Esta
mañana ha sido todo muy rápido. El autobús sale a las 10:30 y tengo que estar
una hora antes, según la empresa de transportes, para la facturación del
equipaje. Creo que también lo hacen para meter un poco de miedo a la gente y
que no se retrase ni un minuto la salida.
Hoy el desayuno es en el convento de la
hermana Katy, que me invitó para despedirme. Hemos desayunado un poco rápido,
entendiendo que voy con prisas. Luego, los regalos para la madre Inmaculada y,
cómo no, para mí también. Me ha regalado una mochila peruana bastante bonita.
Para finalizar, me ha dejado un encargo para su hermana en Puebla de la
Calzada. Después del desayuno, nos damos el último abrazo y nos despedimos
hasta la próxima, que será cuando Dios quiera.
Voy al Obispado rápido para empezar a
sacar todo, ya que casi es la hora límite de tomar el bus, pero antes paso por
la municipalidad a despedirme de Diógenes, a la vez que aprovecho para
recordarle que hace falta algo de dinerillo para que en Granada sigan
trabajando una vez que yo me vaya. Al final no quiero que la despedida sea sólo
una petición de dinero, así que le doy las gracias por toda la ayuda prestada y
por todo el cariño con el que me la prestaron. El también está agradecido, sale
de una reunión en la que está y me conduce a una habitación aparte donde
hablamos sólo cinco minutos, pero lo suficiente para despedirnos como Dios
manda. Ambos nos comprometemos a seguir en esta tarea, yo volviendo y él
volcando algo de la economía de Chachapoyas hacia Granada en cuanto acaben de
pagar una máquina retro, lo cual será por el mes de Junio.
Cuando salgo corriendo por lo tarde que
voy, el amigo Jorge me llama para decirme que me van a hacer una entrevista que
tenía pensada conceder, pero como no había sido posible, ya no me daba tiempo.
Esta entrevista tiene un sentido muy importante, que para nada es promocional o
de interés específico alguno, sin embargo, es muy importante que la haga y
accedo a ser entrevistado aún llegando tarde al autobús. El porqué de la
importancia de esta entrevista sólo lo sabemos Jorge y yo, y así debe seguir
siendo..., al menos de momento.
Salgo pitando para el Obispado y le
digo a Juanita que me pida un taxi mientras recojo el equipaje y me despido de
Amado, Elder y Antonio. El Obispo no se encuentra en este preciso momento, así
que me tengo que ir sin despedirme. Le doy un beso a Luisa y a Juanita, pero
ésta última se monta en el taxi conmigo para despedirme mejor.
El autobús esperando con la "toma de huellas" |
Estando ya todo arreglado, tengo que
poner de nuevo el dedo en el tampón de tinta. No me acordaba de este detalle,
que hacen por si el autobús se despeña, para saber quién viajaba en él. No es
muy alentador poner el dedo en estas circunstancias, pero es un trámite
obligatorio que cumplo sin más.
En esto, llega Luisa con un par de
hermanas carismáticas y me traen dulces para el viaje. Es una grata sorpresa,
porque hasta la Estación de autobuses han venido a despedirme a la peruana.
Por fin llega el momento de irme, me
subo al bus y Juanita me hace un regalito que no abro por no tener tiempo.
Arranca el autobús y aquí se acaba mi periplo chachapoyano por este año. Me
siento como cuando me iba para casa de las vacaciones de verano en el pueblo y
todos los amigos regresaban a sus casas. Es triste, pero me hago a la idea de
que he ganado muchos amigos y una experiencia inolvidable, además de tener la
certeza de que, si Dios lo permite, volveré... como Terminator.
Salimos por la carretera que tantas
veces había rodado con Amado y Elder para ir a Gocta, Yumbilla, o la Virgen de
los Dolores. Paso por última vez por el río Sonche y su encuentro con el
Utcubamba. Y cuando me quiero dar cuenta, pasamos de Pedro Ruiz y ya todo es
nuevo para mí. Me queda disfrutar de los paisajes extraordinarios hasta la
llegada a Lima.
La ventaja que tengo en este viaje es
que, como compré el billete con tiempo de antelación, cogí un sitio en primera
fila, el llamado “asiento panorámico”. En la planta alta y sin piloto (que sí
hay, pero viaja abajo), parece que el bus fuera solo. Como el viaje arranca a
las 10:30, tengo todo el día para ver las maravillas peruanas, y justo cuando
empiece la noche, entraremos en el desierto desde Chiclayo hasta Lima, algo que
es muy aburrido, pero de lo que me libraré por ir dormido. Suerte la mía...
El viaje no tiene muchos contratiempos,
aunque los tiene. De vez en cuando hay momentos en los que pensamos que no
podemos continuar, pero siempre se solucionan los problemas. Es increíble ver
cómo estas gentes pasan a diario por estos caminos entre montañas y abismos,
ríos que atraviesan la carretera y caminos más de cabras que el que sube a
Granada desde Molinopampa. Estas aventuras y desventuras es lo que dan el toque
mágico a un viaje por Perú.
En un momento dado, después de varias
horas de viaje, hay un contratiempo inesperado... unos hombres con metralletas
paran al autobús. La gente se altera, porque no saben qué ocurre... y uno de
ellos sube al autobús. Son momentos algo tensos por la incertidumbre y los
antecedentes de asaltos, pero esta vez hemos tenido suerte y son policías que
están haciendo un control antiterrorista. Pasan uno a uno por todos los
asientos y piden los D.N.I. a todos, y cuando me toca a mí, me miran algo raro.
No sé si por las barbas, por mi indumentaria europea o por mi carné distinto al
del resto. El caso es que no me dicen nada.
Vendedoras en la parada de Jaén |
Todos se quedan en el bus, pero yo
aprovecho para bajar y estirar las piernas. De paso, me enciendo un cigarro, un
Winston que compré en Chachapoyas. La carretera la tienen cortada, y se me
ocurre echar fotos, pero al instante me dice el chófer que ni se me ocurra,
porque lo pueden tomar como un intento de espionaje o algo similar y me puede
costar perder el bus. Casi me como el cigarro en vez de fumármelo.
No hago más que acabar el cigarro, y
viene un policía vestido de uniforme. Le da los documentos al conductor y le
dice que no hay terroristas a bordo, así que puede continuar.
El susto que te dan unos tipos en medio
de la carretera a plena luz del día y portando fusiles de asalto no se puede
explicar con palabras... y mejor que no os toque vivirlo. Así y todo, dice el
chófer que mejor un susto de estos que de los otros, refiriéndose a los asaltos
de verdad. Y tiene razón... Con la cantidad de regalos que llevo para todos mis
amigos y familiares, no quiero ni pensar en que me los quitaran todos... jeje.
Proseguimos el viaje y, llegada la hora
de la cena, nos sirven un plato de arroz con pollo... mi último plato de arroz
cocido. Vemos una película antigua y me quedo dormido un rato. Prácticamente todo
el viaje de noche lo hago durmiendo, con lo que me evito una larga espera
nocturna y el consiguiente aburrimiento.
A las 7:00 más o menos de la mañana, me
despierto y veo el tramo final del desierto interminable de 1.000 km y los
vestigios de una ciudad de 11 millones de habitantes que está por llegar: Lima.
Allí, desde que el autobús entra en la
ciudad hasta que aparca en la estación, pasan dos horas de reloj... eso para
que veáis cómo es una ciudad de ese calibre. Y como todo el camino lo he hecho
sin usar el servicio del bus, porque aproveché la parada para echar gasolina y
la parada del falso asalto al bus, estoy deseando ir al baño, pero prefiero
esperar a la estación, porque el aseo del bus después de 24 horas de uso no os
quiero describir cómo es.
Echaba de menos las guaguas |
Ya entrando en Lima, aviso a mi amigo
Manolo, el taxista... el cual me va a recoger a la estación. No me reconoce por
la barba, así que le tengo que llamar la atención. Lo primero que hace es darme
un abrazo como si hiciera un año que no nos vemos... aquí las amistades son
así, las haces y no se olvidan. En Europa, este sentido de la amistad se ha ido
perdiendo con el paso de los años y se han ido sustituyendo por nuevos amigos
eléctricos y a pilas.
Son las 10::30 de la mañana... justo 24
horas de camino sin parar más que a repostar. Esto es un viaje, y lo demás,
pequeños traslados...
Miembro de la R. A. E. (Lima 1833- Miraflores 1919) |
Me lleva al Gran Mundo Hotel. Esta vez
he tenido la precaución de reservar una habitación barata, por 60 soles, pero
la mala suerte hace que el cliente que la ocupaba haya decidido quedarse un día
más, con lo que me dan una de 140 soles a un precio de 80. No está mal... Vine
a Lima poco franciscano por desconocimiento, ocupando una habitación de 140
soles, y me voy ocupando otra... esta vez, por imposibilidad. Lo cierto es que
el cambio de dormir en una tabla a dormir en una cama de matrimonio es siempre
bien recibido... ducha, televisión, internet y vistas a una avenida
larguísima.... No he hecho más que llegar a Lima y ya estoy asqueado de haber
entrado, sin querer, en una sociedad capitalista y consumista a la fuerza. Me
tendré que hacer a la idea para que cuando vuelva a España no me tire para
atrás la sociedad del Col-tan.