Cada vez que muere un sacerdote,
muere con él un poco el mundo, que pierde unas manos que no son solo de hombre,
sino de Dios también, ya que son las manos de Cristo.
Cada vez que muere un sacerdote,
la sociedad pierde (sin saberlo) el nexo de unión más a nuestro alcance entre Dios
y el hombre, dejando a éste último al amparo de sí mismo.
En estos días me enteré de la
muerte de Fray Agustín Barrios, un sacerdote y misionero franciscano al que
conocía y al que tenía mucho cariño, por lo peculiar que era como sacerdote y
por lo entrañable que era como persona. Pasó muchos años en Bolivia y es
miembro de una familia que podríamos llamar “milagrosa”, al tener en sus filas
a nada menos que cinco consagrados a Dios, todos ellos de la familia
franciscana y repartidos por el mundo según el Señor los ha querido repartir.
Fray Agustín ya llevaba tiempo en
Sevilla por causas de la edad y los achaques, pero si uno le miraba a la cara,
casi sentía envidia al ver la fortaleza de su rostro, de su forma de hablar y
de su semblante tieso como una vela. Sacerdote, cantante, poeta, escritor,
filósofo y tantas más cosas…era todo un lujo poder compartir con él una conversación,
una comida... o ambas cosas.
Ahora esas manos de Cristo están
en su origen primero, de donde salieron un día a predicar por esos mundos
lejanos. Esas manos ya no volverán a ser vehículo para traernos a Jesús en la
Eucaristía, pero esas manos ahora podrán interceder por el mundo desde un
puesto privilegiado, a sabiendas de que Fray Agustín no se olvida de nosotros,
como nosotros no lo haremos de él. Estoy convencido de que lo primero que han
hecho esas manos han sido estrechar las de Jesús, como un gesto de
agradecimiento mutuo, uno por haber tenido el honor de ser llamado a filas por
Cristo y el Otro por haber visto cómo aceptaba con agrado esa llamada.
Siempre que salgo al extranjero
acabo por enterarme de alguna muerte de alguna persona querida, y esta vez ha
vuelto a ocurrir. Lo único que puedo hacer desde tan lejos es rezar por él y
pedirle que me ayude en este peregrinar, que nos ayude a todos, pues lo
necesitamos mucho.
Por eso creo que no importa haber
perdido esas manos, pues con su pérdida hemos ganado un santo. Creo que el
cambio nos favorece: un sacerdote menos, un santo más. Ya lo era en vida, pero
ahora lo es para siempre.
Por Cristo, con Él y en Él… así
lo decías en la celebración, con la cabeza bien alta. Ya viviste aquí por Él, así que ahora estarás ya para siempre
con Él y en Él.
¡Hasta la vista frayluco!, mientras siga aquí
acuérdate de mí y de los que te conocimos y necesitamos tu ayuda. Espero que no
le eches la bronca a los cantores del cielo si desafinan, como se la echabas a
los de acá abajo… a buen seguro te rodearás de los mejores tenores, ya que tú
mismo los elegirás para poder rendir culto a ese por el cual viviste y al que
amaste tanto, a Jesús, que para ti ya no está bajo la forma del pan, sino en
persona y ante ti.
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