Bueno, pues la experiencia la
dejamos en Montreal, donde nada más llegar me recibía un frío de esos que hacen
hasta daño. Hacía mucho tiempo (quizás nunca) que no experimentaba esta
sensación. Pero duraría poco, al menos 24 horas, porque al día siguiente tenía
el vuelo a Vancouver.
No pude hacer mucho por ahí entre
el poco tiempo, el frío, la nieve y el jet-lag, así que decidí dar un paseo por
los alrededores del aeropuerto y poco más. Descansaría para acostumbrarme al
nuevo horario y al día siguiente me quedaría en el hotel.
Y así pasé la mañana siguiente,
esperando y durmiendo, hasta que llegó la hora. El servicio del hotel tiene un
transfer, así que lo usé para ir al aeropuerto con el equipaje. Facturé mi
maleta y me fui a la puerta de embarque. Allí pasaría otro control. Solo esperaba
que no me quitaran ni el queso ni el jamón que me quedaba. Pero esta vez solo
me quitaron el mechero, uno de los tres que llevaba repartidos a sabiendas de
que alguno sería requisado, así que me quedan dos. Eso sí, las leyes de Murphy
no fallan, y me quitaron el mejor de todos…uno eléctrico especial para que no
se apague con el viento. En fin…más se perdió en Cuba.
El vuelo bien, pero en un par de
ocasiones hubo unas turbulencias que no se sabía si eran turbulencias o un
tornado. Hasta la chica del carrito se fue por los suelos y la gente pasó unos
momentos de tensión. Nunca antes había visto algo así. Yo me enteré más por los
gritos de la gente y por los platos rodando por el suelo que por las
turbulencias, porque cuando digo a dormir, duermo bien… El caso es que suelen decir que se tarda lo
mismo en volar de una punta a otra de Canadá que volar de América a Europa y,
efectivamente, así es.
Llegué a Vancouver a las 20:30
hora local, lo que vienen siendo las 23:30 en Montreal. Es que Canadá es tan
ancho que de una punta a otra del país tienen tres horas de diferencia horaria.
Ya me extrañaba a mí al principio que saliendo a las 17:00 se llegara a las
20:30, y es que siempre marcan las horas locales, vamos, que de Madrid a Lima
son doce horas de vuelo, pero si sales a las 10:00 de la mañana llegas a las
15:00…
Dos días en Vancouver dan para
mucho. Ahí me esperaba Christelle, en el aerpouerto. Me sorprendió verla tan
pronto, porque pudo llegar hasta la cinta de las maletas, pero al ser un vuelo
doméstico las medidas de seguridad no son tan grandes. Al recoger la maleta y
darme la vuelta escuché: ¡Martín!...
y ahí comenzó la verdadera aventura.
Nos fuimos a conocer Vancouver, y
bien que lo hicimos… anduvimos por un paseo marítimo que tiene como ocho
kilómetros de longitud. Vancouver es bonito, como la mayoría de las ciudades
costeras, pero esta ciudad tiene una suma de modernidad, cultura y la belleza
propia de la costa… y cómo no, la economía, sin la cual no puede haber ni
modernidad ni cultura, entendiendo por cultura todo el mobiliario artístico
urbano que hace de Vancouver un lugar distinto, ya que la cultura (por
supuesto) no está reñida con el dinero.
Vimos toda la zona turística de
la costa, el barrio de Chinatown y las zonas interiores urbanas de los
alrededores de Granville… no necesito más y podemos salir para Whistler. Tenía
ganas de conocer esa pequeña población que ha recorrido el mundo entero por
haber sido sede de los juegos olímpicos de invierno de 2010. No me digas que no
te sonaba el nombre… Los juegos fueron los de Vancouver, pero los deportes de
nieve fueron en Whistler.
Whistler es una ciudad más bien
pequeña, de unos 3000 habitantes, que en época de invierno llega a duplicar su
población, o más incluso. Está situado en una autopista con un nombre peculiar
como pocos: Sea to sky highway, o lo que es lo mismo, autopista del mar al
cielo, debido a que comienza en el sur, en la costa y acaba en el norte, en las
montañas.
Para ser un pequeño pueblo está
plagado de hoteles y restaurantes a todo lujo. Vienen turistas de todas partes
del mundo, gente de dinero que quiere pasar aquí parte de su invierno y
esquiar. Es como la Marbella de España, pero de invierno. Se podría decir que,
igual que Marbella hace su agosto, Whistler hace su enero, lo que pasa es que
la temporada va desde noviembre hasta mayo. Las calles están todas iluminadas
con árboles de colores, pantallas, rótulos, y muchas luces que hacen que
parezca que es una navidad permanente. Por el día la gente esquía, por la tarde
bebe cerveza en los locales, y por la noche salen de copas. Vamos, que aquí no
hay distinción entre sábados y lunes, para los turistas, claro, porque los
trabajadores del sector turístico que hacen que todo esto funcione sí que
distinguen.
Paseas por la calle y te cruzas
con gente que está a sus problemas, que generalmente son: “el color de tu mono no pega con las botas de esquí”…., o, “¿te gusta mi nuevo maquillaje a prueba de
frío?”…, o también, “chica, esos
esquíes te hacen más gorda…”. Como ves, la superficialidad sí tiene una
relación con el dinero más directa que la cultura, como te decía antes…salvo
honrosas excepciones. Esto en cuanto al sector femenino, puesto que el
masculino está más pendiente de quien ha ido más rápido, quien ha dado el salto
más grande o quien ha tenido el dudoso honor de romperse más vértebras… y así
pasan los días en Whistler.
Lo más importante en principio
era instalarme, así que me dirijo a la casa de Dave, a quien tenía ganas
de conocer. Un chico que pasa las
horas en casa, por un accidente que le ha dejado la espalda casi rota, viendo hockey
sobre hielo mientras se recupera. Aquí el hockey es como allí el fútbol, algo
entretenido e interesante, pero que tiene sorbidos los sesos a más de uno,
hasta el punto de que en la vida hay hockey y el resto de cosas.
La casa está bastante bien, nada
se parece a las de Perú o Madagascar. Más bien se podría decir que, si bien
siempre he estado en lugares más pobres, el peregrino mangurrino es ahora el
más pobre del lugar… vamos, que ahora soy yo quien necesita ayuda. Pero cuento
con la mejor: la ayuda del Señor y su providencia.
Bien es verdad que la providencia
no es como una mano que tenemos debajo y que no nos deja caer en cualquier circunstancia,
sino que depende también de la colaboración personal de cada uno. Uno no se
puede echar a dormir esperando que la providencia de Dios venga a salvarlo.
Pues bien, ahí es donde radica el núcleo central de mi misión en Canadá: en
venir con una mano delante y otra detrás sabiendo que el Señor me ayudará, pero
con mi colaboración. Para eso uno tiene que estar dispuesto a hacer lo que sea,
desde lavar platos en un restaurante hasta limpiar baños públicos. Lo más
lógico es que encaje en el trabajo de retirada manual de nieve de la puerta de
los hoteles, para que los ricos terratenientes puedan entrar y salir sin
resbalar ni mojarse sus caros mocasines. Sin embargo, a pesar de todo, prefiero
limpiar baños. Pero será lo que el Señor quiera, y si Él decide que nada de
esto es para mí porque quiere que este proyecto acabe antes de la cuenta, así
será. Lo más importante será la aceptación de las cosas que vayan viniendo,
pero según vengan, sin agobiarse por el mañana.
Bueno, pues una vez conocida e
inspeccionada la casa, y después de darme cuenta de que es demasiado para mí,
lo que viene ahora es buscar trabajo, y esto es la peor parte de toda la
misión. Primero porque mi situación no es la mejor, con un visado de turista, y
después porque uno debe estar predispuesto a todo. Uno tiene que estar
dispuesto a que le digan “no”, pero también a que le miren por encima del
hombro. Yo estoy dispuesto a las dos cosas, gracias a la preparación que
durante años he tenido con el mejor de los maestros: San Francisco de Asís. Él
y el recuerdo de la “perfecta alegría” serán claves para que el mangurrino
encaje los golpes que le esperan.
Antes de todo, hay que conocer
Whistler. Christelle me presenta a Joan y Julie. Joan es español, y está aquí
con un visado de trabajo por cuestión de estudios que le permite trabajar donde
quiera, o mejor dicho, donde le permitan, pero puede optar por trabajos más o
menos normales, como dependiente en tiendas, camarero, cocinero, etc. Mi
situación es distinta, por eso mis opciones son también distintas… Ellos serán
mi punto de apoyo aquí. Al menos la providencia ya está actuando, pues no es lo
mismo estar en un pueblo remoto de un país extraño solo o acompañado.
Después de esto toca conocer el
pueblo, sus calles, su gente… hacer un poco de turismo y saber dónde dirigirme
y a quién. El primero de los objetivos es presentarme como músico en los
diferentes bares donde se celebran conciertos. Para ello tengo que ir a todos
los bares, pero no me malinterpretes, porque entro en todos pero no me tomo ni
una triste cerveza en ninguno, ya que al módico precio de 7 euros la más
barata, prefiero el agua del grifo de casa de Dave. Solo entro, pregunto por el
manager y le ofrezco mis servicios como músico.
No son muchos los locales que
hacen música en directo. Hacer música callejera era una opción, pero tendré que
dejarla para cuando vaya (que iré si Dios quiere) a Estados Unidos. Con
temperaturas de más de 20°C bajo cero no es muy cómodo tocar. Es posible que la
postura inicial con el violín se convirtiera en una postura definitiva de un
músico congelado. Además, con estas temperaturas no hay músico que toque un
instrumento de cuerda, pues los dedos dejan de funcionar a los dos minutos.
Tampoco tiene mucho sentido tocar en un sitio donde la gente no puede parar a
escucharte, pues si se paran se convierten también en estatuas con forma de
público.
Era miércoles y empezaba mi labor
de búsqueda en Whistler, pero no solo de trabajo, sino también de Dios. El
peregrino quiere saber si Dios tiene filial aquí en estas frías latitudes o si,
por el contrario, los obreros de su mies han preferido trabajar en lugares más
cálidos. Para eso tengo a mi amigo Google, que siempre es una ayuda. Buscando
por “religious services in Whistler” sale rápidamente una lista con los
servicios religiosos con los que cuenta el pueblo. La lista es más bien corta,
pues no se estila mucho cultivar la fe en lugares donde el dios dinero ha
sustituido al Dios verdadero. Existe una pequeña parroquia a las afueras, o
mejor dicho, en el quinto pino. Existe también un servicio religioso
protestante, pero sin parroquia, sino que solo dan servicio. Este último mejor
lo voy a obviar.
Una vez localizada la parroquia
de “Our Lady of the mountains” (Nuestra Señora de las Montañas), me viene a la
cabeza mi ciudad natal de Cáceres, en la que la Virgen de la Montaña es también
la advocación más venerada. Esto es como Cáceres, pero a 20° bajo cero, con
nieve y con gente superficial por doquier. Por lo demás, es completamente
distinto también.
Pero el tema de la búsqueda y el encuentro
te lo dejo para el siguiente capítulo porque es tarde y me tengo que acostar. En
el próximo capítulo te contaré cómo descubrí la parroquia, qué he visto y qué
he hecho en ella y lo que estoy descubriendo en escasos dos días.
Así que hasta mañana…
Hola Martín, eres el peregrino mangurrino más internacional que conozco jejej.
ResponderEliminarEnhorabuena por el salto que has dado, y para delante siempre; seguro que pronto encuentras tu sitio también ahí pues predisposición no te ha faltado nunca.
Te mando mucho ánimos y que aproveches todo lo que la vida te ofrece.
Un abrazo enorme. F.C.