltaba a ninguna, aunque solo las hay miércoles y
viernes, y luego los sábados (la del domingo) y la del domingo propiamente
dicha. Poco tardé en hacerme amigo de varias personas de allí, incluido el
sacerdote, que pronto me invitaría a cenar a su casa.
Esas personas las puso Dios en mi
camino para ayudarme a atravesar una situación que ya era insostenible y que
hacía que cada día pensara en rehacer la maleta y salir rumbo a… no sabía, a ninguna
parte. Pero los detalles que me llevaron a pensar así no importan ahora. El
caso es que ese período de adaptación, afortunadamente, se pasó.
Y después de eso vinieron poco a
poco buenas noticias y mejores tiempos, especialmente el metereológico, que iba
subiendo grados día a día hasta acercarse a cotas más próximas a cero. Gracias
a la gente que os comentaba empecé a ayudar en una cocina, así que conocí nueva
gente y tenía los días más ocupados. Esto me permitía, además, poder seguir mi
estancia en Whistler sin ser una carga. Empecé a hacer sándwiches, burritos,
wraps, bagels, english muffins, salads y todo tipo de comida rápida… muy buena,
por cierto. Ahora soy un experto cocinero de la típica “american fast food”. Y
pasó el tiempo y mantuve este puesto hasta el final de los días en Whistler,
con lo que no tengo más que palabras de agradecimiento para cuantas personas me
ayudaron, especialmente mis compañeros de la cocina, de todas las
nacionalidades posibles imaginadas. Este tipo de experiencias reportan más
beneficios sociales y humanos que económicos o materiales.
Whistler es un pueblecito
tranquilo que se ve desbordado en el periodo de invierno, ya que su estación de
esquí es una de las más famosas del globo. Es un lugar más que caro, incluso
más que Marbella a pesar de ser mucho más pequeño. Aquí una cerveza o una barra
de pan son artículos al alcance de muy pocos bolsillos, si bien aquí todos los
bolsillos que llegan vienen llenos de billetes, de ahí los precios. Mis
bolsillos, por el contrario, parecían los únicos de todo Whistler que solo
contenían llaves y un rosario, y eso el izquierdo, porque el derecho solo tiene un agujero.
La gente de aquí ya os comenté que es buena,
incluso te sonríen en la calle. La gente de fuera no quiere saber nada de uno,
ni aunque le extiendas la mano para ayudarles a levantarse cuando resbalan. Los trabajadores que vienen a servir en todo
tipo de trabajos posibles también son gente simpática que sale poco, pero que
se relaciona mucho (excepto los trabajadores de Whistler-Blackcomb). Los demás
pareciera que han venido a esquiar y beber, sobre todo esto último (especialmetne los de Whistler-Blackcomb).
La empresa Whistler-Blackcomb es
una gran empresa, o mejor dicho, una enorme empresa, que tiene tanto dinero
como poco sentido de la humanidad. Para ella, como para otras muchas, las
personas son tarjetas de crédito cargadas de “cash” que tienen que exprimirse
al máximo dentro y fuera de las pistas. Dentro en sus restaurantes, sus pistas
y sus taquillas. Fuera en sus cafés, restaurantes, tiendas de todo tipo y
bares. Todo en el pueblo gira en torno a esta empresa. Cada año los precios
suben y esto hace que venga menos gente, pero a ellos parece darles igual esto,
y están más preocupados de intentar cazar a los cuatro gatos que subimos gratis
usando las tácticas más insospechadas que de ofrecer un precio razonable por
usar sus instalaciones, y parecen aprovecharse de la circunstancia de la
inexistencia de pistas cercanas de esquí que puedan hacerle competencia. Dicen
que es la mejor estación del mundo… algunos dicen que es la mejor de América…
yo digo que, sin conocer al resto, dudo de lo uno y de lo otro. Será la que tiene mejores pistas, la que tiene mejor nieve o la que tiene mejores sillas... pero esas cosas no son solo lo que hace que una estación sea la mejor del mundo.
En fin, que da igual todo esto…
solo es una nota más de las diferencias de cultura, costumbre y economías de
unos países a otros, según voy viendo y comprobando en persona.
Por lo demás, Whister es tan
tranquilo que no puedo más que quedarme asombrado… No sé si es porque en sitios
tan caros y tan fríos no hay pobreza ni indigencia o si es que la gente tiene
una educación exquisita, pero aquí pasan cosas paranormales, como por ejemplo
que el dueño de una casa deje las puertas abiertas al irse, o el coche no lo
cierre con llave. En España los cacos se llevarían el coche... ¡y hasta la casa!..., y
eso aunque ambos estuviesen cerrados con llave. La gente por la calle (la de
aquí) te saluda, ¡¡¡sin conocerte!!!... eso es algo que solo recuerdo en España
en la época de los 80. Las personas de otras nacionalidades son respetadas,
incluso pueden optar por puestos de trabajo diferentes de recoger basura o
limpiar casas. Por ejemplo, muchos conductores de autobuses urbanos son indios,
con turbante y barba, y la gente entra en los buses sin problema… ¡¡hasta se
bajan después en su destino!! (nótese la ironía con la que se quiere
representar cualquier trabajo puede ser desempeñado por cualquier persona). En
España este mismo señor estaría vendimiando, y eso con suerte. ¡¡La gente sube
al autobús y dice buenos días!!...¡¡y al chófer!!... ¡¡sí… al chófer indio!!, y
cuando se van del bus… ¡¡le dan las gracias!!. ¡¡Y no le dicen al inmigrante que se vaya a su país!!... Bueno, voy a dejar de poner
exclamaciones… es que aún no puedo creerlo. Como lo comparo todo con España... ¡Qué cosas tiene el viajar!.
Las casas no tienen rejas, y las
puertas son de cristal, los garajes están abiertos, y si se cierran en
primavera es para que no entren los osos, que parecen ser los únicos en no
respetar las propiedades donde huelen comida. La gente tira la basura y recicla
todo… y si ven algo en el suelo lo recogen. La gente limpia por dentro los envases
de plástico usados para que el reciclaje sea más fácil, hasta las latas de
conservas. En las cocinas se lavan en el lavavajillas las latas y los botes
para llevarlos limpios al centro de reciclado. La gente deja propina en los
bares, si bien es obligatoria… y cuando digo obligatoria quiero decir que es
obligatoria por ley, es decir, que está estipulado que la propina para el
camarero es del 15% del valor consumido. Las tasas también son aparte, como
nuestro IVA, y a nadie se le ocurre decir: “cóbrame esto en negro”. La gente va
por las calles orgullosa de ser canadiense, con sus banderas, sus bufandas,
pulseras, pantalones, camisetas, gorras y demás artículos todos ellos con la
bandera canadiense (vamos, como en España que, si llevas la bandera, o te
tildan de pijo o lo hacen de facha… el caso es que pocos te van a llamar patriota. Así somos los españoles de genuinos).
Las
cosas funcionan bien por ahí. Se respeta y, por lo tanto, se es respetado. Las
personas viven bien, no porque tengan dinero o una buena situación, sino porque
no están pendientes de política, envidia, resentimiento, odios profundos arraigados
en los corazones desde décadas por culpa de izquierdas, derechas y guerras
pasadas y sin enterrar. La gente está a lo que está, a vivir los días,
colaborando para levantar un país y conviviendo como ciudadanos civilizados… ¡vamos,
como en España! (nótese la ironía de nuevo).
Y
así nos va, y así les va… y no solo eso, sino que ni siquiera aprendemos porque
seguimos más pendientes de ver qué trapo sucio puedo sacarle al Rajoy o al
Rubalcaba para así meter en el saco a todos sus votantes y hacer ver a la
sociedad cuán malos son, porque seguimos más pendientes de criticar los fallos
de los curas o de insultarlos en redes sociales antes que darnos cuenta de que
nuestra hermana, madre o nosotros mismos hemos hecho lo mismo o, incluso, cosas
peores… pero claro, en nuestras familias somos todos más santos que San Francisco…es que es tan fácil juzgar al prójimo... es que nosotros somos tan buenos... ¡Viva la España de la Logse!.
En
estos momentos duros en los que España ha salido eliminada del mundial de
Brasil se nos ha acabado rápido el telón que ocultaba por un momento los
problemas actuales… mientras duraba el partido, y el mundial, la gente seguía
ocupada en ver la tele, hablar de la selección y aparcar el insulto y la
calumnia… y por desgracia la selección ha durado tan poco que los españoles ya
no tenemos excusa para dejar de enfrentarnos, de nuevo a la carga de reproches
políticos… la culpa será del gobierno, supongo…, como siempre.
Es
curioso ver cómo si una señora se mofa de la bandera española limpiándose los mocos con ella, basta que la
derecha lo repruebe para que la izquierda esté automáticamente a favor de la
mofa, alegando para ello que hay libertad de expresión…También es curioso ver cómo, si cuelgan una bandera gay de una fachada pública, basta que la izquierda esté a favor
para que la derecha esté en contra de hacerlo… Si las cosas fueran a la
viceversa, nada cambiaría, y veríamos a la izquierda reprobando la mofa y a la
derecha defendiendo el izado de la multicolor… nada cambia en España, en los
españoles… seguimos siendo, a mi juicio, un montón de imbéciles habitando un
magnífico país… no sabemos la suerte que tenemos por pisar cada mañana la piel
de toro y muchos han perdido ya el norte y no valoran que vivimos en un país
privilegiado por cultura, por historia, por tradición, por arte, por clima y orografía,
por situación geográfica… por tantas cosas… y en lugar de compartir culturas, nos
dedicamos a dividirnos e insultarnos, hasta el punto de que se podría decir que
en España ya solo hay dos provincias: la izquierda y la derecha…
Ya
dijo el informe PISA lo que muchos ya lo sabíamos: los jóvenes españoles son
los peor preparados de la Vía Láctea. Y yo me pregunto: ¿y los adultos?... la
respuesta es clara: bastante peor, amén de la imbecilidad. La culpa es, sobre todo, de la Logse, que tanto daño (irreparable) ha hecho a España... su ideologizada y maquinada implantación en los cerebros de tantos españoles fue tan sutil y perfecta que nadie pareció advertirlo... hasta ahora que se ven los resultados. Y esa es la prueba de que en España los tontos no nacen, sino que se hacen... y ahora todos esos son los que quieren gobernar España bajo el título de "Podemos", ellos y sus descerebrados seguidores...
Así
que, orgulloso de España, no de los españoles (los de este momento histórico… los de
antes eran los que conformaban la auténtica España). Antes España era un país
donde se convivía mejor, donde había respeto…. Y no me refiero a hace siglos,
sino solo tres o cuatro décadas atrás. A mi juicio todo tiene que ver con la
secularización y el odio venido de fuera para echar a Dios de España. Se ha
intentado por activa y por pasiva, pero no se ha conseguido, y eso ha escocido
mucho, así que los odios y los ataques son cada vez mayores… y siguen sin
conseguir echar a Dios de España porque Dios está en los españoles, no en
España… y mientras no se den cuenta de esto no dejarán de rabiar por no poder
con lo que es más fuerte que ellos. Se siguen conformando con las pequeñas
batallas ganadas, como quitar crucifijos en colegios y hospitales, como
eliminar Iglesias, como mofarse de los religiosos o como publicar en todos los
medios los trapos sucios de la Iglesia para hacer ver al personal lo mala que
es… pero su frustración sigue ahí, porque ven que pueden con estas minucias,
pero no con la esencia de Jesucristo que está arraigada en los corazones… y de ahí
no pueden borrarlas, o ellos creen que sí, como en tiempos pasados… que a buen
seguro, si esto sigue así, llegarán… cuando su frustración es máxima y su vida
no les satisface, tratan de arruinar la de los demás para sosegar su alma y
apagar la envidia… así que no será de extrañar que dentro de poco, a tenor de
lo que voy viendo, volvamos a las armas… (no exagero ni uso la ironía ahora).
Espero que los españoles de buena voluntad, que son muchos aún, pongan freno a
esto…
Y
acabada la proclama política, continuo… Canadá no es ni mejor ni peor que España,
sin embargo los canadienses nos dan mil vueltas en todo… Ya os decía que aquí
se pagan las tasas de todo, incluso cuando compras una lata de cerveza te
cargan una tasa especial para el reciclaje, la cual te devuelven si devuelves
la lata vacía en lugar de tirarla al contenedor. La gente guarda las latas en
casa y, cuando tiene muchas, van a llevarlas al centro de reciclaje… y los que
no lo hacen, las dejan a mano para que las recojan las personas sin recursos o
los viajeros-peregrinos y así puedan ganarse unas perritas. Es una buena
iniciativa esa la del gobierno canadiense, ya que te anima (o te obliga) a
reciclar… y si no lo haces pierdes el dinero del canon. De esta forma, los que
reciclan tienen una compensación que no la tienen los que pasan del tema.
Y
no solo esto, sino muchas otras cosas… lo más curioso de todas las cosas que he
visto en Whistler es darme cuenta de que la gente, al menos la mayoría, no sabe
ni siquiera el nombre de su presidente. Y les da igual, porque va todo bien… no
saben ni entienden de política… ellos saben que hay que trabajar y pagar
impuestos para disfrutar de todo lo que disfrutan… y así lo hacen. Tienen todos
los beneficios imaginables, que nosotros no lograríamos alcanzar nunca porque
todo se queda a mitad de camino en los bolsillos de los políticos, además de
que tenemos más gasto que ningún país del mundo en coches oficiales, cenas
políticas, compromisos sociales de nuestros parlamentarios, un senado absurdo y
ridículo que se lleva una pasta gansa, unos sindicatos que habría que quemarlos con sus sindicalistas dentro (¿ironía?), ipads, ipods, ordenadores y teléfonos de
última generación (y sus gastos), chóferes y asistentes, dietas y hoteles, edificios
públicos y asesores que mantener (asesores de imagen, de discursos, de términos
que usar en discursos, de posturas que tomar, asesores de televisión, asesores
de radio, asesores de asesores, adjuntos de asesores, asesores de los adjuntos de asesores…)…
en fin… que al ciudadano llega poco o, más que poco, llega la deuda a pagar…
Y
así pasan los días en la costa oeste de Canadá, hasta que se va la nieve, y
después a buscarse la vida de nuevo… y así llegué a dar con mis huesos en la cocina que mencioné, donde ayudaba a cambio de unas lentejas… Como os dije, ahí hacía de todo, pero nada
normal a lo que estamos acostumbrados, ya que toda la comida era rápida: wraps,
burritos, fajitas, ensaladas, bagels y english muffins… vamos, que no me
aburría, aunque los hacía por decenas. Al final era un experto en todos los
platos y creo que me han servido para ampliar mi recetario…ya lo probaré en casa.
Y
volvieron a pasar los días, las semanas y se acababa lo que se daba en
Whistler. En ese tiempo seguía yendo casi a diario a “Our Lady of the Mountains
Church”, y allí me esperaba cada día una sorpresa nueva. He visto ya bodas,
bautizos, confirmaciones, bienvenidas a personas nuevas de la parroquia y
bienvenidas a personas ateas que se han convertido en creyentes… he visto
cantar, bailar, tocar piano y arrancarse a capella, me han invitado a cenar, a
pasear y a hacer Cross Country, que es esquí de fondo… he pasado buenos
momentos, aunque reconozco que en la temporada final algunas veces pasé miedo
al volver solo a casa campo a través, sabiendo que los osos ya han despertado y
que están campando a sus anchas. Ya se dieron algunos casos de encuentros con
humanos y la gente estaba algo alterada por aquella época, por muy acostumbrada
que esté. Afortunadamente no vi nunca uno, aunque si mucha gente que decía
haberlos visto… pero llegaría el momento de encontrarme cara a cara con uno
cuando menos lo esperaba y en el último día en Whister, de paseo por un parque
de golf… allí, donde menos lo esperaba y en plena mañana, me topé con una
figura negra que se movía entre los hoyos…. Era un oso!... un oso negro enorme,
aunque delgado por tanto tiempo de hibernación. Solo esperaba que no tuviera
más hambre de la que satisfacía comiendo algarrobas del suelo… Lo grabé y me
acerqué más de lo que habría debido… y en un momento vi a dos señoras que
caminaban detrás de él sin advertir su presencia y me entró un poco de miedo…
pero las señoras pasaron sin darse cuenta del oso y el oso no les hizo ni caso…
así que se puede decir que no quieren tener mucho que ver con el humano.
Y
llegó el momento de las despedidas… después de muchas aventuras, especialmente
en la montaña de Whister-Blackcomb, de muchos amigos, de Dave el casero, de “Our
Lady of the Mountains Church”, Wladislav, Wanda, los compañeros de la cocina y
el clima que estaba mejorando, me daba mucha pena, pero la aventura no se
acababa, sino que estaba a punto de empezar. La nueva aventura consistiría en
cruzar Canadá y U.S.A. en coche… algo que, como poco, es interesante… y vaya si
lo sería. El propósito era culminar el viaje en Montreal, la ciudad de la
música, del arte y de la mezcolanza humana… y de ahí a España… esa piel de toro
tan agraciada y afortunada en lo cálido de su clima como desdichada y castigada
por lo frío de mucha gente que hace mucho ruido, más del que debiera. Cuando
uno viaja es cuando se da cuenta de las enormes diferencias que existen entre
unas y otras fronteras…
Se
acabó lo que se daba. Llegaron las despedidas y el momento de comprar el coche,
una Ford Windstar del 98, cambio automático y todos los extras por el increíble
precio de 1.500 dólares, es decir, una ganga… pero es que el mercado en
craigslist es así. Dos asientos delante y cinco detrás, que se convierten en
cama en un plis, con espacio de sobra para equipaje. El coche era bastante
cómodo y ya estaba totalmente tuneado, ya que cogí de la Iglesia una plancha de
madera que haría las veces de somier, sobre los asientos de atrás abatidos.
Bajo el somier iría el equipaje y el cooler, y detrás la comida, la bebida y
los cacharros de la comida…todo estaba listo. Y después de decir adiós a la
gente, al clima y a la ciudad, puse rumbo a… Banff, National Park, pasando por
las Rocky Mountains, un paraíso natural a cada paso que se de… donde todavía
estaba nevado, así que me recordaba los viejos tiempos de Whistler en los que
tanto frío pasé, pero donde sentí el mejor de los calores, el calor del
acogimiento de mucha gente que, a buen seguro, volveré a ver… eso sí, si Dios
quiere.
Pero ese viaje dará para mucho, una larga historia cargada de aventuras, desventuras, tragedia y drama, y también comedia... pero llegará un día, a modo de capítulos... o eso espero. Mientras tanto... un abrazo y ¡hasta
pronto!
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