El día de hoy
prometía, pues junto con el del día siguiente, constituye el plato fuerte de la
peregrinación. Después de tantos kilómetros recorriendo el norte de Israel y toda
Jordania de norte a sur, todos teníamos ya ganas ya de disfrutar de la ciudad más
famosa del mundo, esa que fue testigo del acontecimiento más importante jamás
acaecido. Porque lo más importante de la Historia de la humanidad no es que el
hombre haya pisado la Luna, sino el hecho de que el Hijo de Dios ha pisado la Tierra. Y
nosotros hemos estado en todos y cada uno de los lugares por los que transitó
Jesús, desde su nacimiento hasta el comienzo de su vida pública. Solo nos
faltaba el más importante, Jerusalén, llamado “el quinto Evangelio”, ese que no
está escrito en papiro o pergamino, sino en piedra. Porque en Jerusalén las
piedras gritan a coro que ellas ya estaban allí cuando el nuevo Adán pagó con
su sangre el precio de nuestro rescate, firmando así una nueva y definitiva
Alianza entre Dios y los hombres de todas las generaciones y de todos los lugares del mundo. Ellas rezuman
historia por los cuatro costados y testifican con su presencia que Dios ha
hablado, que ha dicho todo lo que tenía que decir en Jesucristo, que Él es su
última palabra, la Palabra hecha carne y entregada en sacrificio perpetuo por la humanidad. Y
nosotros, peregrinos, estábamos allí…
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Foto del grupo desde el mirador de Jerusalén |
Tras el
desayuno, nos subimos al bus y pusimos rumbo al Monte Sión, donde visitaríamos
el Cenáculo, la Basílica de la Dormición de la Virgen y la Iglesia de San Pedro
in Gallicantu. Pero como es natural,
antes había que entrar dentro del recinto amurallado. Y lo hicimos por la
Puerta de las Basuras, una de las ocho puertas de entrada a la ciudad vieja de Jerusalén.
Este peculiar nombre lo recibe porque era la puerta por donde sacaban los
desperdicios de la ciudad. Después de la de Jaffa, es la puerta más transitada
en la actualidad, ya que da directamente al famosísimo Muro de las
Lamentaciones y a la Explanada de la Mezquita, los dos elementos
arquitectónicos más importantes de Jerusalén. Por tanto, tras pasar los
estrictos controles de seguridad por arcos magnéticos y cintas de rayos X,
accedimos a la explanada donde se encuentra la Cúpula dorada o Basílica de la
Roca. Por supuesto, no está permitida la entrada a los no musulmanes, pero
pudimos contemplarla y rodearla desde fuera. Sin duda, es el monumento más
llamativo de la ciudad, por lo que se identifica perfectamente desde la
lejanía. Después de La Meca y Medina, este lugar es el más importante para el
mundo islámico. Según la tradición musulmana, en su día, esta cúpula estuvo
recubierta de planchas de oro auténtico, pero al parecer hubo de ser retirado
para hacer frente a las deudas del Califa Abd al-Malik, quien había construido
este templo para proteger la llamada Piedra Fundacional, que sería el lugar
desde el que el profeta Mahoma ascendió a los cielos, de ahí su nombre. Siglos
después, se recubrió de nuevo con capas de oro, razón por la que brilla de esa
forma tan espectacular bajo los rayos de sol. El templo no está exento de
polémica, pues los judíos afirman que la roca que los musulmanes se ha adueñado
y protegen de forma tan estricta es la mismísima roca en la que Abrahán estuvo
a punto de sacrificar a su hijo Isaac.
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Cúpula Dorada |
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Vista frontal de la Basílica |
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Entorno de la Explanada de la Basílica de la Cúpula Dorada |
Tras
documentar fotográficamente todo el entorno, nos dirigimos al siguiente punto
de interés, que no era otro que el Muro de las Lamentaciones, un lugar ante el
que a algunos nos pasaba lo mismo que ante la Ciudad Rosada de Petra: que el
corazón palpitaba más fuerte por sabernos por fin en ese lugar tan visto, oído
e imaginado, pero nunca percibido con los sentidos. Ahora podíamos ver y tocar
esas piedras milenarias que tanto han visto, pero que callan irremediablemente,
como dejando a nuestra imaginación los horrores y alegrías que durante tantos
siglos han presenciado. Este muro no tiene una sola rendija en la que no haya
un papelito incrustado con oraciones o peticiones. Y muy cerca de la zona
visitable (la masculina, por supuesto) hay una zona cubierta en la que hay una
parte del suelo acristalada que deja ver los cimientos del muro, que es casi
tan profundo como alto. Y también se encuentra un espacio cuidado al detalle en
el que hay unas librerías con numerosos ejemplares de la Torá y del Talmud,
para el uso diario. Lo más curioso es encontrar todavía, aunque supongo que más
por nostalgia que por practicidad, un estuche en forma de prisma para guardar
las Escrituras en su formato original, es decir, enrolladas, tal y como eran en
tiempos de Jesucristo. Por lo demás, aquello era un hervidero de gente, de
oraciones y de una veneración un tanto exagerada a unas piedras que a nosotros,
los cristianos, poco o nada tienen ya que decirnos, pues ni nuestra religión es
una religión “del libro” ni nuestra fe se sustenta en restos arqueológicos,
sino en la persona viva y real de Jesucristo. Y esto es una gran suerte, pues
nos libra de tener que anclarnos a un enclave concreto que, aún duradero, sigue
siendo caduco.
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Muro de las Lamentaciones |
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Detalle de las piedras con los papeles incrustados en las grietas |
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Al fondo, la profundidad que tiene el muro bajo tierra |
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Libros de oración en zona cubierta junto al Muro |
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Zona cubierta para el rezo en interior |
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Escuche (Teuchos) para la Torá |
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Alfabeto hebreo |
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Vista del Muro de las Lamentaciones y de la Cúpula Dorada |
Y con estos
recuerdos aún grabándose en nuestra memoria para siempre, nos dirigimos hacia otro
lugar especial revestido de un aura de santidad que rebosa por sus cuatro
costados. Me refiero al Cenáculo, el lugar elegido por Jesús para instaurar de
una vez y para siempre la que será su forma de presencia entre nosotros más
notable: la Eucaristía. Ahí tuvimos un momento especial, escuchando y meditando
las palabras que el padre Jaime nos dirigía, a propósito de este elemento tan
característico y fundante de nuestra fe católica, como es la Eucaristía. Tanto
lo es, que se dice que no hay Eucaristía sin Iglesia, pero que tampoco habría
Iglesia sin Eucaristía.
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Ahí nació la Eucaristía |
Y tras este
mágico momento, nos dirigimos hacia la tumba del Rey David, algo que nos sobrecogió
al pensar que estábamos junto al padre de esa dinastía de la tribu de Jesé que
Dios eligió para ir conformando el camino y las circunstancias de la venida del
Mesías, que todavía tardaría en llegar cerca de mil años. Y como quien no
quiere la cosa, dejando atrás tanta historia acumulada casi sin darnos cuenta,
nos dirigimos a la Basílica de la Dormición de la Virgen, en la que hay una
imagen de nuestra Madre acostada y en total paz, dentro de un recinto cuidado
hasta el más mínimo detalle para que se sienta en él un silencio y recogimiento
especiales que la tenue luz de la velas no hace sino acrecentar. Ahí permanece,
rodeada por varios pilares y cubierta por una pequeña cúpula con mosaicos
dorados de Jesús y seis mujeres de gran relevancia bíblica, como son Eva,
Miriam, Ruth, Esther, Yael y Judith. Fue éste un momento mágico que nos llevó
con la mente volando hacia ese acontecimiento histórico que recordamos cada 15
de agosto con la fiesta de la Asunción. Esta Basílica es de reciente
construcción, pues tiene menos de un siglo de historia, pero el lugar ha sido
conservado y protegido con todo cariño por parte de los cristianos, pues se
trata del lugar en el que, según la Biblia, María cayó en un profundo sueño. Ahora
se recuerda este acontecimiento en un ábside semicircular decorado con un
fantástico mosaico de la Virgen con el niño Jesús en brazos, los cuales están
rodeados por los apóstoles.
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Representación de la dormición |
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Imagen de la Virgen María |
Y continuando
nuestro camino, nos dirigimos a la Iglesia de San Pedro in Gallicantu, una de las más impactantes de Jerusalén, pues
conmemora las tres negaciones de Pedro a Jesús, aunque también su arrepentimiento casi instantáneo y
su reconciliación con Cristo una vez resucitado.
Pedro estaba sentado fuera, en el patio, y
una criada se le acercó. «Tú también estabas con Jesús de Galilea», le dijo. Pero
él lo negó delante de todos, diciendo: «No sé de qué estás hablando». Luego
salió a la puerta, donde otra criada lo vio y dijo a los que estaban allí: «Éste
estaba con Jesús de Nazaret». Él lo volvió a negar, jurándoles: «¡A ese hombre
ni lo conozco!». Poco después, se acercaron a Pedro los que estaban allí y le
dijeron: «Seguro que eres uno de ellos; se te nota por tu acento». Y comenzó a
echarse maldiciones, y les juró: «¡A ese hombre ni lo conozco!». En ese
instante cantó un gallo. Entonces, Pedro se acordó de lo que Jesús había dicho:
«Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces». Y saliendo de allí, lloró
amargamente» (Mt 26, 69-75)
Construida en
una ladera del Monte Sión, esta iglesia es una obra de arte construida sobre
unas ruinas bizantinas. Lo más impactante de ellas es el calabozo en el que se
cree que estuvo encerrado Jesús la noche de su arresto en el Huerto de los
Olivos, una celda excavada en piedra que, si ahora resulta claustrofóbica, a
pesar de tener un acceso por medio de escaleras y estar iluminada con luz
artificial, mucho más debía de serlo en la época de Jesús. Impacta el techo de
la iglesia, con un ventanal en forma de cruz que deja pasar una luz radiante a
través de las cristaleras, dejando ver los mosaicos que cubren las paredes. Por
último, fuera de la iglesia destaca una antigua vía de la época herodiana, la
cual es muy probable que fuese transitada en numerosas ocasiones por Jesús, ya
que era el camino más corto para ir desde el Cenáculo hasta el Monte de los
Olivos o Betania. Pero el plato fuerte del día estaba todavía por llegar. Aún
nos esperaban la Basílica de la Natividad, Getsemaní y el Monte de los Olivos.
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Bajada a San Pedro in Gallicantu |
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Detalle de la cruz en el la cúpula |
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Bajada a la celda |
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Interior de la celda |
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Vía herodiana descubierta |
La Basílica de
la Natividad es ese lugar privilegiado del planeta que vio nacer a Jesús,
siendo así testigo del milagro más grande jamás realizado por Dios: su
encarnación en lo más pobre y dependiente, en un niño necesitado de pañales y
de cuidados constantes. Todo un acontecimiento que no encaja de ningún modo
posible en las mentes más racionales, aquellas que esperarían que Dios se
hiciese presente mediante grandes acontecimientos y llamativas pompas. Si Dios
hubiera venido al mundo en un trono de fuego tirado por caballos alados entre nubes
centelleantes, muchos escépticos habrían aceptado mejor el Evangelio. Sin
embargo, Dios no opera en clave humana, y por eso no actúa como lo haríamos
nosotros, prefiriendo la sencillez a la sofisticación, aún a riesgo de resultar
incomprensible, y por eso no sorprende que fuese un escándalo para los judíos y una necedad para los gentiles.
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Sin duda, el lugar más importante del mundo |
Y con este
buen sabor de boca, regresamos a Belén, donde nos esperaba la cena y el
descanso. El día siguiente sería ya el último en Jerusalén, por lo que teníamos
que cargar bien las pilas para no perder detalle de lo que nos esperaba aún por
ver, pues aún quedaban dos platos fuertes por disfrutar: el Monte de los Olivos
y, sobre todo, el recorrido por la Vía Dolorosa hasta llegar al Gólgota y al
Santo Sepulcro. Como suele ocurrir, lo mejor se deja siempre para el final.
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