En la vida se presentan, a veces,
oportunidades únicas de esas que no puedes dejar escapar. Oportunidades que
vienen en el momento justo en que uno las necesita. Eso es lo que me pasó a mí
por una de esas casualidades de la vida.
En plena campaña de presentación
de mi primer libro he tenido la ocasión de visitar una de esas islas de ensueño
de la comunidad Balear, uno de esos parajes que tenemos apuntados en esa
imaginaria lista de deseos que cumplir antes de morir. Me refiero a la isla de
Menorca. Lo primero era buscar una villa en alquiler. Afortunadamente recurrí
al líder en este campo, http://www.mnkvillas.com/, lo que
resultó un acierto, pues dentro de su amplia gama de villas encontré rápido la
que buscaba, si bien cualquiera de ellas sería una magnífica opción.
Ha sido un viaje rápido, unos
pocos días, por lo que dejo sin tachar la futura visita de la isla en mi lista
de “cosas pendientes”, esperando tacharla un día después de haber visitado a
conciencia tan maravilloso paraje.
Ciertamente, Menorca es el lugar
apropiado para todo tipo de salidas, para las fugaces de un fin de semana y
para las más holgadas. La isla ofrece un sinfín de aventuras, paseos exóticos, aire
fresco, tranquilidad y buena y acogedora gente que siempre tiene los brazos
abiertos.
He de decir que en lugares así
descansan cuerpo y mente como en ningún otro. El mediterráneo no se siente tan
plácido y relajante como cuando te rodea por los cuatro costados. Las brisas
parecieran perfumadas y el sol rebosa en el cielo, como queriendo acaparar toda
tu atención. Las horas pasan como minutos. Los días son inolvidables, las
noches indescriptibles.
Kayak, windsurf, vela, paseos en
barco o submarinismo son algunas de las alternativas obligadas por mar. Senderismo,
cicloturismo, ornitología o turismo equestre lo son por tierra. Y
verdaderamente que para los amantes del trekking hay verdaderos vergeles
naturales que da pena dejar atrás. Si no fuera por las maravillas que quedan
por ver delante merecería la pena plantar una tienda de campaña y quedarse. Las
rutas Británica, Talayótica, Etnológica, Fortificada o Religiosa son algunos
ejemplos de ello.
Especialmente importante me pareció
la ruta Religiosa, cuyo objetivo es dar a conocer el inmenso patrimonio
religioso de Menorca, de valor incalculable, que abarca desde el siglo quinto
hasta la actualidad: retazos del emperador Constantino el Grande, del edicto de
Milán, del mundo mediterráneo medieval, de la legalización del cristianismo,
etc. Menorca estaba ahí como baluarte perenne testigo de todo, y ahora lo
transmite por tierra, mar y aire. Basta abrir los sentidos a los múltiples despliegues
de talento e historia que rezuman en el ambiente menorquín.
Merece la pena la visita, y
mucho. Y si visitas Menorca, te recomiendo MNK Villas porque Mallorca se vive distinto
desde una villa autóctona. Tanto que quien lo visita, dicen, no solo vuelve,
sino que piensa seriamente la posibilidad de establecerse para siempre. No me
extraña… no sé qué tiene Menorca, pero podría decir que engancha. Quizás fuera
aquel picacho en tiempos plagado de sirenas cuyo canto atraía a los navíos que
cruzaban el Mediterráneo…
No debe extrañar la magia que
desprende la isla, puesto que se encontraba situada en lugar estratégico en el
cruce de las rutas marítimas mediterráneas. Es por ello que en ella
desembarcaron romanos, vándalos, bizantinos, musulmanes y hasta aquellos rudos negros africanos que,
seguramente, eran mirados con cautela por los moradores menorquines.
Y así, Menorca contó años viendo
ir y venir a tantos y tantos viajeros que se extrañaría si ahora no hubiese un
flujo como el de antaño. Es por eso, quizás, que la isla desprende sus cálidos
aromas, su agradable clima y sus atrayentes recursos para atraer, más y más, a
turistas y viajeros de todas clases del mundo. Y cómo no, el peregrino
mangurrino no podía dejar pasar de largo la oportunidad de visitar tal belleza.
Y quedó extasiado con ella… y se enamoró.
Pero regresó, pues un peregrino
es siempre eso: peregrino. Y, como buen peregrino, sabe que todo lugar es
siempre lugar de paso, esperando con ansias la celestial morada en la que la
mano derecha del Señor, con su nombre tatuado en la palma de su majestuosa
mano, le recoja de una vez para siempre… allí disfrutará un día de maravillas
sin igual, y a buen seguro, al peregrino mangurrino le habrá parecido haber
vuelto a Menorca.
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