Cuando uno tiene ya
una edad lo suficientemente elevada como para echar la vista atrás y darse
cuenta de que, en asuntos de justicia social, no todo es lo mismo ni tiene el
mismo reconocimiento; cuando uno tiene ya una amplia experiencia en el campo de
las misiones y la cooperación internacional y ha visto todo tipo de actitudes,
tanto entre misioneros como cooperantes; cuando uno ha trabajado codo a codo
con todo tipo de misioneros de la Iglesia y cooperantes de diversas ONG´s,
entonces puede permitirse el lujo de la crítica desde la objetividad que
permite la experiencia. O al menos eso creo yo.
En los viajes se
aprende mucho, más quizás que en la Universidad. Lo que ocurre es que las cosas
que se aprenden son distintas. Se aprende humanidad, cultura, costumbres,
idiomas, geografía… En la Universidad se aprende un oficio, amén de matemáticas,
física y otras cosas. Y fruto de ese aprendizaje, que he tenido la suerte de
adquirir tanto en la Universidad como en los viajes, es este pequeño compendio
de diferencias fundamentales que existen en el ámbito de la cooperación
internacional para el desarrollo.
Sé que este post no
va a gustar a la mayoría de los cooperantes de ong´s, es más, sé que les va a
molestar bastante. Pero no soy de esas personas tan políticamente correctas que
escriben para agradar a todos, sino de las que escriben lo que piensan, a pesar
de que me cueste una lluvia de críticas. Tenemos que decir lo que pensamos,
tenemos que estar por encima de los ambientes que pretenden encasillarnos en
casillas creadas por ellos para separar a los buenos de los malos según su
criterio.
La verdad solo
tiene un camino. Lo que ocurre es que, generalmente, no suele gustar
escucharla. Son muchos los que pregonan que les gustan las personas que van de
frente, que son sinceras y que siempre dicen la verdad, aunque duela. Pero a la
hora de la verdad, la inmensa mayoría de esas personas no aceptan ni siquiera
la menor de las críticas.
Los misioneros
sabrán que lo que aquí se dice es tan real como la vida misma. Los cooperantes,
por el contrario, no sólo estarán en contra, sino que dirán que todo esto es
mentira. Sólo ellos pueden juzgar sus propios actos y reflexionar si lo que
aquí se dice es cierto o no en ellos, pero lo que más claro tengo es que
ninguno reconocerá que tengo razón. Lo más que aspiro de los que reconozcan la
verdad es un silencio, el cual será indicativo de que, aun no gustándoles lo que
escribo, al menos lo reconocen.
Son muchos años ya
los que he vivido y trabajado con misioneros y cooperantes de distintos continentes,
tanto en España como en Sudamérica o África, por lo que sé lo que me digo. He
visto cosas realmente escandalosas, aunque he visto auténticos buenos
cooperantes, de los de quitarse el sombrero ante ellos.
Por descontado, no
todos los cooperantes son así. Existen muchos que tienen principios buenos y
solidarios, independientemente de su ideología religiosa. Pero por muchos que
existan, les superan de largo aquellos que buscan en la cooperación vivir una
aventura distinta, en países que suelen ser tropicales o con atractivos
turísticos de interés general. Prueba de ello son los cientos de miles de
cooperantes que viajan a Perú, a la India, al Tíbet, a Nicaragua, a Filipinas o
a Brasil y pocos, muy pocos los que viajan a Somalia, Etiopía, Chad o Libia.
Sin embargo, las necesidades de los pueblos del África central son los que más
necesitan de nuestra ayuda.
No pretendo criticar
ni demonizar al cooperante, puesto que me parece una obra magnífica la que
desarrollan. Es más, deseo de corazón que haya muchos buenos cooperantes que
realicen grandes obras allá donde vayan. Mi artículo va más dirigido a aquellos
cooperantes que utilizan la cooperación como una posibilidad sin igual de poder
hacer un turismo de aventura gratuito o muy barato apoyándose en proyectos cuya
base suele ser la necesidad de muchos hombres o la injusticia social. Quien
quiera vacaciones, que se las pague, pero que no use al pobre para tener la
ocasión de conocer las maravillas de sus países.
Por ello estimo que
la cooperación es buena y necesaria, pero no tanto los miles de caraduras y
jetas que manchan con sus actos y su comportamiento la nobleza del voluntariado
real de cooperación. Ni tampoco las innumerables ong´s que se nutren
económicamente de un trabajo que para nada es solidario o que, bajo una
apariencia solidaria que se escuda en el desarrollo de ciertos proyectos, es un
medio de vida y un trabajo bien remunerado para muchos. También los he conocido
de estos, por desgracia.
Os dejo un amplio
catálogo de diferencias entre misioneros y cooperantes. Espero no herir tus
sentimientos si es que te ves reflejado en algo de lo que digo o si tu caso no
es exactamente así. Repito que hay excepciones, pero lo cierto es que son
pocas.
Estas son las
principales diferencias que veo:
1.
Un misionero puede dejar padres, casa, amigos y trabajo durante años.
Un cooperante no.
Un misionero tiene
claro que su función depende de las necesidades de cada momento, y que eso le
puede separar de familia, casa y amigos durante años. Un misionero sabe que
puede perder un curso, que puede perder un familiar o una amistad y no estar
presente. Un misionero no antepone nada a su misión, ni siquiera la propia
familia.
Un cooperante viaja
por un espacio de tiempo determinado, espacio que él mismo marca según sus
propios intereses familiares, educativos o sociales. Un cooperante sólo está
dispuesto a renunciar a familia, casa y amigos si se trata de un trabajo
remunerado. Si la cooperación o el viaje es un trabajo, no hay más remedio que
estar fuera y no importa el tiempo. Pero si la cooperación no lleva aparejado
un sueldo, hay que ponerle límites temporales. Un cooperante jamás antepone la
ONG para la que trabaja o la cooperación que realiza a su propia familia.
2.
Un misionero puede viajar solo. Un cooperante no.
Un misionero no
necesita de nadie para realizar su trabajo. Sabe que su persona, sus manos, sus
talentos y su disposición son sus únicas armas y las pone a disposición de
aquellos a quienes va a ayudar. Un misionero se calza sus botas y carga su
mochila para dirigirse al lugar donde se le necesita. Al misionero nadie le
espera ni en aeropuertos ni en estaciones de autobús, sino que él mismo se
dirige por sus medios hasta el punto en que desarrollará su trabajo.
Un cooperante suele
viajar en grupos escolares, de la Universidad o de amigos. Suelen esperarle en
los aeropuertos para que no se pierdan y les llevan en coche hasta el centro de
acogida, donde están los demás cooperantes del mismo o de otros países
esperando las órdenes de los dirigentes de la ONG con la que colaboran. Un
cooperante es dejado en el aeropuerto de salida y recogido en el de llegada. Y
al regresar a su país igual.
3.
Un misionero que trabaja en Perú no necesita hacerse un selfie en Machu-Pichu.
Un cooperante sí.
En Perú, en Brasil
o donde sea. Un misionero tiene claro que su viaje no es un viaje de turismo,
por lo que puede visitar los países más exóticos con playas o monumentos de
fama internacional y si siquiera visitarlos. Un misionero gasta su carrete en
fotos de su misión, aunque también pueden gustarle los paisajes o las rutas
turísticas próximas que pueda visitar. Un misionero no sabe lo que es un palo
de selfie, y si lo sabe, no lo tiene porque no lo necesita.
Un cooperante lleva
su palo de selfies siempre consigo y, si va a Perú, no puede irse sin visitar
Machu-Pichu o Nazca. Si va a Brasil no puede dejar de visitar el Cristo de
Corcovado, o si va a la India, el Taj Mahal. Tampoco puede irse sin visitar las
capitales de los países que visita, aunque eso lo tienen fácil, pues sus
trabajos suelen desarrollarse en ellas o en puntos próximos.
4.
Un misionero viaja allí donde hace falta sin importar las condiciones.
Un cooperante examina bien el lugar antes de ir y elige aquellos sitios que le
gustan.
Un misionero no
pregunta dónde tiene que ir. No busca destinos donde realizar su misión. Un misionero atiende a la llamada de quien le necesita y no duda en ir en su
ayuda y no mira en Google el entorno en el que vivirá, o lo mira
para estar informado, pero no para ver qué puede visitar cerca. Un misionero no
pone condiciones, pues casi siempre las condiciones son las peores, sino que
acepta ir allá donde se
Un cooperante
examina bien antes el lugar, elige si va o no. Mesura las condiciones, si hay
electricidad, agua corriente o internet allá donde va, si existen otros
cooperantes de su edad. Un cooperante busca qué puede ofrecerle la cooperación
y decide ir o no dependiendo de ello. Un cooperante elige sitios bonitos, en
lugares apropiados y siempre que la cooperación sea compartida con otros chicos
y chicas de su edad a los que poder conocer y con los que poder compartir sus
experiencias de aventura.
5.
Un misionero puede trabajar solo o en equipo. Un cooperante necesita
una organización que le ayude.
Un misionero es
autónomo. Puede trabajar solo o en equipo. Puede ser un mero peón de la misión
o pasar a dirigirla si es el caso. Un misionero puede trabajar en un ambiente
ordenado o en las situaciones más caóticas posibles. Un misionero tiene
capacidad de adaptación al medio y tiene claro que la gente de alrededor debe
ser un apoyo y un medio para ofrecer un mejor trabajo. Puede disfrutar con los
compañeros, tomar unas cervezas al final de la jornada o salir a dar paseos o
realizar actividades para descansar de su función principal, pero sin olvidar
nunca cuál es su función.
Un cooperante
depende de otros y suele trabajar en equipo, pues en solitario no sólo no hace
nada, sino que además puede ser un estorbo. Un cooperante puede dirigir un
grupo, pero antes tiene que pasar unos exámenes o pruebas. Un cooperante no
suele tener capacidad de adaptación y debe aprender a apoyarse en otros para la
consecución de los fines que se propone, pero no es algo innato en él. Un
cooperante piensa que tiene derecho a divertirse después de la jornada de
trabajo, por lo que las cervezas son casi obligatorias, así como las salidas de
ocio. Un cooperante puede olvidar cuál es su función y para qué viajó.
6.
Un misionero sabe cuál es su trabajo y lo modifica según estime
conveniente. Un cooperante tiene funciones marcadas de las que procura no
salirse.
Un misionero tiene
un planning de trabajo incrustado en su cerebro. Sabe qué trabajo tiene que
hacer y cómo hacerlo. Puede modificar su trabajo o cambiarlo según estime
conveniente, pero siempre con un único fin: ofrecer un mejor servicio. Un
misionero sabe que puede saltarse las reglas si con ello va a conseguir un
avance positivo en su misión y tiene capacidad de tomar sus propias decisiones.
Un cooperante tiene
un planning de trabajo en papel o en el ordenador. No sabe qué trabajo tiene
que desempeñar y se lo tienen que decir, incluso a diario a veces. Un
cooperante debe obedecer órdenes y no puede tener criterio propio a la hora de
tomar sus propias decisiones ni saltarse el plan de trabajo marcado. Un
cooperante es un funcionario de la cooperación cuando actúa en una cooperación
remunerada y un aventurero sin funciones cuando la cooperación es una
cooperación vacacional por la que ha pagado una cantidad importante de dinero.
En este último caso, el cooperante es tratado como si de un huésped de hotel se
tratase porque interesa que repita próximos años la experiencia.
7.
Un misionero puede divertirse con los oriundos del lugar donde trabaja.
Un cooperante necesita un grupo de jóvenes que se reúna por las noches en torno
a una hoguera, una guitarra o un botellón.
Un misionero se
implica con la población nativa a la que apoya porque sabe que su función
sobrepasa la ayuda material, por lo que se ofrece íntegramente y hace amistad
con los oriundos. Un misionero genera un clima de paz y tranquilidad, un clima
familiar. Un misionero sabe que la misión no es sólo dar pan al pobre.
Un cooperante
necesita su grupo de amigos para reunirse por las noches en torno a una
hoguera, cantar canciones y beber hasta tarde. Un cooperante no se integra con
la población nativa, sino que se integra con los cooperantes de su entorno.
Solo con ellos genera empatía y mantiene contactos por mucho tiempo con ellos,
mientras que la gente a la que fue a ayudar termina siendo olvidada.
8.
Un misionero puede pasar meses, incluso años sin darse un baño. Un
cooperante necesita saber dónde está la cascada, el lago, el río o mar más
próximo para chapotear.
Un misionero, como
ya vimos, puede viajar sin traje de baño porque sabe que no va a chapotear con
los amigos. Por eso, un misionero puede pasar un año trabajando junto a las
cascadas de Iguazú sin haberse bañado en ellas por estar ocupado en otras
cosas.
Un cooperante lleva
el chip del baño ya en su mente antes de montar en el avión, por lo que puede
ir preparado con traje de baño, gafas de bucear y hasta aletas. Un cooperante
no puede dejar la oportunidad de echarse una foto bajo el chorro de una cascada
como la de Iguazú si es que trabajase cerca de ella.
9.
Un misionero aguanta condiciones duras. Un cooperante se constipa con
un soplido.
Un misionero aguanta condiciones duras, a veces más que
duras. Puede estar sin comer o malcomiendo, puede soportar altas y bajas
temperaturas, puede prescindir de cremas solares o antimosquitos. Un misionero
puede andar por el barro, caminar bajo la lluvia y mojarse hasta los huesos. Y
después de eso, puede prescindir de darse una reconfortante ducha por no
existir esos lujos donde está. Un cooperante sabe que caminando solo puede ser
víctima de asaltantes, puesto que son frecuentes los asaltos en países subdesarrollados.
Un misionero sabe esto antes de ir a la misión y, aún sabiéndolo, sigue
convencido de ir.
Un cooperante
aguanta poco, la verdad. Esta acostumbrado a la vida del primer mundo con
electricidad, calefacción, ducha e internet, con lo que dejarle solo en medio
de una selva amazónica es condenarlo a muerte. No soportan los calores y se
quejan, tienen que tener una botella de agua fría o de coca-cola en la mochila.
Necesitan cremas solares o repelentes de mosquitos y dormir bajo mosquiteras.
No pueden andar por el barro ni caminar bajo la lluvia sin agarrar una pulmonía
triple. Pero vamos, que aunque pudieran, no estarían dispuestos a hacerlo
porque consideran que no han viajado para eso. Un cooperante al que le digas
que va a estar un mes en un lugar sin ducha, automáticamente te dice que,
sintiéndolo mucho, no puede ir.
10.
Un misionero es misionero en el extranjero y en casa. Un cooperante
sólo se acuerda de los necesitados cuando llega el verano.
Un misionero lleva
su condición grabada a fuego en su corazón y actúa allá donde esté. Está presto
tanto para ayudar a cruzar la carretera a una anciana en Madrid como para dar
de comer a niños desnutridos en África. El misionero siempre busca tiempo para
repartirse para los demás y, si está en una ciudad, visita enfermos en los
hospitales, ancianos en los asilos o presos en las cárceles. Un misionero es
misionero las 24 horas del día y los 365 días del año y se mueve en ambientes
donde cree que puede ser útil, como comedores sociales o despachos de Cáritas.
Un cooperante,
curiosamente, es capaz de recorrer medio mundo para enseñar inglés en Nicaragua
a los niños de un colegio, sin embargo, cuando llega a casa no se molesta en
preguntar ni dónde está el asilo de ancianos más cercano. Un cooperante sólo se
pone en marcha pasada la aduana, y piensa que en su país ya hay otros que
ayudan a quien lo necesita. Un cooperante, tristemente, puede ayudar a una ong
extranjera a combatir la injusticia y ni siquiera saber cuál es el despacho de
Cáritas o el comedor social más cercano donde podría prestar una magnífica
ayuda.
11.
Un misionero trabaja para conseguir la financiación del proyecto. Un
cooperante va “a tiro hecho” e incluso puede llegar a pagar por cooperar.
Un misionero busca
dinero debajo de las piedras, lo reúne y lo va juntando hasta que tiene
suficiente para invertirlo en la necesidad que estima. Pasa por parroquias,
organiza conciertos y galas benéficas, mercadillos, peregrinaciones o
excursiones con las que recaudar fondos con los que poder costear los gastos de
la misión. Un misionero realiza proyectos para solicitar ayudas públicas y
privadas, visita comercios en busca de patrocinios, solicita ayuda a cajas,
bancos y particulares. Un misionero sabe que, de cada 50 entidades que visita,
puede que sólo una le apoye económicamente, pero no para de intentarlo.
Un cooperante no
quiere saber nada de buscar fondos para la ong con la que colabora, o si lo
hace, lo hace en las calles céntricas con un chaleco buscando personas que
quieran donar o hacerse socias, pero siempre con un sueldo. Un cooperante no se
preocupa por ningún aspecto económico ni le interesa saber cuánto cuesta
realizar el proyecto en el que ayuda. Un cooperante puede, incluso, pagar
dinero a una ong por cooperar con ella con tal de poder visitar el país exótico
donde realiza sus proyectos sin darse cuenta de que, con el dinero que gasta en
ello, podría salvar más vidas de las que imagina.
12.
Un misionero puede trabajar en enero, abril, agosto o diciembre. Un
cooperante sólo puede cuando le cuadra con su tiempo libre.
Un misionero no
vive supeditado a un calendario a la hora de desarrollar su trabajo, sino que
está pronto para partir cuando sea necesario. Un misionero, aun sin pertenecer
a ningún cuerpo nacional de protección social o sanitaria y no tener, por
tanto, un sueldo, está dispuesto a partir a cualquier país del mundo sin
preguntar qué trabajo tiene que desarrollar. Un misionero puede partir con
tanta premura hacia países como Nepal o Haití como cualquier bombero o médico
de entidades gubernamentales, y además con sus propios medios. Un misionero
tiene siempre la maleta “medio hecha” por si hay que partir.
Un cooperante sólo
está disponible en periodos vacacionales y siempre que la cooperación no le
“pise” otras actividades programadas. Un cooperante no tiene la maleta “medio
hecha” ni podría hacerla en cinco minutos si se le pidiera. Un cooperante suele
seguir, en todo caso, los trabajos de desastres naturales por televisión o
facebook, pero no iría a países en los que existen riesgos o donde haya habido
catástrofes recientemente. Un cooperante prefiere cooperar con ong´s que
trabajan con niños en colegios cercanos a la playa.
13.
Un misionero viaja al centro de países con guerra, desnutrición, ébola,
etc. Un cooperante sólo viaja a países donde hay turismo natural del que
disfrutar y ningún peligro cerca.
Un misionero no
busca su destino, sino que su destino lo marca la necesidad de las personas en
crisis que necesitan su ayuda. Un misionero no piensa, al menos no demasiado,
lo que se va a encontrar allá donde va. Un misionero no se echa para atrás por
motivos de guerra o de enfermedades y puede incluso entregar su vida contento
porque sabe que su vida no es suya, sino de Dios. Un misionero puede morir de
ébola, SIDA o malaria.
Un cooperante no va
a morir por estas causas porque desde el principio va a evitar viajar a países
donde existan estos riesgos, aunque puede contraer enfermedades por casualidad
o por descuido. Un cooperante piensa, medita y sopesa el país donde viaja y
quema su vista en google buscando los posibles problemas con los que se pueda
topar. Un cooperante no viaja a países en guerra ni está dispuesto a entregar
la vida por nadie.
14.
Un misionero puede trabajar en un poblado perdido y lejano. Un
cooperante sólo trabaja en capitales de provincia, preferentemente en la costa.
Un misionero puede
irse al centro de la selva amazónica, a lo alto de la cordillera de los andes o
al mismo Himalaya si fuese necesario. Un misionero no mide las distancias
porque no le importan, sino que va sin demora allá donde sea necesario, haga
frío o calor, llueva o nieve.
Un cooperante puede
ir a la selva o a los Andes, pero solo de visita o por placer. El resto de su
cooperación la desarrolla en núcleos urbanos donde no falta de nada, ni
siquiera Wi-Fi. Un cooperante suele cooperar en lugares costeros o en capitales
de provincia. En caso contrario, un cooperante suele ir a grades centros de
cooperación donde haya otros atractivos turísticos que puedan ser explorados.
15.
Un misionero puede ir a lugares donde no existen comunicaciones, ni
electricidad ni agua corriente. Un cooperante no viaja a un lugar si sabe que
no dispondrá de internet.
Un misionero puede
vivir como los habitantes del lugar donde vaya, incluso sin internet. Puede
pasar sin ducharse o sin ver televisión. Un misionero tiene recursos para pasar
su tiempo sin muletillas que le ayuden, como aparatos de música o de
entretenimiento. Un misionero prefiere charlar, compartir con los demás bajo la
luz de la luna, jugar con los niños y enseñarles nuevos juegos, incluso
inventarlos si es necesario. Un misionero puede regresar a su país sin saber
qué ha pasado últimamente en materia de política y puede sorprenderse al
descubrir que un personaje famoso ha muerto sin haberse enterado hasta meses
después de su fallecimiento.
Un cooperante,
directamente, no viaja allí donde sabe que no va a tener conexión a internet
para su móvil. Un cooperante no puede pasar sin ducharse porque cree que va a
morir si no lo hace durante más de dos días. Un cooperante necesita televisión
para ver la final de la Champions o los programas de su país. Un cooperante no
puede permanecer desinformado de la política de su país y se entera de todo lo
que ocurre.
16.
Un misionero es un servidor. Un cooperante es un trabajador.
Un misionero no se
sirve a él mismo, sino que sirve a los demás sean quienes sean y en la tarea
que se necesite. Un misionero es su propio empleado.
Un cooperante es su
propio jefe. En cualquier caso, el trabajo de un cooperante no suele ser ni de
sol a sol ni medianamente duro.
17.
Un misionero puede dar hasta el último céntimo de su dinero para ayudar
a otro. Un cooperante jamás haría eso.
Un misionero sabe
que su misión no es más importante que la de otro, así que no tiene reparos en
compartir su dinero con quien cree que puede tener más posibilidades de partir
antes o si considera que su proyecto es más urgente. Un misionero puede
involucrarse incluso con otro para ayudarle.
Sencillamente, un
cooperante jamás haría algo así, sino que su dinero es suyo.
18.
Un misionero puede perder la vida en la misión. Un cooperante es
difícil que la pierda, a no ser por imprudencia al realizar deportes de
aventura o excursiones.
Un misionero puede
no solo gastar sus días en la misión, sino que puede dejar la vida en ella. Un
misionero puede contraer enfermedades infecciosas o ser abatido por algún radical
en países subdesarrollados. Un misionero no piensa en estas cosas antes de
partir hacia allá donde se le necesita.
Un cooperante no
tiene por qué entregar su vida en la cooperación a no ser por imprudencia o
accidente fortuito. Un cooperante tampoco estaría dispuesto a viajar allí donde
sepa que su vida puede correr peligro.
19.
Un misionero sabe el día de la partida, pero no el del regreso. Un
cooperante sabe el día y la hora exacta en la que aterrizará en su país de
vuelta.
Un misionero puede
viajar con billete sólo de ida y dejar la vuelta para cuando lo estime
oportuno. Un misionero sabe qué día se va, pero no sabe cuándo regresará y sólo
lo hará cuando se le acaben los recursos o cuando termine su labor.
Un cooperante viaja
con billete de ida y vuelta, y no suele gastar más de 30 días en el proyecto
para el cual trabaja. Un cooperante conoce con exactitud la hora de llegada y
la de regreso y suele volver a casa mientras la necesidad continúa allá donde
estuvo cooperando.
20.
Un misionero puede no tener facebook ni twitter. Un cooperante sí.
Un misionero puede
tener facebook o twitter, pero no necesariamente, y si los tiene es para
mantener una comunicación con sus familiares y amigos y para mantenerles
informados de los avances que consigue. Un misionero puede vivir desconectado
de ellos tanto tiempo como sea necesario.
Un cooperante, casi
siempre, tiene facebook o twitter, o las dos cosas más instagram, tuenti, etc.
Un cooperante no informa de sus logros, sino que comparte fotos de paisajes o
de amigos y, aunque los usa para mantener contacto con la familia, también lo
hace para mostrar a todos las cosas que vive, los lugares que visita o las
comidas que come.
21.
Un misionero puede conseguir la doble nacionalidad. Un cooperante no.
Un misionero, como vimos,
sabe cuándo se va, pero no cuándo regresará. Se dan casos de misioneros que
viajan por meses y terminan quedándose años, décadas o incluso de por vida. Un
misionero puede conseguir, por tanto, la doble nacionalidad porque puede pasar
más tiempo de su vida en el país donde trabaja que en su país de origen. Un
misionero, además, siempre tiene la doble nacionalidad moral, pues se implica
tanto en su proyecto que es algo más que personal para él, llegando a poder
sentirse más de allí que de su propia patria.
Un cooperante jamás
conseguirá doble nacionalidad porque lo más que pasa en una cooperación son 30
días. Se han descrito casos de cooperaciones de hasta dos o tres meses, pero de
ahí para arriba no existe caso alguno, sino que ya pasan a ser puestos de
trabajo remunerados. Un cooperante no logra conectar con la gente del lugar y
no llega a considerarse de allí, ni siquiera moralmente, y si consigue una
doble nacionalidad es por otros motivos, como el matrimonio.
22.
Un misionero puede pasar hambre o penurias. Un cooperante no sólo no
pasará hambre, sino que puede comer en restaurantes con coca-cola y postre.
Un misionero no
sólo puede pasar hambre o penurias, sino que donde va suele pasarlas porque son
lugares de pobreza extrema. Un misionero está preparado para partir con 80 Kg y
regresar con 70 Kg. Tampoco necesita ducharse, afeitarse o asearse más de lo que
la gente del lugar lo hace, pues sabe que tarde o temprano podrá gozar de una
buena ducha caliente, algo impensable para la gente del lugar donde trabaja.
Un cooperante no
puede pasar nunca hambre porque la ong con la que colabora le pone desayuno,
comida y cena. Además, un cooperante no duda en gastar su dinero en comprar
oreos, bizcochos o coca-colas para paliar el hambre o la sed o para picar entre
horas. Un cooperante suele comer en el restaurante de la ong o en los de los
lugares turísticos que visita en grupo.
23.
Un misionero trabaja por construir un mundo mejor. Un cooperante
coopera para vivir una aventura distinta.
Un misionero tiene
claro que su única misión es luchar contra la injusticia, aunque no se sepa
nunca ni se publique a los cuatro vientos. Un misionero trabaja por construir
un mundo mejor y dejar huella entre la gente del lugar por su trabajo
evangélico y su actitud humilde. Un misionero no tiene reparos en quedarse
medio desnudo si con su ropa viste a unas pocas personas. Un misionero lleva la
maleta llena de ropa pero vuelve sin nada porque todo lo ha regalado. Un
misionero puede traer en su maleta solo recuerdos para las personas que
apoyaron su proyecto o con artículos de artesanía del lugar para venderlos en
mercadillos solidarios y conseguir más fondos para el futuro.
Un cooperante viene
con lo mismo que se va, pero aumentando los recuerdos y regalos para él y sus
familiares. Un cooperante puede tener la intención de ayudar a construir un
mundo mejor, pero generalmente se equivoca en el modo, pues no se construye con
experiencias de enriquecimiento personal, y mucho menos con viajes de aventura
con una máscara solidaria. Un cooperante suele regresar a su casa sin haber
repartido sus pertenencias porque son suyas y de nadie más, aunque sabe que de
haberlo hecho no se habría arruinado y que puede permitirse el lujo de comprar
cuanto precise. A un cooperante no le importa tanto dejar su huella personal en
el proyecto, sino que deja que le proyecto deje huella en él.
24.
Un misionero se compromete con la población donde trabaja y se
solidariza con ellos. Un cooperante puede pasar por alto lo más importante: las
personas.
Un misionero llega
y es uno más de la población. No le importa compartir habitación, ducha (si es
que la hay), comida o transporte. Ni siquiera tiene reparos en comer la comida
típica del lugar o renunciar a los privilegios que tiene en su país. Un
misionero se solidariza con la población donde se encuentra y actúa como ellos,
viviendo su misma vida y careciendo de sus mismas carencias.
Un cooperante suele
ser uno más, pero no de los oriundos del lugar, sino de los cooperantes que
allí están. Puede compartir habitación, ducha o transporte, pero con
condiciones. Un cooperante suele tener problemas en comer cosas para las que no
está preparado o rechaza platos típicos por no fiarse de la higiene o no
gustarle la comida. Un cooperante actúa como los demás cooperantes, nunca como
un oriundo.
25.
Un misionero busca el dinero debajo de las piedras, hace tómbolas,
rifas, conciertos y galas benéficas, peregrinaciones solidarias o implica a
personas que se comprometen y donan dinero. Un cooperante depende de
subvenciones estatales.
Un misionero sabe
que, por desgracia, el dinero es absolutamente necesario para poder trabajar en
los proyectos de misión. Un misionero no tiene recursos económicos que le
sustenten y si los tiene, los pone a disposición de la misión. Busca dinero
debajo de las piedras y organiza eventos de todo tipo para despertar la
solidaridad de muchos y conseguir dinero para invertirlo en los necesitados.
Un cooperante
depende de las subvenciones estatales que la ong con la que colabora solicita,
y si las consigue, viaja. Un cooperante no suele mezclarse en asuntos que
comprometan su valioso tiempo y no suele organizar nada. Como mucho participa
de lo que otros organizan. Un cooperante puede tener recursos económicos de
diversa índole, pero no los pone al servicio de la cooperación.
26.
Un misionero es, además, un cooperante. Un cooperante no es un
misionero.
Un misionero puede
cooperar como el mejor de los cooperantes. Un misionero puede hacer su trabajo
y, además, el de cualquier voluntario. Además, un misionero dedica tanto tiempo
a su misión que, generalmente saca el tiempo de donde no lo hay, incluso de su
descanso o sus vacaciones.
Un cooperante no
puede ser misionero porque para serlo necesita dejar todo, incluso a sí mismo,
y ponerlo todo al servicio de Dios a favor de los hermanos. Un cooperante no
tiene capacidad de renuncia o, si la tiene, no la tiene en grado suficiente.
27.
Un misionero no trabaja por él, ni siquiera por quienes ayuda, sino que
lo hace por Dios. Un cooperante trabaja por y para él, aunque ayude a personas.
Un misionero sabe
que no actúa por iniciativa propia, ni siquiera para ayudar a quien ayuda, sino
que su trabajo tiene un carácter de entrega absoluta, como la de Jesús. Un
misionero sabe siempre que sin Cristo no hay misión y actúa movido por amor a
los demás y con la fuerza del Espíritu Santo.
Un cooperante actúa
por iniciativa propia y para vivir una experiencia personal, aunque su labor
sea muy buena y sincera. Un cooperante no actúa movido por ningún ideal
religioso, sino que sus ideales son otros muy distintos: sociales, aventureros,
de crecimiento personal, etc.
28.
Un misionero invierte su dinero en comprar artículos de primera
necesidad y todo lo que estima necesario para su misión. Un cooperante paga a
una ONG que le ofrece un turismo de cooperación y financia con ello el puesto
de trabajo de personas que viven de ello.
Un misionero mira
cada céntimo gastado y saca provecho a cada una de sus monedas, siempre en
beneficio de los demás, incluso sin mirar por sí mismo. Un misionero compra con
cabeza y sabe cuáles son las necesidades primarias y secundarias. Un misionero
invierte el dinero.
Un cooperante lo
gasta. Un cooperante no suele gastar dinero en otros, sino en sí mismo, pues
piensa que demasiado está haciendo ya prestando su tiempo y persona a la ong.
Un cooperante puede pagar cantidades desorbitadas para cooperar, pues son
muchas las ong´s que ofrecen una aventura de cooperación como vacaciones
alternativas para los meses de verano, sin saber que su dinero va a nutrir las
necesidades y sueldos de la ong, no tanto las de las personas que la ong ayuda.
29.
Un misionero no tiene plan de ruta marcado, sino que actúa según la
necesidad. Un cooperante tiene una hoja de ruta que cumplir.
Un misionero viaja
sin mapas ni GPS, sino que actúa movido por la brújula solidaria, que le marca
dónde y cuándo ir allá donde se le necesite.
Un cooperante tiene
una función específica de la que no puede salirse. Un cooperante no puede
incumplir contratos ni desobedecer órdenes.
30.
Un misionero trabaja por la mañana, por la tarde y por la noche. Un
cooperante tienen un horario laboral marcado.
Un misionero no
tiene horarios porque sabe que su trabajo dura 24 horas al día y 365 días al
año, excepto los bisiestos, en los que se permite el lujo de trabajar un día
más.
Un cooperante está
supeditado a un horario laboral o de cooperación fijo del que no debe salirse y
tiene personal que lo controla.
31.
Un misionero no firma contratos. Un cooperante sí.
Recordemos que un
misionero es empleado de sí mismo, mientras que un cooperante es su propio
jefe, aunque supeditado a una ong. Por ello, el misionero no firma contratos ni
condiciones en los que pueda haber letra pequeña, pues se fía de él mismo.
Un cooperante tiene
que rellenar formularios, firmar pólizas y suscribir contratos de
contraprestación de servicios.
32.
Un misionero puede regresar al mismo lugar cuantas veces sea necesario.
Un cooperante elige destinos distintos cada año para vivir aventuras distintas
y conocer lugares distintos.
Un misionero no
tiene afán de conocer mundo ni vivir aventuras nuevas, por lo que puede pasarse
la vida regresando cada año al mismo lugar, aunque se pasen los años y sólo
conozca un país. Su intención no es vivir nuevas aventuras en países distintos
ni conocer otras culturas, sino que es únicamente solidaria y evangélica. Por
eso le importa poco ver siempre lo mismo. Un misionero es claro y no necesita
tapaderas para conocer nuevos lugares, así que si quiere ir de turismo a la India,
va sin más y disfruta de la experiencia, pero no camufla su interés turístico
en la misión.
Un cooperante suele
viajar a lugares que no conoce para poder ir tachando de la lista los países
que le gustaría visitar y que no podría hacerlo si no fuera por el soporte
indispensable de una organización que le dé todo en bandeja. Un cooperante
quiere conocer los países más atractivos y da a “me gusta” a las páginas de
viaje que muestran destinos nuevos. Un cooperante puede llegar a usar la
cooperación como una tapadera para conseguir sus fines aventureros.
33.
Un misionero no lleva en su maleta traje de baño ni crema solar. Un
cooperante sí.
Un misionero no
sabe siquiera si donde va podrá bañarse o tomar el sol, pero no le preocupan
esas memeces. Un misionero hace un viaje de placer, pero no de un placer
vacacional o de descanso, sino el que le produce la ayuda humanitaria y la
labor evangélica. Por ello, un misionero puede no llevar traje de baño ni crema
solar en su maleta.
Un cooperante sabe
que, ante todo, tiene que tener tiempo para disfrutar de baños en playas, lagos
o piscinas y que debe ponerse moreno. Por ello lleva el traje de baño y la
protección solar, incluso algunos llevan gafas de buceo y aletas porque se han
preocupado más de informarse de los placeres del lugar que de la labor a
realizar. Por ello, el placer evangélico y solidario no existe en la cabeza del
cooperante.
34.
Un misionero se desplaza caminando, en burro o en transportes
colectivos. Un cooperante viaja en coche junto con sus compañeros.
Vimos que un
misionero puede perder 10 Kg en una misión, y esto es debido a que trabaja con
todo su cuerpo, incluso hasta cuando se transporta. Un misionero sabe que donde
va hay tantas carencias que hasta el transporte puede llegar a ser un lujo. Por
ello, un misionero se desplaza como los aldeanos del lugar donde vive, sean
caminando, en burro o en transportes colectivos sobresaturados de personas
sudorosas a 40º de temperatura.
Un cooperante no
viajaría jamás en burro si no es por vivir una experiencia aventurera o para
descansar de un trayecto de trekking. Un cooperante solo camina en expediciones
programadas a través de circuitos turísticos de elevado interés natural o
arqueológico donde puede vivir experiencias inolvidables. Un cooperante no
suele perder kilos en la cooperación y, si los pierde, es de tanto bañarse y
jugar con los compañeros. Un cooperante suele tener recursos para su transporte
que, generalmente, son gestionados en grupo por cuenta de la ong.
35.
Un misionero conoce la soledad y la necesidad. Un cooperante no.
Un misionero sabe
estar solo porque está acostumbrado a la oración en soledad o a largos períodos
de tiempo aislado. Un cooperante calibra la necesidad de los hermanos
necesitados y sabe, automáticamente, quien le necesita primero. Un cooperante
puede pasar horas en un cuarto o días en una selva sin más compañía que su
evangelio.
Un cooperante se
muerde las uñas y hasta los nudillos si pasa más de quince minutos solo en una
habitación. Un cooperante necesita tener un móvil, un ordenador, un libro, una
televisión o una revista para poder convivir consigo mismo sin aburrirse. Un
cooperante no conoce la oración y, si la practicase, sería un misionero.
36.
Un misionero puede trabajar solo. Un cooperante necesita un equipo.
Un misionero tiene
un gran equipo conformado por una única persona, pero con el mejor jefe
posible: Jesucristo. Un misionero puede trabajar solo sin importarle que la
tarea sea dura o vaya a ser demasiado larga. Un misionero es paciente y acepta
la ayuda cuando le viene, pero no se desespera en la soledad del trabajo.
Un cooperante se
queja cuando le toca hacer más de la cuenta, o protesta cuando su trabajo es
más costoso y difícil que el de un compañero. Puede llegar a enfadarse con un
jefe de equipo que distribuya mal el trabajo y, generalmente, no puede trabajar
solo porque no sabe estar solo. Necesita estar constantemente hablando y
contando chistes o historias. Un cooperante necesita un equipo para todo, para
trabajar, para descansar, para salir de fiesta, para ir a la playa, incluso, a
veces, para ir al baño.
37.
Un misionero hace amistad entre la gente necesitada. Un cooperante hace
amistad entre otros cooperantes.
Un misionero hace
amistad entre la gente con la que trabaja, sin importarle que sea hombre, mujer
o niño. Especial amistad hace con los niños, pero sin olvidar a los mayores. Un
misionero es amigo de todos, sin distinción.
Un cooperante suele
interactuar más con los niños, pero a los mayores no les hace tanto caso porque
no le interesan. Los niños son más simpáticos y graciosos, además de dar más
pena, por lo que se vuelcan con ellos olvidando a sus padres.
38.
Un misionero ve con buenos ojos el trabajo de un cooperante. Un
cooperante puede llegar a odiar a un misionero.
Un misionero
trabaja para conseguir un mundo mejor, por lo que ve con buenos ojos el trabajo
de todos aquellos que hacen cosas buenas, o al menos que no las hacen malas. Un
misionero ve en el cooperante a una persona que pretende hacer el bien.
Un cooperante puede
ser ateo, cosa que no es mala, pero puede ser también anticlerical, algo que sí
lo es. Un cooperante puede ver con malos ojos a todos los curas y obispos y
meter a todos en el mismo saco, llamando pederastas a diestro y siniestro a
todo consagrado de la Iglesia sin darse cuenta de que meten en el saco a los
misioneros que son la verdadera Iglesia peregrina que gasta su vida en la lucha
contra la pobreza y la injusticia. Un cooperante puede pensar que la Iglesia es
mala siempre, sin darse cuenta de que sin los misioneros que hay repartidos por
el mundo, la pobreza y la injusticia llegaría a salpicar incluso a los países
ricos. Un cooperante puede no entender que en nuestro primer mundo, si no fuera
por la Iglesia que ha sostenido con sus dos manos la crisis, las consecuencias
habrían sido tan graves que podríamos haber llegado hasta a sublevaciones
populares, si no un conato de guerra civil que habría salpicado también a los
cooperantes y sus familias. Un cooperante puede no reconocer que la Iglesia ha
mantenido, mantiene y mantendrá el equilibrio socioeconómico en países como el
nuestro y que, de no ser por ella o de haberse retirado cansada de tanto ataque
del sostenimiento de la totalidad de familias pobres e inmigrantes, hasta el
cooperante podría haber llegado a llamar a las puertas de Cáritas.
Pero sobre todo, y
lo más importante:
39.
Un misionero no sólo se dedica a educar o dar pan, sino que evangeliza
y atiende las necesidades espirituales de aquellos a quienes ayuda. El
cooperante no considera que Dios puede ser parte fundamental de su cooperación.
Si lo considerase, sería un misionero.
Y este es, quizás,
el mayor distintivo de todos, porque un misionero no tiene como fin una meta
humana, ni pretende dar pan sin más, sino que su trabajo es más evangélico y
pastoral que humano. Un misionero puede llevar al mismo Cristo sobre el altar
de la Eucaristía para que los pobres materiales y de espíritu se alimenten con
el pan de vida.
El cooperante no
puede nunca jamás llegar a esto, y para llegar a ello necesitaría de un
misionero que le ayudase. El cooperante no tiene en cuenta a Dios en su
cooperación, y en caso de que lo tuviera, se pensaría mucho seguir siendo
cooperante y se pasaría al bando de los misioneros.
Como nota final, os
dejo una reflexión que será el punto 40 y que, curiosamente, denota lo
contradictorio de nuestra sociedad “civilizada”:
40.
Un misionero es criticado por un gran sector de la sociedad por el
simple hecho de ser católico. Un cooperante, sin embargo, está bien visto por
todos.