17 de abril (tarde) de 2012
(Nota: No dispongo de fotos de hoy, por problemas técnicos... vamos, que las he borrado sin darme cuenta....)
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Después de acostarme un rato bueno, me
despierta el hambre. Sabiendo que en Lima uno puede pedir pollo asado con
patatas, el reloj biológico me avisa de que es hora de probar comida europea,
aun en Sudamérica. Cómo es la naturaleza humana... quien le habrá dicho a mi
organismo que en Lima se puede comer pollo para que me despierte de un
sobresalto.
Sin hacer cama ni deshacer equipaje, me
bajo directo al restaurante del hotel, donde recuerdo haber tomado mi último
pollo con patatas fritas cuando el Obispo don Emiliano me recogió del
aeropuerto tres meses atrás. Voy dispuesto a repetir... un pollo cada tres
meses no se puede decir que sea un lujo, precisamente.
Antes de pedir, me aseguro bien para
que me entiendan, porque no me gustaría que las patatas fueran cocidas. Cuando
le explico a la camarera que las patatas las quiero “a gallo”, me responde que
el gallo es el que va asado, y las patatas serán fritas... Uff!... me pongo a
explicarle cómo quiero el corte de las patatas, y me mira como queriendo decir
que los europeos vamos de “sobraos”, como si ellos las cortaran de otro modo
distinto al nuestro. Yo lo hacía para asegurarme, pero ella me miraba raro...
-¿Y de beber?, me pregunta.
- Cerveza bien fría, le
respondo.
No me acordaba de que aquí las cervezas
son de 650 cl., pero no me importa, porque hace calor y la cerveza fría será
toda una fiesta después de tanto tiempo.
Al cabo de un rato me trae el plato y
casi lloro... no sé qué pinta tendría el pollo vivo, pero asado estaba para
comérselo... y de hecho, eso hice.
De postre una tarrina de helado, y un
café. Parece mentira que esté comiendo así... Me subo al cuarto y empiezo a
preparar mi visita al centro de Lima, como no podía ser de otra manera. El
avión despega mañana por la tarde, así que tengo toda la tarde de hoy y mañana
por la mañana también para hacer turismo. Llamo a Manolo, el taxista, y le digo
que me lleve al centro para visitar a ese hermano tocayo tan querido por mí
que, con su escoba en mano de por vida, es un ejemplo para mí y para el mundo
entero. Por supuesto, Santa Rosa y San Juan Macías también lo son.
Un detalle curioso: Un día trabajando
en Almendralejo, un empleado de la construcción, gitano, me trajo un llavero de
San Juan Macías, el santo patrono de Ribera del Fresno. Me hablaba de él y me
comentaba que tenía una ermita muy bonita, y cómo la gente del pueblo la
cuidaba y quería al santo. Yo pensaba que era un santo más de tantos, pero nada
me hacía sospechar que me lo encontraría en Lima unos pocos años después... son
las cosas de la vida. Ahora le tengo un cariño especial.. además, es del gremio
de la construcción, porque hizo que una viga de madera que era pequeña creciera
un metro para poder colocarla en una Iglesia que estaba construyendo.. es el
milagro de la viga, y está ahí en Lima para quien la quiera ver... Por lo
visto, rezó al Señor para que creciera esa viga que tanto trabajo había costado
llevar a la obra y resulta que le faltaba un metro para poder utilizarse... y
al día siguiente, ¡zás!... un metro más de viga... cómo son las cosas...
Manolo me deja en el centro, y le digo
que ya volveré por mis medios, que no sé cuales serán, pero ya lo pensaré.
Visito a los santos y me doy una vuelta por la plaza de armas mientras se hace
de noche. Cuando llegué, la visité de día, pero de noche gana mucho con la
iluminación que tiene. Es como las plazas de las telenovelas, con luces
amarillas y el cielo rojo... todo esto mientras se escuchan cantos peruanos y
hueles a comida frita callejera. No quiero irme de aquí... pero me conformo con
haber vivido esta experiencia, que ya es todo un regalo de Dios después de
tanto bregar Andes arriba, Andes abajo.
Al final llamo a Manolo para ver por
donde anda, ya que si está cerca, le diré que pase a recogerme, y cual es mi
sorpresa cuando me dice que se viene al centro a buscarme, pero no para
recogerme, sino para aparcar el coche y visitar a Martincito, que hace mucho
que no lo ve y ahora tiene la ocasión perfecta. Yo acababa de verlo, pero le
acompaño de nuevo... sin embargo, cuando queremos entrar, han cerrado al
público.
Es una pena..., pero bueno, el santo
sabe de su buena voluntad y, a buen seguro, se la tendrá en cuenta. Entramos en
la Iglesia porque le gusta ver las imágenes, y luego compramos unos recuerdos.
Yo compro para mis amigos y, de paso, le regalo un San Martín de barro pintado
muy bonito. Él hace lo mismo y me regala un par de llaveros, uno con el santo y
el otro con un Cristo.
Nos vamos a por el coche y regresamos
al hotel. Nos tomamos una cerveza y compartimos las experiencias... él me
cuenta sus peripecias con el coche, y os aseguro que en España los taxistas no
tienen las mismas experiencias que en Perú... y yo le cuento mi misión en
Chachapoyas. Después de un rato, me subo a la habitación porque estoy cansado y
tardo en dormirme un par de segundos mal contados... mañana me ducharé, porque
hoy no tengo ganas ni de abrir la cama.
Hasta mañana!
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